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MUNDO

¿Qué está pasando dentro del imperio? La detención del general Salvador Cienfuegos en EEUU

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

El reacomodo causado por la derrota de Hillary Clinton está abriendo grietas al sistema político del país más poderoso del mundo. Algunos dicen que es la revolución pacífica que retoma sus políticas nacionalistas en contra de las corporativistas que han provocado pobreza en los pueblos gringos.

Otros dicen que es un movimiento populista que busca regresar a un modelo que ya falleció. Trump dice que, si Obama hubiese sido buen gobernante, Hillary habría ganado en el 2016. La campaña de Biden vs Trump, representa la oportunidad de conocer desde México, las vicisitudes del poder tras las cortinas del poderoso Tío Sam en Washington y del aspiracionista Tío Tom en los estados rurales y zonas suburbanas de las grandes ciudades. Ver como sus altos políticos y empresarios se han coludido con otros similares del mundo para hacerse ricos, tal vez incluso solapando al narco y dando la espalda a sus electores.

Debemos poner atención a lo que está pasando en los Estados Unidos, no sólo con los twitts de Trump, sino por los cambios profundos que se están dando en sus grupos políticos y económicos, lo que afectará al mundo empezando con sus vecinos.

ARRESTOS DE ALTO NIVEL.

A petición de la DEA (Agencia anti-narcóticos de los Estados Unidos), en menos de diez meses, la Corte Federal en Nueva York nos ha dado a los mexicanos y creo que también a los latinos residentes en ese país dos sorpresas mayúsculas.

La sorpresa no es por la posible asociación de políticos latinoamericanos con el narco, eso tristemente es casi esperado, sino el nivel de políticos y que sean enjuiciados en los Estados Unidos y no en México.

Por primera vez en la historia de los Estados Unidos se han presentado cargos y arrestado a ex-funcionarios mexicanos de alto nivel, acusándolos de ser parte de la delincuencia organizada para el tráfico de drogas en apoyo a los carteles de México que surten el mercado del país norteamericano.

Recuerdo que en la entrevista que le hice en agosto a Larry Rubin, representante del Partido Republicano en México, me dijo que para Trump el tema de los carteles mexicanos sería prioritario si ganaba la reelección y ahora le creo.

Tanto García Luna detenido en diciembre del 2019, como Cienfuegos, detenido el jueves pasado han sido Secretarios de Estado y habían estado bajo investigación durante años. Ambos deberán ser juzgados y encontrados culpables o exonerados.

Según las acusaciones, ambos llevan años dedicándose a ser protectores y benefactores de los carteles a cambio de una lana, pero fue hasta que en los propios Estados Unidos hubo un cambio de mandos, desde la Casa Blanca hasta el Departamento de Justicia que se procedió en contra de los acusados, por ejemplo, la judicialización de la denuncia en contra de Cienfuegos se dio hasta el 2019.

Algunos dicen que es un tema de campaña de Trump, pero no he visto ni un mensaje del copetudo con respecto a este tema, ni siquiera la DEA o el Departamento de Justicia hicieron mensajes dentro de sus redes sociales durante la detención, por lo que creo que se trata de una política de aplicación de la ley y no de propaganda electoral.

¿Sabrían Obama, Biden o Hillary de las acusaciones en contra de García Luna o Cienfuegos? ¿Les habrán avisado a sus embajadores o a los embajadores de México en Estados Unidos de las investigaciones? ¿Qué le informaron los servicios de inteligencia financiera de los dos países a sus respectivos presidentes, cancilleres y secretarios de Hacienda sobre los flujos financieros de esos carteles y de sus “padrinos” políticos ahora detenidos?

CENSURA MEDIÁTICA AL ESTILO CHINA EN LOS EUA

Durante años hemos escuchado que Rusia, China Corea del Norte, Irán, Venezuela y a veces en México, los periódicos o los periodistas son censurados por políticos o empresarios poderosos que bloquean la publicación de información que les afecta. Generalmente los políticos son los que piden que se oculte información. Pero no esta vez.

Por años Trump se molestó porque en medios y redes salían datos de su familia o de sus comentarios, incluso de sus impuestos, pero esa transparencia ha sido la base de la democracia política de los EUA, que desde otros países veíamos con admiración.

Mucha de la información puede ser editada para ser mediáticamente más escandalosa, en algunas ocasiones incluso la información es adulterada para cumplir una narrativa política que comulgue con el medio que la publicita, pero todo se permite en nombre de la libertad de prensa y de expresión. La libertad de prensa es el centro de la democracia política.

Esa libertad garantizada en la primera enmienda a su Constitución, está por ser saboteada por los propios medios que, en su odio contra Donald, están bloqueando información relacionada con la familia Biden.

Durante tres días el New York Post, que es el diario más antiguo de los EUA, publicó copias de múltiples documentos, detallando las fechas, lugares y contexto de supuestos actos de corrupción, en los que se involucra a Hunter Biden, hijo de Joe Biden ahora candidato puntero a la Presidencia de los EUA. Pero en un movimiento extraño, las dos gigantes de las redes sociales Twitter y Facebook decidieron bloquear la difusión de dichos contenidos aludiendo que no se sabía el origen de dichos documentos y que podrían ser falsos o haber sido obtenidos de manera ilegal.

Si un medio de comunicación debe tener permiso de los poderosos para poder publicar información, nunca habremos de conocer supuestos actos de corrupción o si una plataforma puede bloquear la difusión de una investigación periodística, estaremos atenidos a los intereses de un pequeño grupo de empresarios. Eso es una locura, pero se entiende cuando la cartera de uno está en juego. Los principales directivos de Amazon, Facebook, Google, Twitter han donado de manera personal $25 millones de dólares a la campaña de Biden, esto sin contar con las donaciones corporativas que suman cientos de millones más.

Es de resaltar que algunos ex empleados de Kamala Harris y de Hillary Clinton han sido colocados en posiciones clave dentro de Twitter y Facebook en las áreas que toman decisiones sobre los contenidos de las páginas de ambas empresas y de sus usuarios que suman cientos de millones en el mundo.

Según la ley de EUA las empresas como Google, Twitter y Facebook no son medios de comunicación sino plataformas en las que cualquiera pone bajo su propia responsabilidad información. Las plataformas deben mantener la “civilidad” pero pueden por interés público remover o bloquear información que se considere ilegal.

La ley que otorga dichas facultades es previa a la era de las redes digitales, pero les permite a esas gigantes un velo de inmunidad para poder manejar el contenido de sus páginas sin miedo a represalias jurídicas. Deben ser neutrales políticamente hablando, como una empresa telefónica que conecta, pero no interviene, de lo contrario dejan de ser plataformas y se convierten en agencias publicitarias con un poder incalculable.

En Facebook y Twitter se pueden encontrar documentos y videos de todo y no siempre se sabe sin son reales, durante una campaña el promover la información en contra de un candidato y bloquear la que daña a otro puede ser considerada como donación y una violación a la neutralidad que por ley obliga a esas empresas.

La semana pasada muchas cuentas de Twitter y Facebook que intentaron difundir la información de Biden fueron bloqueadas, incluyendo la de la jefa de comunicación de la Casa Blanca en la del New York Post en donde se publicó dicha investigación.

El hecho fue tan escandaloso que hasta ministros de la Suprema Corte se pronunciaron sobre los abusos empresariales a la ley que les protege, obligando a los senadores y a la propia Comisión de Comunicaciones de los EUA a citar a los directivos de dichas empresas para que comparezcan a aclarar dichos actos.

Este periodo electoral de EUA realineará a los medios tradicionales y electrónicos, gane quien gane esto cambiará para un lado o para el otro porque los republicanos querrán revancha y los demócratas con las empresas de redes sociales, la seguridad de garantizar con nuevas leyes, la capacidad de bloquear cualquier tema o investigación relacionada con políticos que sean “amigos” de las gigantes digitales. Esto puede suprimir la tan preciada libertad de prensa del país que incluso es tan libre que usa la bandera como calzones o que ha exhibido a cualquier político como parte de su tradición democrática.

La guerra digital vs Trump puede terminar afectando la libertad de prensa del país más libre del mundo, lo que sería una desgracia si las plataformas digitales buscan silenciar ataques vs Biden por temor a que la información ayude al republicano.

LO QUE OCULTAN FACEBOOK Y TWITTER

Bevan Cooney, ex socio de Hunter Biden, ahora en prisión y una laptop recuperada de un taller en el que el hijo de Joe Biden la habría dejado, han expuesto más de 2500 correos electrónicos del hijo del candidato del Partido Demócrata.

Los correos indican que Hunter Biden recibió y envío en múltiples ocasiones correos electrónicos a sus “clientes”, amigos y socios mensajes, que muestran cómo impulsó relaciones de negocios y solicitudes para que desde la Casa Blanca se presionase a gobiernos solicitando dejar investigaciones en contra de empresas privadas en Ucrania, para gestionar tratos preferenciales pro China en asuntos financieros o diplomáticos a favor de Rusia a cambio de millones de dólares e incluso de contratos en Irak después de las visitas oficiales del Joe Biden a cada uno de esos países.

La línea de tiempo entre lo que dicen los correos y lo que dicen las giras internacionales de Joe Biden parecen hacer sentido o ser una gran coincidencia. Hunter recibió fondos por miles de millones de dólares de China y pagos por millones de dólares al año para ser asesor de empresas en los países en los que su padre era el enlace con Obama, incluidos pagos por millones de dólares provenientes de empresas enjuiciadas por corrupción en Ucrania e incluso al menos $3.5 millones de dólares provenientes de la esposa del alcalde de Moscú quien es uno de los hombres más cercanos a Vladimir Putin.

Si usted tiene interés en ver corrupción de película tipo James Bond (007), busque las notas de Peter Schweizer y Sohrab Ahmari.

Según Gallup el 62% de los norteamericanos no responden con veracidad a las encuestas de votación, pero en dos semanas sabremos si corrigieron los errores del 2016, también sabremos si los bloqueos de Twitter, Facebook y de los medios lograron derribar a Trump quien venció al COVID-19 en una semana, pero podría perder en contra de un candidato que casi no ha hecho eventos en seis meses, por lo pronto Obama se suma a la campaña demostrando que no todo está decidido. Será un final de foto.

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MUNDO

Tolerancia en tiempos de algoritmos

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– Opinión, por Miguel Anaya

¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.

En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.

¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.

El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.

He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).

La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.

Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.

La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.

El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.

Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.

Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.

En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.

El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.

Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.

Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.

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MUNDO

De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.

México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.

Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.

El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.

La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.

No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.

Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.

No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.

Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.

Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.

No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.

El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.

Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.

Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.

Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.

Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.

México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.

No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.

Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.

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