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OPINIÓN

La verdad sea dicha y respetada

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Comuna México, por Benjamín Mora //

Hombres y mujeres hemos insistido en verdades, de suyo nada originales y mil veces oídas, que el tiempo evidenció como falsas. Verdades que nos parecieron, de inicio, irrevisables y bloqueadas a cualquier cambio posible en el futuro, pero vencidas por la realidad. Inquietantes posturas frente a un futuro que aún no nos pertenecía pero que nos negaba la delicia de cambio desde la libertad y el mejor entendimiento de lo real y verdadero.

En las veleidades de la cotidianidad en que hacemos y deshacemos lo humano y lo social, sojuzgada por lo efímero que tanto nos deleita, nos hemos negado a imaginarnos vivos en el largo plazo. Hoy, nuestro porvenir es siempre instantáneo. El ahora dejó de importar para quedarnos en el ahorita mismo. Nada se aguarda, nada nos aguarda, quedándonos solos porque así creemos que reforzamos nuestra individualidad sin comprender que nuestra mismidad depende de la otredad. Lo distante nos parece cercano, y lo cercano nos asusta de ahí que nos congratulamos de tener miles o millones de seguidores en las redes sin sentir remordimiento de perder a quienes apenas ayer eran nuestra familia. Creemos que construimos a las redes en Internet sin comprender que las redes nos des-construyen.

José José se hizo viral en todos los sentidos: en los medios de in-comunicación masiva, así como en el alma de miles y miles de mexicanos enojados con Sarita, su hija. José José volverá a México para que su pueblo lo despida como bien merece, nos dicen quienes se enriquecen del espectáculo. Así somos, así fuimos con Pedro infante y con Cantinflas; unos creen que el primero sigue vivo y otros soñaron en que el segundo podría ser el presidente que México merecía y votaron por él en aquellos días en que nadie ganaba si no contaba con la voluntad y anuencia del gran tlatoani en turno… claro, al único que no lloraremos será a Chabelo pues es inmortal, según cuenta la leyenda urbana.

Hace años, al leer sobre la Fe, encontré algo que aun bulle en mi mente y alma: “El hombre se define como ser cuestionable” pues todo en su vida puede debatirse ya nada en la vida permanece inexpugnable o irrefutable.

Mi madre solía decir que nos volvemos seres humanos cuando interrogamos a todo y acerca de todo; cuando dudamos de Dios, cuando volvemos a Él y aun, cuando renunciamos de Él, declarándonos ateos. Cuando la verdad de hoy nos hace irreverentes al ponerla en duda respondemos a nuestra razón de existir, creamos o no en Dios, o aceptemos a no que somos creaturas que creamos. Nos volvemos humanos… nos humanizamos… cuando, ante nuestros ojos, el mundo emerge siempre novedoso, sorprendiéndonos hasta excitar nuestro impulso por vivir en el largo plazo. Mi madre insistía en que debía buscar ese momento -deseable pero aterrorizante- en que nos sentimos cuestionados por nosotros mismos; no por los demás sino por nosotros mismos gracias a esa sensación de insuficiencia nos hace descubrir y descubrirnos, y cuestionamos a nuestra propia vida.

México, con más de 30 siglos de historia, aún vive en la pubertad espiritual. Nos creemos maduros porque llevamos al debate al uso lúdico de la marihuana, engañándonos con palabras –lúdico- que no entendemos ni dimensionamos los alcances de nuestros deseos y luchas. Somos un pueblo que no olvida al 2 de octubre, pero que ignora qué realmente sucedió en ese día, en los días que desembocaron en él y en los años que le siguieron. Somos un pueblo conforme con un Grito de Independencia distinto cada año y con cada gobierno, y que se pronuncia un 15 de septiembre y no un 16 como debiera ser. Somos un pueblo que niega a Porfirio Díaz volver a México pero que festeja el 15 de septiembre cuando era el cumpleaños del gran dictador oaxaqueño. Somos un pueblo que festeja el triunfo de la selección de futbol en el monumento a la Independencia como si ésta se afianzara por 90 minutos de buen futbol.

Somos un pueblo conforme con los bienevales que apaciguan las posibles demandas sociales por insuficiencias en los sueldos y salarios en Jalisco; que se conforma con los pases automáticos en las escuelas públicas de primaria a secundaria y de ésta a la preparatoria y luego a la universidad, que nos hacen creer que estamos preparados para competir en el mundo; que se limita con ganar un asiento en el tren ligero y le convence de que el día entero será de éxitos; que nos hacernos los dormidos en el autobús urbano para no ceder el asiento a una mujer embarazada o mayor nos evita salir de nuestra zona de confort… somos un pueblo con la ceguedad cuasi absoluta.

En la semana que recién terminó, en una reunión de cuadros políticos de un partido y lo que ello pudiera significar, escuché las mismas acusaciones con que los fifís hemos dibujado a Andrés López Obrador, y me pregunté si los fifís y los chairos realmente saben –o sabemos- lo que niegan/negamos y lo que aceptan/aceptamos. Estoy convencido de que la vulgarización de la política no la hizo cercana ni menos comprensible para el pueblo, sino que la volvió más exotérica. Antes, los políticos la entendían y ejercían, ahora, estos son solo tenedores de cartas de corso.

Hoy, hasta lo que nace de la levedad intelectual y social es llevado a la tribuna legislativa pues el vulgo vulgarizó a la otrora Alta Tribuna, para explicarlo de manera tan simple. Hoy, los debates legislativos no llegan a agotar el objeto que creen atender porque su materia gris se ensució del lodo que inunda los chiqueros en que gustan vivir algunos diputados y senadores. No hay ecuanimidad entre lo que los senadores y diputados representan –a la nación y al pueblo- y sus representaciones mentales que carecen de contenido y continente.

No se comprende, desde el Congreso que nos desune, que toda idea impuesta en los mayoriteos de ayer y hoy, en cuento se despega del recinto, se vuelve mentirosa. Se miente al explicarla, al justificarla, al defenderla, la imponerla, porque en el Congreso no se busca la verdad sino el complacer el gran tlatoani que ayer vivió en Los Pinos y hoy deambula en el Palacio Nacional.

E-mail: benja_mora@yahoo.com

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