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EDUCACIÓN

Odio y redes: Advierten sobre fenómeno incel, la soledad convertida en ideología

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– Por Francisco Junco

El crimen ocurrido en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Sur de la UNAM encendió las alarmas en todo el país. Un joven de 19 años, identificado con la comunidad incel (acrónimo de involuntary celibate, o “célibe involuntario”), asesinó a su compañero de 16 años tras publicar en redes sociales imágenes de su soledad, su rencor y un manifiesto de odio.

Este caso no fue un hecho aislado. Fue, según especialistas, “la punta del iceberg” de un fenómeno que se ha gestado en la sombra: una comunidad de jóvenes, en su mayoría varones, que canalizan frustraciones personales hacia discursos de misoginia y violencia.

“Nos preocupa que se atienda desde un verdadero enfoque de lo que está pasando con la juventud”, advirtió Jaime Cedillo Bolívar, coordinador de Cabildeo del Frente Nacional por la Familia (FNF). Agregó que “detrás de la palabra y del concepto como tal, y de lo que está ocurriendo, hay un síntoma profundo de nuestra época”.

Cedillo explicó que la llamada comunidad incel “no es una simple moda de internet”, sino una manifestación de “una orfandad cultural y espiritual que está dejando a las nuevas generaciones sin referentes sólidos”.
“Realmente —añadió—, la soledad que los jóvenes están sintiendo, la frustración que enfrentan, la pérdida de sentido; muchos se sienten marginados, resentidos, invisibles… creo que es un fenómeno que debemos tomar en serio, porque el modelo de juventud que promueven las redes es el del exitoso, el atractivo, el triunfador. Quienes quedan fuera de ese patrón parecen condenados a una existencia sin amor ni reconocimiento”.

Para Cedillo Bolívar, el odio incel se alimenta del abandono familiar y del fracaso en la formación emocional. Explicó que “un joven que se siente solo, confundido, sin modelo de amor, que ha crecido escuchando discursos contradictorios en una cultura hipersexualizada, termina desarrollando un resentimiento que puede traducirse en tragedia”.

La académica María Esmeralda Correa Cortés, profesora investigadora del Departamento de Políticas Públicas de la Universidad de Guadalajara, coincide en que el fenómeno tiene raíces más profundas que lo digital.

“Este movimiento surge en Estados Unidos con una chica que hablaba de su soledad, pero actualmente es principalmente masculino y heterosexual. Su motor es la frustración ante la imposibilidad de desenvolverse en el mercado del amor”.

A partir de esa frustración, explicó, “empiezan a crear una comunidad virtual de jóvenes que comparten la misma ideología. Radicalizan el discurso hasta que se vuelve de derecha, antifeminista y misógino. Ya no se trata de una simple incomodidad, sino de un odio que se transforma en violencia”.

Para la investigadora, “el discurso misógino va más allá del antifeminismo, porque ya no es solo crítica, sino resentimiento hacia las mujeres”. Y advirtió que ese resentimiento “ya ha llegado al punto de matar”, como se evidenció en el ataque del CCH Sur.

Israel Sánchez Martínez, presidente nacional de la Unión Nacional de Padres de Familia, señaló que el fenómeno ya se manifiesta en los espacios escolares. “Tuvimos el caso de una joven en la Ciudad de México a la que un grupo de compañeras arrojó desde un tercer piso. Fue producto de la violencia y del descontrol dentro de las aulas. Y el caso del joven del CCH, que apuñaló a su compañero, se generó precisamente por la falta de supervisión y control en redes y escuelas”.

“Este fenómeno —dijo— tiene que ver con el exceso de pantallas, con la falta de evaluación educativa, con jóvenes que ya no tienen tareas ni seguimiento y pasan horas consumiendo contenido agresivo. Es un caldo de cultivo para estos grupos. Son muchachos que se van adoctrinando en comunidades virtuales que se organizan y se desintegran según sus intereses, pero dejan huellas profundas”.

La doctora Correa Cortés añadió que incluso en las universidades de Jalisco “hemos encontrado que jóvenes con acceso a cursos de género y nuevas masculinidades también reproducen discursos de odio. Pensar que solo quienes no estudian caen en esto es un error. Es una cultura que permea incluso los espacios académicos”.

El fenómeno no se limita a México. “Hay países de alto desarrollo —alertó Cedillo— donde el suicidio juvenil es cotidiano, donde los jóvenes se aíslan y encuentran en las redes su única comunidad. Si seguimos ausentes e indiferentes, podríamos caer en una espiral de descomposición social mucho mayor”.

Para los líderes familiares, el problema no puede atribuirse sólo a los algoritmos o a los videojuegos. “No podemos voltear la mirada hacia otro lado”, insistió Cedillo. “Esto no se origina en las redes, aunque ellas lo amplifican. Es una desconexión entre generaciones. Hemos permitido que los hijos se formen con algoritmos y influencers anónimos, que exploran sus inseguridades y canalizan su dolor hacia el resentimiento”.

La profesora Correa Cortés subrayó que “el Estado tampoco hace nada. Hemos denunciado discursos en Facebook que dicen literalmente: ‘Si tu novia no está de acuerdo contigo, mátala’. Facebook no los elimina y el gobierno tampoco actúa. Debe empezar a regular esos discursos y sancionar a las plataformas que los permiten”.

Israel Sánchez fue más directo: “Lo que vemos es impunidad. Las autoridades no detienen ni sancionan. Las marchas violentas, los actos de vandalismo, la violencia en redes, quedan impunes. Cuando no hay control, hay adoctrinamiento y caos”.

La raíz, coinciden todos, está en la ausencia de la familia. “El gobierno debería aliarse con las iglesias, con las escuelas, con las empresas”, propuso Cedillo Bolívar. “Necesitamos cruzadas integrales para recuperar el corazón de los jóvenes. Aislados, no lo vamos a lograr”.

Para la investigadora universitaria, la solución también pasa por reconstruir el vínculo comunitario. “Antes había juntas de padres, había comunidad. Hoy las familias están fracturadas. El trabajo en comunidad se ha perdido, y con ello, la contención emocional de los jóvenes”.

El fenómeno incel, advirtió, “no es más que un espejo de la desigualdad, de la falta de sentido y de la pérdida de amor. Los polos extremos, tanto de derecha como de izquierda, comparten la misma ideología: el odio. Y ese odio se está convirtiendo en una forma de pertenencia”.

Jaime Cedillo concluyó que “no se trata de criminalizar a quienes sienten este dolor, sino de ayudarlos a reencontrarse. Son jóvenes perdidos, no monstruos. Requieren acompañamiento, presencia, diálogo y ejemplos. Hay que reconstruir el amor en tiempos de odio”.

El llamado final de los tres entrevistados es coincidente: urgen a una acción conjunta de autoridades, iglesias, instituciones, familia y sociedad en su conjunto.

“El compromiso tiene que ser de todos”, dijo Cedillo. “Padres, escuelas, autoridades y sociedad civil. Si no entendemos que esta es apenas la punta del iceberg, lo que vendrá después será mucho peor”.

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