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JALISCO

La batalla por Guadalajara: Entre la voluntad popular y el juego del poder

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

En la arena política de Jalisco, donde la retórica se teje con la astucia de quienes buscan moldear la percepción pública, José María «Chema» Martínez emerge como un gladiador en su cruzada por disputar la legitimidad del proceso electoral en Guadalajara. Pero, es necesario desmenuzar el discurso de este panista convertido al morenismo, quien se ha posicionado como la voz resonante de la denuncia contra lo que denomina el “fraude del alfarismo”.

Desde que los resultados de las elecciones municipales arrojaron una derrota incómoda para él, Chema Martínez ha sabido capitalizar la narrativa del agravio. Su estrategia no es solo jurídica; es un ejercicio de oratoria política que lo erige como el defensor de un pueblo al que, según su interpretación, le han robado su voluntad soberana – aunque, realmente, el pueblo al que se dirige no se manifieste agraviado-en su arenga, alfombras verbales de victimización y promesas de justicia popular son desplegadas con calculada destreza. El alfarismo, encarnado en la figura del gobernador Enrique Alfaro, se convierte en el enemigo ideal: un aparato político que, en su versión, ha secuestrado la democracia a través de un fraude “burdo y vulgar”.

El Chema de hoy se presenta como el adalid de una causa mayor, la «democracia popular», un concepto que él mismo enarbola como una bandera de resistencia. No es solo el candidato que busca revertir un resultado electoral, sino el líder de una insurgencia local que, según su retórica, no descansará hasta restituir lo que él define como la voluntad genuina de los ciudadanos de Guadalajara.

Aquí, Martínez utiliza la simbología del agravio colectivo, colocando a los sectores más desprotegidos de la ciudad como víctimas de un sistema político corrupto. Sin embargo, detrás de las palabras de justicia social se esconde una realidad más compleja: Chema no es solo un cruzado, sino un estratega que ha sabido leer las tensiones sociales para ampliar su base política, con un discurso poselectoral que no usó en la campaña simple y sencillamente porque no iba a los eventos que se le agendaban, no se acercaba a la gente y no supo hacer equipo con los demás grupos de morenistas del estado, quienes hoy, le dejan solo en su aventura quijotesca en busca de la anulación de los resultados electorales ya juzgados y validados.

Es imposible ignorar el uso calculado que hace Chema Martínez de su vinculación con la Cuarta Transformación a nivel nacional. Al invocar a Claudia Sheinbaum como aliada en la “segunda etapa de la transformación”, Martínez posiciona su lucha dentro de un contexto más amplio, aquel en el que el morenismo busca consolidarse como la fuerza dominante en todo el país.

Pero este movimiento es más que una simple adhesión discursiva; es una apuesta política que pretende anclar su liderazgo local al proyecto obradorista, con la esperanza de que las altas esferas del poder federal vean en él una figura clave para el control de Jalisco, pero, la realidad es que, en lo federal Chema Martínez no cumplió los acuerdos políticos preelectorales con quien hoy podría inclinar la balanza a su favor en los Tribunales Electorales Federales, entonces, la ‘voluntad’ política federal no le acompaña en su caudillismo.

Sin embargo, toda cruzada tiene su contraparte, y en este caso, Enrique Alfaro no es un rival que se quede en la retaguardia. Fiel a su estilo combativo, el gobernador responde con un contraataque furibundo, denunciando la estrategia de Chema como una “cantaleta” repetida de aquellos que no saben aceptar su derrota. Para Alfaro, las instituciones electorales ya han hablado, y cualquier intento de deslegitimar los resultados es, en sus palabras, un “montaje” orquestado por quienes se niegan a jugar bajo las reglas de la democracia. El tono de Alfaro es revelador: mezcla de desprecio e indignación, acusa a Morena de querer trastocar la voluntad popular de Jalisco a través de una narrativa del fraude que, en su visión, no tiene sustento más allá de la ficción política.

Lo interesante de este choque de narrativas es que ambos bandos juegan con las mismas cartas: la apelación a la legitimidad del pueblo. Mientras Chema se presenta como el defensor de los marginados, Alfaro se erige como el protector de las instituciones democráticas que, según él, han sido injustamente atacadas.

Este duelo de discursos coloca a la ciudadanía en el centro de un campo de batalla donde la verdad es una pieza más del ajedrez político.

Alfaro no duda en elevar el tono de advertencia. Para él, el peligro real radica en que las instituciones electorales cedan ante la presión política y, en un acto que describe como “tropelía”, se atrevan a repetir las elecciones. Su mensaje es claro: cualquier intento de vulnerar la voluntad del pueblo será percibido como una traición al sistema democrático. No obstante, este discurso también es una estrategia.

Alfaro sabe que su liderazgo, y el de su partido, depende de mantener una imagen de defensor de la legalidad y el orden, especialmente en un estado que ha sido testigo de polarizaciones profundas en los últimos años, producto de los malos resultados de los representantes de Movimiento Ciudadano en el estado, empezando por el gobernador que no supo crear liderazgos que mantuvieran las posiciones ganadas hacer 6 y 3 años; pasando por los diputados federales y locales cuyo servilismo a Enrique Alfaro, desplantes despóticos e intrascendentes resultados permitieron que fueran arrasados en las urnas; incluyendo a los funcionarios estatales que solo brillaron mediante comunicados pero que al momento de la elección no supieron o no pudieron capitalizar el éxito que supuestamente habían logrado en sus puestos; y sin olvidar a los funcionarios del partido que no lograron entregar buenos resultados cuando tuvieron tres años para lograrlo.

Ahora, lo que este conflicto pone de manifiesto es que, en la política jalisciense, la verdad no es un hecho inamovible, sino una construcción en disputa. Las acusaciones de fraude, las defensas apasionadas de la democracia y las advertencias sobre conspiraciones no son más que piezas de un tablero donde ambos bandos buscan, en última instancia, controlar un botín político invaluable: la capital del estado. Entonces, lo que está en juego no es solo una elección, sino el control de una narrativa que definirá el futuro político de Jalisco.

En este juego de máscaras y verdades a medias, la pregunta que flota sobre Guadalajara es simple pero crucial: ¿Es realmente la voluntad del pueblo lo que se está disputando, o estamos frente a una de las tantas escaramuzas por el poder que han marcado la historia política de México?

En X @DEPACHECOS

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