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CULTURA

A la playa más bella del mundo…en un día claro se ve hasta siempre

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Por Fernando Zúñiga //

Me senté en la terraza desde donde dominaba la extensión de la que yo considero la playa más bella del mundo.

Era una mañana intensamente clara de un cielo azul sin mancha que parecía reflejar el color del mar un par de tonos abajo. Una arena tan leve que solo era barrida por el aleteo de un Martín Pescador o de las gaviotas en busca de algún bocadillo en la playa. Una arena tan leve que el Martín Pescador plasmaba la huella de sus pasos para la eternidad. El oleaje era tan calmo que el vuelo rasante de los pelicanos podía provocar un mini maremoto. El solo canto de un ave podía opacar el sonido del mar. Una sola caracola taparía, con su estructura ancestral, el pleno horizonte marino. Te Déum.

“…una playa tan silenciosa de sol y brisa que podría escuchar cuando alguna de esas avecillas mudara su plumaje”.

Fernando se sentó en una de las sillas bajo la sombrilla cercana a pesar de que era una extensa terraza y solo estábamos ambos a esa hora.

Pasaron quizá un par de horas antes de que nos saludáramos levantando nuestras copas respectivas. Ambos bebíamos whisky en las rocas.

La verdad que el mar es mágico y hace sanar las heridas que el tiempo deja en las personas…siempre regreso a este mar…

Fernando tenía 74 años de edad. Su voz sonaba en un tono que no rompía el silencio armónico de los equilibrados volúmenes del momento. No profanaba el santuario marítimo de la contemplación. Voz a la que le sobraban los recuerdos.

Me presenté con él: Esteban, yo tenía por esos días 29 años. Meditaba sobre el amor, mi futuro, la posible vida de pareja, ¿formaría una familia? Cómo saber quién sería la mujer para pasar mi tiempo; mis sueños, mis amaneceres, mis caminatas en alguna playa al atardecer, mi vejez…

Fernando me preguntó después de brindar por el tiempo presente: “¿Tu a que vienes a esta playa?”

La brisa y el sol contestaron desde mi piel y el whisky desde mis entrañas, entorné los párpados, y, como si la resaca de la orilla marina jalara mis palabras, dije espontáneamente: “para pensar el futuro que siempre ha existido en mi vida”.

Fernando guardó silencio, un silencio que pareció detener el tiempo, como el reloj de arena vacío y que a una mano universal le diera miedo rellenar.

hace 10 años vine por primera vez a este puerto. Vine a dar una conferencia. El tema era La Fisiología del Miedo y el Arte de Mentirnos para Crear Nuestra Felicidad…

Samantha, así se llama, estaba sentada en una de las butacas del auditorio cercana al foro. Yo la observé por primera vez mientras firmaba algunos autógrafos y atendía a las personas de la audiencia; preguntas, invitaciones; fotografía; tarjetas de presentación…

en ese instante, en el que ella estaba inmersa en sus propios pensamientos, sentí la atracción de abordarla, una sensación suave, como esas pequeñitas olas cuando regresan al mar allí en la orilla, que regresan sin remedio atraídas por su origen inapelable, irrevocable…

fue un deseo quizá movido mas por la curiosidad, mi curiosidad de conocer a una persona joven, quizá intuyendo una historia para mis relatos. Yo había empezado a escribir pequeños fragmentos de mi vida en relatos breves con la intención de editar un libro de memorias, pensaba titularlo Historias Sin Memoria. Mi pretensión única era escribir para pasar algunos momentos de solaz…

me había auto impuesto 3 reglas para escribir:

1.- Escribirlos primeramente a mano y ya después pasarlos en la compu…

2.- No durar más de 30 minutos desde el inicio hasta concluirlo, ya posteriormente le afinaría los detalles; metáforas; sintaxis; cambiar quizá el nombre o las edades de los protagonistas; alguna fecha…

3.- Mezcla de realidad vivida personalmente y algo de fantasía para proteger a la imaginación y a la fantasía misma…

Fernando bebió de su copa, de una copa que parecía haber escanciado alguien muchos años atrás. Su mirada atravesaba el tiempo que como el oleaje prometía regresar a la misma playa.

Me imaginé, fantasié (yo también había empezado a escribir pequeñas historias sobre etapas de mi vida, bajo la misma técnica de Fernando y en el mismo plan de mero relax, sin mayor pretensión literaria), que su copa era escanciada por Hebe, la diosa de la juventud, una deidad hija de Zeus y Hera, encargada de escanciar el néctar a los dioses del Olimpo a quien, en función de su oficio llamaban, la Divina Escanciadora.

Fernando me preguntó al regresar de su lontananza interna: “¿Esteban crees tú que el Dios Tiempo beba Néctar y Ambrosía para seguir siendo inmortal a través de momentos que vivimos los mortales?”

me acerqué a Samantha y la charla fluyó, la vi bonita, su pelo recogido le daba un aire formal algo serio, bonitos ojos y bonita boca, una belleza sobria…

29 años; estudiaba Homeopatía; originaria de una población de Jalisco…

la invité a salir del auditorio. Le tendí mi mano mientras caminábamos hacia el exterior y ella me la tomó con la misma naturalidad. Sentí un flujo de sensación humana tierna y agradable. Yo tenía siglos de no caminar tomado de la mano de una mujer. Y más siglos aún de no caminar cogido de la mano de una chica joven…

bromeamos (casi siempre me pasa con la gente joven) sobre el “sofisticado” tema de la conferencia…que si en verdad me lo creía…que tenía que demostrárselo en concreto, en la práctica, en la vida diaria…que ese era un campo de la Homeopatía…que a poco yo iba a desplazar a su profesión…

me peleaba dulcemente, me retaba con cierta admiración en su mirada…sin darme cuenta yo percibía una pequeña marea de emociones todavía, hasta ese momento, sin nombre…

tomamos un taxi hasta el hotel en donde me hospedaba en esta playa, empecé a desear prolongar su compañía…me confesó que le agradaba, de manera muy especial, mi compañía, que estaba viviendo un tiempo muy especial, agradable…

me puse ropa ligera para caminar por la playa, eran días de finales de septiembre y el clima era esplendido. Me pidió que la esperara en la terraza. En su pequeña mochila de piel cargaba “su arsenal femenino”. Viajaba ligera, ese día partiría en el vuelo nocturno rumbo a Guadalajara…

me preguntó: “¿qué color prefiere; blanco, amarillo o rosa mexicano?”…bajó con un vestido suelto de gasa amarillo claro sin mangas, hasta su tobillo, escotado, descalza, un collar que marcaba el inicio de su busto, su piel durazno rosado, su cabello ondulado ahora suelto…

yo no percibía una coquetería simulada. Samantha era natural, sencilla, clara…

>>…comimos una ensalada, pedimos un Chablis, desde el interior del hotel Althea Rene/Deja Vu …Samantha preguntando…me reclamaba mis historias…me ponía etiquetas que yo le rebatía y trataba de justificar…que yo no era así, que eran experiencias que se habían dado y ya…que no soy ningún aventurero y mucho menos frío en mis relaciones…y soltábamos la risa…

>>…a la distancia las pequeñas embarcaciones que se dirigían a alta mar, y el brillo del sol sobre el lomo espumoso de las olas, el vuelo como sin rumbo de los pelicanos, alguna gaviota atrevida rondando nuestra mesa en espera de la golosina fácil…

Samantha me reclamaba de vez en vez el que la mirara con cierta fijeza, yo justificando que el sonido de las olas hipnotiza…a ella no le gustaba hablar mucho de sí misma…

decidimos caminar a lo largo de la playa junto al mar, quedaban pocas horas de ese día, antes de su vuelo…

pedimos otra de Chablis y dos copas para llevarlas durante la caminata…

caminó unos pasos delante de mí y fue en ese instante que por primera vez aprecié su figura en la magnitud de una mujer adulta y no la jovencita que yo había querido ver al principio…

el sol declinaba por detrás de la dunas…era un día entre semana y la playa estaba solitaria…recuerdo la sensación de la arena en mis pies, el agua tibia de la orilla cuando regresa al mar…las huellas del Martín Pescador…un grupo de gaviotas que la rodeó cuando les lanzó al aire un pedazo de aceituna que ella traía en su boca…

ahora ella me miraba con fijeza mientras yo hablaba…me reiteró que se sentía muy bien, que yo era una grata compañía, que no había sentido antes una experiencia linda como esa…que le gustaría prolongar ese día…

deseaba vivir frente al mar, al término de sus estudios buscaría poner su consultorio en algún puerto…le gustaba Puerto Vallarta…

me pidió que la viera a los ojos, que no evadiera mi mirada de la suya, ella estaba seria, aunque no más que desde que la abordé…su voz era suave, su mirada clara como si un dulce oasis/manantial fuese para refugio de ternura y pasión cálida segura…

recuerdo perfectamente sus palabras: “si ahorita me dijera que me ama y me pidiera vivir con Ud. desde este momento lo haría”…

un calor que no se volvió fuego y se hizo hielo en la soledad…la marea apenas besa la playa y ya está pensando en volver…los recuerdos son para siempre y como el tiempo son de ida y vuelta…

alguna ocasión creí haberla visto en alguna butaca de los auditorios donde doy charlas. La imagino leyendo mi libro a sus hijos y diciéndoles que la chica de la historia es ella, un libro que quizá adquirió en una librería de viejo en París. Otras veces la he visto pasar caminado de la mano con su pareja en el malecón de Puerto Vallarta, aunque no creas Esteban, mi vista no es muy buena…será por tanto escribir historias.

En este punto del relato de Fernando, el reloj de arena se había volteado pero aun vacío. Faltaba la mano sin miedo que lo llenara con arena de la playa más bella del mundo, arena de un día del final de septiembre de hace 10 años. Arena con la huella de un pequeño Martín Pescador. Ninguna otra arena, de ninguna otra playa, de ningún otro día a la hora exacta. Te Déum.

Al igual que en la historia de Fernando me despedí de él sin pedirle su número de tel o cel o dato alguno para localizarlo en otra ocasión. Él había hecho lo mismo con Samantha. Espero algún día identificar su nombre completo y asistir a una de sus conferencias y adquirir su libro Historias Sin Memoria aunque sea en una librería de viejo en Guadalajara.

FZG GUADALAJARA IX/2016

*Nota: Samantha le había exigido (con la dulzura, ternura y sencillez de ella, Aries) a Fernando que si escribía la historia de aquel día, que ni se le ocurriera mencionar que se bañaba desnuda al empezar la noche sobre Miramar y ni siquiera la menor insinuación de hacer el amor.

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