MUNDO
Un escenario de incertidumbre: La sentencia de Donald Trump y sus repercusiones en EE.UU.

Actualidad, por Alberto Gómez R. //
El hallazgo de culpabilidad de Donald Trump en los cargos en su contra marcaría un hito sin precedentes en la historia política de Estados Unidos. Esta situación podría tener profundas repercusiones en múltiples esferas: desde el proceso electoral hasta las dinámicas sociales y económicas, así como en los conflictos internacionales en Eurasia, Oriente Medio y el Mar de China Meridional, entre otros.
Donald Trump ha sido declarado culpable de falsificar registros comerciales para encubrir un escándalo sexual que amenazaba su llegada a la Casa Blanca en 2016, parte de un esquema que los fiscales describieron como un fraude al pueblo estadounidense. Es el primer presidente estadounidense declarado delincuente, una sombra que pesará sobre él en su intento de recuperar la presidencia.
Trump fue declarado culpable de los 34 cargos de falsificación de registros comerciales por un jurado de 12 neoyorquinos, que deliberó durante dos días para llegar a una decisión en un caso plagado de descripciones de acuerdos secretos, escándalos sensacionalistas y un pacto en el Despacho Oval que tuvo ecos de Watergate.
El jurado determinó que Trump había falsificado registros para ocultar el propósito del dinero entregado a su antiguo hombre de confianza, Michael D. Cohen. Los registros falsificados disfrazaron los pagos como gastos legales de rutina cuando, en realidad, Trump estaba reembolsando a Cohen por un acuerdo de 130.000 dólares, una suma acordada por Cohen con la estrella de cine para adultos Stormy Daniels a fin de silenciar su relato de una relación sexual con Trump.
La condena por delito grave implica una sentencia de hasta cuatro años tras las rejas, pero podría ser que Trump nunca vea el interior de una celda. Cuando sea sentenciado podría recibir libertad condicional, y es seguro que apelará el veredicto, lo que significa que pueden pasar años antes de que el caso se resuelva. (nytimes.com)
La polarización del electorado
La condena de Trump podría polarizar aún más al electorado estadounidense. Según The New York Times, la figura de Trump ya es profundamente divisiva, y su condena podría intensificar esta división. Sus seguidores más leales podrían interpretar la sentencia como una conspiración política, lo cual podría movilizarlos aún más en su apoyo a Trump y a candidatos afines a su visión. Este fenómeno podría aumentar la participación de votantes en las próximas elecciones, aunque también podría radicalizar aún más el discurso político.
Por otro lado, el Partido Republicano enfrentaría una difícil encrucijada. Como señala The Washington Post, los líderes republicanos tendrían que decidir si seguir apoyando a Trump, a pesar de su condena, o distanciarse de él para preservar la integridad del partido. Esta decisión podría fracturar al partido, creando tensiones internas que podrían debilitar su cohesión y eficacia en las urnas.
La estrategia demócrata
El Partido Demócrata podría aprovechar la condena de Trump como un argumento para reforzar su narrativa de lucha contra la corrupción y el abuso de poder. Los demócratas podrían presentarse como defensores del estado de derecho y la justicia, utilizando la situación de Trump para movilizar a sus bases y atraer a votantes indecisos. Sin embargo, este enfoque también podría alienar a algunos votantes moderados que perciben la situación como una politización excesiva del sistema judicial. (latimes.com)
Sumento de la tensión social
La situación de Trump podría exacerbar las tensiones sociales en Estados Unidos. Se podría ver un aumento en las protestas tanto a favor como en contra de la sentencia. Los seguidores más acérrimos de Trump podrían organizar manifestaciones, viendo la condena como una injusticia y un ataque a sus valores y estilo de vida. Estas manifestaciones podrían, en algunos casos, convertirse en violentas, especialmente si se sienten provocadas por contra-manifestaciones o por la intervención de las fuerzas del orden. (The Washington Post)
Desconfianza en el sistema judicial
La percepción de que el proceso de Trump es un juicio politizado podría erosionar aún más la confianza en el sistema judicial. Como indica The Wall Street Journal, si una parte significativa de la población cree que la justicia está siendo utilizada como una herramienta política, esto podría tener efectos duraderos en la cohesión social y en la percepción de la imparcialidad judicial. Esta desconfianza no solo afectaría a la administración de justicia, sino que también podría extenderse a otras instituciones gubernamentales, debilitando la fe en la democracia estadounidense.
Radicalización de grupos extremistas
La condena de Trump también podría ser aprovechada por grupos extremistas para reclutar nuevos miembros y justificar acciones violentas. Se ha informado anteriormente sobre el auge de grupos de extrema derecha en Estados Unidos, y una sentencia contra Trump podría ser utilizada como prueba de una narrativa de persecución y opresión gubernamental. Esto podría llevar a un aumento en la actividad de estos grupos, incluyendo potenciales actos de terrorismo doméstico. (democracynow.org)
Volatilidad en los Mercados Financieros
La incertidumbre política generada por la condena de Trump podría provocar volatilidad en los mercados financieros. Los inversores suelen reaccionar negativamente a la inestabilidad política, lo cual podría llevar a una caída en el mercado de valores y a una disminución en la inversión extranjera. Esta volatilidad podría afectar tanto a grandes corporaciones como a pequeñas empresas, creando un entorno económico incierto y potencialmente recesivo. (The Wall Street Journal)
Impacto en el Comercio y el Consumo
Si la condena de Trump provoca protestas y disturbios en diversas ciudades, esto podría tener un efecto negativo en el comercio local y en las pequeñas empresas. Las interrupciones en la actividad comercial y el daño a la infraestructura podrían resultar en pérdidas económicas significativas. Además, la incertidumbre política podría influir en las decisiones de consumo de los ciudadanos, reduciendo el gasto y afectando negativamente al crecimiento económico. Este fenómeno podría ser particularmente agudo en áreas ya económicamente vulnerables.
También podría influir en la política fiscal y económica de Estados Unidos. Con una administración bajo presión, podríamos ver cambios en las prioridades de gasto y en la regulación económica. La necesidad de mantener la estabilidad y la confianza en el gobierno podría llevar a políticas más conservadoras en términos de gasto público y regulación financiera. Este enfoque podría ralentizar la recuperación económica post-pandemia y afectar la implementación de reformas progresistas. (washingtonpost.com)
Repercusiones Internacionales
En el ámbito internacional, la condena de Trump podría tener repercusiones significativas en los conflictos en Eurasia, particularmente en el conflicto entre Rusia y Ucrania. La percepción de debilidad o inestabilidad política en Estados Unidos podría ser explotada por adversarios internacionales, como Rusia, para avanzar sus agendas. Rusia podría interpretar la situación como una oportunidad para intensificar sus esfuerzos en Ucrania, calculando que Estados Unidos estará demasiado distraído con sus problemas internos para responder de manera efectiva.
En Oriente Medio, podría complicar aún más las relaciones con Irán y otros actores regionales. Una percepción de debilidad en el liderazgo estadounidense podría incentivar a Irán a tomar acciones más agresivas en la región, sabiendo que Estados Unidos podría estar demasiado enfocado en sus asuntos internos. Esto podría llevar a una escalada de tensiones en áreas conflictivas como Siria, Yemen y el Golfo Pérsico, aumentando el riesgo de confrontaciones militares y desestabilización regional.
En el Mar de China Meridional, la condena de Trump podría ser vista por China como una señal de oportunidad para expandir su influencia y presionar sus reclamaciones territoriales. Los Angeles Times destaca que la percepción de un Estados Unidos políticamente dividido y centrado en sus asuntos internos podría llevar a una mayor asertividad china en la región. Esto podría manifestarse en una intensificación de las actividades militares y de construcción en islas disputadas, así como en un aumento de la presión sobre los países vecinos para alinearse con los intereses de Beijing.
También podría afectar las alianzas internacionales de Estados Unidos y su credibilidad en la escena global. Los aliados tradicionales de Estados Unidos podrían cuestionar la estabilidad y la fiabilidad del liderazgo estadounidense, lo cual podría debilitar las alianzas militares y económicas. Esta situación podría ser aprovechada por potencias rivales para aumentar su influencia en regiones clave y para desafiar el orden internacional liderado por Estados Unidos. (wsj.com)
La sentencia de Donald Trump tendría profundas y variadas repercusiones en Estados Unidos, tanto a nivel interno como internacional. En el ámbito electoral, podría polarizar aún más al electorado y provocar una crisis interna en el Partido Republicano. Socialmente, podría aumentar las tensiones y la desconfianza en el sistema judicial, mientras que económicamente, podría generar volatilidad en los mercados y afectar negativamente al comercio y al consumo.
Las repercusiones subrayan la interconexión de los eventos políticos internos y su impacto global, resaltando la necesidad de una gestión cuidadosa y estratégica por parte de los líderes estadounidenses para mitigar los efectos adversos y preservar la estabilidad tanto a nivel nacional como internacional.
CARTÓN POLÍTICO
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LAS NOTICIAS PRINCIPALES:
Crónica de una semana tensa en la UdeG: La rebelión estudiantil que desafía a la FEU
MUNDO
Tolerancia en tiempos de algoritmos

– Opinión, por Miguel Anaya
¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.
En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.
¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.
El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.
He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).
La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.
Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.
La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.
El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.
Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.
Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.
En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.
El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.
Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.
Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.
MUNDO
De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.
México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.
Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.
El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.
La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.
No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.
Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.
No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.
Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.
Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.
No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.
El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.
Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.
Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.
Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.
Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.
México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.
No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.
Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.