MUNDO
Globalización y proteccionismo: ¿Dónde está el equilibrio?
Opinión, por Víctor Hugo Celaya Celaya //
En 1989 y 1990, siendo diputado federal por Sonora en el Congreso de México e integrante de las delegaciones de congresistas de ambos países en las reuniones interparlamentarias México-Estados Unidos, tuve la oportunidad de participar en discusiones que marcaron el rumbo de nuestras economías. En estas reuniones, la globalización y el papel de nuestras economías ante este escenario futuro eran temas fundamentales.
Como encargado en el Congreso Mexicano de los asuntos fronterizos, asistí a estos eventos clave. En conversaciones con congresistas norteamericanos como Jim Kolbe, representante de Arizona, y John Kerry, entonces senador y más tarde Secretario de Estado con Obama, se destacaba la necesidad de abrir nuestras economías y fronteras para fomentar la interdependencia comercial. Estas discusiones sentaron las bases del Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre México, Estados Unidos y Canadá (TLCAN), hoy conocido como T-MEC.
Uno de los momentos más memorables fue la Reunión Interparlamentaria en Boston, Massachusetts, en 1990. Tal era el interés de los gobiernos en estos temas que fuimos recibidos en la Casa Blanca por el presidente George H. W. Bush y miembros clave de su gabinete. Las conversaciones se centraron en fortalecer nuestras democracias y economías mediante el comercio, la inversión y el desarrollo de infraestructura binacional. Además, gracias a John Kerry, tuvimos la oportunidad de visitar la casa de la familia Kennedy en Hyannis Port, donde el diálogo sobre democracia y libertad profundizó nuestra visión de cómo complementarnos mejor como naciones vecinas.
Estas iniciativas no solo llevaron al TLC, sino que también incentivaron una política multilateral más amplia. México consolidó acuerdos de libre comercio con América Latina, Europa y otros países, y se integró a foros multilaterales como la APEC, fortaleciendo su apertura comercial y atrayendo inversión.
Hoy, más de tres décadas después, enfrentamos un debate renovado entre apertura económica y proteccionismo. La reelección de líderes con tendencias proteccionistas, como Donald Trump, plantea retos significativos.
Propuestas como aranceles universales entre el 10% y el 25% amenazan las cadenas de suministro y el crecimiento económico global. Al mismo tiempo, en economías como la europea se observa una tendencia hacia la desglobalización, con medidas para proteger sus mercados internos frente a la competencia desleal.
Históricamente, los años 80 y 90 representaron un periodo de liberalización económica. México, al unirse al GATT en 1986 y firmar el TLCAN en 1994, redujo barreras arancelarias y fomentó la inversión. Sin embargo, también surgieron desigualdades y vulnerabilidades, como la crisis financiera de 2007-2008, que evidenció los riesgos de una interdependencia económica sin regulación adecuada.
Hoy, las economías emergentes enfrentan el desafío de equilibrar la apertura económica con medidas proteccionistas que fortalezcan sus sectores locales. La historia demuestra que las grandes potencias adoptaron medidas proteccionistas durante su desarrollo, lo que sugiere que un enfoque equilibrado puede ser clave para países en desarrollo como el nuestro.
El rumbo económico de México dependerá de decisiones sustentadas en evidencia y profesionalismo. Necesitamos políticas públicas congruentes que apoyen a nuestros exportadores e importadores, fomenten la inversión extranjera estratégica y maximicen los beneficios del comercio internacional, mitigando sus posibles desventajas. Además, debemos garantizar que estas políticas aseguren empleos dignos y oportunidades de crecimiento para las nuevas generaciones.
Al reflexionar sobre estos temas, queda claro que el equilibrio entre la integración global y la protección de los intereses nacionales es fundamental. Este debate no solo define el presente de nuestras economías, sino también el futuro que queremos construir. En mi próxima publicación, exploraré con más detalle cómo México puede navegar este desafiante contexto global y transformar los retos en oportunidades para el desarrollo sostenible y el bienestar de todos los mexicanos.
MUNDO
2025, el futuro que no esperábamos
Opinión, por Miguel Anaya //
Comenzamos la primera semana hábil del año, los festejos han quedado atrás y es momento de comenzar a dilucidar los planes, proyectos y sueños con los que afrontaremos el futuro inmediato qué nos espera, seguramente, hay quien priorizará la salud, otros más decidirán qué este será el año en que recuperen relaciones personales, algunos más pondrán por delante su desarrollo profesional o académico.
Cuando uno pone metas personales suele creer que estas dependen únicamente de un cambio personal, sin tomar en cuenta que el mundo que nos rodea está en constante cambio, que día a día (por no decir minuto a minuto) presenta nuevas tecnologías y paradigmas sociales, ante esta situación no queda más que sumergirnos en esta ola de avances constantes intentando entender y adaptarse a la nueva realidad, capacitándonos y sacando réditos de ella.
Más allá del ámbito político y social local, el 2025 se presenta como un año crucial para la humanidad. La convergencia de avances tecnológicos, desafíos en salud global y transformaciones sociales plantea retos y oportunidades. A continuación, exploraremos estos temas desde una perspectiva global.
Tecnología: La inteligencia artificial (IA) se encuentra en el centro de la revolución, modelos cada vez más sofisticados están redefiniendo la productividad en sectores como la educación, la medicina y la agricultura. Hoy todo el conocimiento histórico mundial está al alcance de todos en segundos dentro de aplicaciones como ChatGPT, Nerd, Grammarly entre otras; estas permiten desarrollar diagnósticos médicos más precisos y personalizados, argumentar de manera precisa en casos judiciales, o checar el crecimiento sano de ciertos cultivos, claro, siempre y cuando alimentemos estas aplicaciones con las preguntas y peticiones correctas. ¡Increíble!
Sin embargo, estas innovaciones traen consigo preocupaciones. La automatización amenaza con eliminar millones de empleos tradicionales, dejando a grandes sectores de la población en riesgo de desempleo estructural. Además, los problemas éticos relacionados con la privacidad, la manipulación de datos y el sesgo algorítmico exigen una regulación más sólida.
Los gobiernos y empresas deben colaborar para desarrollar marcos normativos que equilibren el progreso tecnológico con la protección de los derechos humanos. Esta colaboración no deberá ser dentro de 10 o 15 años, es una necesidad real presente que nos debe ocupar.
Salud: La pandemia de COVID-19 dejó lecciones profundas sobre la fragilidad de los sistemas de salud globales. En 2025, el mundo enfrenta el desafío de prepararse para futuras crisis sanitarias mientras lidia con problemas crónicos como el envejecimiento poblacional y las enfermedades genéticas. La innovación biomédica, incluida la terapia genética y las vacunas de ARN mensajero, abren nuevas puertas para combatir enfermedades que antes eran intratables.
Una oportunidad significativa radica en la telemedicina. La pandemia aceleró su adopción, demostrando que es posible ofrecer atención médica de calidad a distancia. Esto puede ser un transformador para áreas rurales y comunidades marginadas, siempre y cuando se supere la barrera del acceso a internet y dispositivos tecnológicos.
Desarrollo social: Lo que resulta evidente es que los retos y oportunidades en tecnología y salud están profundamente interconectados con el desarrollo social. Por ejemplo, los avances en tecnología pueden mejorar el acceso a la salud y la educación, pero solo si las políticas sociales abordan las desigualdades estructurales. De manera similar, los altos índices de pobreza e inseguridad solo podrán atacarse con políticas que integren soluciones tecnológicas y de justicia social.
Por otro lado, las generaciones más jóvenes están liderando movimientos sociales que exigen oportunidades laborales, equidad y acceso a derechos humanos. Este activismo, impulsado por el acceso a la información (y a mucha desinformación) a través de redes sociales, está presionando a los gobiernos y a las empresas a actuar de manera distinta, cambiando paradigmas. Los más jóvenes deberán capacitarse y entender a fondo las nuevas tecnologías, (más allá de hacer videos de TikTok) para sacar el mayor provecho a la realidad virtual que viven y que vivirán.
Para aprovechar al máximo las oportunidades de 2025, será necesario adoptar un enfoque colaborativo y multidisciplinario. Gobiernos, organizaciones internacionales, empresas y ciudadanos deben trabajar juntos para diseñar un futuro más justo y sostenible. Si bien los desafíos son enormes, la creatividad, la innovación y el compromiso social tienen el potencial de convertir este año en un punto de inflexión positivo para la humanidad.
Afrontemos con proactividad y responsabilidad el futuro que ya nos alcanzó.
MUNDO
Ciclos de odio y esperanza: Reflexiones entre la ficción y la realidad
A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
Uno de mis pasatiempos más recientes, además de leer y ver fútbol, es sumergirme en animes. Recientemente terminé Attack on Titan, animé que me atrapó por completo y que me llevó a reflexionar profundamente sobre temas como el radicalismo y los ciclos de violencia en nuestra sociedad. La historia de Attack on Titan es fascinante, no solo por su trama, sino por cómo toca cuestiones humanas complejas que siguen siendo relevantes en el mundo real.
La premisa inicial de la serie parece sencilla: los humanos están confinados dentro de enormes murallas para protegerse de los titanes, criaturas gigantescas que devoran personas. Sin embargo, a medida que avanza la historia, descubrimos que los verdaderos enemigos no son los titanes, sino los propios seres humanos. El conflicto central es una lucha ideológica y geopolítica entre los habitantes de la isla Paradis y el imperio de Marley, cuyas tensiones se van desvelando con el tiempo.
Eren Jaeger comienza su viaje con un objetivo claro: exterminar a los titanes para proteger a su gente. Pero al descubrir la verdad sobre su mundo, su perspectiva cambia al darse cuenta de que los titanes resultan ser herramientas creadas por Marley para someter y exterminar a los eldianos de Paradis, convirtiendo el odio sistemático en el verdadero enemigo. Este giro de la trama ilustra cómo el adoctrinamiento y la deshumanización pueden justificar atrocidades en nombre de la seguridad.
En el clímax de la serie, surge una pregunta crucial: ¿es realmente posible romper este ciclo de odio y violencia, o estamos condenados a perpetuarlo por siempre? Esta cuestión no se limita al mundo ficticio de Attack on Titan, sino que resuena profundamente en nuestra realidad actual y tres eventos recientes ilustran cómo el radicalismo y la violencia ideológica siguen siendo parte de nuestra narrativa global.
En Magdeburgo, Alemania, un ataque estremeció a la comunidad local. Un hombre atropelló a varias personas en un mercado navideño, dejando múltiples víctimas y generando un miedo palpable entre los residentes. El acto, atribuido a un individuo con posibles motivaciones extremistas, buscó sembrar el caos y el terror en un ambiente festivo. Este ataque nos recordó que, a pesar de décadas de avances en integración y seguridad, la amenaza de la violencia sigue presente en las calles.
Mientras tanto, en Nueva Orleans, Estados Unidos, un evento igualmente devastador sacudió a la nación. Un ataque coordinado durante una festividad local, conocida por su alegría y diversidad cultural, dejó decenas de heridos y varios muertos. Este atentado no solo buscó desestabilizar la ciudad, sino también atacar los valores de inclusión y comunidad que representan. La reacción inmediata fue un clamor por unidad, pero también quedó claro que las grietas ideológicas en la sociedad estadounidense son un terreno fértil para el extremismo.
Estos eventos, aunque distintos en su contexto y motivación, comparten un elemento crucial: el uso del terror como herramienta para imponer ideologías y perpetuar la violencia. Ya sea en un mercado navideño o durante una festividad cultural, el terror se convierte en el vehículo para desestabilizar, infundir miedo y propagar un mensaje radical.
En Attack on Titan, Eren Jaeger se enfrenta a una amenaza existencial que lo lleva a tomar decisiones extremas. En su lucha contra Marley, opta por la destrucción masiva, convencido de que esta es la única forma de proteger a su pueblo. Su elección, aunque aparentemente motivada por una causa noble, plantea una importante cuestión moral: ¿es justificable cometer atrocidades para prevenir otras mayores?
En la serie, el protagonista se enfrenta a este dilema en un contexto de supervivencia, pero esta misma pregunta se refleja en la lucha global contra el terrorismo, donde las decisiones políticas y militares a menudo implican acciones violentas con la esperanza de evitar peores consecuencias. Sin embargo, la paradoja persiste: en muchos casos, estas respuestas violentas pueden perpetuar el ciclo de odio y violencia, en lugar de ponerle fin.
Así, tanto en la ficción como en la realidad, nos encontramos atrapados en una constante disyuntiva moral: ¿cómo equilibrar la necesidad de defensa y seguridad con el respeto por los derechos humanos y la paz duradera? Al final de la serie, incluso después de la destrucción de los titanes y la aparente salvación del mundo, el radicalismo persiste. La semilla del odio sigue viva, lista para germinar en cualquier momento. Este desenlace presenta una visión pesimista pero realista: mientras existan divisiones ideológicas y desigualdades, el ciclo de violencia será difícil de romper.
Es así que esta historia nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y nuestra capacidad para superar el odio. En un mundo donde los eventos como los de Magdeburgo y Nueva Orleans son cada vez más comunes, la pregunta es inevitable: ¿podremos algún día poner fin al terrorismo, o estamos destinados a repetir este ciclo de destrucción?
Quizás la clave esté en la educación y en la promoción de la empatía. En la serie, se nos muestra cómo el adoctrinamiento de los jóvenes en Marley los convierte en soldados dispuestos a matar a quienes consideran «demonios». Del mismo modo, en nuestra realidad, muchos actos de terrorismo son perpetrados por individuos radicalizados desde temprana edad.
Otro aspecto crucial es la reconciliación. En este animé, algunos personajes intentan construir puentes entre Paradis y Marley, demostrando que la paz es posible si ambas partes están dispuestas a dialogar. En nuestra realidad, los esfuerzos de reconciliación han demostrado ser efectivos en algunos contextos, pero requieren un compromiso sostenido y la voluntad de enfrentar las raíces del conflicto.
El terrorismo no puede combatirse solo con fuerza militar o represión. Estas tácticas, aunque necesarias en algunos casos, a menudo alimentan el resentimiento y refuerzan las narrativas de odio. La lucha contra estos fenómenos debe ser integral, abordando no solo los síntomas, sino también las causas subyacentes, como la pobreza, la exclusión social y las desigualdades económicas.
Attack on Titan nos enseña una lección fundamental: el odio genera más odio y la violencia perpetúa la violencia. Si realmente queremos cambiar el rumbo, debemos aprender a construir puentes, no muros. Solo mediante el diálogo, la educación y la reconciliación podremos romper este ciclo destructivo.
MUNDO
La sombra alargada del crimen organizado sobre la salud
Bioética, por Omar Becerra Partida //
La intersección entre la bioética y el crimen organizado representa una de las problemáticas más complejas y desafiantes de nuestro tiempo. Tradicionalmente, la bioética se ha enfocado en cuestiones intrínsecamente humanas como la vida, la muerte, la salud y la enfermedad, enmarcadas en un contexto de ética médica y científica.
Sin embargo, la creciente influencia del crimen organizado en diversos ámbitos, incluyendo el de la salud, ha obligado a replantear los límites de esta disciplina.
El crimen organizado ha encontrado en la salud un lucrativo campo de acción. Desde el tráfico de órganos hasta la producción y distribución de sustancias ilegales, las actividades criminales han contaminado un sector que debería estar al servicio del bienestar humano. Esta situación plantea una serie de interrogantes éticas que van más allá de los dilemas clásicos de la biomedicina.
Uno de los ejemplos más claros de la perversión de los principios bioéticos por parte del crimen organizado es el tráfico de órganos. Esta práctica, en la que personas en situación de vulnerabilidad son explotadas y sometidas a procedimientos quirúrgicos clandestinos, constituye una grave violación de los derechos humanos y de los principios fundamentales de la bioética, como la autonomía del paciente y la prohibición de la comercialización de órganos.
La producción y el tráfico de drogas, especialmente de sustancias sintéticas como el fentanilo, representan otro gran desafío para la salud pública y la bioética. El crimen organizado se ha aprovechado de la vulnerabilidad de las personas adictas para obtener ganancias económicas, poniendo en riesgo la vida de miles de personas. La producción y distribución de drogas ilegales no solo viola las leyes, sino que también contradice los principios de beneficencia y no maleficencia, al causar un daño significativo a la salud de las personas.
La falsificación de medicamentos es otra actividad criminal que tiene graves consecuencias para la salud pública. Los medicamentos falsificados pueden ser ineficaces o contener sustancias tóxicas, poniendo en riesgo la vida de los pacientes. Esta práctica, además de ser un delito, constituye una grave violación de los principios de beneficencia y justicia, al privar a las personas de acceso a tratamientos seguros y efectivos.
La intersección entre la bioética y el crimen organizado plantea una serie de desafíos complejos:
- Vulnerabilidad de las personas: Las personas más vulnerables, como los migrantes, los presos y los pobres, son las más expuestas a las actividades criminales relacionadas con la biomedicina.
- Conflicto de intereses: Los intereses económicos del crimen organizado pueden entrar en conflicto con los principios bioéticos, lo que dificulta la aplicación de normas y estándares éticos.
- Falta de regulación: La rápida evolución de las tecnologías biomédicas y la globalización han dificultado la creación de marcos regulatorios adecuados para prevenir y combatir las actividades criminales en este ámbito.
Para abordar esta problemática, es necesario adoptar un enfoque multidisciplinario que involucre a profesionales de la salud, del derecho, de las ciencias sociales y de las fuerzas de seguridad.
Es necesario desarrollar marcos regulatorios sólidos y eficaces para prevenir y combatir las actividades criminales relacionadas con la biomedicina.
Tambien, es fundamental fomentar la investigación biomédica ética, transparente y responsable.
La cooperación internacional es esencial para combatir el crimen organizado transnacional y el tráfico de órganos y medicamentos falsificados.
Es necesario sensibilizar a la población sobre los riesgos asociados con las actividades criminales en el ámbito de la salud y promover la educación en bioética.
En conclusión, la intersección entre la bioética y el crimen organizado representa un desafío complejo y multifacético. Para hacer frente a esta problemática, es necesario adoptar un enfoque integral que combine medidas legales, políticas y educativas. La protección de la salud y los derechos humanos debe ser una prioridad en este contexto.
Veremos que nos espera con el gobierno entrante respecto a estos temas.
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