MUNDO
Tomar decisiones difíciles
Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //
Harry S. Truman (1884-1972) fue el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, cargo que ocupó desde 1945 hasta 1953. Miembro del Partido Demócrata, fue vicepresidente en la administración de Franklin Roosevelt, esto lo llevó a ocupar la silla presidencial por primera vez en 1945 tras el sorpresivo fallecimiento del presidente en turno.
La historia de Truman se cuenta como una serie de coincidencias que le llevaron a ocupar una posición poco esperada por él y por sus allegados. En 1944, el Partido Demócrata pidió al presidente Roosevelt cambiar a su vicepresidente Henrry Wallace por ser “demasiado liberal” algo que no convenía en los tiempos de guerra que atravesaba el mundo entero.
Para elegir a Truman, pasaron por la mesa del presidente y del Partido Demócrata una veintena de nombres, algunos fueron rechazados por las cúpulas partidistas, otros por los sindicatos, algunos más por el mismo Roosevelt. Finalmente, las cúpulas del partido se decantaron por el senador Truman que en un inicio rechazó el cargo y que posteriormente aceptó tras la presión del mismo Roosevelt, increíblemente hasta ese entonces entre ellos apenas habían cruzado palabra.
Ocupando el cargo de vicepresidente, Harry Truman era prácticamente un fantasma al lado de Roosevelt, nunca era consultado ni llamado a juntas relevantes, por eso fue extraña la llamada desde la Casa Blanca el 12 de abril de 1945 pidiendo que se presentara de urgencia. Fue la primera dama quien le dio la noticia: “Harry, el presidente ha muerto”. Truman tardó en reaccionar. “¿Hay algo que pueda hacer por ustedes?”. La señora Roosevelt, contestó: “¿Hay algo que nosotras podamos hacer por ti? Ahora eres tú el que está en problemas.”
Al igual que muchos miembros de la Casa Blanca, Eleanor Roosevelt pensaba que el vicepresidente no estaba a la altura de lo que se le venía encima, lo veían empequeñecido por la figura de Franklin Roosevelt, que había llevado la rienda del país durante 12 años, que había ganado cuatro elecciones presidenciales consecutivas, que había luchado contra la Gran Depresión, el desempleo, los nazis y japoneses. ¡Casi nada!
Consciente de la situación, las primeras palabras de Truman al asumir la presidencia fueron para manifestar su intención de mantener la política interior y exterior de la administración Roosevelt y conservar a los miembros del Gabinete, esto tranquilizo un poco las aguas.
El 25 de abril, a dos semanas de su toma de posesión, Truman se enteró́ de los detalles del Proyecto Manhattan, que contemplaba la construcción de la bomba atómica. Para tomar decisiones al respecto, designó un comité́ asesor centrado en cuestiones prácticas, no éticas.
El 1 de junio, el comité aprobó el uso de la bomba contra ciudades japonesas y se lo comunicó al presidente cinco días después. Truman estuvo de acuerdo. El mecanismo se echó a andar. La suerte estaba echada y semanas después, Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas tras la orden de un personaje político emergente. El presidente presionó el botón rojo que cambió al mundo y la era nuclear de la humanidad inició.
La crítica social siempre señaló a los bombardeos como algo bárbaro y deshumano. Una cosa que Truman siempre insistió fue que la decisión de utilizar las bombas, y la responsabilidad que conllevaba, era exclusivamente suya, absorbiendo la presión total del tema.
Así pues, se podrá estar de acuerdo o no con la decisión del entonces presidente, pero una cosa es cierta, los políticos están ahí para tomar decisiones, para cargar con la responsabilidad de éstas y muchas veces dichas decisiones no terminan en la popularidad o el reconocimiento social que los políticos esperan.
La de Truman fue probablemente una de las decisiones más duras que ha tomado cualquier presidente, pero el ejercicio del poder es eso, actuar por el presente y el futuro, no solo por lo inmediato; habrá veces en la vida de cualquier gobernante que tendrá que subir impuestos, aplicar mano dura, apretar el presupuesto, reconvertir programas sociales, etc. y esas decisiones no serán populares.
El destino del político, por lo general es ser amado, votado, pero también rechazado y olvidado. Los que hoy compiten por los cargos públicos, ¿estarán conscientes de ello?
