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NACIONALES

Gobierno carismático, ¿eficaz?

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Gracias a la evolución democrática que nos ha llevado dos siglos, podemos considerarnos un Estado moderno, en el que las relaciones entre gobernantes y gobernados se armonizaron a través de las instituciones.

Con esta concepción entramos al siglo XXI, habiendo logrado, durante las postrimerías del siglo anterior, limitar el poder omnímodo del presidente de la República, no solo con el relativo equilibrio que da la división de poderes, sino también con un conjunto de instituciones que además de poner límites a la autoridad, inciden en aspectos de la vida social, económica y política.

En un Estado moderno, el poder ya no lo ejercen las personas, sino las instituciones que organizan políticamente a la sociedad y esto incluye a la presidencia de la república, el congreso, la suprema corte y los jueces, los institutos, organismos y autoridades civiles, los partidos, que actuando concertadamente configuran un régimen, es decir, el gobierno de un Estado moderno que, en la actual administración parecen decididos a acabar con él.

La teoría política considera que la supremacía del gobierno sobre los demás centros de poder, radica en el monopolio de la fuerza, el uso de ella o la sola amenaza de utilizarla, sin embargo, advierte que, la real fortaleza de un gobierno moderno no radica en ello, sino en la obtención de consensos, y que “solo en casos excepcionales, cuando las instituciones entran en crisis, el gobierno adquiere carácter carismático y su eficacia depende del prestigio, del ascendiente y de las cualidades personales del jefe de gobierno” (Lucio Levy. Diccionario de Política. Ed. SigloXXI,P110). Cabe decir que en México las instituciones no estaban en crisis, las están poniendo en crisis.

Actualmente, obtener consensos en México se ha vuelto un imposible. El discurso polarizante del Presidente, su agresiva retórica que divide a la nación en “o conmigo o contra mí”, ha llevado a los que piensan diferente a radicalizar posiciones dando lugar a un diálogo de sordos, y a una situación de estancamiento que perjudica al país. El gobierno carismático, ha limitado o neutralizado a la mayoría de las instituciones y ha sido sumamente exitoso en concentrar el poder, incluso el militar, presente en cada vez más aspectos de la vida nacional.

Los partidos, que hasta antes de este gobierno eran el medio para buscar y obtener consensos, están ausentes, carentes de propuesta y sus líderes y figuras destacadas brillan por su silencio, temerosos tal vez de que la Unidad de Inteligencia Financiera escudriñe en su patrimonio, como lo ha hecho con algunos de los adversarios, reales o supuestos, del titular del ejecutivo.

Así pues, sin consensos, con ataques y amenazas constantes a las instituciones y organismos autónomos, estamos en efecto, frente a una transformación del régimen. El Presidente no engaña, advierte que eso busca, pero es evidente que la propuesta y la ruta están influenciadas por teorías económicas de principios del Siglo XX.

Un sistema de gobierno autócrata, en el que las instituciones que sobrevivan serán instrumentos para consolidar el poder político y no herramientas para contener al mismo. Volvemos al nacionalismo y a la supremacía del estado paternalista y controlador del desarrollo, en abierta confrontación con las fuerzas de la economía y la liberalidad del comercio internacional.

El lema de Primero los pobres, lleva implícito el acceder al estado de bienestar, siendo ésta, bienestar, la palabra seminal del régimen sin embargo, en esto, el gobierno está demostrando no ser igual de efectivo que en la concentración de poder. Pese a la implementación de un sistema fiscal enfocado a gravar las ganancias de los particulares y grandes empresas, al estrangulamiento del presupuesto operativo del gobierno y a la transferencia de recursos en forma directa a segmentos sociales, no se ha logrado incidir en la reducción de la desigualdad, la estratificación social no cambia, y las condiciones de vida de la clase trabajadora y clase media baja no mejoran.

Las recetas tradicionales, como elevar el salario o incrementar la participación en las utilidades no tendrán mayor impacto en un ambiente de crecimiento inflacionario como se perfila y de estancamiento de la inversión productiva como se ha observado durante los últimos dos años.

Tampoco ayudará que las empresas productivas del estado vuelvan a ser dominantes pues sus ingresos no bastarán para sufragar la política asistencialista ni impulsarán el desarrollo del país, de por sí ya rezagado ante el contexto internacional en múltiples aspectos, especialmente el ambiental y educativo.

Sería deseable que la política de desarrollo que el gobierno perfila funcionara para lograr un mejor equilibrio social, pero los indicadores reales de la marcha económica y de los programas sociales, no son favorables en el presente y tampoco lo serán en el futuro.

Desafortunadamente la acumulación de poder político no va aparejada con la eficiencia gubernamental pues la administración está más ocupada en la revisión histórica del sistema, para encontrar justificación al liderazgo moral que intentan encarnar y a la legitimación del asalto al poder absoluto, que en la búsqueda de soluciones para los graves problemas nacionales.

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