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CULTURA

David Izazaga: Entre libros, teatros y periodismo

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Conciencia en la Cultura, por Luis Ignacio Arias

La vida de David Izazaga es una sucesión de relámpagos: momentos que rompieron el tiempo y marcaron su destino. El primero llegó a través de las versiones infantiles de El Quijote, Las mil y una noches y otros títulos que su madrina le regalaba. Más tarde, en la adolescencia, apareció su maestro Gabriel Gutiérrez, quien lo impulsó a crear, actuar y escribir.

Después llegó el descubrimiento de Jorge Ibargüengoitia. Todos ellos fueron relámpagos cuya luz sigue iluminando la obra de Izazaga. A esa constelación se sumarían Jean-François Fogel y Alberto Salcedo Ramos, quienes terminaron por definir su vocación.

Él, a su vez, devuelve esa claridad en sus cuentos, pero sobre todo en sus crónicas: textos escritos con ironía y capaces de iluminar lo extraordinario escondido en lo cotidiano.

Nacido en Texcoco, Estado de México, su primer acercamiento a la literatura ocurrió sin proponérselo: “Mi madrina me regalaba libros y yo los leía. Empecé a escribir de manera natural, sin darme cuenta. Quizá en la secundaria hice las primeras anotaciones”.

Más tarde, su familia se mudó a Guadalajara, donde cursó la secundaria y conoció a Gabriel Gutiérrez: “Él me inició en el teatro y gracias a él empecé a actuar. Salí de la secundaria y seguí actuando con él. Después abandoné la actuación —que también me gusta mucho—, pero recuerdo que en esos ejercicios de secundaria escribí una especie de obra que fue muy mala”.

En la preparatoria ocurrieron dos hechos decisivos. El primero fue el descubrimiento de Ibargüengoitia. “Un primo me regaló Los relámpagos de agosto; fue el primer libro que leí de él. Me voló la cabeza. Desde entonces busqué todas sus obras”. El segundo fue encontrar compañeros con intereses similares en la escritura y el periodismo.

Bajo la guía de Heriberto Camacho publicaron el periódico estudiantil 12 Páginas, que —según Izazaga— “fue el detonante de mi carrera relacionada con los libros y la literatura”.

Por casualidad, el periódico llegó a manos del director de El Jalisciense. Esa coincidencia se convirtió en un cruce de caminos: los invitaron a colaborar hacia 1988 y, para 1990, llegó su primera oportunidad laboral formal. “El subdirector me preguntó si no estaría interesado en trabajar en la redacción porque renunciaría quien atendía el télex. Ese fue mi primer trabajo en el periódico”.

En los años noventa dio su primer gran salto profesional: dirigir Tribuna de la Bahía en Puerto Vallarta. Después pasó a Vallarta Opina, donde permaneció más de tres años como director. Fue su primer encuentro profundo con la práctica cotidiana del periodismo y también un espacio para publicar literatura: varios de sus primeros cuentos aparecieron ahí, gracias a las redes que tejió en talleres y cafés literarios.

En Vallarta vivió una de sus anécdotas más conocidas: la exclusiva con el expresidente argentino Carlos Menem. “Se rumoraba que iba a postularse de nuevo. Un día nos avisaron que estaba hospedado en un hotel de Puerto Vallarta. El dueño del periódico tenía un amigo en el aeropuerto y le pidió que le dijera nada más qué día volaba Menem. Me fui dos horas antes. De repente llegó una camioneta con Menem y su esposa, y tuve la suerte de entrevistarlo”. La exclusiva tuvo alcance internacional.

Su relación con la crónica se consolidó con dos becas de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Primero asistió a un taller impartido por Jean-François Fogel y después a otro con Alberto Salcedo Ramos en el Festival Vallenato. Aquel segundo taller le cambió la vida: “Empecé escribiendo cuento y mis dos primeros libros son de cuento. Pero después de ese taller dije: mi género es la crónica, no me interesa la ficción. Mi terreno es la no ficción. Desde entonces siempre he escrito crónica”.

Hoy, Izazaga es una de las voces más sólidas de la crónica en Jalisco. Para él, dominarla es dominar un modo de mirar el mundo. Imparte talleres desde hace más de diez años: “Tengo un taller permanente de crónica todos los sábados. Ahí están quienes ya pasaron por la primera etapa. Llevo diez años con el taller y tengo alumnos de 7, 8, 9 años conmigo, y otros que tienen menos: dos o tres años”.

Es autor de los libros de cuentos Nunca es nada exactamente así y Poquita fe. Mantiene la página El huevo cojo, donde publica crónicas surgidas de su taller, el cual se imparte cada sábado en el Escarabajo Scratch, ubicado en el Andador Coronilla 28.

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