NACIONALES
El poder fragmentado
Opinión, Iván Arrazola //
Maquiavelo afirma que la centralización y el control absoluto del poder político son fundamentales para garantizar la estabilidad del Estado. Este principio contrasta con el enfrentamiento entre Ricardo Monreal y Adán Augusto López que pone de manifiesto la falta de control al interior de la Cuarta Transformación. Adán Augusto acusa a Monreal de irregularidades durante su gestión en el Senado, mientras que Monreal señala que esas acusaciones buscan fracturar al movimiento. Este conflicto destaca la ausencia de un liderazgo capaz de imponer disciplina y orden en Morena.
Resulta sorprendente que un partido con un control político casi total del país enfrente situaciones que no solo evidencian una falta de unidad, sino que además contradicen principios fundamentales de su discurso oficial, como el combate a la corrupción. En este caso, el conflicto no gira en torno a los ideales que dicen defender, sino al dinero. Estas dinámicas ponen de manifiesto que el poder se encuentra fragmentado al interior de Morena.
Esto puede explicarse, en parte, por la manera en que se gestionó la sucesión presidencial rumbo a las elecciones de 2024, un proceso en el que López Obrador dictó las reglas. Entre estas se incluyó la asignación de «premios de consolación» a los participantes que no resultaran favorecidos, otorgándoles posiciones en el gabinete o en el Congreso con el propósito de mantener la unidad del movimiento. Sin embargo, esta estrategia ha dejado expuestas tensiones internas y ha generado cuestionamientos sobre en quién recae el liderazgo del partido.
Aunque esta estrategia cumplió su propósito —dado que prácticamente todos los participantes, incluso aquellos que inicialmente cuestionaron el proceso, como Marcelo Ebrard, terminaron aceptándolo—, tuvo efectos adversos para Claudia Sheinbaum. Se le impuso una estructura rígida con actores políticos que no le son leales, lo que limitó su capacidad para conformar su equipo.
Con estas decisiones, López Obrador vulneró principios esenciales del ejercicio del poder político, como permitir que la presidenta elija y lidere a su propio equipo y tome decisiones de manera autónoma. Además, no se garantizó que quienes ocupan posiciones estratégicas reconozcan que su lealtad y disciplina deben estar alineadas con la presidenta, y no con quien los designó inicialmente.
La principal dificultad de Claudia Sheinbaum es lidiar con actores políticos que operan con un alto grado de autonomía, incluyendo a quienes controlan el partido, las posiciones clave en las cámaras legislativas y ciertos espacios del gabinete. Estas figuras parecen no verla plenamente como la líder política máxima, lo que dificulta su consolidación como autoridad central y única dentro del movimiento.
Aunque el riesgo de una fractura interna parece mínimo en este momento —ya que el partido ejerce un control absoluto y abandonar Morena sería irracional en las circunstancias actuales—, subsiste un problema relacionado con la forma en que se ejerce el poder.
Aunque desde la Presidencia se impulsó un acercamiento entre ambos personajes con el objetivo de limar asperezas, resulta evidente que el conflicto no ha llegado a su fin. En días recientes, Ricardo Monreal, durante un taller de lectura, reflexionó sobre las complejidades del entorno político, afirmando: “El político está sometido a intrigas palaciegas, provenientes de su equipo, de su familia, e incluso a los golpes y elogios de los más cercanos, quienes con el tiempo pueden convertirse en detractores”.
Monreal también subrayó la importancia de la transparencia en la política, al señalar: “Es imperante que el político exija que se comprueben las acusaciones en su contra, para despejar cualquier duda ante la población”.
Estos mensajes no hacen más que atizar el conflicto y poner en entredicho el liderazgo de Sheinbaum, quien no logró poner a dos políticos altamente experimentados en paz. Aunque la presidenta intentó proyectar control sobre la situación —primero mediante la difusión de una fotografía en la que aparecen la titular de Gobernación y los involucrados en el conflicto, y luego declarando que el asunto fue magnificado por sus adversarios—, lo cierto es que las acciones de estos actores constituyen un desafío directo a su autoridad política
Este escenario de un poder fragmentado probablemente obligará a la presidenta a buscar nuevas estrategias. Quizás este sea el momento adecuado para imponer disciplina entre los distintos actores y asegurar que, como es característico de los sistemas hegemónicos, los diferendos se procesen dentro de los canales institucionales establecidos para tal fin.
El sistema político mexicano se caracteriza por su apego a los rituales y las formas. Tradicionalmente, el ejercicio del poder ha colocado al presidente, o en este caso a la presidenta, como el árbitro principal en las disputas internas. Sin embargo, existe otra alternativa: adoptar un estilo de liderazgo diferente que otorgue total libertad a los actores políticos para actuar conforme a sus propios intereses. No obstante, como advirtió Maquiavelo, este enfoque conlleva un riesgo significativo: poner en riesgo la estabilidad del Estado.
