MUNDO
President Donald or sheriff Trump

Desde los Campos del Poder, por Benjamín Mora Gómez //
Cuando veo a Donald Trump firmar sus órdenes ejecutivas me pregunto cómo un gran pueblo, el norteamericano, pudo rendirse ante sus promesas de grandeza sin medir las consecuencias de sus rencores desbordantes y experiencias fallidas, anunciadas con descaro y cinismo.
Cada orden ejecutiva es una amenaza cumplida; ante muchas de ellas ya hay contrarréplicas legales que ponen en evidencia que Donald Trump olvida que la ley está por encima de él y que debe sujetarse a ella.
Doy un ejemplo evidente: John C. Coughenour, juez federal por el estado de Washington, bloqueó la orden ejecutiva del presidente Trump, por la cual pretendía impedir otorgar la ciudadanía norteamericana a hijos de migrantes irregulares y extranjeros, en respuesta a una demanda legal de los estados de Washington, Arizona, Illinois y Oregón; otros 14 estados han presentado demandas en igual sentido.
John C. Coughenour ha fundamentado y motivado su resolución al señalar que “ésta es una orden descaradamente inconstitucional” pues contraviene la Enmienda 14 de la Constitución de Estados Unidos, ratificada en 1868, tras la Guerra Civil, que garantiza la ciudadanía a las personas nacidas y naturalizadas en Estados Unidos. La tentativa de Donald Trump también pretende bloquear la ciudadanía de hijos de turistas y viajeros de negocios.
Los estados demandantes han señalado que “nada en la constitución otorga al presidente, a las agencias federales ni a nadie más, la autoridad para imponer condiciones a la concesión de la ciudadanía a las personas nacidas en los Estados Unidos”. La Enmienda 14 constitucional señala: “Todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción son ciudadanos de Estados Unidos y del Estado en el que residen”.
Vale tomar en cuenta resoluciones de la Corte Suprema de Estados Unidos como aquella de 1857, en el caso de Dred Scott vs. Sanford, que quiso bloquear la ciudadanía para hijos de esclavos. Desde aquel tiempo, todo presidente, los Congresos y la Corte Suprema de Estados Unidos han reconocido y respetado todos y cada uno de los beneficios y privilegios que tienen los ciudadanos norteamericanos.
A ningún gobernante, y menos con el poder del presidente norteamericano, debería tolerarse márgenes tan descarados ante lo permisible y disculpable; el valor de su palabra, jurada ante la ley o la Biblia debería justificarle ante su pueblo y otras naciones. Por desgracia, no veo en Trump la voluntad de imponerse un marco axiológico que otorgue legitimidad y legalidad a su presidencia.
Las primeras resoluciones del presidente Trump nos permiten dimensionar nuestro peligro como nación ante el sobre poder presidencial de Claudia Sheinbaum sin el contrapeso de la Suprema Corte de Justicia y con un Congreso rendido a sus pies, entregado a su voluntad. Por desgracia, tampoco miro en la presidenta Sheinbaum ni el interés, ni la voluntad y menos las intenciones de aprender de las amarguras que le hace pasar Donald Trump. Lo que sucede más allá del Río Bravo/Río Grande cae acá en terrenos áridos y muertos.
Claudia Sheinbaum nos pide conservar la cabeza fría ante los desplantes de Donald Trump, pero jamás nos habla de los valores y principios del interés diplomático internacional que le motivan, ni nos da a conocer las estrategias que definirán el actuar de su gobierno para posibilitar nuestro bien EEUU. Espero que actuar demuestre que su gobierno impondrá orden en todo el territorio ante los carteles de la droga. Podría, por ejemplo, intervenir en Sinaloa y Tamaulipas, retirando a sus gobernadores, con el apoyo del Senado de la República.
La legalidad no es solo cosa de número de votos sino de legitimidad entre el decir y el actuar. Sería bueno que todo gobernante no se justificase en razón del número de votos ganados sino en su respeto y cumplimiento de la ley. Ningún candidato debería prometer nada que contraviniese la ley. Hoy Morena, y antes el PRI y el PAN, hablaron de mayorías, no de respeto Estado de Derecho; y si lo hicieron, fue de boca hacia fuera.
En México crece el número de voces que se declaran en apoyo a la presidenta Sheinbaum ante los embates de Donald Trump; parece bonito, pero es ramplón. Esas voces deberían exigir a la presidenta actuar con celeridad y firmeza en aquellos gobiernos, en sus tres órdenes, cooptados por la delincuencia organizada. Ordenar, desde ya, la detención de quienes sirven a los capos desde dentro de los gobiernos. Eso nos daría paz y cambiaría las bases de negociación con el gobierno norteamericano en todos los frentes.
Sí, apoyemos a la doctora Sheinbaum cuando dé muestras, con hechos, de que liberará a la Suprema Corte de Justicia de sus injerencias descaradas. Cuando presente un plan de apoyo a los mexicanos repatriados que vaya más allá de los 100 dólares que les entregan para regresar a sus pueblos y reiniciar sus vidas, apoyándoles jurídicamente para no perder sus patrimonios construidos en los años de vida en EEUU, valide sus oficios y capacidades laborales, abra espacios a sus hijos al sistema escolar y brinde seguridad plena en sus comunidades que les expulsó, y cuando otorgue servicios médicos sin menoscabo de la precariedad que se tiene en las clínicas y hospitales del gobierno. Entonces sí, mi apoyo será total. Mientras tanto, respeto mi congruencia de vida.
MUNDO
Rechaza ser deportado Hernán Bermúdez Requena de Paraguay

– Por Francisco Junco
Hernán Bermúdez Requena, el ex secretario de Seguridad Pública, nombrado por el entonces Gobernador de Tabasco, Adán Augusto López, ahora senador de la República, rechazó ser extraditado a México.
Durante la audiencia inicial, donde un juez dictó prisión preventiva, se le ofreció la extradición voluntaria, pero Bermúdez Requena, presunto líder del cartel de “La Barredora”, no aceptó.
Ahora se iniciará un proceso ordinario, que podría tardar hasta 60 días, en tanto, Bermúdez Requena, continuará bajo la custodia de la Secretaría Nacional Antidrogas de Paraguay.
En tanto, en México se informó que la Fiscalía General de la República ya presentó la solicitud de extradición contra Hernán Bermúdez Requena al gobierno guaraní.
“El Abuelo” o “El Comandante H”, como se le conoce al exfuncionario del gobierno del morenista Adán Augusto López en Tabasco, e identificado como el presunto líder del Cártel de “La Barredora”, fue detenido la madrugada del sábado, en Paraguay, en una residencia ubicada en la zona exclusiva de Marino Roque Alonso, donde permanecía escondido.
Este fin de semana, el presidente Santiago Peña, dio a conocer, en un pequeño video de 45 segundos, cómo fue el arresto de Bermúdez Requena.
En las imágenes, primero se ven aspectos de la residencia, se ve cómo las fuerzas especiales, revisaron la finca y derribaron la puerta, suben una escalera y someten a ex secretario de seguridad, lo encañonaron y lo tiraron al suelo, donde lo tenían sometido, bocabajo y un elemento le pone un pie en la espalda.
Después, el presunto líder de La Barredora, quien cuenta con una ficha roja activa de la Interpol, aparece sentado en un sillón con ropa deportiva, pelo más largo y canoso, barba larga.
Cuenta con una orden de captura en México por asociación delictuosa, extorsión y secuestro exprés.
En el video, se muestra que en la residencia, donde permanecía escondido, había fajos de dólares y guaraníes, moneda uruguaya, así como joyas, tarjetas bancarias, identificaciones y una camioneta de alta gama.
Manuel Doltane, titular de Asuntos Internacionales de la Fiscalía de Paraguay, reveló que Bermúdez, entró de manera ilegal al país.
Y es que en febrero de este año, después de hacer pública la orden de aprehensión en su contra, el ex funcionario estatal huyó del país.
De acuerdo con las autoridades, viajó primero a Panamá, después a España, más tarde a Brasil, para terminar en Paraguay.
En medios locales del país sudamericano, como el diario ABC, informaron que la detención del ex funcionario de Adán Augusto López, se logró, gracias a que en el mes de julio se detuvo a Gerardo Bermúdez Arreola, sobrino del presunto líder de “La Barredora”.
CARTÓN POLÍTICO
Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos
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LAS NOTICIAS PRINCIPALES:
Crónica de una semana tensa en la UdeG: La rebelión estudiantil que desafía a la FEU
MUNDO
Tolerancia en tiempos de algoritmos

– Opinión, por Miguel Anaya
¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.
En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.
¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.
El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.
He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).
La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.
Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.
La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.
El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.
Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.
Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.
En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.
El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.
Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.
Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.