OPINIÓN
Crisis y abandono en el sentido de la vida
Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //
La humanidad vive hoy una profunda crisis en el sentido de la vida, de su vida; deambula sin brújula tomándose de todo aquello que cree le salvará, que cree le redimirá, pero falla en ese intento pues busca en dónde no están las respuestas.
Sufre de una crisis en el dominio de la ética; de una crisis por el abandono de valores y principios, y de una crisis por el desdén de lo moral. Exige el derecho de hacer todo cuanto le venga en gana y rechaza el sentido de responsabilidad ante esas sus decisiones por su palabra quebrantada; ante sus acciones fallidas, ante su vida trastocada, ante la vida misma. Le importa un pepino asumir conciencia de su vida… conscientia vitae. Se niega a evolucionar de cara al siglo que ya ha cruzado el 20 por ciento de su tiempo; se conforma con lo alcanzado por la inercia pasada y al resto del siglo lo da por ¿perdido?
Idealmente, somos seres capaces de transformarnos en homo conscius, es decir, aptos para imaginar, buscar, pensar, descubrir, comprometerse, admirar el conocimiento, tomar acción, relacionarse, intimar, amar y configurar el mundo en el que vivimos; pero no, toda esa maravillosa potencailidad humana nos asusta y por ello la rechazamos. Nos refugiamos en el principio del placer irresponsable.
Necesitamos de una nueva revolución copernicana que nos quite, como especie y persona, del centro de nuestro universo tan empequeñecido en el que cabe nuestro ser tan apocado. Con Copérnico supimos que la Tierra es la que se gira y viaja en torno del Sol; luego, supimos que nosotros llegamos millones de años después de creada la Tierra por Dios o la explosión del Big Bang. Que ese sexto día de Creación jamás existió como tal.
Habitamos solo uno de los millones de planetas en el Universo y nos creemos dueños de todo aquello que jamás tocaremos, de lo que jamás poseeremos, que jamás habitaremos. Nos asumimos como dioses y no somos más que creaturas imperfectas; permanentemente imperfectas. A una inmensa mayoría de personas les gusta lo efímero y les complace el desecho; viven generando basura y pepenando la basura de los demás.
Sus alegrías son por instantes y a picotadas. A sus placeres los confunden con la felicidad y de su infelicidad culpan a cualquier que les exija responsabilidad de sus actos. Dicen tener el derecho a equivocarse y por ello viven equivocándose por todo y con todo.
Decretan sin tener derecho a hacerlo. Dicen: “Decreto que este día será maravilloso”, y al llegar la noche, a su decreto nadie le hizo caso; ni él o ella le hicieron el menor caso. Le hablan al Universo y éste se queda tan callado como aquella piedra con que ese y otros días se han tropezado porque ese Universo es innerme. Agradecen al Universo y niegan a su Creador porque ello los hace, supuéstamente, más razonales, inteligentes y libre-pensadores; pero hablan con los planetas, sus lunas y las estrellas… curiosa forma de perder el tiempo y la razón.
La felicidad es una elección comprometida, a partir del discernimiento, que no está sujeta a tabúes ni a prohibiciones irracionales; la felicidad es, al mismo tiempo, una forma de recorrer el camino de la vida.
Recién, en Estados Unidos, se reconsideraron los criterios sobre los que se basaba el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y las protestas de las personas, con mentes liberales, volvieron a indignarse acusando a los ministros de la Corte Suprema de retroceso; sin embargo, ninguno de las y los indignados profundizó sobre las bases ideológicas de la libertad de pensamineto, conciencia y acción, fundamento del derecho a decidir sobre el propio cuerpo o sobre cualquier otro bien personal.
Dicidir sobre nuestro cuerpo no es un derecho absoluto sino, como todo derecho, está acotado a sus consecuencias sobre nuestra vida y, si las hubiera, sobre la vida de otro u otros. Por dar un ejemplo indirecto: Tengo “el derecho” de beber hasta embriagarme pero no de manejar borracho porque mi vida y la de otros se ponen en pelirgo.
Así, una mujer sí tiene derecho a decidir con quién tiene sexo si le gana el deseo o la pasión, sin más nada que su placer; pero debe tener conciencia de que una posible consecuencia de esa aventura es la de quedar embarazada o, en el peor de los extremos, de enfermarse y enfermar a otros si no toma medidas de protección.
Hoy, nadie lo ignora: el tener sexo puede se causa de un embarazo o una enfermedad mortal. Asumir que el placer no tiene limitantes me parece atrevido; demasiado atrevido. Hoy, al no saber si el camino elegido es el correcto, la certeza de encontrar y dar sentido a la vida se diluye y nuestra inseguridad crece, nos aprisiona, perdiendo la felicidad y la tranquilidad de quien no sabe a dónde va.
Viktor Frankl, quien por su condición de judío fue capturado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y recluido en un campo de concentración, padre de la logoterapia, fue el primero que llamó la atención de los terapeutas hacia el sentido de la vida para mantener la voluntad de vivir. Expliquémonos: La meta es el punto de llegada; el camino es cómo llegar; el rumbo es la dirección, y el sentido es la razón de mi elección. Pregunto si alguien de los indignados por la resolución de la Corte Suprema gringa ha hondado en estos principios básicos de vida.
No se trata de quedarme en el derecho a decidir sobre mi cuerpo sino de ejercer mi derecho a crecer como persona, sumando cualidades y viviendo experiencias que me lleven a niveles superiores como ser humano. El sentido de vida no es tanto como subirse al tren ligero y ganar un asiento para que mi viaje sea cómodo; el sentido de la vida es lograr que este día sea de excepción. Ser un ser humano exige responsabilidad consciente de mi vida y su sentido.
Creo que, ante la posibilidad de una vida llena de placeres nos aterroriza la responsabilidad de nuestros actos y, sobre todo, nos provoca un pavor inmenso a la verdad. Hoy, se exige el derecho a una muerte asistida, involucrando a otro en ese miedo a vivir y a morir. Antes, quien decidía poner fin a su vida, se pegaban un tiro y punto; ahora se exije que otro nos asesine con mi consentimiento y el beneplácito de una sociedad permisiva, pero sea como fuere y se llame como se quiera, es un suicidio.
Empecemos por hablarnos con la verdad. El aborto es asesinato y la muerte asistida es suicidio y asesinato. En vez de quedarnos en esos niveles de engaño, cobardía y mentira, encontremos el sentido a nuestra vida. A eso vinimos y por ello estamos aquí, haya sido voluntad de Dios o del Universo, o solo un accidente aleatorio de unos padres que decidieron no abortarme.
