OPINIÓN
Matagalpa, infamia sandinista: Daniel Ortega, vulgar criminal con poder
Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //
Ante un mal gobernante, el silencio es de cobardes. Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, es ruin y criminal, ejemplo de la mayor bajeza a la que se puede llegar desde el poder político. Daniel Ortega es vulgar y pendenciero. Su esposa y vicepresidente de Nicaragua, Rosario María Murillo Zambrana es de igual o peor ralea.
Monseñor Rolando Álvarez Lagos, obispo de Matagalpa, fue detenido, junto con cinco sacerdotes, tres seminaristas y dos laicos, por orden del dictador de Nicaragua, Daniel Ortega. El pueblo y la Iglesia Católica nicaragüense son, desde hace tiempo, perseguidos y violentados buscando callar sus posturas humanitarias, de justicia y caridad; hoy, millones de voces en el mundo se elevan exigiendo la libertad de monseñor Álvarez Lagos y los demás detenidos, el cese de esta persecución religiosa y la reconsideración de los gobiernos nacionales de sus relaciones con el dictador Ortega. En México, sabemos que el presidente López Obrador, su gobierno y muchos de su Cuarta Transformación son sandinistas de corazón y que voltearán sus ojos hacia otro lado de forma cobarde o un tanto criminal. Marcelo Ebrard nos dirá de qué está hecho y si merece contener por la presidencia.
Este lunes, 22 de agosto, es el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia Motivados por la Religión o las Creencias, y es el mejor momento para asumir una postura ante la infamia de Daniel Ortega.
El arzobispo de Panamá, monseñor José Domingo Ulloa Mendieta ha calificado de aberrantes los hechos en contra de monseñor Álvarez Lagos; por su parte, el Consejo Centroamericano de Procuradores de Derechos Humanos hizo un «llamado firme a parar la represión» en Nicaragua, en contra de los representantes de la Iglesia Católica y de los medios de comunicación.
Lo mismo ha sucedido en Estados Unidos, Perú, España y la propia Organización de las Naciones Unidas. Llama la atención el silencio del Papa Francisco, quien es severamente criticado en medios masivos del todo el mundo. Espero que pronto entendamos sus razones.
Existen, sí, diferencias de tiempo atrás entre la Iglesia Católica y el presidente Ortega. Recordamos que, en 2018, una reforma de Ortega al sistema de salud y de pensiones nicaragüenses, desató protestas sociales que fueron ferozmente reprimidas al punto de provocar numerosos muertos. La Iglesia Católica no solo denunció la represión, sino que dio refugio en sus templos a manifestantes. Más tarde, en 2019, en medio de ataques a templos, el obispo auxiliar de Managua, José Báez -un severo crítico del régimen sandinista- debió refugiarse en Roma. En marzo, el Nuncio Apostólico en Nicaragua, Waldemar Somertag, fue virtualmente expulsado por el gobierno. Daniel Ortega ha acusado de lavado de dinero a organizaciones de la sociedad civil humanitarias y grupos caritativos; y a las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa les la impedido la celebración de misas dentro de sus templos.
La distancia entre la Ciudad de México y Managua es de 2,162 kilómetros, pero la distancia entre los estilos de López Obrador y Ortega es tan cercana como el espacio que hay en un abrazo fraterno casi concupiscente. Sus gustos dictatoriales y represivos los hermanan y comprometen.
Ortega acusa a las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) de lavar dinero; López Obrador las acusa de mal uso del dinero público que recibían desde el Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol) vía subsidios, concursables y etiquetados para fines tan claros como: 1) Mejora Alimentaria, Nutrición y Salud; 2) Desarrollo Integral Sustentable con Participación Comunitaria; 3) Fortalecimiento de la Igualdad y Equidad de Género y 4) Capacitación para el Fortalecimiento Institucional de OSC y otros Actores de la Sociedad. Esto no gustó a López Obrador y por ello ordenó, desde su primer día de gobierno, segregar a las OSC de todo plan de gobierno.
Fui responsable del Indesol en Jalisco y sé de qué hablo y por qué denuncio. Uno de los temas más controversiales que apoyé fue el de “promover la participación ciudadana hacia la mejora en la calidad de las políticas y acciones públicas y de gobierno al incorporar nuevos sujetos en las redes de políticas públicas y aumentar el nivel de información disponible para su identificación, formulación, ejecución y evaluación, a partir de consensos sociales y la legitimidad de las decisiones de gobierno”.
Esto asustó a muchos en aquel momento y causó temor en López Obrador. La vertebración de la sociedad civil no le va bien a las dictaduras; tampoco el respeto a la diversidad ideológica y menos aun el subsidiar cursos de sensibilización y/o campañas sobre la importancia de la cultura de la denuncia, desnaturalizando actitudes pasivas ante actos abusivos de cualquier origen, incluido al gobernante.
A López Obrador le enferma la construcción de ciudadanía sustentada así como su participación en lo público y de gobierno sobre el destino de su comunidad y de su entorno ambiental; le enerva que intervenga en la dación de leyes que orienten y acoten el actuar del gobernante a partir de la voluntad del pueblo que cobra forma en las obligaciones mejor acotadas del servidor público, y que garantiza el dominio anónimo de las leyes al consolidar y profundizar la democracia participativa, la cohesión y el capital social, la equidad y la igualdad sustantiva de género, y la participación y el encuentro de ideas e iniciativas.
López Obrador y Ortega son tan iguales que se recrean en la violencia en contra de la Iglesia Católica. Sabemos que en varios estados, Jalisco es uno de ellos, se exige pago por el derecho de piso de las fiestas patronales, de las limosnas y muchas otras formas de agresión. Sabemos que los asesinatos de los jesuitas en Chihuahua sigue impune. No hay interés ni voluntad.
A López Obrador le va mal toda experiencia pasada en contra del hambre, aun cuando hoy la inflación ponga a millones de mexicanos al borde de la malnutrición y desnutrición, empobrecidos por sus políticas económicas erroneas. Valdría replantear la Cruzada Nacional contra el Hambre que incluía los principios de Hambre Cero del expresidente Lula Da Silva, de Brasil y que toma como bandera el Partido del Trabajo sin una idea clara de lo que habla. Es solo grilla barata y perversa.
Hoy, que la violencia desde los grupos delincuenciales tienen a México en la Antesala del Terrorismo, recuerdo que desde Indesol apoyamos proyectos sociales en los polígonos con mayor violencia y presencia de la delincuencia, en coordinación con otras dependencias y entidades, así como con otros órdenes de gobierno. Hoy eso ya no existe por orden del presidente López Obrador.
