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OPINIÓN

Tropezar de nuevo con la misma piedra

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Educación, por Isabel Venegas //

No es tarea fácil educar jóvenes, en cambio, adiestrarlos, es muy sencillo”.

Rabindranath Tagore

La tesis que presenté para obtener el grado de maestría, se trató sobre una investigación en el nivel medio superior con profesores de la Universidad de Guadalajara. Un estudio que permitía un acercamiento a las concepciones de los docentes en cuanto a qué era lo que habían construido para sí mismos después de haber acreditado dos e incluso hasta tres diplomados en “Competencias docentes para el siglo XXI”.

La investigación comenzaba por el año 2010 y tenía como principal instrumento la entrevista y el análisis de las percepciones, con el que hacía un comparativo entre las intenciones de los planes y los contenidos que presentaban las diferentes propuestas de formación. Uno de los diplomados lo ofreció el Tec de Monterrey (modalidad en línea) y otra fue de la misma UdG. Y es que, para obtener las certificaciones de la casa universitaria, se requería que todos sus profesores acreditaran los cursos con los cuales irrumpía un modelo diferente de ver y vivir la escuela.

El análisis se centraba en la contradicción de querer hacer ver a los maestros un modo diferente de tratar a los alumnos, de centrar el proceso de aprendizaje en ellos, de ir más allá de la simple lección y de pasar a ser de un poseedor a un guía, compañero, motivador, mientras todo esto se veía condicionado a través de políticas laborales y administrativas que llevaba a cabo la institución a fin de que se cumpliera con el requisito.

Profesores de asignatura que tienen contratos que se renuevan cada semestre, con cargas horarias que están a merced de los funcionarios en turno, con condiciones laborales que permiten desdibujar fácilmente la configuración de un maestro que se apropia de su cátedra y va más allá de la repetición, mecanización y memorización, reduciendo su ejercicio a una operación de “destajo”, a propósito que esta definición significa Modo de contratación laboral en el que se cobra en concepto del trabajo realizado y no del tiempo empleado, contrario a la base de un modelo por competencias que pretende atender más el proceso de aprendizaje, que el resultado en sí mismo.

Lejos de lograr movilizar las habilidades, aptitudes y conocimientos en un círculo virtuoso, cuya claridad permitiera diferenciar el término de “competencias” con el “competición”, la mayoría de los profesores a nivel medio superior encontraron mecanismos que permitían la reconexión con las metodologías que anteriormente llevaba a cabo, y empató su ejercicio a la forma en la que su praxis le resultaba segura por ya aprendida.

Afortunadamente el espacio universitario tiene una vida que se enriquece, y cuyo dinamismo permite establecer una vida académica que se asemeja mucho más a la riqueza de la vida cotidiana, es decir, ante la paradoja de querer “enseñar” a los maestros a trabajar de un modo diferente, mientras se aplica un condicionamiento laboral, la misma organización departamental y la conformación de academias, recupera el diseño de propuestas para implementar proyectos y metodologías verdaderamente innovadoras.

Es importante señalar que, si bien es cierto las políticas educativas alineadas a las intenciones de la OCDE, por ejemplo, han sido fuertemente criticadas al tiempo que en muchos países europeos el modelo basado en competencias ya fue desechado por su falta de capacidad para evidenciar mejoras en los sistemas de educación; también es cierto que se sigue abrazando por cualquiera que tenga la intención de mejorar aunque sea algunas de las carencias que se presentan en nuestra escuela, principalmente en América Latina.

Hoy a casi 10 años de esa reflexión en el nivel medio superior, el nuevo gobierno propone lo que denominó “La nueva Escuela Mexicana”; cabe recalcar que para el caso del nivel básico (preescolar, primaria y secundaria) este tipo de modelos ya venía operando desde hace casi dos décadas. En el portal oficial aparece la siguiente definición:

“…Se entiende como competencia al desempeño que resulta de la movilización de conocimientos, habilidades, actitudes y valores, así como de sus capacidades y experiencias que realiza un individuo en un contexto específico, para resolver un problema o situación que se le presente en los distintos ámbitos de su vivir”

Dos semanas antes de arrancar el ciclo escolar 2019 – 2020, los cuerpos docentes trabajaron (en su mayoría) con jornadas a marchas forzadas, a fin de revisar los temas relacionados con las nuevas normativas en materia educativa, pero más aún, la necesidad de generar cambios y transformaciones al interior de las aulas. No era nueva la idea de poner al centro del proceso de aprendizaje al estudiante, a no ser por desmembrar la sintaxis del término de estudiantes, y utilizar la leyenda: “centrar el proceso de enseñanza y aprendizaje en los niños, niñas, adolescentes y jóvenes”.

Viendo el panorama de una situación que ha permanecido en el tiempo, a más de una década de confiar en esta estrategia como la adecuada para elevar la calidad educativa, apostando los presupuestos enfocados a la capacitación y actualización de docentes en esa línea, está claro que, tanto los facilitadores del curso, como la mayoría de los profesores no logran conectar el discurso con la aplicación en la vida cotidiana de este tipo de intenciones. En el portal de la Secretaría de Educación Pública también se mencionan varios puntos objetivos, entre ellos:

Las competencias tienen un carácter holístico e integrado. Se rechaza la pretensión sumativa y mecánica de las concepciones conductistas. Las competencias se componen e integran de manera interactiva con conocimientos explícitos y tácitos, actitudes, valores y emociones, en contextos concretos de actuación de acuerdo con procesos históricos y culturales específicos.

Mucho se ha manejado el debate sobre la necesidad de generar ciertas condiciones para que modelos como éste puedan ser operables en nuestras comunidades. En España por ejemplo, las críticas van enfocadas a la incapacidad de las escuelas por generar los recursos materiales, los espacios idóneos y reducir la matrícula para que la sobrepoblación estudiantil no merme la atención cuasi- personalizada que los estudiantes requieren.

Sin embargo, hay una crítica más severa al hecho de que las estructuras administrativas son poco flexibles para la implementación del modelo. Intuyo que es lo que estamos viendo ante el escenario del nuevo gobierno; una capacitación de dos semanas, que por un lado va en detrimento el receso escolar que los profesores requieren para un sano ejercicio del ciclo anual, al mismo tiempo que resulta ser demasiado breve para una exposición del modelo como tal, razón por la cual la mayoría de las supervisiones y direcciones trata de zanjar a través de la generación de nuevos formatos y tareas para dar evidencia del cumplimiento del ejercicio de capacitación.

El condicionamiento por el que, se obliga a asistir a estas jornadas bajo amenaza de levantar actas administrativas u otro tipo de sanciones, que sofoca con trabajos, reportes, indicadores administrativos y que a su vez reduce los espacios para una formación abierta o la creación de academias activas y participativas, no da indicios de una vida nueva de la escuela mexicana.

Nuestras instituciones están llenas de espíritus libres, de mentes brillantes, de iniciativa y de voluntad. Lo único que hace falta es confiar un poco más, y atender al llamado a la verdadera formación de colectivos docentes con competencias efectivas, de tal manera que el cambio de paradigmas no sea solo enfocado a los estudiantes, sino también a los docentes, cuyas experiencias son las más sensibles para trasladar en la intimidad de las aulas.

Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar

E-mail: isa venegas@hotmail.com

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