OPINIÓN
Somos padres, no arrieros
Columna Son Reflexiones, por Sócrates A. Campos Lemus //
Sin duda los que recibimos algunos saludos y felicitaciones y hasta regalitos por el Día del Padre, de pronto nos ponemos nostálgicos y recordamos a los nuestros, si viven, pues convivimos con ellos y los nietos, si no, pues los recuerdos corren como el agua y van inundando todos los sitios de los recuerdos.
Al final de cuentas la imagen paterna es vital para la formación de todos, es la parte que nos permite desarrollar la idea de que somos proveedores, protectores, que tenemos muchas responsabilidades y esto, sin duda, genera muchas veces las distancias entre uno y los hijos.
Hay muchos padres que se pasan, todavía recuerdo que algunos de los viejos obligaban a que cuando estaban con sus padres además del debido respeto y hablarle de usted, debían, al llegar, besarle la mano y bueno, como que era una enorme sumisión cuando en la realidad un padre no debe ser un tirano sino un amigo de sus hijos, pero esas formas acartonadas heredadas de lo español y de lo católico genera la sumisión y no la amistad, provoca el alejamiento y no la cercanía entre padres e hijos.
Quién no recuerda aquellas frases duras de algunos de ellos que no entendían que su papel no era el de ser arrieros de los hijos sino su amigo, cuando uno pedía algún dinero y le contestaban: “Pues que no sabes que el dinero no se da en macetas y no me lo regalan y bien que me jodo para traerlo y para que tú lo malgastes y ni siquiera seas atento y te acomidas a ayudar en algo de la casa, cuando menos”.
Y aquello que, cuando uno solicitaba permiso para alguna fiestecita, de esas a las que le daban a uno permiso si eran tardeadas y no llegaba uno después de las ocho de la noche y le decían: “Pues claro, en vez de ponerte a estudiar o arreglar tu cuarto te vas de vago con tus amigotes y seguro se van a fumar o a tomar alguna cerveza, y no quiero que llegues oliendo a alcohol y menos a cigarro, porque te los meto por donde ya sabes y al final de cuentas, me estás avisando o simplemente me pides permiso”.
La verdad de las cosas es que no existían las formas en que los jóvenes pudieran acercarse al padre porque de inmediato la amenaza de la madre: “Si sigues así, cuando venga tu padre te voy a acusar para que te dé una buena pela, y ponte a hacer la tarea y apaga ese radio que no es posible ni pensar con el ruido que hace y no entiendo por qué razón les gusta esa música que ni siquiera entienden, porque está en inglés, y vete a cortar esas mechas que ya pareces mujerzuela de la calle y deja de ponerte esos pantalones tan apretados que no eres mariquita y dale grasa a tus zapatos que los traes como zapatos de albañil…. Y de ahí para el monte”.
Pues sí, a lo mejor tenían razones desde su punto de vista, las generaciones cambian y cuando uno les decía que ellos también hacían desmanes y sus padres les daban las mismas regañadas que los que ellos nos venían dando, pues ahí sí que la burra torció el rabo, y terminaban diciéndote: “Pues es que a mí también me duele, pero te lo digo por tu bien, para que sean un hombre de bien y no te pierdas como los teporochos o los marihuanos que andan por ahí en la calle, acuérdate lo que le pasó al hijo de don fulano que no lo corregían y ahora se encuentra en la cárcel y si eso pasa, pues es seguro que tu madre se muere de vergüenza y toda la familia sufrirá por tu culpa…”.
Así repetimos las cosas y de pronto, cuando comienzo a platicar con mis hijos y me sale lo “padre” pues trato de morderme la lengua y acercarme a ellos para escucharlos y me sorprende la enorme información que ahora tienen, de las cosas de las que hablan, de sus preocupaciones, de sus sueños e ilusiones, de sus realizaciones y así pues comenzamos a convivir de otra manera, a lo mejor soy un padre muy facilito, porque al final de cuentas cedo en todo lo que me piden.
En alguna ocasión, alguno de mis cuates que son de esos metiches me decía:
“Pues el darles todo a los hijos es mal formarlos, se lo tienen que ganar y saber lo que cuestan las cosas” y pues me quedé pensando, no, si no soy ni su patrón, soy su padre y mi obligación es darles lo mejor y que puedan tener una infancia y juventud digna y feliz y ya tendrán oportunidad de entrar al laborioso mercado de trabajo y ellos sabrán si se dejan explotar o mantener una línea de independencia y de libertad, trato de formarlos para que sean hombres libres, justos, alegres, que tengan la pasión por ayudar a sus semejantes, que sepan que lo más importante son lo que uno es capaz de dar no lo que uno tiene, no es acumulación de cosas, no son bodegas para guardar pendejadas, sino que son seres humanos que deben aprender a convivir con todos sus semejantes y ser tolerantes en la vida con todo tipo de seres humanos y en eso creo que no me he perdido sino que he logrado hacer algo con el ejemplo y mucho con la tolerancia y buscando ser su amigo no su látigo.
