OPINIÓN
La crisis geopolítica de Eurasia, impactos en la economía global: «No debe haber más expansión de la OTAN», Putin
Economía Global, por Alberto Gómez-R. //
En el horizonte global continúan conformándose nubarrones que presagian una tormenta de colosales dimensiones para el mediano plazo, que puede llevar a la humanidad al escenario más temido durante décadas: una guerra termonuclear.
Las tensiones en Eurasia siguen creciendo y los discursos de los líderes de las superpotencias se endurecen cada vez más, al tiempo que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) avanza hacia las fronteras territoriales de Rusia y China.
La primera cumbre de la OTAN en la era de Joe Biden, llevada a cabo en enero del 2021, colocó a China en la lista de principales desafíos junto al tradicional rival que era Rusia. La Alianza, además, estableció una nueva línea de defensa contra el riesgo de ciberataques a la vista del creciente número de incidentes y agresiones procedentes, en muchas ocasiones, de territorio ruso. Los 30 aliados occidentales entran así en una nueva etapa marcada por el impulso del nuevo presidente de Estados Unidos y por la necesidad de afrontar un escenario geoestratégico muy inestable y plagado de amenazas híbridas que van más allá de la estrategia militar tradicional.
Con la llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca se anticipaba una nueva era de confrontaciones con las nuevas potencias –Rusia y China- que arrebataron a EEUU su hegemónico poderío y unilateralismo que tanto daño ha ocasionado a los países en vías de desarrollo y a los que osaron desafiar a esa otrora inigualable fuerza militar que tenía el poder de derrocar gobiernos y gobernantes genuina y democráticamente electos, manipulando a la opinión pública internacional para etiquetarlos de “terroristas”, “amenazas para la democracia internacional”, “obstáculos para la paz”, y “comunistas”, como los casos de Brasil, Argentina, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Ecuador, Líbano, Panamá, Egipto, Siria, Afganistán, Irak, Libia, Túnez, Marruecos, Palestina, Barein, Somalia… sólo por mencionar algunos.
En las dos décadas más recientes esa ambición se ha situado en África y Eurasia; en el primero con la intención de apoderarse de sus inconmensurables recursos naturales que representan el botín que puede ser su salvación ante el precipicio económico-financiero que enfrenta, y del segundo por su estratégica posición geográfica desde donde podría tener el control del paso de Oriente a Occidente y cercar a sus dos principales rivales: Rusia y China; es por ello que Washington se ha enfocado en desestabilizar esa zona geográfica en años recientes, alienando gobiernos de los países de la extinta Unión Soviética –Estonia, Letonia, Lituania- o que formaban parte del bloque del Este (países europeos aliados de la Unión Soviética) como Albania, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Montenegro, Polonia, República Checa, Rumania, que ahora han sido sumados a ser aliados de EE.UU. como parte de la OTAN, mediante la compra de voluntades políticas de gobernantes inescrupulosos que eligen su avaricia antes que el bien común de sus conciudadanos, o bien, siendo vilipendiados por las mass media, y derrocados o expulsados si no pueden ser sometidos, para luego imponer en su lugar títeres políticos afines a los intereses imperialistas occidentales.
Tan sólo en 2021 se produjeron siete (7) golpes de Estado en el mundo, de los cuales solo uno (Myanmar) no ha ocurrido en África. De los seis africanos, cuatro han tenido éxito (Sudán, Mali, Guinea-Conakry y Chad) y dos han fracasado (Níger y Sudán en septiembre).
La reducción del número de golpes de Estado en las últimas dos décadas se había atribuido a los avances democráticos de muchos países africanos, pero algunos analistas alertan de que este proceso de democratización liberal ocultaba retrocesos igualmente significativos. Algunas de estas contradicciones incluyen, por ejemplo, el florecimiento de partidos políticos con un marcado carácter étnico, el enraizamiento de la corrupción en democracias aún débiles o un ensanchamiento de la desigualdad pese al contexto de crecimiento económico.
“Un golpe de Estado militar nunca es una buena señal y las condenas internacionales son necesarias, pero insuficientes”, asegura Gilles Yabi, coordinador del centro de investigación africano Wathi, “la mejor manera de evitarlos es no crear las condiciones para que sean posibles. Los militares saben que la clave para mantenerse en el poder no es solo triunfar desde el punto de vista operacional, sino verse dotados de una cierta legitimidad”. En Malí y Guinea-Conakry, por ejemplo, la población celebró de manera mayoritaria los recientes golpes de Estado en un contexto de fuerte deterioro democrático y corrupción.
Según una encuesta realizada entre 2019 y 2020 por el Afrobarometer en 18 países de África subsahariana, un 59% de los encuestados percibía que la corrupción había aumentado en su país en el último año, y el 64% opinaba que no se estaba haciendo nada para atajarla. No es que los africanos amen las dictaduras militares, es que ante gobernantes que se aferran al poder, fuerzan su Constitución o imponen el nepotismo y el mal gobierno sin dar ninguna opción a una alternancia democrática, los militares emergen como la única opción de cambio. “No se pasa del autoritarismo a la democracia en unos pocos años, sabíamos que esta batalla no estaba ganada. Pero el retroceso reciente no es exclusivo del continente, lo vemos en todo el mundo”, añade Yabi. (elpais.com)
En el contexto actual de un incontrolable miedo global por la pandemia del covid-19, resulta fácil ocultar la realidad de lo que sucede fuera de los reflectores de los contagios y sus consecuencias, pero las ambiciones de poder y control absolutos no han cesado, al contrario, lejos de aminorarse se han facilitado al tener a buena parte de la población mundial estática y sometida por las supuestas medidas sanitarias, las restricciones de movilidad y el grave deterioro económico generalizado, ahora acentuado por una incipiente hiperinflación, que será el punto de inflexión para las sociedades de muchos países del orbe, llegando a una situación en la que tendrán que decidir entre la esclavitud y el control, o ponerse de pie y resistir los embates de quienes detentan el poder, ese menos del 1% que poseía más del doble de la riqueza total conjunta del resto de la humanidad, según el informe de enero de 2020 de la Oxfam, pero que, a partir de la pandemia del covid-19 esta desigualdad se acentuó, aumentando la pobreza mundial, y aumentando el número de milmillonarios en el mundo.
Tan sólo en 2020, la fortuna de tres de los hombres más ricos del mundo creció inusitadamente, como ejemplos: Mark Zuckerberg, de Facebook –ahora Meta- 34%; la de Jeff Bezos, fundador de Amazon 69%; Elon Musk, de Tesla, 482%.
Las inmensas fortunas de las élites político-económicas de Estados Unidos tienen su base y origen en la industria militar en gran medida. Las grandes empresas tecnológicas –la mayoría de ellas cotizadas en el Nasdaq- han crecido exponencialmente debido a contratos con las agencias militares o de inteligencia del gobierno de aquel país.
Estados Unidos es un país imperialista, guerrero, que forjó su poderío a través de intervenciones bélicas internacionales desde finales del siglo XIX. Sin embargo, los imperios no son eternos y sus ciclos de vida se acortan cada vez más, según la historia lo demuestra; es por ello que la aún potencia anglosajona está urgida de crear nuevas guerras, propiciando desestabilización en distintas zonas del orbe, como es el caso de Eurasia, y específicamente en fechas recientes a través de la república de Kazajistán, infiltrando movimientos sociales seudo-democráticos, implementando las mismas fórmulas y herramientas que les han sido útiles y exitosas desde hace décadas.
Sin embargo, en esta ocasión hay importantes diferencias a considerar, y que son factores que los halcones de Washington deberían evaluar detenidamente más allá de su ambición del avance en el cerco que pretenden estrechar sobre Rusia, específicamente a través de Kazajistán, Ucrania, Bielorrusia, y Georgia, en los que ha provocado disturbios político-sociales a través de la manipulación mediática e infiltración de movimientos pro-occidentales anti-rusos auspiciados por ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) que son los brazos operativos y financieros de las élites de poder occidentales.
El presidente ruso, Vladimir Putin, conoce perfectamente bien las artimañas de sus rivales y enemigos, y es por ello que ha actuado de manera rápida y efectiva para sofocar brotes de inestabilidad que representan una amenaza para Rusia.
LA POSICIÓN DE PUTIN
En diciembre del 2021, durante su conferencia de prensa anual, Vladimir Putin instó a los países de Occidente a satisfacer su demanda para tener garantías de seguridad que impidan la expansión de la OTAN a Ucrania y el despliegue armamentístico y militar en el este de Europa.
“Lo ponemos claro: no debe haber más expansión de la OTAN hacia el este. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿Fuimos nosotros los que desplegamos misiles cerca de las fronteras de Estados Unidos? No. Es Estados Unidos quien vino con sus misiles a la puerta de nuestra casa. ¿Es acaso una demanda escandalosa dejar de desplegar sistemas de misiles cerca de nuestra casa?”, dijo Putin el jueves 23 de diciembre.
Putin aseguró que la OTAN ha “engañado” a Rusia con cinco “oleadas de expansión” desde la Guerra Fría.
“‘Ni una pulgada hacia el este’ fue lo que nos dijeron en la década de 1990. ¿Y qué sucedió? Fuimos engañados descaradamente. Hubo cinco oleadas de expansión de la OTAN. Y ahora, sistemas (de misiles) están apareciendo en Polonia y Rumanía. De eso estamos hablando. Deben entender que no somos nosotros los que estamos amenazando. No llegamos a las fronteras de Estados Unidos o Reino Unido. Ustedes vinieron a nosotros. Y ahora nos están diciendo que Ucrania también estará en la OTAN”, declaró Putin.
Luego de esta declaración, el mandatario ruso se preguntó: “¿Cómo reaccionarían los estadounidenses si de repente desplegáramos nuestros misiles en la frontera entre Canadá y Estados Unidos o en la frontera entre México y Estados Unidos? (…) A veces parece que vivimos en mundos diferentes”, agregó. (france24.com)
Al tiempo que las tensiones internacionales crecen, los precios de los energéticos siguen en aumento; la escala de precios de los hidrocarburos, y su impacto en la cadena de suministros, aceleran el desencadenamiento de una casi inevitable hiperinflación global.
(…continuará…)
