OPINIÓN
Percepciones y sensaciones
Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
La percepción es la interpretación y el análisis de los estímulos que recibe el individuo, mientras que la sensación es la experiencia inmediata que apunta a una respuesta involuntaria y sistemática, de ahí que ambas sean subjetivas y sumamente variables. Por ello, los comunicólogos, publicistas, mercadólogos y los gobiernos, han hecho de estas no solo herramientas, sino también campo de batalla.
En el gobierno federal, la batalla por la percepción ciudadana ha girado en torno a la congruencia entre el discurso de campaña y las acciones de gobierno y para ello se han utilizado los mismos símbolos: el avión presidencial, el aeropuerto en Texcoco y su némesis Santa Lucía, la residencia oficial de Los Pinos, el Estado Mayor Presidencial, una mayor cantidad de recursos a programas asistenciales, becas y adultos mayores y una austeridad republicana en el ejercicio presupuestal que cancela estancias infantiles, centros de salud y pone a abuelos a cuidar nietos. En siete meses, ha sido una vorágine de anuncios y reformas legales, controvertidas o no, que han provocado la percepción de que no existe una agenda específica, sino un solo impulso, el del Presidente de la República. Se tiene la sensación de que se trabaja mucho, pero la percepción de que se avanza poco. El modelo de comunicación seguido, cuya columna vertebral son las conferencias mañaneras y tímidos esfuerzos por divulgar aciertos de la política social, ha generado la sensación de que el presidente manda, pero no gobierna y poco a poco la insistencia en que vamos bien se difumina ante la falta de soportes para el análisis y la comprensión que formen y consoliden la percepción de que realmente vamos bien.
Para los analistas económicos esa presunción es falsa e insisten en que los indicadores presagian una recesión o cuando menos una atonía, mientras los encargados de las finanzas nacionales se esfuerzan en presentar números favorables aunque reconocen que ha habido subejercicio en el presupuesto durante el primer semestre de la administración, mismo que paradójicamente y hasta increíblemente, el presidente niega por que “él tiene otros datos”. No ayudan estas imprecisiones o contradicciones a crear una sensación de seguridad para el inversionista que sigue percibiendo señales de peligro y retiene o detiene en consecuencia sus proyectos.
La clase media refleja su desconfianza en un menor gasto en bienes duraderos como automóviles o casas y aumenta el gasto en alimentos y bienes de consumo, como se refleja en los últimos datos publicados por el INEGI, que anunció en su evaluación provisional un crecimiento del PIB de 0.1 por ciento.
Por otra parte, el embate presidencial que han sufrido los órganos autónomos ha causado que se perciba un afán de no transparentar del todo las acciones de gobierno, ni dejar que con autonomía se juzguen los aciertos o despropósitos de las políticas para el desarrollo social, o los beneficios o perjuicios que arroje la política energética. El gobierno no genera datos duros que propicien una evaluación objetiva y anular a estos organismos impide hacer juicios objetivos, desideologizados y claros sobre la intención de fortalecer la capacidad de las dos grandes empresas productivas del Estado, CFE y PEMEX.
La actitud que ha tomado el presidente de la república contra los medios que lo critican, o que no apoyan sus decisiones refleja intolerancia, pero más allá de eso, nos inclina a pensar que se desea la uniformidad, la renuncia a la crítica constructiva y que en el fondo exige que crean en su palabra y sus datos como un dogma cubierto por el paraguas del cambio.
Con estas señales se puede concluir que el presidente tiene una percepción errónea de los resultados de la votación que lo llevó a la silla presidencial y que los treinta millones de votos que tanto festeja su feligresía fueron una carta en blanco para que cambiara el régimen y destruyera un andamiaje institucional que no había acabado de mostrar sus beneficios. Cierto es que una corriente de pensamiento formada en los años sesenta nutre a muchos de sus partidarios que desean la destrucción del régimen, pero también es cierto que una parte mucho muy importante de esos treinta millones no milita en ella pero si desea que se combata la corrupción, se destierre la impunidad, impere la legalidad y el estado de derecho. Muchos votaron a su favor por hartazgo, por la falta de una opción mejor y en contra de partidos con los que no se sienten representados. Pensar otra cosa es una percepción sesgada hacia su propia ideología que puede llevar al país por un camino equivocado.
El presidente quiere consensos que difícilmente conseguirá si persiste en la opacidad de sus acciones, justificadas solo por descalificaciones a quienes encabezan organismos que han contribuido a la transparencia como el INAI, solo porque cuestan mucho.
Se siente que algo no está bien y se percibe que nos puede ir muy mal.
