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LOS PELOTEROS

Fernando Valenzuela, a un paso del Salón de la Fama de Cooperstown

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Deporte Rey, por Gabriel Ibarra Bourjac

El reloj ya no marca horas: marca latidos. Este domingo 8 de diciembre, a las 4:30 p.m., tiempo del Pacífico, se sabrá si Fernando Valenzuela cruza por fin la puerta grande de Cooperstown y se convierte en el primer mexicano entronizado en el Salón de la Fama de las Grandes Ligas.

El “Toro de Etchohuaquila” necesita 12 de los 16 votos del Comité de la Era Clásica (75%). Ni uno más, ni uno menos. Y esta vez no votan los mismos escritores que durante diez años (1997-2006) lo dejaron fuera por la vía tradicional de la BBWAA.

Ahora deciden 16 personas que vivieron el béisbol desde adentro: exjugadores legendarios como Ryne Sandberg, Alan Trammell, Lou Whitaker, Robin Yount, Tany Pérez, Ozzie Smith, Ferguson Jenkins y Juan Marichal; directivos de peso como Mark Shapiro (presidente de los Azulejos), Tony Reagins, Terry Ryan, Doug Melvin y Arte Moreno —el único con raíces mexicanas en el panel—; además de cronistas e historiadores de la talla de Tyler Kepner (The New York Times), Jason Stark y Steve Hirdt.

Son personas que entienden que hay cosas que los números fríos no alcanzan a medir. Si fuera solo por estadísticas, Barry Bonds y Roger Clemens habrían entrado hace lustros. El problema de ellos es otro. El de Valenzuela nunca fueron los números; fue que la BBWAA no supo —o no quiso— valorar en su momento la dimensión completa de su legado.

Eso es justamente lo que este comité puede corregir. A los 20 años recién cumplidos, en 1981, Fernando ganó el Cy Young y el Novato del Año, una hazaña irrepetible en 135 años de béisbol organizado. Inició la temporada con ocho victorias consecutivas, cinco de ellas blanqueadas, y Dodger Stadium se quedó chico. Ponchó a cinco bateadores seguidos en el Juego de Estrellas de 1986, empatando un récord histórico.

Cerró su carrera con un no-hitter en 1990, el mismo día que anunciaba su retiro. Pero eso, insisto, es lo de menos. Lo que realmente hizo fue cambiar la historia del deporte en Norteamérica. Trece millones de aficionados adicionales entraron a estadios de Grandes Ligas en la década de los ochenta gracias a él.

Llenaba Dodger Stadium con 56 mil personas un martes por la noche. Llevaba entre 10 y 15 mil aficionados extra a Milwaukee, Minnesota, Montreal o cualquier plaza donde lanzara. Convirtió a millones de mexicanos y mexicoamericanos en beisboleros de corazón.

Creó, prácticamente de la nada, un mercado latino que antes simplemente no existía. Como afirma Juan Carlos González Íñigo, alma y motor del movimiento #34FernandoHOF: “Antes de Fernando, ser mexicano en Los Ángeles podía significar ser visto con desconfianza. Después de la Fernandomanía, nuestra dignidad tuvo otra dimensión”.

Comparado constantemente con Roberto Clemente —quien representó a 3 o 4 millones de puertorriqueños—, Valenzuela cargó sobre sus hombros a 130 millones de mexicanos y a toda la diáspora en Estados Unidos. Fue el puente definitivo en una época en que al pelotero latino todavía se le medía con una vara distinta.

Y lo hizo sin un solo escándalo. Sin apuestas, sin esteroides, sin portadas negativas. Con una familia sólida, un perfil bajo, la humildad de un campesino sonorense y un temple de acero que, a los 20 años, le permitía mirar de frente a los mejores bateadores del planeta como si fueran niños de ligas pequeñas.

Este movimiento, que hoy parece imparable, nació en 2020, en plena pandemia, cuando un grupo de amigos encabezados por González Íñigo —director de la revista Cuarto Bat y asesor de Charros de Jalisco— advirtió la injusticia: México, con 130 millones de habitantes y una pasión desbordada por el béisbol, no tenía a su máximo ídolo en Cooperstown.

“Muchos creían que ya estaba dentro”, recuerda Juan Carlos. “No fue valorado en su dimensión completa cuando le tocó la votación tradicional. Hoy tenemos una segunda oportunidad”.

De aquellas pláticas surgió el Comité Pro Fernando Valenzuela al Salón de la Fama. Cinco años después, es un movimiento nacional: Ligas Mexicanas de Verano y del Pacífico, clubes, federaciones, exjugadores, comunicadores y hasta expresidentes de la BBWAA se han sumado.

El hashtag #34FernandoHOF fue tendencia una y otra vez. Su muerte, ocurrida justo antes de la Serie Mundial que los Dodgers le dedicaron y ganaron, removió algo profundo. Estados Unidos —que por décadas premió casi exclusivamente estadísticas— comenzó a entender que hay legados que trascienden victorias, efectividad y WAR.

Esta es la última gran oportunidad realista para el “Toro”. Si no entra ahora, en 2027 pasará al Comité de la Era Moderna, con otro grupo y otros criterios. El tiempo se agota.

Este domingo, 16 personas tienen en sus manos la posibilidad de corregir una injusticia histórica y, de paso, reconocer que el béisbol es mucho más que números.

El mundo beisbolero de México contiene la respiración.

El Toro está a un paso.

Que sea con el 34 en la espalda y el grito de “¡México, México, ra-ra-ra!” retumbando en Cooperstown.

 


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