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JALISCO

Historia y futuro: Cronistas de Jalisco, voces que preservan la identidad cultural

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Opinión, por Pedro Vargas Ávalos

La historia tiene bien ganado crédito como “maestra de la humanidad” y luz del pensamiento; bajo esa premisa, no solo la construimos a cada instante, sino que también debemos servirnos de ella. Es decir, tendríamos que utilizarla lo más posible y, por lo mismo, estudiarla de manera permanente.

Los anales de los pueblos son una riqueza invaluable que no debe extraviarse, mucho menos perderse. Para aspirar a un futuro próspero y justo no basta con ser emprendedor o poseer recursos materiales: también es necesario portar una sólida carga de conocimientos. No brotamos de un día para otro; nuestra realidad es resultado de un largo proceso que debemos conocer para, con ese bagaje, enfrentar el porvenir con mayores posibilidades de éxito. De no hacerlo, estamos condenados a repetir lo que ya es historia.

Por ello, en casi todas las naciones se producen grandes obras históricas. La primera es la obra patria, que comprende tanto la microhistoria como la historia nacional. Después, con una mirada más amplia, se elaboran crónicas universales, pues nunca debemos olvidar que la patria mayor del ser humano —la humanidad entera— es el mundo.

Sabemos también que las cosas magnas están formadas por pequeñas cosas que, por su cercanía, adquieren una dimensión mayor al sentirlas como propias. Ahí es donde los estudiosos sitúan la microhistoria: el registro y relato de los sucesos de nuestro ámbito territorial a lo largo del tiempo. La historia de Guadalajara, o de cualquier pueblo o región del Estado, es historia en su sentido más puro: la memoria político-administrativa de nuestras poblaciones.

Jalisco cuenta con 125 municipalidades —que deberían ser 126, pues Capilla de Guadalupe, cercana a Tepatitlán, está en espera de su reconocimiento como municipio libre—. Cada municipalidad es una unidad político-administrativa con rasgos únicos, antecedentes propios y una memoria específica.

Sin embargo, no en todos los municipios existen personas que ejerzan como historiadores o, más específicamente, como cronistas. Esto es lamentable y sumamente negativo: existe el riesgo de que los acontecimientos que conforman sus anales se empolven, se desvanezcan y se pierdan. Y cuando se pierde la memoria colectiva, también se pierde identidad, se debilitan los cimientos de la comunidad y se erosiona el arraigo. Tal situación es un riesgo para el futuro.

De aquí se desprende la importancia de la historia, de la herencia cultural y de la tradición, así como del papel trascendente que desempeñan esos personajes poco reconocidos llamados “cronistas”. Los hay de índole oficial —cuando los nombra el gobierno municipal, e incluso deberían existir cronistas estatales en el Congreso, el Poder Judicial, la Iglesia, etcétera— y los hay de carácter particular, cuando el amor por la comunidad impulsa a un ciudadano a historiografiar por cuenta propia.

En la actualidad se sabe que existen —mas no se sabe si realmente funcionan— alrededor de ciento cuarenta cronistas oficiales en los 125 municipios de la entidad, además de “Consejos de Crónica e Historia” en Guadalajara, Zapopan y otros en municipios como Lagos de Moreno, San Pedro Tlaquepaque y Yahualica. 

Es necesario emprender diversas acciones y que el Gobierno del Estado —Poder Ejecutivo y Legislativo— las impulse, en coordinación con los ayuntamientos y con el respaldo de la Asociación de Cronistas Municipales de Jalisco (pionera en el país), la benemérita Sociedad de Geografía y Estadística y las universidades, especialmente la Universidad de Guadalajara. Dichas instituciones han insistido desde hace tiempo —la Asociación de Cronistas se fundó el 23 de noviembre de 1995— en completar la nómina de cronistas oficiales.

Una vez logrado el objetivo de contar con un cronista oficial en cada municipalidad —y eventualmente más de uno en los municipios grandes o con varias localidades importantes—, se consolidaría la figura y su cometido. Ello fortalecería a la asociación estatal de cronistas y facilitaría trabajar con mayor uniformidad, apoyarse mutuamente en investigación, capacitación, actualización, edición de crónicas e intercambio de experiencias.

Mucho más podría hacerse, pero urge —antes que cualquier otra cosa— reconocer oficialmente a esos cronistas municipales y apoyarlos. Para ello, es indispensable que el Congreso local legisle e incluya la figura del cronista entre los funcionarios del municipio. Claro está, el Poder Ejecutivo también debe sumarse para fortalecer las tareas de conservación de nuestros valores culturales. Logrado esto, sería natural avanzar hacia la organización por regiones y consolidar un trabajo histórico más fructífero en toda la entidad.

En estos tiempos difíciles, en los que necesitamos reafirmar nuestros valores y consolidar la identidad jalisciense —íntimamente ligada a la mexicanidad—, la participación de los misioneros de la historia, verdaderos apóstoles de la cultura que son los cronistas, resulta fundamental, prácticamente indispensable.

Ojalá los ayuntamientos y las instituciones estatales entiendan la grandeza de esta misión y se sumen a tan enaltecedora encomienda.


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