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MUNDO

El ascenso de China al poder mundial: La Trampa de Tucídides, la transición del poder

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Economía Global, por Alberto Gómez-R. //

La llamada “política monetaria” es la disciplina de la política económica que controla los factores monetarios para garantizar la estabilidad de precios y el crecimiento económico.

Aglutina todas las acciones que disponen las autoridades monetarias (los bancos centrales) para ajustar el mercado de dinero. Mediante la política monetaria los bancos centrales dirigen la economía para alcanzar unos objetivos macroeconómicos concretos. Para ello utilizan una serie de factores, como la masa monetaria o el coste del dinero (tipos de interés). Los bancos centrales utilizan la cantidad de dinero como variable para regular la economía.

Mediante el uso de la política monetaria, los países tratan de tener influencia en sus economías controlando la oferta de dinero y así cumplir con sus objetivos macroeconómicos, manteniendo la inflación, el desempleo y el crecimiento económico en valores estables. Sus principales objetivos son:

  • Controlar la inflación
  • Reducir el desempleo
  • Conseguir crecimiento económico
  • Mejorar el saldo de la balanza de pagos

Algunas de estas acciones llevadas a cabo por los economistas de la corriente del neoliberalismo económico se basan en dar mayor énfasis al libre mercado, arguyendo que tanto los ciclos económicos como el comportamiento de los factores macroeconómicos que los integran, tienden a auto-regularse y llegar a un punto de homeostasis.

Sin embargo, la realidad es que las políticas económicas neoliberales sólo han hecho más marcada la diferencia de las clases socio-económicas. Los críticos del neoliberalismo afirman que poner al mercado en el centro de prioridades, desregular la economía y desmantelar el Estado de bienestar contribuyó al aumento de la brecha entre los más ricos y pobres en varios países.

La desigualdad social, agregan, trajo crecientes problemas para la democracia y los individuos.

Las más influyentes corrientes del pensamiento económico en Occidente fueron los de la famosa Escuela de Chicago desde los años setenta, y que se arraigaron primero en Estados Unidos y el Reino Unido en los ochentas, para de ahí exportarse al resto de los países en los que la dupla anglosajona tenía fuerte influencia por distintos intereses, desde los geopolíticos hasta los de recursos estratégicos –como el petróleo, minerales, el agua, y ahora el litio- logrando con ello, sembrar ideas de bienestar futuro a través de las nuevas generaciones gobernantes, muchos de ellos formados en escuelas de la Ivy League de Estados Unidos, que serían punta de lanza para implantar estas políticas económicas dictadas desde el exterior.

La Escuela de Chicago aboga por la propiedad privada, la desregulación económica, el libre comercio, la globalización, la austeridad y recortes en los gastos por parte del Estado sobre todo en rubros destinados al beneficio social. Precisamente, el uso del término «neoliberal» logró gran difusión en los años ochenta del siglo XX, principalmente gracias a la nueva aplicación de dichas políticas económicas en la década de los años setenta y ochenta, siendo Reagan y Thatcher dos importantes defensores (junto con los presidentes estadounidenses Nixon y Ford).

El hecho de que dos importantes economías como la estadounidense y la británica adoptasen tales preceptos hizo que otras economías menos potentes siguiesen su misma línea de acción, además de influir decisivamente el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. (ethic.es)

La financiarización de la economía lograda por el neoliberalismo, se alejó de la economía real, lo que trajo como consecuencia una serie de entramados internacionales que mostraron su verdadero rostro en 2007, y provocaron la más grave crisis financiera mundial en 2008, transfiriendo con ello gran parte de la riqueza de las clases medias a las élites económicas dominantes.

Las economías emergentes que venían pujando fuerte desde abajo, alineadas a políticas económicas fuera del neoliberalismo, pudieron dar un gran salto hacia adelante al no tener sus economías dolarizadas, y con la visión de sus líderes políticos que daban vuelta en dirección contraria al neoliberalismo anglosajón, cuya globalización económico-financiera comenzó a caer a finales de la década de los 2000.

El ascenso de dos de estas potencias emergentes se destacó sobre las demás: China y Rusia, seguidas muy de cerca por la India.

La conformación del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, y al que luego se sumó Sudáfrica) buscaron hacer un contrapeso económico y político a la hegemonía anglosajona, para comenzar el multilateralismo, en que ahora el mundo se encuentra y no habrá nada que lo detenga, aunque el hegemón –en este caso los Estados Unidos- haga hasta lo imposible para conservar su poder de dominación, como se observó en el caso particular de Brasil, que apoyaron desde el exterior el derrocamiento de los gobiernos de izquierda (primero el de Lula Da Silva, y luego al de Dilma Roussef) –quienes al frente de la presidencia, sucesivamente, levantaron al país económicamente colocándolo como potencia emergente- instigando la desestabilidad a través de las instituciones que sirven a ese objetivo y que tienen presencia en todos los continentes, como la USAID, y muchos otros organismos que disfrazan sus intenciones con banderas pro democráticas, liberales, LGTB, y de derechos humanos, con financiamientos de orígenes poco claros.

La “Trampa de Tucídides” se refiere precisamente a la elevada posibilidad de conflictividad que se desarrolla entre dos potencias desde del ascenso de una, a partir del cual se produce un incremento de la tensión con otra potencia ya establecida -un hegemón-. El nombre del término en cuestión emana de una célebre frase del historiador ateniense del siglo V a.C: “fue el ascenso de Atenas y el temor que esto infundió en Esparta lo que hizo inevitable la guerra”.

Algo similar había visto Henry Kissinger, y prácticamente, al mismo tiempo. En el año 2011, por medio de su conocido libro “China”, el ex secretario de Estado de Estados Unidos, llamaba a evitar repetir la escalada de conflictividad que llevó a Reino Unido y a Alemania a generar la primera guerra mundial -o la gran guerra como la conocieron sus contemporáneos-.

Luego de diez años, pareciera que el llamado de atención de Kissinger ha surtido poco efecto. Esto no es sorpresivo. Desde hace años, las relaciones entre EE.UU. y la República Popular de China (RPCh) han tenido, a pesar de oscilaciones de distención y vínculos cordiales entre ambos Estados, un claro incremento en su componente conflictivo. Desde las tensiones del mar del sur de China -o mar meridional-, hasta las cruces por Taiwán. La política estadounidense, lejos de seguir una estrategia de desescalada, pareciera apegarse a la lógica de, por un lado, muestra de músculo y, por el otro, la construcción de redes con países aliados de Washington en el Pacífico, con la finalidad de cercar, en términos geopolíticos, a Beijing. (www.iri.edu.ar)

A diferencia del pasado, la todavía hegemónica potencia Estados Unidos enfrenta ahora el ascenso de dos grandes rivales: Rusia y China.

El llevar la guerra contra Rusia, tercerizada en territorio ucraniano, así como las provocaciones a China sobre el territorio de Taiwán y el Mar del Sur de China, no hacen otra cosa más que confirmar la trampa de Tucídides del siglo XXI, en la transición de lo que ahora es un mundo multipolar y en el que, tarde o temprano, surgirá la nueva o nuevas potencias dominantes de una nueva era; sólo es cuestión de tiempo.

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