NACIONALES
En busca de una nueva politicidad
Campos de Poder, por Benjamín Mora Gómez //
Manuel Castells es, por mucho, uno de mis autores españoles favoritos. En su libro “Ruptura. La Crisis de la democracia liberal” nos habla de la grave y evidente confusión democrática en que vivimos por la pérdida de valores y principios, de ética y moral; por ello nos hundimos en un mar de encono y odios como personas en sociedad.
Castells nos habla de la necesaria creatividad política y social que a todos nos convoque y beneficie. Para Castells, la política está desligitimada y las instituciones cuestionadas, anquilosadas, distanciadas y deshumanizadas, por lo que deben reabrirse a un debate amplio e inclusivo hacia un mejor futuro.
Para Manuel Castells el origen es simple y obvio: La clase política monopoliza el poder institucional y, a través de triquiñuelas, busca perpetuarse. Éste es el origen de la iniciativa electoral, ya agonizante, de Andrés Manuel López Obrador, y es también el motivo de la oposición para negarse a apoyarla.
En Estados Unidos, en Donald Trump la política adquiere un tono muy personalista; en México, con López Obrador sucede lo mismo. Son tan iguales que parecen casi gemelos. Ellos y nadie más tiene la razón en todo; para ellos nadie tiene derecho a opinar en forma contraria a sus verdades y datos. Por ello, para la democracia en México, la iniciativa de AMLO resulta tan peligrosa y abyecta. Trump y AMLO son harina de un mismo costal, dramáticos al hablar y sensacionalistas al actuar, egocéntricos en su uso del poder e innamovibles en sus torpezas.
He observado que, a lo largo de la historia de los pueblos, cuando un iluminado llega al poder y busca perpetuarse, sus allegados se engolosinan y la corrupción se vuelve descarada. Renuncian a su dignidad a cambio de dinero, favores y poderes menores.
Trump, López y muchos más, todos políticos, no aceptan una verdad: Los ciudadanos desconfían de los políticos y sobretodo de los más encumbrados. En toda elección, el ciudadano no vota por el político más confiable sino por aquel que supone lo desepcionará menos. Su legitimidad es siempre endeble.
El 13 de noviembre pasado, nació, desde la sociedad civil, un movimiento a favor de la democracia. La capacidad de permanencia de este movimiento estará en razón de su madurez para construir una nueva narrativa política -ciudadanizada- sobre ese otro México que pueda convocar a gente de todos los ámbitos de la vida nacional, incluso de esa clase media renuente de actuar en lo político y lo público. Sin embargo, para no pervertirse, no deberá pretender ocupar puestos políticos; lo grave es que esto no todos lo entienden y ya hay quienes se apuntan a un cargo de elección popular en su candidez política.
El problema de la iniciativa de López Obrador es creer que todo se reduce a procedimientos y a costos, cuando, aquí, el fondo es más importante que la forma. Necesitamos un sistema que permita resolver diferencias en circunstancias siempre cambiantes y no en cambiar un sistema tras cada elección mal resuelta. Lo más caro de nuestro modelo democrático será caer en el absolutismo morenista encabezado por AMLO.
El Tata Lázaro dijo no al caudillismo de Elías Calles; hoy, una inmensa mayoría decimos no al caudillismo lopezobradorista. Cárdenas mandó a Calles al destierro. Nosotros mandaremos a López a un destino más claro y sin regreso, allá por el sureste mexicano o más allá de nuestras fronteras, quizá a Cuba, Nicaragua, Venezuela o Corea del Norte.
El peligro de la iniciativa de AMLO es que nace ante la impotencia de triunfo que desde ya advierte en 2024. Su pretendido monopolio no le será permitido. Su mandato presidencial terminará en 2024; luego le llegará el otro mandato ciudadano: Dejar la presidencia y, según el quiera, irse a su rancho La Chingada o a otra chingada como destierro en el desamor político.
Hoy, desde la oposición, el viejo binario de las izquierdad y las derechas viven un compás de espera hasta que Morena, la Cuarta Transformación y el liderazgo de AMLO hayan terminado. La resistencia civil opositora podría crecer y radicalizarse si AMLO no entra en razón pronto.
La obligación política ciudadana ya no se satisface que la sola emisión de su voto el domingo de elecciones. Ahora, nos obliga a sentar las bases sociales y comunitarias de una democracia participativa renovada, fortalecida en las redes sociales.
Debemos evolucionar a la democracia representativa pues en ella, con todas su antiguas bondades, permite que unos poco hablen por la mayoría y tomen decisiones que solo interesan a sus partidos y coaliciones, y no necesariamente a los ciudadanos. Nuestros diputados no pueden seguir tomando decisiones sin consultar en los grandes cambios estructurales de México.
Una cosa debe quedar en claro, la resistencia opositora debe incluir, aunque hoy estén con López Obrador, a los que viven en la precaridad, el olvido, el destierro, la inseguridad, la ignorancia, la enfermedad, el ostracismo, pues de otra suerte, el cambio será indigno y endeble.
