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MUNDO

El fenómeno Bukele: Sacrificio de la democracia

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-A título personal, por Armando Morquecho Camacho

Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, ha irrumpido en la escena política como un fenómeno difícil de ignorar, un líder que despierta tanto admiración como preguntas inquietantes. Recordemos, por un momento, el ascenso de Augusto Pinochet en Chile tras el golpe de 1973: un hombre que prometió orden en medio del caos y que, con amplio respaldo inicial, consolidó un régimen que marcó la historia de su país. La analogía no es precisa, pero el paralelismo invita a la reflexión.

Bukele, con su estilo moderno y su discurso de mano dura, ha ‘’transformado’’ El Salvador que durante décadas fue sinónimo de violencia descontrolada. Las pandillas, que alguna vez dictaban el ritmo de la vida diaria, han sido contenidas. Las calles, antes escenarios de miedo, ahora ofrecen una calma que muchos consideran un logro extraordinario.

Sin embargo, este aparente milagro tiene un costo que no todos están dispuestos a analizar con detenimiento. ¿Cómo equilibrar la admiración por los resultados con las preguntas éticas que surgen de los métodos empleados? ¿Es posible celebrar la seguridad sin pasar por alto las grietas que se abren en el tejido democrático?

El caso de El Salvador es un rompecabezas que combina logros tangibles con dilemas profundos. Bukele ha conseguido lo que parecía imposible: reducir drásticamente los índices de violencia en un país que, hasta hace poco, figuraba entre los más peligrosos del mundo. Su estrategia, sin embargo, no sigue un manual de gobernanza democrática.

Detenciones masivas, suspensiones de derechos constitucionales y un control significativo sobre las instituciones del Estado han sido los pilares de su proyecto. Las cárceles, abarrotadas con decenas de miles de presuntos pandilleros, son el emblema de su cruzada.

Pero no solo eso, lo que también ha sido un emblema han sido las reformas constitucionales, especialmente la más reciente que le garantiza una presidencia prácticamente indefinida, lo cual plantea una pregunta central: ¿puede la seguridad, por anhelada que sea, justificar la erosión de los principios democráticos? La respuesta no es simple, especialmente cuando el apoyo popular a Bukele es abrumador ya que, para muchos salvadoreños, agotados por años de violencia, Bukele no es un autócrata, sino un salvador.

No obstante, este fenómeno genera un debate que trasciende fronteras. Quienes defienden a Bukele, especialmente desde sectores que valoran la estabilidad y el orden, destacan los resultados: calles seguras, familias que ya no viven bajo la amenaza constante de las pandillas, negocios que florecen sin la presión de la extorsión.

Pero esta defensa, aunque comprensible, a veces pasa por alto un análisis más profundo de los costos. La concentración de poder en un solo líder, la subordinación del Poder Legislativo y Judicial, y las restricciones a la prensa no son detalles menores. Llamar a esto “estabilidad” puede ser engañoso; en otro contexto, podría calificarse como un retroceso democrático. La pregunta no es solo si Bukele ha traído paz, sino si esa paz es sostenible cuando depende de un sistema que debilita las instituciones en favor de una figura central.

Por ello, el dilema político se intensifica al considerar si la eficacia de un gobierno es suficiente para perpetuarlo. Bukele no es el primero en enfrentar esta encrucijada. En los años noventa, Alberto Fujimori en Perú combatió con éxito el terrorismo de Sendero Luminoso y estabilizó una economía en crisis, pero lo hizo a costa de disolver el Congreso y controlar las instituciones, medidas que fueron celebradas por muchos hasta que los costos de su autoritarismo se volvieron insostenibles.

En El Salvador, el panorama no es idéntico, pero las señales de alerta son claras: un Poder Legislativo alineado con el Ejecutivo, un Poder Judicial desvanecido, una prensa que enfrenta crecientes presiones. Estos elementos no son meros efectos secundarios; son decisiones deliberadas que reconfiguran el sistema político. Celebrar los logros sin cuestionar los métodos implica aceptar que el fin puede justificar los medios, una premisa que merece un escrutinio cuidadoso.

Quienes apoyan a Bukele, desde diferentes perspectivas políticas, suelen argumentar que la seguridad es un bien supremo, un prerrequisito para cualquier sociedad funcional. Y no les falta razón: en un país donde la violencia era una constante, la posibilidad de caminar sin temor es un cambio transformador. No obstante, la admiración por estos resultados no debería nublar la reflexión sobre sus implicaciones.

La democracia no se reduce a elecciones periódicas; es un sistema de equilibrios que garantiza la pluralidad y protege las libertades, incluso en tiempos de crisis. Cuando un líder se vuelve indispensable, las instituciones se debilitan, y lo que hoy parece una solución puede convertirse mañana en un problema mayor. La historia está llena de ejemplos de líderes que, en nombre del orden, construyeron sistemas que terminaron asfixiando a quienes pretendían proteger.

El caso de El Salvador nos invita a mirar más allá de los titulares y las cifras. Nos desafía a preguntarnos qué significa realmente la democracia y si estamos dispuestos a sacrificarla por resultados inmediatos. Bukele ha demostrado que es posible pacificar un país asolado por la violencia, pero también ha mostrado que el camino hacia la seguridad puede ser un sendero resbaladizo.

Quienes lo defienden, desde cualquier espectro político, harían bien en preguntarse si el precio pagado—una Constitución reformada a conveniencia, instituciones subordinadas, libertades restringidas y una presidencia vitalicia—es sostenible a largo plazo. La coherencia exige cuestionar no solo los métodos de los adversarios, sino también los de aquellos cuyos resultados celebramos.

Porque, al final, la democracia no se mide solo por la ausencia de violencia, sino por la presencia de un sistema que garantice la libertad, incluso cuando el héroe del momento ya no esté en el escenario.

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ENTREVISTAS

Firmeza, resistencia y dignidad, los valores de México ante Trump: Martín Romero

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-Por Mario Ávila

La dignidad, el respeto y hacer valer la soberanía de nuestro país, ha sido la clave para que México resista a la embestida que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha emprendido en este su segundo periodo al frente del gobierno norteamericano, en contra del mundo entero.

Así es, desde la óptica del Doctor Martín Romero Morett, director de la División de Economía y Sociedad del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la UdeG, quien advierte que a diferencia del primer período como gobernante, Hoy Donald Trump llega con mayor experiencia y con un fuerte cobijo por parte del Partido Republicano.

De ahí que haya echado mano a discreción de las llamadas “Órdenes Ejecutivas”, que son un símil de los decretos que aplican en nuestro país y que se emiten desde el Poder Ejecutivo, “pero su idea no ha cambiado, desde su primer mandato traía las ideas de los aranceles y las sanciones; de hecho, la política del presidente Joe Biden no cambió nada, ya que siguió con la política que había iniciado Donald Trump, es decir, la burocracia de Washington, sea republicana o demócrata, tiene la misma esencia, el mismo pensamiento”, expuso el académico de la Universidad de Guadalajara, en entrevista para los lectores del semanario Conciencia Pública.

Más bien -planteó-, en la primera época de Donald Trump, lo tuvieron muy acotado, porque los demócratas estaban muy comprometidos con Ucrania y no querían que Donald Trump se acercara demasiado a Rusia, a Putin; particularmente en la reunión que tuvo con Putin, lo tuvieron muy cercado para que no hiciera nada. Ahora empezó con más libertad y queriendo mejorar las cosas en Ucrania, pero finalmente ya está totalmente cooptado, ya está continuando con la guerra, ya está dándole armas a Ucrania, ya está amenazando a Rusia, es decir, la misma política de Biden, ahora con Trump, es válida otra vez.

Explicó Romero Morett, investigador experto en relaciones económicas internacionales, que la presidenta de México, Claudia Sheinbaum se ha impuesto con respeto, “no porque sea mujer, yo creo que igualmente al expresidente López Obrador, Donald Trump lo respetó mucho, porque ambos se han dado a respetar, han fijado una postura clara sobre el tema de la soberanía de México y a la vez han planteado su apertura al diálogo, acepando la vecindad con la nación más poderosa del mundo”.

Y abundó: “Es muy desgastante vivir al lado de la primera potencia mundial, no nada más es Trump, es todo, la gran diferencia es que en México hemos tenido hoy, gobiernos que son más defensores de la nacionalidad, de la mexicanidad, de la soberanía, no hemos tenido gobiernos que de plano se someten”.

Yo te voy a poner el caso de Calderón -dijo-, cuando estaban formulando la política exterior, a mí me invitó el que después fue embajador de México en Estados Unidos por parte de Calderón, porque iban a moldear la política exterior y yo en la mesa le dije, oiga es muy clara la Constitución Mexicana en cuál debe ser la política exterior de México y es la doctrina Estrada, ahí está escrita. Ellos argumentaron y terminaron haciendo lo que ellos decían, aceptando el “Rápido y Furioso”, la entrada de la DEA, de la CIA, la reorganización de los cárteles y hasta el Plan Mérida y por eso no tuvieron broncas con Estados Unidos, porque se sometieron, nunca defendieron su soberanía y es lo que quisiera hoy Donald Trump.

LA ESTRATEGIA ES PARA RESOLVER SUS PROBLEMAS

En un ligero análisis sobre las estrategias que desde el inicio de su segundo periodo al frente del gobierno, ha utilizado el presidente Donald Trump, el doctor Martín Romero Morett hizo saber que las presiones sobre México y sobre el mundo entero, están dadas solo para que Estados Unidos resuelva sus problemas.

Y estableció: “Criminalidad: Los causantes son los migrantes. Se resuelve echándolos; drogadicción, fentanilo, se resuelve presionando a México para que atore la introducción de fentanilo a USA; déficit comercial, se resuelve en el mediano y largo plazo imponiendo aranceles, si se genera la producción local, pero en el corto plazo genera inflación”.

Acerca de la desindustrialización de USA provocada en la era de la globalización, apuntó que se resuelve con aranceles a las importaciones, para que las empresas exportadoras instalen sus plantas en territorio estadounidense.

Para el caso de la deuda o el déficit fiscal, Romero Morett advierte que para ello USA tendría que aumentar impuestos, pero en lugar de eso ha disminuido el impuesto a los ricos y encarece los servicios para las clases medias y bajas. Pero además se resuelve con los aranceles que van a pagar los estadounidenses, cada vez que compren un bien o un servicio importado.

Y acerca del creciente pago del servicio de la deuda, expuso que se resuelve bajando las tasas de interés, pero en cambio, el sistema de la Reserva Federal no baja la tasa de interés si se mantiene en alto la inflación.

SOMETER AL MUNDO

El análisis del doctor Martín Romero siguió con el ejemplo del acuerdo Trump con la Unión Europea, mediante el que las exportaciones europeas a USA pagarán un arancel generalizado del 15%, ello con el ánimo de disminuir el déficit comercial de USA con la Unión Europea, pero las exportaciones europeas de acero a USA, pagarán arancel de 50%.

En cambio, las exportaciones de USA a Europa entrarán sin arancel, particularmente porque Europa comprará a USA 750 mil millones de dólares en energía, mientras que Europa invertirá en USA, 600 mil millones de dólares. Particularmente Europa comprará a USA armamento militar por cantidad no especificada.

En el caso de México, el doctor Martín Romero, recordó que Donald Trump presiona a México con amenaza de aranceles puntuales sobre acero y aluminio, pero el 84% de las exportaciones mexicanas siguen estando amparadas por el TEMEC y siguen entrando sin arancel.

Y recordó las palabras del secretario de Economía Marcelo Ebrard, cuando dijo: “Ya no es solo el nearshoring, se tiene ahora el Nuevo Sistema de Desventajas Comparativas (generado por la política de aranceles de Trump). Antes, el libre comercio estaba organizado en función de tu eficiencia comparativa para hacer ciertos procesos, tu peso en el mercado estaba determinado por tu habilidad, tu ventaja comparativa y tu habilidad para presentarla adecuadamente”.

Determinar cuánto cuesta participar en el mercado -abundó-, es lo que ahora importa, por ejemplo, si produces en Vietnam es 20%, si es Japón es 15% y así sucesivamente. Por el Tratado, tenemos menos desventajas comparativas, pero el requisito para aprovecharlas es que manejemos el lenguaje de la Inteligencia Artificial, para incorporarnos a los más modernos procesos productivos. Si lo logramos, vendrá mucha más inversión a México.

Finalmente, el doctor Martín Romero Morett hizo algunas puntualizaciones sobre temas en los que México debe estar alerta porque no existen barreras arancelarias con Estados Unidos y México debe defender su soberanía.

“Tal es el caso de glifosato, que genera cáncer; Pemex y reforma energética, que asegura energía barata y segura para todos los ciudadanos, y empresas nacionales y extranjeras; la seguridad y la autonomía alimentaria local y barata, es fundamental para que los costos de mano de obra no se disparen y el control de puertos de entrada, es parte de la soberanía y ningún país extranjero puede controlarlos, menos Estados Unidos”, puntualizó.

 

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MUNDO

La política del miedo

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-Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez

Allá por 2006 conocí a Donald Trump. ¡Él todavía no me conoce…of course! Lo conocí gracias a un hombre que admiro: Robert Kiyosaki, con el que coescribió “Por qué te queremos rico”.

La verdad, yo quería ver qué planteaba Kiyosaki, más que Trump. No sé si Robert tenga dotes de adivino, porque, en el libro, quien sobresale es el hawaiano, de origen japonés. Pero Trump rebasó en popularidad al escritor de “Padre Rico, Padre Pobre” a raíz de su arribo a la política norteamericana.

Donald Trump, como empresario, tiene ganada fama de ducho en el negocio inmobiliario. Llegó a la política merced a su poderío económico y comenzó a manejar al país con su empresarial manera de ver la realidad.

Ya “quemado” con la experiencia primera de ser presidente, regresó al estilo Mac Arthur: con la espada desenvainada; con frases mesiánicas sobre recuperar para EEUU “la grandeza”, el respeto (miedo) y magnificencia que el país más poderoso del mundo había perdido, según sus dichos.

Su plan ha sido ejecutado con frialdad: despejar a su país de las hordas de inmigrantes que día a día penetraron por la frontera sur, especialmente. Combatir a los cárteles de la droga…de México, por supuesto, y restringir las importaciones de todos los productos provenientes de todos los países del mundo.

Para los estratos más ignorantes de Estados Unidos, que los hay y de sobra, confeccionó las frases patrioteras y el modo rústico que le dieron el respaldo suficiente para regresar a la Casa Blanca.

Acostumbrado a mandar, decretó enviar a las instituciones al diablo (¿a quién nos recuerda…?) y por encima de la Constitución hizo decretos que criminalizaron a todos los inmigrantes, de todas las naciones, pero especialmente a los latinoamericanos. Exageró al decir que el Golfo de México es ahora el Golfo de América (con la connotación de que América es sólo su país).

Invocó una ley de 1798 (la de enemigos extranjeros) para “eliminar la presencia de todas las bandas y redes criminales” EXTRANJERAS que cometen delitos en suelo norteamericano. De las mafias italoamericanas no dijo nada.

Declaró “terroristas” a los narcotraficantes mexicanos y comenzó una labor de zapa para menguar sus poderosos medios económicos, sociales y políticos. Al mismo tiempo comenzó su “recuperación” del “destino manifiesto norteamericano” y cimbró al mundo con sus nuevos aranceles.

Esa ha sido su arma principal para meter miedo a todos los países. No se han salvado europeos, asiáticos, latinoamericanos, africanos, árabes, canadienses y los que resulten de Oceanía. Es su arma para negociar.

Sabedor de los números de la balanza económica de su país, inició la guerra psicológica para aplicar una de sus máximas empresariales: el que paga, manda. Como dice José Alfredo Jiménez, “su palabra es la ley”; aunque no es rey, sí es mandamás de uno de los países más poderosos del orbe.

Sus espectaculares anuncios han puesto patas arriba al mundo. Solamente por sus frases han caído las bolsas más poderosas; han comenzado a cerrar fábricas; se ha iniciado la desaparición de varias empresas porque sus acciones se fueron al suelo.

Por cierto, Robert Armstrong, experto en economía del periódico británico Financial Times, dice que los anuncios de Trump han generado el “negocio TACO”: cuando Trump anuncia tal o cual medida económica, las bolsas del mundo resienten y las acciones caen. Esto ha permitido que algunos inversionistas sigan los consejos del mercader de Venecia: compra baratos y vende caros…

Los ganones han observado y apostado a que Trump se echará para atrás cada que anuncie el alza de los aranceles. ¿Coincidencia?, ¿chiripa? Recordemos que los dueños del dinero sean del país que sean, “no dan paso sin huarache”. Por eso, cuando la presidente Sheinbaum anunció con bombo y platillo que los aranceles del 50 por ciento a los productos mexicanos se pospusieron tres meses, como que ya se sabía por dónde iba a “mascar la iguana”.

El efecto Trump en México seguirá. Su estrategia de tener a México en el filo de la navaja mediante decretos sobre el aumento a los aranceles de importaciones y su batalla sorda en contra de los mafiosos mexicanos, que incluye ingresarlos a sus cárceles, dar sentencias menores y hasta inmunidad en caso de dar información. Su misión es apretar tuercas para que se frene a México en la instalación de la izquierda -estilo Venezuela- por la visión que tiene gracias a sus gafas democrático-capitalistas.

¿Qué sigue para México en el esquema de Trump?: ¿Quebrar económicamente a la nación; emplear sus “otros datos” y revelar con nombres y cargos a quienes han caído en las redes políticas, sociales, económicas que han tendido los mafiosos para apoderarse del país? ¿Sacudir el avispero muy a su estilo para anarquizar a la nación?

¿Puede Trump, en nombre de los norteamericanos, conservar la jettatura política-económica, sobre nuestra nación, con anuncios apocalípticos, intervencionistas, grandilocuentes, violentos y de terror psicológico? Por lo pronto, le prolongó la agonía a la economía mexicana por tres meses más.

Pedrito y el lobo es un buen título para lo que el presidente de los EEUU ha hecho hasta ahora. Es tiempo de abrir nuevas fronteras a los productos mexicanos. Se dice fácil, pero no lo es tanto cuando el socio económico principal de México no solo manda, por ser quien paga, sino que interfiere en estos afanes legítimos.

¡Ahí vienen los nuevos aranceles!

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MUNDO

Los señores del capital global: El gobierno de las megacorporaciones

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-Actualidad, por Alberto Gómez R.

(Parte 3) El concepto de feudalismo, aquel sistema medieval de señores, vasallos y siervos parece relegado a los libros de historia. Sin embargo, en las sombras del capitalismo tardío, ha resurgido una versión contemporánea que somete a naciones y ciudadanos: el feudalismo financiero.

Esta vertiente del neofeudalismo del siglo XXI opera paralelamente al tecnofeudalismo analizado por pensadores como Yanis Varoufakis. Mientras el segundo se centra en el control digital ejercido por gigantes como Meta o Alphabet, el primero establece su dominio mediante instituciones financieras globales, fondos de inversión y organismos crediticios que transforman la deuda en instrumento de vasallaje.

La esencia de este sistema replica la lógica medieval: jerarquías rígidas donde bancos y fondos actúan como señores feudales; feudos modernos representados por deuda soberana e infraestructuras estratégicas; y tributos materializados en intereses usurarios, ajustes estructurales y privatizaciones forzadas.

Como señala el analista geopolítico mexicano Alfredo Jalife, este mecanismo convierte a Estados nominalmente soberanos en «Estados vasallos», cuyos gobiernos implementan políticas dictadas desde oficinas en Wall Street o Washington.

Dos instituciones encarnan este poder con particular crudeza: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Bajo la máscara de la «ayuda al desarrollo», imponen programas de ajuste estructural que exigen recortes en salud y educación, privatización de recursos naturales y apertura comercial para corporaciones extranjeras.

Las consecuencias son devastadoras: naciones de África y América Latina han sido convertidas en economías extractivistas donde hasta el 75% de sus exportaciones son materias primas controladas por multinacionales.

El periodista franco-libanés Thierry Meyssan describe estas entidades como «caballeros teutónicos del capital global», usando la deuda como espada para conquistar economías enteras.

Pero los verdaderos barones de este sistema son los gigantes financieros privados. BlackRock, con activos que superan el PIB de Alemania (más de $11 billones de dólares), ejerce un poder cuasi estatal. A través de su accionariado en el 88% de las empresas del S&P 500 (el índice bursátil más conocido en el mundo y se compone de las 500 compañías más importantes de Estados Unidos, como Amazon, Microsoft, Netflix, Ford, Coca Cola, Visa, etc.), influye en decisiones corporativas globales.

Su gestión de deuda soberana le permite condicionar políticas fiscales de países enteros. Su papel en conflictos actuales resulta revelador: en Ucrania, lidera un fondo de reconstrucción de $15 mil millones de dólares que, según investigadores como Daniel Estulin, busca controlar sectores estratégicos como la agricultura y energía del país tras el conflicto.

Esta instrumentalización de las guerras no es nueva. El siglo XX demostró cómo el feudalismo financiero moldeó conflictos bélicos para expandir su dominio. Durante la Primera Guerra Mundial, bancos como JP Morgan financiaron simultáneamente a aliados y potencias centrales. Al finalizar, el Tratado de Versalles impuso a Alemania reparaciones de 132 mil millones de marcos oro, administradas por consorcios bancarios angloamericanos que estrangularon su economía.

En la Segunda Guerra Mundial, corporaciones como Standard Oil (Rockefeller) y Bank of América proveían combustible y capital a la Alemania nazi, según documentos desclasificados del Congreso estadounidense en 1945. Como señala Estulin, estas guerras funcionaron como «rituales de iniciación» de un sistema donde la deuda se convirtió en arma de dominación masiva.

El control de infraestructuras estratégicas constituye el feudo moderno por excelencia. Los puertos simbolizan este poder: en Panamá, el 90% de las terminales están operadas por Hutchison Ports, vinculada a BlackRock, otorgando a capitales transnacionales control sobre el comercio hemisférico.

En México, tras reformas promovidas por el Banco Mundial durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, fondos como Blackstone adquirieron derechos en puertos estratégicos como Lázaro Cárdenas, y a cuyo presidente, Stephen Allen Schwarzman, premió con la Condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca -reconociendo simbólicamente su vasallaje el tristemente célebre expresidente mexicano, ahora refugiado en España-.

BlackRock Inc., la administradora de fondos más grande del mundo, empezó a invertir en México en 2008 y tiene importantes activos en los fondos de pensión, el mercado bursátil y la industria energética, actuando como inversor y como gestor. Desde un discreto segundo plano ha activado redes de influencia que le han convertido en uno de los principales actores financieros del país.

Para prosperar, cada compañía debe no solo entregar buenos resultados financieros, sino, demostrar cómo contribuye positivamente en la sociedad”, escribió Laurence D. Fink, fundador y director de BlackRock, en una carta dirigida a los directores de las empresas en las que invierte la administradora de más de $11.6 billones de dólares en activos.

El 2014 Blackrock no cumplía con el lineamiento de la Comisión Nacional del Sistema para el Ahorro (Consar) que exige que para que ese tipo de empresas administradoras puedan invertir las pensiones de los mexicanos no deben contar con investigaciones pendientes. Mientras un director de BlackRock Investments Management UK estaba siendo investigado en Italia la gestora de fondos firmó un contrato con Afore Banamex en México.

En respuesta Consar, que dio su visto bueno a los contratos, aseguró que la evidencia necesaria tendría que venir de la reguladora de Reino Unido, de donde es la subsidiaria. BlackRock contestó que compartió la información requerida por Afore Banamex, mientras que la Afore comentó que cumplió las regulaciones de Consar. Ninguna se pronunció sobre las cartas.

La empresa estadounidense se ha hecho del control directo e indirecto de grandes proyectos de infraestructura energética, transporte y de telecomunicaciones, entre ellos Los Ramones, y seis bloques de exploración petrolera entre 2015 y 2017. El control es a través de una compleja estructura corporativa que pasa por múltiples paraísos fiscales.

El crecimiento fue a partir de alianzas con Pemex gracias a su cercanía con el gobierno mexicano de Peña Nieto, y mediante compras de otros fondos. Durante las campañas electorales de 2018 en México, Larry Fink se reunió con cuatro de los cinco aspirantes a la presidencia del país, Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Margarita Zavala, antes de que ésta última declinara.

A través sus instrumentos de inversión (iShares) BlackRock sigue el comportamiento de acciones de 69 empresas en la Bolsa Mexicana de Valores -a través de replicar índices bursátiles-, lo que la hace la inversionista más grande del mercado bursátil mexicano. Con sus iShares no participa en ninguna junta directiva, pero es un actor escuchado por todo el mercado.

Jalife advierte que esto crea «estados dentro de estados», con legislación laboral y fiscal autónoma. Paralelamente, el sector energético evidencia la geopolítica feudal: BlackRock financia terminales de gas natural licuado en Texas para exportar a Europa a precios un 250% superiores a los estadounidenses, desplazando a proveedores tradicionales como Rusia.

En el contexto de la competencia global por el control de las rutas comerciales marítimas, BlackRock adquirió 43 puertos con 199 atracaderos en 23 países, incluyendo los estratégicos puertos de Balboa y Cristóbal, ubicados en los extremos del Canal de Panamá. Paralelamente, la administración de Donald Trump ha solicitado al Pentágono desarrollar opciones militares para garantizar el acceso sin restricciones al Canal de Panamá.

En México, BlackRock ya controla importantes terminales marítimas como Veracruz, Lázaro Cárdenas, Manzanillo y Ensenada, y se prevé que busque una participación significativa en el desarrollo del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, un proyecto clave para el comercio regional. Mientras tanto, Trump intensifica su presión sobre México mediante una guerra comercial y amenazas de intervención militar, lo que añade una capa de tensión geopolítica a esta disputa por el control de las rutas marítimas estratégicas.

BlackRock, el mayor fondo de inversiones del mundo y uno de los tres gigantes de Wall Street en gestión de activos, ha adquirido el control de 43 puertos en 23 países, incluyendo los estratégicos puertos de Panamá, en medio de una disputa geopolítica entre China y Estados Unidos por el dominio de las rutas marítimas globales.

Este poder financiero no opera de manera aislada, ya que familias influyentes, tanto antiguas como modernas, pertenecientes al núcleo ocultista de Occidente, son propietarias de BlackRock y The Vanguard Group a través de un régimen de propiedad circular, consolidando su control sobre sectores clave de la economía mundial.

Frente a este panorama, analistas como Pepe Escobar vislumbran fisuras en el sistema. Los BRICS y su Nuevo Banco de Desarrollo ofrecen créditos sin ajustes estructurales depredadores. Movimientos sociales en Argentina, Kenia o México resisten la privatización de recursos. La propia burbuja de deuda global -que alcanzó $307 billones en 2025- amenaza la estabilidad de los señores financieros.

Como sentencia Escobar: «El nuevo feudalismo es global, pero su resistencia también lo será». La disyuntiva del siglo XXI se define entre perpetuar la servidumbre financiera o construir democracias económicas donde el capital sirva al pueblo, no a la inversa. En esta batalla, la conciencia colectiva se erige como el primer territorio a liberar.

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