OPINIÓN
Del fuchi y guácala a una política de altura
Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
Sin pretender dictar una lección de moral cristiana ni acercarme, con ello, al Presidente Andrés Manuel López Obrador cuando asume el papel de pastor evangélico dentro de un Estado laico, hoy recuerdo la parábola de los talentos con que Jesús nos invita a reflexionar sobre la obligación de fructificarlos, es decir, ponerlos en acción.
Cuando la Constitución General de la República dota al Presidente de la República de una serie de facultades y obligaciones, únicas y exclusivas, lo hace para que las cumpla en favor de la nación y el pueblo mexicanos, y no para que barajé cuál sí y cuál no es de su agrado asumir. Así, por ejemplo, ningún Presidente puede suponer que sus promesas de campaña están por encima de lo que la Ley Suprema le confiere y manda. Si López Obrador prometió prodigar abrazos a los delincuentes o supuso que su solo triunfo les motivaría a cambiar para bien de sus almas y la paz de México, nada de ello podrá suplir su obligación dar seguridad pública en todo el territorio nacional a todo aquel que en él se encuentre.
En un Estado de Derecho no hay medias tintas. Ninguna ley habla de hacer su mayor esfuerzo ni aceptan ceder parte del territorio; aquí no se vale eso de que nadie está obligado a lo imposible. El cumplimiento de la ley es de suma cero, pues se va por el todo y con todo. Hoy, AMLO es omiso por decisión propia y eso no se vale. La Constitución Política se asemeja al hombre de la parábola que entregó talentos y exigió resultados. La impunidad, la indolencia y la impotencia desde el gobierno de la Cuarta Transformación, ha provocado una reacción contundente de millones de mexicanos y del gobierno norteamericano desde la Casa Blanca en voz de su inquilino. A los primeros se les ha señalado de enemigos; al segundo, de aliado.
Si para nadie es opción no cumplir la ley, para el Presidente de la República lo es menos pues debe CUMPLIR Y HACER CUMPLIR LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS Y LAS LEYES QUE DE ELLA EMANAN, es decir, está obligado a que todo su gabinete lo haga y todos los demás lo cumplamos. Ordenar lo contrario, como cuando ha mandado al Ejército, la Marina Armada y la Guardia Nacional no actuar en contra de los delincuentes en flagrancia, debería, en el extremo legal, hacerlo sujeto de juicio político por omisión grave, muy grave. No lo deseo, pero lo señalo.
El Presidente López Obrador se ha mostrado preocupado ante la posible declaratoria del presidente Donald Trump de declarar como terroristas a ciertos delincuentes mexicanos por hechos como los de Culiacán o Baviche en contra gente inocente y desarmada, sembrando terror. Debo reconocer que AMLO supo manejar sus argumentos y pudo detener cualquier intento intervención norteamericana sobre nuestro territorio, aunque no conocemos los alcances que deberá tener esa nueva estrategia de seguridad que Trump nos ha impuesto.
Creo que el problema del Presidente López Obrador está su temor al sentido profundo de las palabras: El fuchi y el guácala presidenciales llevan consigo un mensaje de exclusión comunitaria que no se atreve a asumir.
El Presidente invita a las mamás y abuelas de los criminales a llamar la atención a sus hijos y nietos cuando se ponen traviesos. AMLO parece no entender que esos regaños debieron hacerse cuando aquellos eran niños como sugieren diversos estudios de la psicología del crimen.
Ahora, ya jóvenes, le toca al Estado mexicano educar y, en el extremo, dar las “nalgadas” que las mamás y abuelas no dieron a tiempo. López Obrador debe mirar más allá de sus características inmediateces y entender que la inseguridad creciente nos impide sentirnos libres de movernos por nuestras ciudades, borrando el propósito de la democracia, y contagiando el valor del desarrollo y el crecimiento económico.
La estrategia de prevención delincuencial que ha sugerido el gobierno de López Obrador carece de fundamento teórico-práctico. Según la teoría del aprendizaje social, el papel de la imitación y de las expectativas de la conducta criminal es fundamental, así como lo que suceda en las etapas iniciales de la vida en la adquisición de formas de comportamiento y su futura ejecución, mantenimiento, arraigo y profundización.
En la simplicidad del programa de becas a los ninis está el germen de su fracaso. Al programa del Presidente le falta el desarrollo de habilidades, cogniciones y emociones para la vida y, sobre todo, entender que el dinero no compra honestidad ni motiva al logro personal positivo. Asumir que la pobreza es la causa de la delincuencia es caer en un silogismo que asegura que todos los pobres serán criminales y que todas las zonas más pobres y con rezago del país serán las más violentas, y nada hay más perverso que suponerlo.
Sin duda, uno de los crímenes que más ofenden es el de la agresión por motivos de género. Hasta hoy, no he encontrado respuesta oficial y social más allá de marchas desbordadas y el aumento de penas desde los congresos estatales a quien agrede o asesina en tales contextos, pero nada que trate las distorsiones cognitivas o procure el desarrolle una empatía social amplia con las víctimas, que mejore la capacidad de relación mujer-hombre, ni que disminuya actitudes y preferencias sexuales agresivas, entre otras. Estamos ante una estrategia de venta de noticias, pero no de cambios sociales profundos. Así, más mujeres serán vejadas, agredidas, violadas, secuestradas y asesinadas, pero el mal seguirá presente, creciendo y solapándose.
Así, el panorama prospectivo de seguridad/inseguridad con López Obrador a cinco años, me hace decir ¡Ay nanita, ya nos cargó Trump! Y aunque diera resultados, eso no gusta a mi ego nacionalista y alienta a mi orgullo patrio.
Lo dicho no se queda en el ámbito federal pues en Jalisco, en medio de las competencias y las muchas incompetencias de Enrique Alfaro y los presidentes municipales, debemos reconocernos vulnerados.
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