MUNDO
El discurso de la canciller alemana Angela Merkel

Opinión, por Jesús Armando Liogon Beltrán //
Ante la “pandemia” derivada del terrible coronavirus COVID-19 y ante las circunstancias, que generan mayor expectativa en México, bien es necesario atender el discurso histórico de la canciller alemana Angela Merkel por esta enfermedad, pronunciado el pasado jueves 20 de marzo.
La líder política de Alemania -una mujer de centro derecha-, pronunció un discurso televisado ante su país que produjo un profundo impacto por su mensaje y compromiso humanitario frente a la pandemia. Un gesto inhabitual para la cultura política de su país, que desde la experiencia del nazismo desprecia a los líderes que abusen de los medios de comunicación. Este fue el discurso de Merkel:
«Queridas conciudadanas y queridos conciudadanos:
El coronavirus está modificando actualmente en forma dramática la vida en nuestro país. Nuestra idea de la normalidad, de la vida pública, de la convivencia social, está siendo puesta a prueba como nunca antes.
Millones de ustedes no pueden ir al trabajo, sus hijos no pueden ir a la escuela o al jardín infantil; los teatros, cines y negocios están cerrados y, lo que quizás sea lo más difícil: a todos nos faltan los encuentros, que en otros tiempos son obvios. Naturalmente, en semejante situación, todos estamos llenos de interrogantes y preocupaciones acerca de lo que vendrá.
Me dirijo hoy a ustedes por esta vía inusual, porque quiero decirles lo que me guía como canciller, y a todos mis colegas del gobierno, en esta situación. Corresponde a una democracia abierta que transparentemos y expliquemos las decisiones políticas. Que fundamentemos lo mejor posible nuestro proceder y lo comuniquemos, para que resulte comprensible.
Creo firmemente que saldremos airosos de esta prueba, si realmente todos los ciudadanos y ciudadanas la comprenden como su propia tarea.
Por eso, permítanme decirles: la situación es seria. Tómenla también en serio. Desde la reunificación de Alemania, no, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había planteado a nuestro país ningún otro desafío en el que todo dependiera tanto de nuestra actuación solidaria mancomunada.
Quisiera explicarles dónde estamos actualmente en cuanto a la epidemia y qué está haciendo el gobierno federal y la esfera estatal para proteger a todos los miembros de nuestra comunidad y limitar los perjuicios económicos, sociales y culturales. Pero también quiero comunicarles por qué se requiere de ustedes, y lo que todos y cada uno pueden aportar.
En cuanto a la epidemia -y todo lo que les digo al respecto proviene de las consultas permanentes del gobierno federal con expertos del Instituto Robert Koch y otros científicos y virólogos- se está investigando a toda máquina a nivel mundial, pero todavía no existe una terapia contra el coronavirus ni una vacuna.
Mientras eso no cambie, solo hay un objetivo, que es la línea central de todo lo que hacemos: desacelerar la propagación del virus, extenderla por meses para así ganar tiempo. Tiempo para que los investigadores puedan desarrollar un medicamento y una vacuna. Pero, sobre todo, tiempo para que quienes enfermen puedan recibir la mejor atención posible.
Alemania tiene un excelente sistema de salud, tal vez uno de los mejores del mundo. Pero también nuestros hospitales se verían superados si en poco tiempo ingresaran demasiados pacientes con una evolución grave del coronavirus.
No son cifras abstractas en una estadística, sino un padre o un abuelo, una pareja. Son personas. Y nosotros somos una comunidad en la que cada vida y cada persona cuentan.
En esta situación, quisiera dirigirme en primer lugar a aquellos que, como médicos, cuidadores, o en otra función, trabajan en nuestros hospitales y, en general, en nuestro sistema de salud. En esta lucha, ellos están en la primera línea. Son los primeros que ven a los enfermos y ven cuán grave es en algunos casos la evolución de la infección. Y cada día acuden nuevamente a su trabajo y están al servicio de la gente. Hacen una labor gigantesca y les agradezco de todo corazón.
En suma, se trata de volver más lento el recorrido del virus por Alemania. Para ello -y es algo existencial- tenemos que apuntar a una cosa: reducir la actividad pública lo más posible.
Naturalmente con sensatez y de manera proporcionada, porque el Estado seguirá V3 funcionando, el abastecimiento seguirá estando por supuesto garantizado, y queremos mantener tanta actividad económica como sea posible. “
Pero debemos reducir ahora todo aquello que pudiera poner el peligro a la gente, lo que pudiera causar daño a los individuos o a la comunidad. “
Debemos limitar por todos los medios posibles el riesgo de que uno contagie a otro.
Yo sé cuán dramáticas son ya las restricciones: no más eventos, ni ferias, ni conciertos, y por lo pronto tampoco más escuela, ni universidad, ni jardín infantil, ni juegos en los parques. Yo sé cuán duramente golpean nuestra vida y nuestra idea de la democracia los cierres acordados entre el gobierno federal y los regionales. Son restricciones que jamás hubo en la República Federal de Alemania.
Permítanme asegurarles: para alguien como yo, para quien viajar y desplazarse fueron derechos por los que hubo que luchar mucho, tales restricciones solo pueden justificarse por una absoluta necesidad. En una democracia, jamás deberían dictarse a la ligera y solo pueden ser aplicadas temporalmente. Pero en este momento son imprescindibles para salvar vidas.
Por esa razón, desde comienzos de la semana hay reforzados controles y limitaciones de ingreso en las fronteras con algunos de nuestros principales países vecinos.
Para la economía, las grandes empresas al igual que las pequeñas, para los negocios, restaurantes, los trabajadores independientes, la situación ya es muy dura. Las semanas próximas serán más difíciles. Les aseguro: el gobierno hace todo lo posible para mitigar las repercusiones económicas. Y sobre todo para resguardar puestos de trabajo.
Podemos utilizar y utilizaremos todos los medios necesarios para ayudar a nuestras empresas y trabajadores a pasar esta dura prueba.
Todos pueden confiar en que el abastecimiento de víveres está garantizado en todo momento; y si los escaparates se vacían un día, se vuelven a llenar. A todos los que van al supermercado quiero decirles: tener reservas es sensato, y siempre lo ha sido. Pero con mesura. Acaparar, como si nunca fuera a haber algo nuevamente, no tiene sentido y por último no es solidario. “
Permítanme expresar aquí también agradecimiento a personas a las que se agradece con demasiada poca frecuencia. Quien por estos días está en la caja de un supermercado o V4 rellena los estantes, hace uno de los trabajos más duros que hay por el momento. Gracias por estar ahí para sus conciudadanos y por mantener funcionando la tienda, literalmente. “
Y ahora paso a lo que, para mí, es hoy lo más urgente. Todas las medidas estatales no darán resultado si no utilizamos la herramienta más eficaz contra la propagación demasiado rápida del virus: se trata de nosotros mismos. Tal como cualquiera puede ser afectado por el virus, todos y cada uno de nosotros debe ayudar. En primerísimo lugar, tomando en serio lo que ocurre. No hay que caer en el pánico, pero tampoco hay que pensar ni por un instante que no depende de usted. Nadie es prescindible. Todos cuentan, se requiere el esfuerzo de todos nosotros.
Eso es lo que nos muestra una epidemia: cuán vulnerables somos todos, cuánto dependemos del comportamiento considerado de otros, pero también cómo podemos protegernos y apoyarnos unos a otros, actuando mancomunadamente.
Ahora depende de cada uno. No estamos condenados a mirar pasivamente el avance del virus. Tenemos un recurso para hacerle frente: por consideración, debemos mantener distancia entre nosotros. El consejo de los virólogos es claro: no más apretones de manos, lavarse las manos frecuente y minuciosamente, mantener una distancia de al menos un metro y medio de otros, y en lo posible no tener contacto con los más viejos, porque corren especial peligro.
Yo sé cuán difícil es lo que se nos pide. Especialmente en períodos de emergencia quisiéramos estar cerca unos de otros. Conocemos la cercanía física, tocarnos, como expresión de cariño. Pero, por desgracia, en este momento es lo contrario. Y verdaderamente todos debemos entenderlo. En este momento, solo mantener distancia es expresión de que nos importa esa persona.
La visita bien intencionada, el viaje que no era necesario, todo eso puede significar contagio y realmente ya no debería tener lugar. Hay un motivo por el que los expertos dicen: abuelos y nietos no deberían juntarse ahora.
Quien evita encuentros innecesarios, ayuda a todos quienes deben ocuparse a diario de cada vez más casos en los hospitales. Así salvamos vidas. Será difícil para muchos y también esto será crucial: no dejar solo a nadie, preocuparse de aquellos que necesitan apoyo y confianza. Como familias y como sociedad, encontraremos otras formas de acompañarnos.
Ya ahora hay muchas formas creativas para burlar al virus y sus consecuencias sociales. Ya hay nietos que abonan a sus abuelos a un podcast para que no estén solos.
Todos tenemos que encontrar maneras de mostrar cariño y amistad: hablar por Skype, telefonear, enviar correos electrónicos o quizás volver a escribir alguna carta. El correo se distribuye. Se escuchan ejemplos maravillosos de ayuda de vecinos a mayores que o pueden ir de compras. Estoy segura de que se puede hacer aún mucho más y como comunidad demostraremos que no nos dejamos solos unos a otros.
Apelo a ustedes: aténganse a las reglas que regirán el próximo tiempo. Como gobierno, revisaremos continuamente qué se puede volver a corregir, pero también, que más podría ser aún necesario.
Esta es una situación dinámica y seguiremos siendo capaces de aprender, para reconsiderar en cualquier momento las cosas y poder reaccionar con otros instrumentos. También lo explicaremos en su momento.
Por eso les pido: no crean en rumores, sino solo en los comunicados oficiales, que siempre traducimos también a varios idiomas.
Somos una democracia. No vivimos de imposiciones, sino de conocimientos compartidos y participación. Esta es una tarea histórica y solo podemos superarla unidos.
Estoy absolutamente segura de que superaremos esta crisis. ¿Pero cuán alto será el número de víctimas? ¿Cuántas personas queridas perderemos? En gran medida está en nuestras propias manos. Ahora podemos reaccionar, todos junto, en forma decidida. Podemos aceptar las restricciones actuales y apoyarnos mutuamente”.
Consecuentemente, ni más… ni menos… solo lo justo!… La OMS ha declarado pandemia por el coronavirus; Según la Organización Mundial de la Salud, “pandemia” es la propagación mundial de una nueva enfermedad. Es decir, si un mal se propaga no solo a nivel regional sino también entre países y continentes, los expertos se refieren entonces a una nueva enfermedad que alerta y pone en riesgo la salud de toda la humanidad.
Por éste motivo el Estado Mexicano en sus tres órdenes de gobierno, debe atender con apremio las medidas preventivas, curativas del Corona Virus: Covid-19 que recomiendan y ordenan la Organización Mundial de la Salud, así como Consejo de Salubridad General a fin de dar continuidad a las acciones de coordinación emitidas frente a la pandemia del Coronavirus, para continuar la preparación en caso de que se nos precipite la epidemia.
El consejo, como órgano colegiado es el encargado de tomar las medidas y disposiciones generales para prevenir, mitigar y contener la pandemia del Coronavirus. Dichas medidas deberán ser acatadas de manera obligatoria en todo el país. Además, tiene atribuciones para aprobar y publicar, en el Diario Oficial de la Federación, la declaratoria “en los casos de enfermedades graves que sean causa de emergencia o atenten contra la seguridad nacional”, como es el caso del Covid 19.
El Consejo de Salubridad es de suma importancia en la coordinación entre el gobierno federal y las 32 entidades federativas así, consolide la Planeación y organización en las políticas de prevención y acciones unilaterales.
La “Pandemia” Covid-19 marca en la humanidad una Era: antes y un después!… Donde los mexicanos habremos de unirnos con un profundo amor a nuestra querida Patria, como elemento vital es la fortaleza de la familia y consolidación de la sociedad civil organizada, por el verdadero México Solidario que soñamos fuera de violencia, corrupción e impunidad!… Bienvenida la filosofía democrática para gobernar y plasmado en el discurso de ayer jueves por la Canciller alemana Ángela Merker, que bien puede servir de marco reflexivo que oriente a un mejor rumbo las políticas de salud en nuestro país para hacer frente a ésta terrible “ Pandemia” Corona Virus: Covid-19.
CARTÓN POLÍTICO
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LAS CINCO PRINCIPALES:
MUNDO
Tolerancia en tiempos de algoritmos

– Opinión, por Miguel Anaya
¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.
En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.
¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.
El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.
He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).
La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.
Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.
La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.
El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.
Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.
Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.
En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.
El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.
Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.
Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.
MUNDO
De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.
México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.
Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.
El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.
La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.
No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.
Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.
No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.
Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.
Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.
No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.
El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.
Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.
Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.
Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.
Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.
México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.
No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.
Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.