OPINIÓN
La esperanza de Chile para América Latina
Opinión, por Susana Ochoa //
(Parte uno) Desde niña guardo un profundo cariño a Chile. Creo que es por la música de Víctor Jara y Violeta Parra que mi mamá y mis tías ponían en las reuniones familiares. Luego esta fascinación creció cuando leí sobre Salvador Allende y la forma en cómo el pueblo chileno resistió la dictadura de Pinochet, historia que ha sido plasmada en películas, canciones, libros y poemas. Por muchas décadas, Chile significó un referente del modelo neoliberal.
A pesar de que fue un modelo que llegó a través de un golpe de estado e intelectual por la participación de los “Chicago Boys” (chilenos formados en escuelas de economía en Estados Unidos), Chile y su modelo privatizador han sido un ejemplo para decir: ¿ven que sí funciona una economía sin regulación y con un estado que interviene lo mínimo?
Evidentemente nunca entenderé a quienes defienden un modelo que no pone límites a las prácticas gandallas con el medio ambiente o que no se asegure que las personas pueden tener acceso a derechos básicos como vivienda, educación y salud.
Pero todo cambió en 2019 cuando jóvenes, principalmente adolescentes de las preparatorias, salieron a protestar por el aumento al transporte público. Un estallido social que movilizó durante meses a miles de personas en las principales ciudades de Chile. Una movilización social donde hubo personas asesinadas y agredidas por policías, que bajo el mando del presidente Sebastián Piñera, declararon en varias ocasiones un estado de emergencia.
Este estallido, entre otras cosas, puso en la agenda política la necesidad de reformar la constitución política chilena que, ojo aquí, fue redactada durante la dictadura de Pinochet. Es decir, sus códigos y la forma en cómo se organizan entre sociedad y gobierno, son las normas que redactó un militar que llegó a partir de un golpe de estado. Imaginemos por un momento lo que eso significa.
Durante meses, personas se organizaron políticamente alrededor de esa idea y de la claridad de “si no hacemos política, la seguirán haciendo en nuestro nombre”. Fue así que se comenzó a poner sobre la mesa la propuesta de un constituyente, es decir, un proceso en el que se redactara una nueva constitución reconociendo que el Chile que hoy existe, no es el Chile que pone a las personas al centro y el que responde a las demandas de una sociedad que se movilizó durante meses.
Resultado de estas movilizaciones en calles y en la discusión pública en medios, es que los partidos políticos deciden firmar una carta para redactar una nueva constitución. El 27 de octubre, un año después de las primeras protestas, se realizó un plebiscito nacional en el que las y los chilenos votaron a favor de redactar una nueva constitución. El 78% de la población votó por cambiar la constitución que resultó en una elección democrática para la elección de las personas que formarían parte de este constituyente y que deberán redactar una nueva constitución. Este proceso, de por sí histórico, resultó en que personas independientes de partidos y de partidos políticos nuevos, hoy representan a la sociedad chilena para redactar una nueva constitución y acuerdos sociales para ese país. Además, la primera persona en encabezar la presidencia de la Convención Constituyente fue Elisa Lincon, una académica de la comunidad indígena mapuche chilena, históricamente violentada por el gobierno chileno.
Así pues, en menos de dos años, las movilizaciones de las y los chilenos relegados de un sistema económico, lograron cambiar la discusión y las decisiones políticas de su país. Pero ésta es solo la primera parte de las transformaciones que hoy suceden en Chile. A finales del año pasado, el pueblo chileno eligió a Gabriel Boric como su nuevo presidente. El presidente más joven de la historia chilena que llega como resultado de un frente amplio de fuerzas progresistas y de izquierda. Pero de eso hablaré la próxima semana y de cómo lo que hoy sucede en Chile, puede encabezar una serie de transformaciones sociales profundas para nuestros países.
