OPINIÓN
Un mal plan migratorio
Columna Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
El problema fundamental del plan del gobierno federal en materia migratoria centroamericana es que ni ha tenido el tiempo necesario para planearlo -satisfaciendo plenamente a Donald Trump- ni encuentra el orden a seguir; pareciera que va de tumbo en tumbo, de ocurrencia en ocurrencia, hacia el caos para el que nadie jamás se prepara.
La migración tiene implícito el derecho de buscar la felicidad y realización plena del ser humano pero también el respeto a las especificidades y singularidades jurídicas, culturales y sociales del país de destino.
De la visita a México del presidente electo de El Salvador, Nayib Bukele, recibió el ofrecimiento, del presidente Andrés Manuel López Obrador, de 30 millones de dólares americanos en donación para reforestar 50 mil hectáreas, generar 20 mil empleos y contener el flujo migratorio hacia Estados Unidos de Norteamérica. Entendible es que Bukele nos diga: “Apoyen a AMLO, México está mal desde hace 200 años”.
Del plan para El Salvador no conocemos cuál es el Plan de Negocios que dé confianza sobre los resultados comunitarios y migratorios a largo plazo. Sabemos, sí, que se sembrarán árboles frutales y “maderables” pero nada sobre los mercados a dónde irán esos frutos, ni si serán frescos o procesados; o qué tipo de maderas se producirán, cuántos años esperarán a que maduren los árboles y cuáles los mercados de destino, y sí, se instalarán aserradores y fábricas de muebles; sin ello, solo se darán empleos temporales, mal remunerados y sin valor agregado.
El gobierno ha señalado que detendrá el paso a quienes tengan a México solo como parte de su camino hacia EEUU, declarándose abierto a quienes decidan quedarse en nuestro territorio. Si bien es loable tal decisión, me parece insostenible.
No encuentro ningún diagnóstico de las ciudades que pudieran recibir y dar empleo a los centroamericanos, sobre el tipo de empleos que les ofrecerían, los salarios que les pagarían, la preparación técnica o profesional que les exigiría, o si existen albergues para recibirnos o viviendas con créditos para comprarlas, ni quiénes les darían el aval crediticio, o si hay lugares en las escuelas locales y si tendrán maestros en la regularización académica de los menores centroamericanos, ni qué plan tienen para su asimilación comunitaria. Sin todo ello no estamos ante un plan migratorio sino ante un caos migratorio no advertido.
El gobierno podría considerar, por ejemplo, visas de trabajo temporal, aliviando la grave crisis económica que viven algunos países de Centro América. Tal como sucede en países de destino migratorio, algún patrono mexicano iniciaría el proceso obteniendo certificación de las Secretarías del Trabajo y Previsión Social federal o estatales, de que no existe quien, localmente, cubra una vacante de trabajo. Cumplido esto, el gobierno mexicano informaría a sus pares centroamericanos del tipo de empleo, los requisitos al trabajador, el tiempo de contratación, el salario y las prestaciones. Quien reciba visa de trabajo temporal podría migrar con su familia, siempre que los hijos fuesen menores de edad solteros, y no estarán autorizados a realizar ningún trabajo remunerado sin antes obtener autorización del gobierno en alguno de sus tres órdenes. Las visas podrían concederse por un período de hasta 3 años, tras los cuales el visado deberá regresar a su país de origen.
Nadie, absolutamente nadie, podría solicitar ningún tipo de cuota, arancel o pago al trabajador que aplique, legislándose penalmente tal acto a partir de un tratado entre los países involucrados.
El gobierno mexicano deberá guardarse de entregar visas permanentes si el migrante no acredita su asimilación comunitaria, conocimiento básico de historia mexicana e interés en obtener la ciudadanía mexicana por naturalización. Para ello, el gobierno federal deberá tener un expediente de cada migrante que acredite honestidad y probidad. Especial mención merecen los profesionales que tienen titulación universitaria o certificación de un mínimo de años de experiencia. Otro rubro está entre quienes deseen invertir y crear una empresa.
El gobierno federal tampoco ha presentado algún plan de apoyo psicoemocional para quienes huyen de la violencia, ni para el trauma que significa migrar, dejando toda una historia personal y familiar; trauma conocido como Síndrome de Ulises. Sin ello, lo humano del plan migratorio pierde sentido y valor. La migración genera pérdidas y separaciones, y modela al individuo en un ambiente de readaptación de su identidad y personalidad, por tanto, es importante trabajar el duelo permitiendo enfrentar nuevas realidades, generar nuevas esperanzas, replantear el proyecto de vida, crear nuevas relaciones y transformarse. El migrante afronta el no ser conocido por las personas que van encontrando, barreras en uso del idioma, costumbres en la comida, hasta en el clima, que le exigen paciencia, prudencia y energías.
Se migra con costumbres, tradiciones, valores, hábitos, ideales, idioma y solo se rescata lo que le resulta esencial; por tanto, mientras se adapta, suele preguntarse: qué quiero en ésta mi nueva vida, quién quiero ser de aquí en adelante, qué me definirá, cuáles serán mis puntos de referencia cognitivos y emocionales. Pregunto si el gobierno lo comprende y se compromete.
La mujer migrante merece especial atención pues podría vivir pérdidas y cargas adicionales
por la segregación ocupacional en empleos precarios y con alto grado de explotación, en condiciones de indefensión y falta de información sobre sus derechos laborales. Sabemos que en su paso por México, la mujer migrante tiene muy altas probabilidades de ser violada. La mujer altamente capacitada que migra termina subempleándose al no poder convalidar sus estudios en los países receptores, por lo que experimenta frustración, malestares psicológicos y un alto grado de exclusión. ¿Qué se le ofrece a la mujer que migraría a México?
Más aún, en los posibles convenios entre México y los gobiernos centroamericanos, deberían considerar a las mujeres que no migrarán pero cuyo esposo sí lo haría. Se sabe que las mujeres no migrantes sufren de un mayor número de trastornos depresivos y de ansiedad que los hombres migrantes. La migración del esposo, como estresor en la mujer, está relacionada con sus pérdidas familiares: pareja e hijos/as, y ruptura con esa, su principal red de apoyo. Es innegable las diferencias conductuales entre mujeres y hombres en relación a la salud. Para el hombre, la migración puede detonar un deterioro a su salud; para la mujer que no migra le demandará una doble carga de trabajo y dificultad para compatibilizar el trabajo productivo y el reproductivo.
¿Así pues, de qué nos habla el gobierno federal cuando nos presume su plan de migración centroamericana?
Vamos, no sabemos si existe algún acuerdo para que México pueda validar los documentos de los migrantes que acrediten sus estudios y su grado de preparación técnica y profesional, su estado de salud y de haber sido vacunados, o cómo obtendrán “un acta de nacimiento reciente, no mayor de tres meses de expedida”, como se nos pide para muchos trámites oficiales, cuando sus consulados podrían quedárseles lejos de dónde sean contratados.
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