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OPINIÓN

De Minneapolis a Ixtlahuacán

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Comuna México, por Benjamín Mora //

Hoy lo recuerdo, era 1963 cuando Martin Luther King pronunció su gran discurso “Yo tengo un sueño”, del que tomo: “No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que el negro tenga garantizados sus derechos de ciudadano. Los remolinos de la revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que emerja el esplendoroso día de la justicia”.

Hoy, su voz se vuelve a elevar como advertencia que desoye Donald Trump cuando arenga a los gobernadores de los estados de la Unión Americana a reprimir, arrestar e enjuiciar a quienes protestan por la muerte y asesinato de George Floyd en manos de Derek Chauvin, un policía de Minneapolis, quien se arrodilló en su cuello, durante al menos siete minutos, mientras estaba esposado y acostado boca abajo en la carretera. En aquel entonces -1963- yo tenía poco más de nueve años y recuerdo que mi maestro nos leyó partes de aquel discurso al inició del día de escuela; era lunes y apenas daban las 9:00 de la mañana. Ese día comprendí el por qué mi corazón estaba inclinado hacia la izquierda permaneciendo al centro de mi pecho.

Cada 18 de enero, Estados Unidos de Norteamérica conmemora la vida y obra de Martin Luther King, aunque el racismo estructural pervive entre los waps (White, Anglo-Saxon and Protestant, acrónimo en inglés de blanco, anglosajón y protestante). Los waps no quieren sacudirse de su racismo ni evolucionar en términos de derechos civiles y humanos, pues aquel –el racismo- se alimenta de estratos mucho más profundos y complejos que no revierte un decreto de integración racial, e incluso del triunfo de Barack Obama como presidente de aquella nación.

La “Unión Americana”, como ideal, no existe para los judíos, católicos, negros, asiáticos, eslavos, amerindios, gitanos, italianos, turcos e hispanos, entre otros más. Las utopías esperanzadoras norteamericanas son para los waps, solo para ellos y para nadie más, que son minoría. Hoy, con Donald Trump, Estados Unidos ha dejado de imaginarse, dentro de su mitología, como la nación redentora capaz de perpetuar la virtud y generar medios de desarrollo más allá de los límites continentales, como lo dijera Henry Nash Smith en su Virgin Land: The American West as Symbol and Myth. Hoy, Trump es persistente a su renuncia al liderazgo de esa gran nación en casi todos los ámbitos de la economía y presencia global. El ideal norteamericano, puesto por sus padres fundadores en la perfectividad de la mujer y el hombre, se desmorona cuando conocemos atrocidades policiales como las que arrancaron la vida a George Floyd. Quienes conocen la historia norteamericana y revisan la creación de instituciones públicas tras su independencia (1776), podrán concluir que la razón humana no ha sido el faro de luz que les ha guiado siempre. El espíritu de igualdad, en Estados Unidos, resultado de la movilidad social y económica, es muy interesante y digno de replicarse en otras naciones; sin embargo, sus atavismos racistas, lo debilita. El estigma indeleble de la pobreza permanece en formas extrañas que a muchos niegan acceder al sueño norteamericano.

Para dimensionar los atavismos norteamericanos debemos adentrarnos en las razones de Abraham Lincoln cuando dijo: “Mi objetivo primordial en esta guerra –la de secesión del sur gringo- es salvar la Unión, no decidir si hay que liberar o no a los esclavos (…). Lo que hago con los esclavos, con la raza de color, lo hago porque creo que ayuda a salvar la Unión”. ¿Así o más claro? Los esclavos jamás fueron importantes como personas sino como moneda de cambio en beneficio del norte que necesitaba mano de obra barata. Por eso y no por otras motivaciones más complicadas y profundas es que el racismo no acaba ni acabará en aquella nación.

De Estado Unidos hemos aprendido lo más abyecto del poder: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Por ello, nuestros gobernantes y legisladores, al salir triunfantes en una elección dicen que el pueblo eligió con sabiduría y sensatez; sin embargo, al tercer día se olvidan del pueblo y gobiernan a sus espaldas. James Madison, quien dio su apellido a la capital de Wisconsin, calificó a la democracia como “la forma más vil de gobierno”. Por su parte, Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro de EEUU, nos explica el trasfondo de su Colegio Electoral: dejar la voluntad popular muy controlada, para evitar “la impudicia de la democracia” o, para el caso de George Floyd, la impudicia de la pretendida igualdad entre waps y el resto de los norteamericanos. 

EN IXTLAHUACÁN

Hay un dicho popular mexicano que me viene a la mente: “No es lo mismo bacín que jarro, aunque los dos sean de barro”; lo grave es cuando alguien nos ve como bacín y él se siente jarro, y decide excluirnos. En Ixtlahuacán de los Membrillos es obligatorio el uso de cubrebocas en la calle y negocios, y quien no lo cumpla, por orden del alcalde, es merecedor de una sanción económica o arresto, pero no a ser privado de la vida, como sucedió con Giovanni López, en manos de policías municipales. El gobernador Enrique Alfaro ha negado que el arresto de Giovanni haya sido por no llevar el cubrebocas, aunque testigos de los hechos así lo afirman.

El proceso judicial para deslindar responsabilidades tendrá un final que a nadie satisfacerá pues desde un inicio la autoridad estatal y municipal fueron inhumanos: Nadie de ellos lamentó que Giovanni no volverá a estar con su familia; que su ausencia les dolerá por días, semanas y años; que jamás nunca más volverá a comer con quienes lo hizo en ese 4 de mayo en que fue arrestado por una falta muy menor; que 10 policías tomaron la vida de un joven albañil de 30 años, creyéndose con ese derecho.

No hablamos sólo de un joven marginado que murió abusiva e injustamente, sino de un joven que, por ser marginado, se le arrestó y asesinó. Hablamos de un hecho que jamás habría sucedido en las colonias bien, de gente bien, de gente con apellidos que pesan y se respetan, de las colonias en que vive la familia de los gobernantes.

Hoy, Enrique Alfaro y Eduardo Cervantes, alcalde de Ixtlahuacán de los Membrillos, buscan que el caso no se politice, aunque al pretenderlo lo politizan pues lo único que les preocupa es salir lo mejor librados ante este asesinato y no hablan de Giovanni como de alguien que hoy debía seguir vivo, por ser su derecho más preciado. ¿Así o más perverso?

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