OPINIÓN
Justicia por mano propia
Opinión de Isabel Venegas //
Uno de los logros más grandes del ser humano, más allá de haber llegado a la luna o de crear grandes rascacielos, es el de renunciar a tomar justicia por mano propia. Es natural que se admire mucho más el invento del internet o la evolución de los celulares, pero nada de esto se habría logrado de no haber creado y creído en las instituciones; esas que sirven para fomentar la ciencia, la investigación y por ende la tecnología, más aún, para forjar la conciencia de ciudadanía, la organización social y la lógica del bien común.
Nuestra esencia más primitiva nos orienta a la lucha por la supervivencia, y es normal que active mecanismos de defensa en cuanto se ve atacado por cualquier miedo o ante la acechanza de una agresión. Hoy vivimos inmersos en espacios de gran inseguridad e injusticia, tal parece que no hay políticas esperanzadoras para que esto pueda mejorar, y como en otros gobiernos, los grupos de auto-defensa parecieran tener una justificación: “de algún modo nos tenemos que proteger, porque la autoridad no es capaz de controlar la situación”
¡Obviamente no puede hacerlo! No habría una cantidad suficiente de policías para cuidar a todos los ciudadanos de cada robo, abuso sexual, extorsión, trata de personas y la lista sigue, porque el crimen organizado ha encontrado cómo diversificar su empresa de muchas maneras, aunque en realidad no es tanta la creatividad, solo es una premisa “tomas lo que no es tuyo y lo usas como si sí lo fuera, con un poco de suerte y astucia nadie te va a castigar”
La crítica hacia los cuerpos policiacos, al poder judicial, los políticos con sus partidos, y a casi todas las instituciones, es enormemente generalizada y negativa. La mayoría piensa que no tiene sentido ir a poner una denuncia ante la procuraduría, llegando a un aproximado del 90% de los delitos sin ni siquiera un expediente de investigación abierto, pero por otro lado, te invito a que veas los escritorios y los legajos del 10% que sí lo hace, faltaría quintuplicar el presupuesto para tener más o menos al personal suficiente que diera seguimiento a cada caso y llevar al día esas investigaciones.
¿En qué momento la ciudadanía dejó de creer en las instituciones? En cierto sentido, eso sucedió cuando se empezó a perder la fe en las escuelas. Es lapidaria la frase, ¡pero es real! La escuela es la primera institución con la que te encuentras en la vida; tiene mecanismos de organización social que deberían ser factor de formación con una visión de ciudadanía global, el respeto al otro, en la necesidad de la armonía para el desarrollo óptimo, y por supuesto, en el cumplimiento de las normas básicas para conseguir esos anhelos. Podríamos decir que es el mejor simulador como antesala de la vida. Un niño de preescolar tiene una inmersión de por lo menos 4 horas diarias, 5 días a la semana, y uno de secundaria suele estar entre 6 y 7 horas, conviviendo o aprendiendo a sobrevivir al ambiente.
Si en ese ejercicio de práctica social, los estudiantes observan que las reglas que se han impuesto no operan o no tienen consecuencias, comienza a asumirse una actitud más o menos complaciente con la ilegalidad; tal vez por la necesidad de reducir el índice de reprobación-deserción, o simplemente por no tener conflictos de varios tipos, muchos profesores o directivos omiten la sanción a faltas graves de los estudiantes, a pesar de tener muestras claras de responsabilidad. No se trata de querer enjuiciar a los alumnos, ni querer que vivan en estados de represión, por el contrario ya quedó muy atrás la cultura de la violencia (o por lo menos eso deseamos).
Cuidar el cumplimiento de la normatividad significa hacer un ejercicio de reflexión y apreciación de la ciudadanía. Esa es la verdadera razón de ser de la escuela, generar ese espacio al que sólo se accede con la conciencia y la paz; pero si contrario a eso, y para quitarnos de problemas vamos “perdonando” conductas negativas en los alumnos, permitiendo que infrinjan los reglamentos, descuidando el respeto a sus compañeros y profesores sin consecuencia alguna, tarde o temprano queda grabado ese aprendizaje, negativo y desgraciadamente, muy bien afianzado.
En los fines de la educación que ha trazado el gobierno, habla de la intención de formar individuos que aprecien y respeten la diversidad, que rechacen y combatan toda forma de discriminación y violencia, -para ello- es preciso que los estudiantes aprendan a reconocerse como personas que actúan en lo local, forman parte de una sociedad global y plural, y habitan un planeta cuya preservación es responsabilidad de todos.
Justo ahora estamos cerrando el ciclo escolar 2018-2019, y no es nada sencillo hacer ver a los estudiantes, e incluso a muchos de los padres de familia, que no es tan importante aprobar un curso, como sí lo es llevar una formación sólida para la vida. Entender que el respeto a los demás y a su propiedad privada no es un bonito deseo, sino el mecanismo de organización que se ha querido establecer desde hace años, como la mejor vía para lograr una prosperidad sostenida.
En la Constitución, el artículo 3° (II,C) dice que la educación deberá contribuir a la mejor convivencia humana, a fin de fortalecer el aprecio y respeto por la diversidad cultural, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos.
El pasado 22 de Mayo, la Comisión Nacional de Derechos Humanos presentó un informe en el que mostraba cómo van a la alza los linchamientos, poniendo de manifiesto cómo la ciudadanía concibe un estado fallido.
La investigación de percepción sobre seguridad ciudadana y convivencia vecinal, mostró cómo el 77% de los encuestados afirmaron estar de acuerdo o totalmente de acuerdo en golpear a una persona cuando es sorprendida en un acto delictivo.
A dos jóvenes que realizaban un estudio sobre hábitos de compra y consumo de tortilla de maíz, es decir, que eran “encuestadores” alguien los llamó así, pero otros entendieron la palabra “secuestradores”, la población de la localidad se confundió, y eso bastó para que los lincharan quemándolos vivos, después de haberles propinado una tremenda paliza. Ese absurdo y escalofriante hecho sucedió en el 2015, lo más sorprendente es que ahora la CNDH venga a decir que este tipo de acciones se haya incrementado en los últimos cuatro años.
Los indicadores de una creciente ola de violencia, junto con los resultados de las pruebas académicas, ponen de manifiesto muchas carencias en la formación de los individuos, pero antes de querer linchar a la propia escuela, habrá que darle la mano para que se levante, abrazarla en una figura de reconciliación y ayudarla a retomar el paso.
Ya nadie debería seguir manejando la idea de que la formación escolar es el mecanismo para tener un estado económico mejor (hay quien gana mucho dinero siendo sicario o vendiendo drogas); la escuela es la que debería garantizar que en nuestro país, nadie podría ser ejecutado a media plaza como en el medievo. Este es otro argumento para luchar con todas nuestras fuerzas por cuidar los espacios académicos como el bastión del alma, el ágora para el espíritu.
Que este fin de ciclo y el receso escolar, sirvan para abrir la reflexión a la escuela que queremos; si los niños van felices a la escuela, los maestros tienen el espacio de realización personal y profesional, y la comunidad educativa marcha como debiera, la proyección de esas imágenes positivas, necesariamente irá construyendo el entorno en el que esos egresados habrán de ser los ejecutores de la realidad.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
E-mail: isa_venegas@hotmail.com
Junio, 2019
