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OPINIÓN

Sufre la economía de Occidente: La superioridad rusa da vuelta a la economía occidental

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Economía Global, por Alberto Gómez-R. //

La relación entre economía y guerra es intrínseca. Las disputas territoriales humanas desde tiempos inmemoriales se deben a la pertenencia y posesión de un territorio primeramente; el hombre primitivo luchaba contra otros clanes para conservar –o conquistar- territorios con todos los bienes que contenía, ya fuera una fuente de abastecimiento de agua, de alimento o simplemente un refugio.

Esto no ha cambiado en el transcurrir de miles de años: la codicia por la obtención de riquezas sigue impulsando al ser humano a luchar entre sí para quitarle lo que el otro posee. La evolución de la humanidad, también trae consigo la transformación de las sociedades, la economía, cultura y visiones, y por ende la complejidad de las guerras crece y se sofistica.

Nada menos que durante el siglo XX y lo que va del XXI se ha visto este desarrollo en la complejidad de los conflictos bélicos, escalando de armas de fuego básicas (Primera Guerra Mundial 1914-1918), pasando por la sofisticación tecnológica de la invención de armas de guerra más poderosas y destructivas como la bomba atómica (Segunda Guerra Mundial 1939-1945), la de hidrógeno o de neutrones; los avances armamentísticos impulsados por el afán de superioridad sobre sus rivales marcaron la pauta para el desarrollo de nuevas tecnologías, incorporando la propulsión a chorro –desarrollada por la carrera aeroespacial- a las armas de destrucción masiva, logrando que las bombas fueran transportadas por misiles (proyectil autopropulsado por cohete o motor de reacción, que puede ser guiado durante toda o parte de su trayectoria).

Existe una gran variedad de misiles, desde los de tipo crucero, balísticos, antiaéreo, antimisil, antitanques, antibuques, así como distintas capacidades de carga (explosivos, armas químicas, biológicas, armas no convencionales, y ojivas termonucleares; así mismo, el alcance de los misiles es muy variado, desde las distancias cortas, hasta los misiles intercontinentales.

Un misil balístico intercontinental o ICBM (siglas del inglés Inter-Continental Ballistic Missile) es un misil de largo alcance, más de 5500 kilómetros en promedio; EE.UU., Corea del Norte, China y Rusia poseen misiles con alcance de hasta 17000 kilómetros.

En la actualidad sólo 8 países tienen sistemas de misiles balísticos intercontinentales: Estados Unidos, Rusia, China, Corea del Norte, Reino Unido, Francia, Pakistán e India.

El desarrollo de tecnología militar armamentística tiene por objetivo demostrar la superioridad de unos sobre otros, y en algunos casos, apalancar su economía a base de la intimidación, como ha hecho Estados Unidos desde hace décadas; así, el dólar estadounidense se ha mantenido aún como la moneda de reserva más utilizada, y quienes han osado desafiar el statu quo han sido aplastados por la furia de la ambición con las armas más sofisticadas que su ejército posee, incluso aquellas no permitidas por la Convención de Viena, pero que sin importar dichos acuerdos, han arrasado con cientos de miles de vidas humanas, incluso inutilizando permanentemente a miembros de su propio ejército.

Esta unipolaridad que marcó la pauta en todos aspectos no sólo en el hemisferio occidental, sino también en el oriental, llegó a su fin. El conflicto bélico de Rusia-Ucrania no ha hecho más que acelerar el proceso de deterioro de un imperio en agonía, y las razones saltan a la vista de manera muy obvia: si EE.UU. aún fuera la máxima potencia mundial, en primer lugar Rusia no se hubiera atrevido a apoyar la adhesión de la península de Crimea a su territorio en 2014, lo que significó un duro golpe para los intereses anglosajones.

Ahora, en la guerra por la recuperación del territorio que formó parte de Rusia desde el siglo IX y cuyos orígenes étnico-raciales son ancestralmente rusos, EE.UU. a través de su brazo armado en Europa, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), pretendía hacerse del territorio ucraniano para tener una cómoda posición estratégica sobre la Federación Rusa.

Sin embargo la previsión de los rusos le está ganando la partida a los anglosajones, ya que poco a poco el ejército ruso continúa avanzando en la conquista de Ucrania y, aunque un poderoso bloque de naciones occidentales y aliados orientales han apoyado el bloqueo económico a Rusia, ciertamente no les ha resultado favorecedor y ninguna de estas naciones se ha atrevido a desafiar al poder militar de Rusia, que cuenta con las armas más tecnológicamente avanzadas con un poder nunca visto ni imaginado por Washington, sus más acérrimos rivales.

Aunado a lo anterior, el fortalecimiento del rublo como divisa en el comercio internacional de hidrocarburos, la autosuficiencia alimentaria, la vasta gama de recursos naturales -incluyendo el hídrico- la alta dependencia europea de los petrolíferos y gas natural rusos, y su historia de lucha y resistencia como pocas en la historia, han hecho que Rusia no se doblegue ante las sanciones políticas y económicas de Occidente, al contrario, ha logrado que su superioridad estratégica haya impactado duramente en sus rivales.

Poco a poco, países del bloque de la OTAN han optado por matizar su relación con la Federación Rusa, ya que la falta de gas natural ruso, ha hecho tambalear a la debilitada economía europea luego de la recesión sufrida por la pandemia del covid-19.

En medio de las duras críticas del canciller alemán Olaf Scholz al presidente ruso Vladimir Putin, las importaciones de Alemania procedentes de Rusia sumaron en los cuatro primeros meses de 2022 un total de 15.800 millones de euros, cifra que representa un aumento del 59,9% en comparación con el mismo periodo de 2021, mientras que las exportaciones germanas con el mercado ruso hasta abril alcanzaron los 6.600 millones de euros, un 22,6% menos. Eso sí, en términos mensuales -en comparación de abril con marzo de 2022-, las importaciones desde Rusia retrocedieron un 16,4%, hasta los 3.700 millones de euros, según los datos publicados por la Oficina Federal de Estadística (Destatis).

La embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas dijo hace unos días que el gobierno de Joe Biden apoya la comercialización de cereales y fertilizantes rusos para hacer frente a la creciente inseguridad alimentaria mundial provocada por la guerra en Ucrania.

Linda Thomas-Greenfield dijo a los periodistas en la sede de la ONU que no hay sanciones de Estados Unidos sobre los envíos de cereales y fertilizantes rusos, pero dijo que las empresas están “un poco nerviosas” y han estado refrenándose.

Thomas-Greenfield dijo que Estados Unidos está preparado para dar “cartas de patrocinio” a los exportadores de cereales y fertilizantes, y a las compañías de seguros, con el fin de ayudar a sacar de Rusia los productos agrícolas que tanto se necesitan. (latimes.com)

Rusia redujo la semana pasada los suministros de gas a cinco países de la Unión Europea, incluida Alemania, la economía más grande del bloque de 27 países y que depende mucho del gas de Moscú para generar electricidad y mantener su industria en marcha.

La gigante energética estatal rusa Gazprom ha cortado un 60% del suministro del gasoducto Nord Stream 1, el ducto de gas natural más grande de Europa y que pasa por el Mar Báltico, de Rusia a Alemania. Italia ha visto su suministro reducido a la mitad. Austria, República Checa y Eslovaquia también han visto reducciones. A eso se suman los cortes a Polonia, Bulgaria, Dinamarca, Finlandia, Francia y Holanda en las últimas semanas.

La reacción rusa ante las sanciones accidentales que les han sido impuestas no se ha dejado esperar, cuyas consecuencias pueden tener altos costos económicos y políticos para los líderes europeos, que enfrentan ahora una emergencia energética y el invierno acercándose mientras sigue sin verse una salida al conflicto ruso-ucraniano.

El bloqueo económico impuesto a Rusia ha incrementado sensiblemente los repuntes inflacionarios en todo el mundo, lo que ha obligado a los bancos centrales a subir sus tasas de interés, lo que en teoría es una solución para contener la inflación, pero que en la práctica, bajo el contexto económico actual, es una medida bastante discutible.

Lo cierto es que los incrementos en el costo de los créditos y la devaluación de algunos instrumentos de inversión, han alcanzado ya a países en vías de desarrollo como México, cuyo banco central (Banxico) anunció el alza en su tasa de interés en 0.75 puntos, siguiendo la estrategia de la Fed (banco central estadounidense) para tratar de contener la aspiral inflacionaria ascendente; sólo el tiempo y contextos de los futuros escenarios definirán si esta estrategia fue adecuada en tiempos de una gran complejidad económica nunca antes vividos.

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MUNDO

La sorpresa de León XIV: El espíritu santo y las bolas de cristal

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Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //

Mi primo Gabriel Ibarra Félix me escribió tras la elección del Papa León XIV, con su típico humor: “¿Qué tal los vaticanólogos y sus bolas de cristal? ¡Está más difícil adivinarle al Espíritu Santo que a una elección mexicana!” Y no le falta razón. La elección del cardenal Robert Francis Prevost, estadounidense y peruano, como nuevo pontífice el 8 de mayo de 2025, dejó a todos con la boca abierta. Ni los expertos más sesudos ni las casas de apuestas, que ya hacen negocio con los cónclaves, tuvieron al nuevo Papa en sus quinielas.

La elección sorprendió porque los pronósticos subestimaron la opacidad del cónclave, se centraron en candidatos de alto perfil, ignoraron la viabilidad de un candidato de consenso como Prevost y no anticiparon cómo los cardenales priorizarían estabilidad y continuidad sobre narrativas regionales o mediáticas

Los vaticanólogos, con sus listas de “papabili”, apostaban por nombres como Parolin, Tagle, Erdő o Schönborn, figuras de alto perfil que encajaban en narrativas previsibles: un Papa asiático, un europeo moderado o un progresista carismático. Pero Prevost, un agustino de 69 años con trayectoria misionera en Perú y un perfil discreto como prefecto del Dicasterio para los Obispos, no estaba en el radar. ¿Por qué? Porque el cónclave, con sus 129 cardenales electores, es un enigma sellado por el secreto y guiado por dinámicas internas que escapan a las especulaciones externas.

La elección de León XIV demuestra que el Espíritu Santo no sigue guiones mediáticos. Los cardenales, moldeados por el legado de Francisco, buscaron un candidato de consenso: alguien que uniera al Norte y al Sur global, que continuara las reformas sinodales y que ofreciera estabilidad en una Iglesia herida por escándalos. Prevost, con su doble identidad y su experiencia en periferias, emergió como esa figura inesperada, recordándonos que los cónclaves no son elecciones políticas, sino actos de fe y discernimiento.

La elección de un nuevo Papa, tras la muerte de Francisco, ha dejado en evidencia, una vez más, que el poder —incluso en su dimensión espiritual— no se somete fácilmente a las quinielas de los expertos. Los autodenominados «vaticanólogos» y analistas, con sus elaboradas proyecciones basadas en tendencias geopolíticas, perfiles ideológicos y supuestas señales del cónclave, han fallado estrepitosamente en predecir al sucesor de Jorge Mario Bergoglio.

¿Por qué se equivocaron? La respuesta no está en la falta de información, sino en la incapacidad de comprender la complejidad de una institución milenaria que opera en un terreno donde lo humano y lo divino se entrelazan de formas impredecibles.

Primero, los vaticanólogos cayeron en la trampa de proyectar sus propios prejuicios y agendas. Muchos apostaron por un Papa que reflejara las prioridades de la modernidad: un líder progresista para continuar el legado de Francisco, un conservador para «corregir el rumbo» o incluso un outsider de África o Asia para simbolizar una Iglesia global.

Sin embargo, olvidaron que el Colegio Cardenalicio no es un parlamento ni una junta corporativa. Sus decisiones no se rigen por encuestas o corrientes mediáticas, sino por un delicado equilibrio de poder, fe y, en muchos casos, inspiración impredecible. La elección de un Papa no es solo política; es un acto que los cardenales creen guiado por el Espíritu Santo, un factor que ningún algoritmo o análisis puede prever.

Segundo, los analistas subestimaron la opacidad del cónclave. A pesar de los avances en la era de la información, el Vaticano sigue siendo un bastión de secretismo. Las filtraciones son mínimas, y las verdaderas negociaciones entre cardenales —si es que las hay— ocurren en susurros, no en titulares.

Los vaticanólogos, confiados en sus fuentes y en la lógica de las facciones, construyeron castillos en el aire. Creyeron que los cardenales votarían como bloques predecibles: los europeos contra los latinoamericanos, los progresistas contra los tradicionalistas. Pero la historia del cónclave nos enseña que las alianzas son fluidas y las sorpresas, frecuentes. Recordemos que el propio Bergoglio, en 2013, no estaba en las listas de los favoritos.

Tercero, muchos se dejaron llevar por profecías sensacionalistas, como las de Nostradamus, que hablaban de un «Papa Negro» o el fin del catolicismo. Estas narrativas, amplificadas por medios en busca de clics, distorsionaron el análisis serio. En lugar de estudiar la composición del Colegio Cardenalicio o las prioridades teológicas de la Iglesia, algunos analistas se perdieron en especulaciones esotéricas, alimentando un circo mediático que poco tenía que ver con la realidad. Como escribí alguna vez sobre la política mexicana, «las sorpresas de la vida son más dinámicas e impredecibles de lo que los expertos quieren admitir» (Conciencia Pública, 2022). Lo mismo aplica al Vaticano.

Finalmente, los vaticanólogos olvidaron que la Iglesia no opera con la lógica del mundo secular. Mientras los analistas buscaban un Papa que respondiera a las demandas de la opinión pública —diversidad, inclusión, cambio climático—, los cardenales priorizaron la misión espiritual y la estabilidad institucional. La elección del nuevo Papa, cuya identidad ha desafiado las expectativas, refleja una decisión que trasciende las categorías de izquierda o derecha, Norte o Sur. Es un recordatorio de que la Iglesia, con sus contradicciones y misterios, no se deja encasillar.

En conclusión, los vaticanólogos erraron porque confiaron demasiado en sus herramientas terrenales: contactos, tendencias y narrativas prefabricadas. Subestimaron la profundidad de una institución que, aunque anclada en el mundo, se rige por reglas propias.

LO QUE ESPERA EL MUNDO DE LEÓN XIV

León XIV hereda las reformas sinodales de Francisco y el reto de los escándalos de abusos. Los fieles esperan que impulse la sinodalidad, incluya a los laicos y restaure la credibilidad eclesial, con claridad en la inclusión femenina y la respuesta a víctimas. Su pragmatismo como prefecto del Dicasterio para los Obispos es un activo, pero su pasado en Perú será escrutado.

Globalmente, se anticipa un liderazgo en cambio climático, siguiendo Laudato Si’, y en derechos humanos, por su experiencia en Perú durante la represión. Líderes como Petro lo ven como defensor de migrantes y pobres, aunque deberá sortear tensiones geopolíticas entre EE.UU. y otras potencias para mantener la neutralidad vaticana.

León XIV es esperado como un unificador en un mundo dividido. Su humildad y formación agustina le permiten dialogar con diversas culturas y religiones. Con gestos proféticos y misericordiosos, tiene la oportunidad de guiar a la humanidad hacia la reconciliación, consolidándose como pastor global.

 

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JALISCO

Institucionalidad que se desangra: Teocaltiche, la república del abandono

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

En la madrugada del 9 de mayo, Teocaltiche se quedó sin enfermera, sin regidora… y sin consuelo. Bastaron dos disparos y una entrada libre al hospital comunitario para recordarnos que en este municipio jalisciense la muerte no pide permiso: entra por urgencias, ejecuta y se va. La víctima, Cecilia Rubalcava, no era una funcionaria cualquiera: jefa de enfermeras, regidora del Ayuntamiento y, sobre todo, rostro visible del servicio público en un municipio que hace tiempo perdió el gobierno, pero no la tragedia.

El crimen fue quirúrgico. Eran alrededor de la 1:50 a.m. cuando un grupo armado irrumpió en el hospital. Ningún enfrentamiento, ningún aviso. Entraron como se entra en su casa. Porque eso es Teocaltiche hoy: territorio sin puertas, sin ley, sin quien pregunte “¿a dónde van?”. Dos disparos bastaron. En la escena: dos casquillos. En el fondo: el eco de una institucionalidad que se desangra.

Tras el asesinato, el hospital cerró. Como se cierran las esperanzas, como se cierran las bocas por miedo. Afuera, trabajadores de salud sin destino. Adentro, forenses y ministeriales que llegan como quien intenta explicar lo inexplicable. Porque aquí, la muerte no es sorpresa; es estadística. Es rutina. Es lo cotidiano. “Está todo resguardado”, dice un enfermero, más por consuelo que por certeza. Pero en Teocaltiche, ni el resguardo resguarda.

Hay municipios en Jalisco que se parecen más a un parte de guerra que a una entidad federativa. Uno de ellos es Teocaltiche. En ese rincón de los Altos Norte, donde la patria flaquea y el Estado abdica, la violencia no sólo es rutina, sino método. Porque aquí, el crimen no sólo mata: gobierna.

La muerte de Cecilia Rubalcava no es un hecho aislado. Es un eslabón más de una cadena de asesinatos que ha teñido de sangre la gestión pública en lo que va de 2025. Nueve funcionarios han sido ejecutados. Nueve. Un hecho violento con servidores públicos involucrados por mes, en los últimos cuatro meses. Como si alguien llevara una agenda criminal que administra cadáveres con puntualidad quirúrgica. Porque esto no es caos: es método.

El 2 de febrero, la agente vial Sugeli Areli Guzmán cayó en una emboscada. Más de treinta casquillos quedaron como testigos mudos de una ejecución planificada. Dos compañeros heridos, una comunidad enmudecida. El mensaje era claro: ni las vialidades son seguras, ni portar uniforme te salva.

El 18 de febrero desaparecieron ocho policías. Al día siguiente, doce bolsas con restos humanos aparecieron en la carretera a Villa Hidalgo. Cuatro cuerpos identificados. Cuatro familias quebradas. El resto, silencio. ¿Y el gobierno? “Investigamos”, dijeron. Pero la investigación en Jalisco es un ejercicio de fe: se cree en ella como en los milagros, sin pruebas.

El 9 de abril, el oficial Luis Ernesto Chávez fue asesinado en su casa. Estaba de descanso. Creyó que la violencia tenía horario. Se equivocó. Lo mataron en su día franco, como a Ramón Grande Moncada, el comisario municipal, ejecutado seis días después, el 15 de abril, mientras conducía. Ya ni los policías pueden conducir tranquilos. Ni dormir. Ni vivir.

El 28 de abril, el secretario general del Ayuntamiento, José Luis Pereira, fue asesinado en un restaurante. Porque en Teocaltiche no hay lugares seguros. Porque aquí te matan comiendo, durmiendo, curando, patrullando. Porque el crimen no necesita pretextos. Le basta con tener permiso.

Y ese permiso se lo ha dado el Estado. O, mejor dicho, la ausencia del Estado. Porque desde el 19 de febrero la policía municipal fue intervenida. “Intervenida”, dicen. Como si la sustitución del mando resolviera el abandono. Desde entonces, la Policía Estatal asumió el control. Pero ¿cuál control? El hospital está cerrado, los funcionarios muertos, los pobladores atemorizados y los sicarios siguen entrando por donde quieren, a la hora que quieren.

La seguridad en Teocaltiche es un simulacro. Una escenografía de retenes, uniformes y declaraciones vacías. El gobernador Pablo Lemus, como sus antecesores, habla de “reforzamientos”, “coordinación” y “compromiso”. Pero la sangre no se limpia con discursos. Y la violencia no se combate con ruedas de prensa.

La verdadera política de seguridad es la omisión. El crimen avanza porque el Estado retrocede. Porque los gobiernos, municipales, estatales y federales han cedido el control por miedo, por incapacidad o por complicidad. Porque cuando una región acumula nueve asesinatos de servidores públicos en cuatro meses y no hay una sola renuncia, una sola sanción, una sola condena judicial, entonces estamos ante un régimen de impunidad estructural, no ante un problema de violencia.

¿Dónde están los legisladores locales? ¿Dónde está el Congreso de Jalisco? ¿Dónde la Fiscalía General de la República? ¿Dónde el Ejército? ¿Dónde está la Guardia Nacional? Ausentes. O peor: presentes de cuerpo, pero no de acción. Se pasean en convoy, saludan en eventos, pero no detienen a nadie. Y mientras tanto, el narco organiza, impone, ejecuta.

Teocaltiche es hoy el laboratorio más cruel del fracaso institucional. Un municipio tomado, no por insurgentes, sino por criminales que hacen del asesinato una forma de gobierno. Matan policías para neutralizar el orden. Matan funcionarios para controlar el poder. Matan enfermeras para sembrar terror. Y lo logran. Porque nadie los detiene. Porque nadie responde.

El hospital seguirá cerrado hasta nuevo aviso. Las consultas, suspendidas. Las urgencias, negadas. El municipio, en pausa. Como si la vida pudiera esperar. Como si los enfermos no enfermaran más. Como si la población no mereciera ser atendida. Y lo más doloroso es que ya ni siquiera se protesta. Porque en Teocaltiche, levantar la voz puede ser una sentencia.

A los políticos de Jalisco, a sus operadores, a sus voceros y asesores, habría que recordarles que el poder no se ejerce sólo en las capitales, ni se valida en las encuestas. Se construye —o se desmorona— en lugares como Teocaltiche. Y cuando el miedo se convierte en normalidad, el colapso del Estado es sólo cuestión de tiempo.

Así se descompone un país. No en grandes cataclismos, sino en asesinatos pequeños que se acumulan hasta formar un cementerio institucional. Así se muere la república: municipio por municipio, servidor por servidor, silencio tras silencio.

En X @DEPACHECOS

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MUNDO

El Papa y el mundo

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Opinión, por Miguel Anaya //

Con la reciente elección del Papa León XIV, la Iglesia Católica entra en una nueva etapa, marcada tanto por la esperanza como por el desconcierto. Estadounidense de nacimiento, pero profundamente vinculado a América Latina, Robert Prevost desarrolló gran parte de su ministerio pastoral en Perú, donde forjó una reputación de cercanía con los pueblos originarios, compromiso con la justicia social y una teología profundamente humana.

Su elección no solo representa una renovación en el liderazgo eclesial, sino también una voz que, habiendo vivido en carne propia la periferia del poder global, entiende los dolores y esperanzas de los pueblos olvidados.

Pero más allá del perfil biográfico, es muy relevante el contexto en el que asume el pontificado. Vivimos tiempos marcados la mayor inestabilidad global desde la Guerra Fría. La disputa económica entre China y Estados Unidos redefine los equilibrios de poder, afectando cadenas de suministro, encareciendo recursos y forzando a los países a tomar posiciones incómodas en un nuevo orden multipolar. A la par, el conflicto armado entre Rusia y Ucrania continúa desangrando a Europa del Este, desafiando la soberanía de las naciones y los valores que sustentan la paz en el continente.

Las tensiones entre Pakistán e India, ambos con armas nucleares, mantienen a Asia del Sur en constante riesgo de escalada; mientras tanto, en Medio Oriente, el fuego cruzado entre Israel y el Estado Islámico –y otros grupos radicales– mantiene una región entera atrapada entre fanatismos, desplazamientos forzados y dolor. Frente a estos escenarios, la reacción de los países de la Unión Europea ha oscilado entre la tibieza diplomática y la defensa de intereses particulares, evidenciando la fragilidad de su unidad y el dilema de un continente que envejece, perdiendo peso geopolítico.

En medio de este tablero convulso, la Iglesia Católica enfrenta sus propios retos. La secularización avanza con fuerza en Occidente; el debilitamiento de la fe en algunas regiones es un hecho que parece irreversible, pero esto se profundiza especialmente en las nuevas generaciones, más vinculadas a causas sociales o existenciales que a instituciones religiosas. Por otro lado, el crecimiento de comunidades católicas en África y América Latina plantea una oportunidad de revitalización, pero también un desafío de integración cultural y teológica.

Además, la Iglesia debe dialogar con una sociedad transformada por la tecnología. La inteligencia artificial, el big data y la automatización están redefiniendo el trabajo, la privacidad, la identidad y, en última instancia, la dignidad humana. ¿Qué significa ser persona en un mundo donde los algoritmos pueden tomar decisiones éticas o incluso emocionales? ¿Cómo defender la centralidad del ser humano frente a una tecnocracia sin alma? ¿Cómo es que los jóvenes pueden creer en lo divino si la mayoría de las virtudes que se le atribuían a la divinidad durante siglos hoy las encuentran en un celular? Actualmente, la omnipresencia y la omnisciencia son cualidades de Google y la inteligencia artificial.

León XIV no tiene delante una tarea sencilla. Su misión no será únicamente pastoral, sino también profética: deberá hablar con claridad a un mundo que ha perdido el rumbo, sin caer en el moralismo ni en la indiferencia. Tendrá que acercarse a los jóvenes sin paternalismo, hablar a los poderosos francamente y consolar a los débiles sin condescendencia.

En este nuevo capítulo del Siglo XXI, marcado por guerras, divisiones, hipertecnología y ansiedad colectiva, la figura del Papa cobra un valor simbólico inmenso. No como un soberano absoluto, sino como un referente de esperanza, una brújula ética que recuerde a la humanidad la importancia de creer en algo más grande que uno mismo.

Creer –no en un dogma ciego, sino en un sentido trascendente de la existencia– es más urgente que nunca. Y con ello, cultivar valores universales como la compasión, la solidaridad, la dignidad, la honradez y la búsqueda de la verdad. La Iglesia Católica, con todas sus contradicciones, aún tiene un papel irremplazable siendo la guía espiritual de Occidente.

La llegada de León XIV es una oportunidad, no para regresar al pasado, sino para renovar el mensaje de paz y esperanza en un lenguaje que resuene en este mundo caótico. En un planeta que grita por sentido, por tranquilidad y por comunidad, tal vez lo que más necesitamos es recordar que no estamos solos, que somos parte de algo más grande, y que, a pesar de todo, aún es posible creer, crecer y trascender.

 

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