JALISCO
El padillismo y el dilema ético de la Universidad de Guadalajara

Opinión, Luis Cisneros Quirarte (*) //
Cuando dentro del Grupo UdeG llegó el momento de decidir si habrían de dar inicio a los trámites para constituir a Hagamos como un partido político local, a finales de 2018, el ex rector Raúl Padilla López -jefe político de la Universidad de Guadalajara- expresó sus reservas.
En este sentido, se hacía eco de las que en su momento él mismo había señalado, hace cuarenta años, como expresidente de la FEG y uno de los integrantes del Grupo que entonces dirigía el ingeniero Álvaro Ramírez Ladewig, cuando se debatía la conveniencia de postular liderazgos de la FEG como candidatos a diputaciones del recientemente constituido Partido Socialista Unificado de México (PSUM) en 1982.
Algunos años atrás el Grupo Uni-FEG había roto con el PRI, al que acusaba de ser omiso y hasta cómplice en el esclarecimiento del asesinato del fundador del Grupo, el licenciado Carlos Ramírez Ladewig. En respuesta, ya no contaban con la diputación que históricamente el PRI le otorgaba al Grupo, con sede en la región de Atotonilco, donde residía el exgobernador Margarito Ramírez, patriarca familiar.
Pero de eso a postular candidatos de elección popular por un partido distinto al entonces todopoderoso PRI, abiertamente participando en política y elecciones fuera del ámbito universitario, era llevar demasiado lejos una posición de distanciamiento con el régimen, incluso retadora, sostenía el joven Raúl Padilla, quien pese a no lograr hacer valer su opinión dentro del Grupo, sí declinó ser postulado él mismo como candidato del PSUM, a diferencia de otros expresidentes y liderazgos fegistas.
La consecuencia última fue precisamente que Álvaro Ramírez perdió el respaldo gubernamental para seguir siendo líder moral de la universidad, lo que eventualmente favorecerá a Padilla López al asumir la rectoría en 1989.
HAGAMOS, ¿UNA DECISIÓN EQUIVOCADA?
Con ese antecedente, se explican las reservas del ex rector, formado en los años duros de la FEG, ante la propuesta que los suyos, particularmente los más jóvenes políticos ex feuístas, empujaban con la idea de emanciparse de las alianzas con partidos como el PRD, MC o el mismo PRI, quienes hasta entonces habían postulado a los cuadros del Grupo UdeG a diputaciones locales y federales.
En efecto, particularmente desde 1997, en el que se adueñó de la hegemonía en el PRD local, el clan ha gozado de representación política sin necesidad de constituirse en partido político. Por el contrario: gracias al control que ejercen sobre la FEU y los sindicatos académicos y de trabajadores universitarios y por ende del Consejo General Universitario y la universidad misma, con sus miles de millones de pesos de presupuesto anual, su nómina, sus becas, los centros universitarios en todas las regiones del Estado, su campus en la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos, las empresas parauniversitarias, el Festival del Cine y la FIL, en fin, un verdadero imperio; le había permitido jugar a la política partidista empujando aquí y allá alianzas temporales para proyectos específicos, en los que el padillismo siempre ganaba colocando a los suyos en posiciones claves del poder público, diputaciones, regidurías, alcaldías, magistraturas, consejeros y magistrados electorales, en el ITEI, para no hablar de los sucesivos espacios en los gabinetes del gobierno estatal, indistintamente de si el partido que gobernaba era el PRI o MC.
Y para ello, los universitarios no habían necesitado tener un partido político propio. De hecho, no tener un partido propio era precisamente lo que le permitía al grupo tejer una extensa red de alianzas pluripartidista.
Constituirse como tal -un partido- razonaba Raúl Padilla, evidenciaría demasiado el carácter político-electoral del Grupo, poniendo en riesgo la solidez de su hegemonía dentro de la Universidad en sí, al meterlo en la contienda electoral de la que hasta entonces hábilmente se habían mantenido institucionalmente al margen. No convenía abrir demasiado el juego político-partidista. Desnudarlo.
Al final, pese a la reticencia inicial del ex rector, se tomó la decisión de ir por el registro de Hagamos. Raúl Padilla tuvo la razón en 1982. ¿La habrá tenido también en 2018?
EL PADILLISMO: UNA ANOMALÍA DEMOCRÁTICA
Y no es que sea ilegítimo que un grupo político busque espacios de participación política para los suyos. Todos los partidos políticos se organizan en grupos que promueven sus intereses. La diferencia es que la finalidad específica de los partidos es justamente esa, mientras que la de la universidad pública es una muy distinta. Y que en términos de equidad, los presupuestos y las nóminas de los partidos están mucho muy por debajo del de la institución pública que más presupuesto recibe en Jalisco, solamente por debajo del gobierno estatal. Es superior incluso a la hacienda municipal tapatía.
El dilema ético del padillismo -su condición de anomalía democrática, vaya- es que a diferencia de otros grupos que surgen al interior de los partidos políticos -como el alfarismo, por ejemplo-, en el caso de los universitarios estamos hablando de una facción que hace uso de su hegemonía en los recursos financieros y humanos, de las plazas académicas y administrativas, de las becas estudiantiles y de todos los recursos a su alcance, incluído su propio canal de televisión abierta y sistema de radiodifusión, para conservar e incrementar su poder y colonizar áreas de poder ajenas al campus. La jefatura indiscutida de Raúl Padilla, con una duración de más de tres décadas, se contrasta con el carácter sexenal de los liderazgos partidistas y gubernamentales, legitimados además por el voto ciudadano, lo que evidentemente no ocurre con Padilla López y la universidad, en donde al final, solamente cuatro personas -que es la expresión actual de los sobrevivientes del legendario sanedrín- toman todas las decisiones más relevantes a la totalidad de la comunidad universitaria.
El corporativismo del régimen priista explica la propia estructura interna universitaria, y muchas de sus prácticas políticas dentro y fuera de la universidad. El PRI tenía sus sectores obrero, campesino y popular, como la UdeG y su consejo general tienen sus gremios académico, administrativo y estudiantil. La reforma electoral que estableció la prohibición de los sindicatos para constituirse o coadyuvar en la integración de los partidos políticos responde a la pretensión de superar el pasado corporativismo del sistema. Lo cierto es que hay reductos del régimen anterior que permanecen, y la formación del partido Hagamos a partir de las estructuras y los liderazgos universitarios es prueba de ello.
El diferendo del emecismo con el Grupo UdeG tiene ese trasfondo: el debate en torno a la legitimidad de una facción que utiliza a la universidad pública como plataforma de poder político-partidista, lo cual trastorna toda equidad y normalidad democrática.
La postura política del alfarismo gobernante no debe leerse entonces como una confrontación de orden político-partidista con el Grupo UdeG y su líder. No hay una intención de sustituir el liderazgo padillista por algún otro, como acaso pudo ser cuando Emilio González incentivó la rebelión briseñista. Se trata, creo yo, de la oportunidad de restablecer la normalidad democrática y delimitar con claridad y transparencia el rol de la universidad pública en el ámbito institucional del Estado. De avanzarse en dicho propósito, por lo demás tan necesario, estaríamos ante un logro muy importante tanto del gobierno alfarista como del mismo Grupo UdeG y el legado padillista.
* Luis Cisneros Quirarte
Regidor de MC en Guadalajara y politólogo por la Universidad de Guadalajara.
Twitter: @luiscisnerosq