OPINIÓN
Polarización

Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //
El que existan diferentes opiniones en una sociedad y que estas puedan expresarse sin temor a represalias es un síntoma de una democracia sana; cuando grupos políticos antagónicos son capaces de entablar diálogos sobre sus distintas visiones alrededor de una misma problemática generalmente se logran avances que llevarán a la creación de políticas de desarrollo integrales para la comunidad de la cual forman parte y a la que en teoría deberían de servir.
Estoy convencido de que si los partidos (y algunos gobiernos) se olvidaran del golpeteo político y dedicaran esos recursos para capacitar a sus militantes buscando tener mejores perfiles o para planear y promover políticas públicas adecuadas a la actualidad, otro gallo cantaría.
En política, polarizar es un término que se utiliza para mostrar la división de dos bandos, una acción que se utiliza para profundizar en sus diferencias, haciendo creer que unos son buenos y otros malos, que unos son honestos y otros no, así, sin matices, como si los valores de las personas como la honestidad o respeto dependieran de su identificación partidista. Cuando se busca polarizar a una sociedad generalmente se recalcan las discrepancias de izquierdas contra derechas, de liberales contra conservadores, de los nuevos contra los viejos y en los últimos años se han utilizado términos como fifís contra chairos.
Curiosamente, cuando se utiliza un discurso de polarización, aquellos que lo promueven argumentan defender la democracia, sin embargo hay pocas cosas que nos alejan más de ella pues por lo regular las personas que se identifican con uno u otro bando utilizarán cualquier excusa para maximizar las virtudes de los suyos y recalcar las fallas de los de enfrente.
Alrededor del mundo hemos visto que algunos actores políticos le han apostado a la polarización con evidentes fines electorales creyendo que la diferenciación y la base de sus votantes les darán la victoria en las urnas ya que su capital político es suficiente para ganar elecciones dividiendo o inhibiendo el voto opositor.
Tenemos varios ejemplos de cómo descalificar a los demás consigue triunfos inmediatos que posteriormente traen dolorosas derrotas. En Estados Unidos el proyecto del ex Presidente Trump logró la victoria en 2016 pero fue vencido en las urnas en 2020, en un inicio la polarización provocó un fuerte rechazo hacia los demócratas, esto llevó al “trumpismo” a la Presidencia de ese país, sin embargo, 4 años después la ola de estadounidenses que se unieron para votar en contra de ese personaje incluyó apáticos, abstemios y hasta republicanos, esto dio como resultado que los 70 millones de sufragios conseguidos por Trump no alcanzaran para vencer Joe Biden.
En Gran Bretaña el Brexit fue votado por una sociedad muy dividida, el 51.9% de los votantes decidieron la salida de la Unión Europea, el 48.1% restante pedían mantenerse tal y como estaban, hubo muchos incrédulos que se negaron a ir a votar, hoy, esos que no ejercieron su derecho en las urnas más los que mostraron su inconformidad en las mismas realizan continuas manifestaciones contra la salida de sus países de la Unión Europea.
Países latinoamericanos como Brasil, Colombia y Perú actualmente se enfrentan a una crisis de inestabilidad política, las elecciones y las decisiones de sus líderes se han dado en medio de campañas políticas de polarización que han llevado a un fuerte desgaste social, esto, aunado a la crisis sanitaria mundial ha creado un clima de irritación y desencanto en sus sociedades que vuelve muy complicado gobernar, en México no estamos lejos de ese escenario.
Lo mencionado anteriormente nos muestra cómo las campañas de contrastes y la guerra sucia (¿Hay de otra?) llevan a gastar una gran cantidad de recursos para señalar los errores de los contrincantes y volverlos virales. Ante estas situaciones muchas veces los espectadores del juego de la política caemos en el error de apoyar una corriente u otra ciegamente, como fanáticos de un equipo de futbol o como seguidores de una novela, dejando de lado el raciocinio, tal vez por eso en este proceso veremos varias candidaturas de ex futbolistas y actores de televisión.
El Padre Chayo
La semana pasada falleció el Presbítero José Rosario Ramírez, un ícono jalisciense que presenció y fue parte importante de muchos eventos históricos de nuestro estado, un hombre que tenía la capacidad de entender a la sociedad actual y que actuaba como brújula moral, promoviendo valores de esos que hoy hacen mucha falta. Una persona siempre abierta al diálogo y dispuesta a instruir, guiar y construir proyectos de bienestar social de la mano de distintos sectores de la sociedad tapatía. Sin duda, dejó una huella importante en muchos de los que lo conocimos. Hay vacíos que son difíciles de llenar y su ausencia física es uno de ellos pues personalidades como la suya cada día son más escasas. En paz descanse el Padre Chayo.
CARTÓN POLÍTICO
Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos
Si prefiere descargar el PDF en lugar de leer online: CLICK AQUÍ
Lectores en teléfono celular: Para una mejor lectura online, girar a la posición horizontal.
LAS NOTICIAS PRINCIPALES:
Crónica de una semana tensa en la UdeG: La rebelión estudiantil que desafía a la FEU
NACIONALES
Buscan cubrir a AMLO en actos de corrupción

– De Primera Mano, por Francisco Javier Ruiz Quirrín
UNA DE LAS evidencias de que el sistema político del México de nuestros días es parecido al PRI hegemónico de hace 50 años es el combate a la corrupción de acuerdo a intereses políticos del grupo en el poder, con una gran diferencia ahora: Los funcionarios de primer nivel son intocables.
No hubo un solo presidente de la república de aquel viejo PRI, que no impusiera su voluntad y enviara un mensaje a la clase política de que había un nuevo líder en Los Pinos. Las demostraciones incluían cárcel para figuras de alto nivel. Así, estuvieron tras las rejas el senador Jorge Díaz Serrano, director de PEMEX, con el presidente José López Portillo, varios gobernadores y hasta un hermano del presidente Carlos Salinas, Raúl.
A partir del año 2018, el hombre que tuvo como lema de campaña presidencial el ataque a la corrupción, Andrés Manuel López Obrador, en los hechos cubrió a los corruptos de primerísimo nivel.
Solo dos botones de muestra: Ignacio Ovalle Fernández, director de SEGALMEX, y Manuel Bartlett Díaz, director de la Comisión Federal de Electricidad. Aplicó la máxima de Benito Juárez: “A los amigos, perdón y gracia; a los enemigos, la ley a secas”.
Entre los enemigos actuó contra Emilio Lozoya, director de PEMEX con el presidente Peña Nieto, acusado de haber recibido sobornos de una empresa petrolera del Brasil, pero al final del día su gobierno acordó y el acusado está en casa.
El cinismo de AMLO incluyó su admisión de la existencia de corrupción en Segalmex, cuyo desfalco rebasó los 15 mil millones de pesos, pero justificó a Ovalle diciendo que este último “había sido engañado por sus subalternos”.
Increíble lo anterior, sobre todo para quien, durante una “mañanera” del año 2019, aseguraba que no hay persona mejor informada que el presidente de la república y que si había corrupción entre los funcionarios, “era porque el jefe, el presidente, estaba enterado”.
En los días que vivimos, el caso del “huachicol fiscal” operado por altos mandos de la Marina Armada de México nos pone sobre la mesa la enorme probabilidad de que no solo el general secretario del ramo con López Obrador, sino también este último, pudieran haber sido enterados y haber permitido el enorme peculado.
Imposible no reparar en las declaraciones del titular de la Fiscalía General de la República, Alejandro Gertz Manero, quien el pasado domingo declaró que Rafael Ojeda Durán, titular de la Marina en el sexenio obradorista, había denunciado “problemas” y que por ese motivo la Fiscalía General de la República se había adentrado en la investigación que hoy tiene por resultado la persecución de cuando menos 200 personas, entre militares, servidores públicos y empresarios.
Los hechos sobre tal ilícito empezaron a trascender a los altos mandos militares cuando Rubén Guerrero Alcántar, vicealmirante y exdirectivo de una aduana en Tamaulipas, redactó una carta que llegó a manos del general secretario Ojeda Durán, en la que señalaba directamente a Manuel Roberto y Fernando Farías Laguna, de encabezar una red de “huachicoleo fiscal”.
Los hermanos Farías, originarios de Guaymas, Sonora, son sobrinos de Ojeda Durán. Guerrero Alcántar fue asesinado el 8 de noviembre del 2024 en Manzanillo, Colima. El volcán de corrupción denunciado hizo erupción al descubrirse un buque con diez millones de litros de combustible introducido sin pagar impuestos en Tampico, Tamaulipas, el pasado mes de mayo, seguido de otros descubrimientos similares en Ensenada, Baja California, y el trascendido de que ese combustible había tocado la bahía de Guaymas en Sonora.
En sus declaraciones sobre el tema, Gertz Manero subrayó que cuando el general secretario Ojeda denunció “problemas en la Marina”, lo hizo en términos generales sin hacer referencia a sus sobrinos. A su lado, en esa conferencia de prensa del pasado domingo, el titular de seguridad pública, Omar García Harfuch, dijo que no se podía condenar a toda una institución por los errores cometidos por algunos de sus integrantes.
Horas después, en su “mañanera”, la presidenta Claudia Sheinbaum refrendó la defensa. Para el general exsecretario, recordando que lo importante era la investigación y, sobre todo, las pruebas para demostrar los dichos.
La lógica indica una posibilidad de involucrar a Rafael Ojeda Durán en el escándalo mayúsculo de los hermanos Farías Laguna y otros implicados; golpearía directamente la humanidad de López Obrador.
Es mucho más conveniente enviar el mensaje de ataque a la corrupción, aprehendiendo y enjuiciando a “peces menores”. Ahí se registra una diferencia con el pasado reciente.
Durante el sexenio 2018-2024 se cubrió la corrupción en vez de combatirla. En este sexenio de la presidenta Sheinbaum sí se está combatiendo la corrupción pero cuidando la imagen de quien ahora vive en Palenque.
Lo anterior significa la imposibilidad de señalar y encarcelar a un exsecretario en cualquiera de sus ramos.
Para el lado oficial, resultan muy lejanas y “casi en el olvido” aquellas palabras de AMLO en una de sus “mañaneras” del año 2019: “El presidente de México está enterado de todo lo que sucede y de las tranzas grandes que se llevan a cabo”.
JALISCO
¿Legalidad? pero sin integridad

– Opinión, por Gabriel Torres Espinoza
¿Por qué se critica tanto al Tribunal de Justicia Administrativa (TJA)? Porque se ha transformado en fábrica de sentencias “ajustadas a derecho”, ¡pero profundamente injustas! Asisten al ‘indebido proceso’ y ceden al “daño patrimonial” causado por los ‘desarrolladores’.
Los derechos colectivos —aire limpio, agua, movilidad, biodiversidad— se reducen a bienes menores, sacrificables en nombre de una supuesta certeza jurídica para el ‘inversionista’.
Lo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos recordó es que tienen la obligación jurídica de prevenir, mitigar y remediar daños ambientales por su impacto directo en los derechos humanos.
Bajo esa luz, cada fallo del TJA que antepone la rentabilidad de un fraccionamiento sobre la preservación de un bosque o de un área natural protegida, no es solo un despropósito local, sino una violación a compromisos internacionales y a los derechos fundamentales de la ciudadanía.
La prensa ha documentado el incremento de litigios contra la planeación urbana, hasta el punto de que este Tribunal se tornó en el espacio donde los corruptores desfilan a desmontar planes de desarrollo, debilitando la ordenación del territorio con fachada de legalidad. Se trata de un tribunal que privilegia la letra procesal, sobre el sentido integral de la planeación. Lo que se produce es una ciudad fragmentada, desigual, en la que cada vez es más difícil trasladarse y vivir.
La responsabilidad social de este Tribunal es mayor, pues el TJA es la última instancia. Las decisiones que dicta son definitivas y obligatorias. Sus resoluciones no pueden recurrirse, y sus magistrados no rinden cuentas a nadie. Allí donde se concentra el poder de decidir el futuro urbano, se concentra también la tentación de la corrupción.
Por eso el TJA no solo refleja, sino que encarna hoy el mayor riesgo estructural para el derecho a la ciudad y al medio ambiente, porque cada vez que dicta una sentencia que habilita lo prohibido, que desprotege los recursos naturales, destruye algo más que territorio; destruye la confianza en la idea misma de justicia. Su propia legitimidad social.
Los jueces no deben limitarse a aplicar reglas, sino decidir con base en principios que aseguren el bien superior a la ciudad. La legalidad, sin integridad, degrada la justicia. Básicamente, porque transforma el tribunal en una coraza de impunidad.
En este órgano jurisdiccional, hemos visto cómo se ha vuelto norma la confusión entre legalidad procedimental y justicia, con resoluciones fundadas y motivadas en lo formal, pero que producen resultados injustos y muy lesivos para la sociedad.
Sentencias “apegadas a derecho” que, sin embargo, devastan áreas naturales, desmantelan planes urbanos, causan más colapso vial y profundizan la desigualdad. No perdamos de vista que esa sociedad, la que sufre las consecuencias, es justamente la que dotó a estos magistrados de su investidura, y a la que debieran rendir cuentas, a través de los poderes constituidos de Jalisco.
La diferencia entre un tribunal de justicia y uno de derecho se vuelve aquí fundamental. El primero busca armonizar la norma con el desarrollo sustentable de la ciudad; el segundo la aplica sin importar que destruya bosques, colapse vialidades o afecte a comunidades enteras.
El primero protege a la ciudad; el segundo protege contratos y escrituras privadas. El primero es garante de ciudadanía; el segundo, como en Jalisco, es agente de plusvalía y el principal agente corruptor contra el ordenamiento territorial.
A la luz de las actuaciones del TJA, surge hoy una pregunta colectiva, inevitable y perturbadora: ¿Cuál es la utilidad social de un tribunal del que debemos defendernos todos para poder preservar la ciudad? Si el órgano llamado a garantizar justicia es el principal mecanismo de despojo legalizado; si en lugar de proteger a la colectividad protege a los desarrolladores; si en vez de equilibrar el interés privado con el bien común se ha dedicado a corroerlo, entonces su existencia no responde al poder público, sino a los negocios que lo corrompen.
Un tribunal así no es garante de derechos, ni de justicia administrativa; sino una auténtica amenaza permanente contra ellos, misma que estaríamos obligados a enfrentar como sociedad, y desde el gobierno.