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OPINIÓN

Una presidencia de clase mundial

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De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //

En el mundo empresarial, cuando nos referimos al concepto clase mundial, lo hacemos para darle un estatus del más alto nivel a un proceso, producto o sistema. Dicho término es empleado con el fin de reconocer la calidad de una organización y expresa que ésta utiliza instrumentos modernos de administración y operación que imponen las tendencias y los mercados, lo que a su vez significa que cumple con elevadas exigencias de innovación y especialización.

Sin embargo, en los años recientes, también se habla de los líderes clase mundial. Y es que al hacerlo, se alude a quienes poseen habilidades o han desarrollado competencias que se adaptan con facilidad a las condiciones siempre volubles de los criterios que mueven no sólo a los clientes y consumidores, sino a la población en general.

Un líder clase mundial (mujer u hombre) responde con rapidez a los vaivenes internacionales. Su capacidad de adaptación le convierte en alguien exitoso, porque resuelve con prontitud las variables que le dan forma a las ecuaciones de un entrono en permanente evolución.

En el ámbito de los negocios y en cualquier aspecto de la vida -como la política o el ejercicio de gobierno-, el líder clase mundial es un líder transformacional. Mediante este estilo, sus colaboradores y seguidores experimentan el entusiasmo de realizar un esfuerzo arduo y con ahínco a través de una visión retadora. El método de trabajo es por metas de corto plazo en lugar de atender el interés propio. De igual manera, el logro y la autorrealización de los demás tienen prioridad por encima de su seguridad individual.

El rostro contrario del líder transformacional es el autocrático, que se basa en aprovechar las ventajas del control absoluto sobre todos los integrantes del equipo y sus adeptos. Aquí, la probabilidad de que las ideas y sugerencias sean tomadas en cuenta, es muy limitada, casi nula. El autocrático es, por definición, un narcisista plagado de complejos y rasgos paranoicos. No hay nada más importante que satisfacer su egolatría.

Ahora bien, para los politólogos y opinantes profesionales, puede surgir una sutil confusión. Habrá quien sostenga que el estadista y el líder clase mundial simbolizan lo mismo. En muchos aspectos es cierto; pero existe una tenue diferencia que debe considerarse.

La Real Academia de la Lengua Española define estadista como “Persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”; aunque el ex primer ministro inglés, Winston Churchill, fue quien de modo claro lo describió: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.

En cuanto al liderazgo clase mundial, apelamos a una concepción que rebasa el campo de lo público. Estamos ante una perspectiva un tanto más amplia.

El estadista aplica su conocimiento y experiencia para que, a través de las estructuras del Estado, pueda realizar las tareas sustantivas de la autoridad; y por su parte, el líder clase mundial (en la historia de Europa y Asia sobran ejemplos) logra involucrar a sus simpatizantes para que los cambios profundos y verdaderos emerjan desde las entrañas de la sociedad. No obstante esta leve disimilitud, ambos perfiles serían benéficos para nosotros.

Así las cosas, es evidente que López Obrador no es ni uno ni otro. Es un líder autocrático.

Atrincherado en sus dogmas, Andrés Manuel utiliza la popularidad que le otorgan sus forofos para consumar la destrucción de las instituciones y entes autónomos que se cruzan en su camino rumbo a un régimen de orientación dictatorial. AMLO es de esos gobernantes que únicamente miran hacia atrás porque no toleran la idea de un futuro libre de caudillos. Sus pensamientos están compuestos de lo viejo, no de lo nuevo.

Es así que nos explicamos por qué el presidente suele encontrar una excusa –por más absurda que parezca- para evitar giras que lo lleven más allá de nuestras fronteras. Le incomoda viajar porque él anhela convertirse en un Simón Bolívar de las Américas, no en un aprendiz y aliado de las naciones prósperas. Y es que odia ver lo tecnológico porque vive de lo anacrónico.

En el recuento del actual desastre -consecuencia de lo ya mencionado- podemos asegurar que cohabitamos con un gobierno mediocre y sin rumbo. De hecho, prácticamente todos los indicadores estratégicos confirman que el lopezobradorato es un cúmulo de fracasos, ocurrencias y disparates.

Derivado de lo anterior, es que resulta fundamental que en Morena y en los partidos de oposición, atiendan la gravedad del asunto. El país ya no soporta más daño. Es imperativo comprometerse con un porvenir que a partir del 2024 procure la conciliación entre los mexicanos, que restablezca la relación con los pueblos democráticos y restaure la dignidad del poder ejecutivo.

La buena noticia es que el liderazgo transformacional puede forjarse y aún tenemos tiempo.

Una presidencia clase mundial es posible.

Twitter: @oscarabrego111 y @DeFrentealPoder

 

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