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NACIONALES

Trump y la guerra psicológica contra México

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

En pleno siglo XXI, ¿podrían los Estados Unidos de Norteamérica invadir a México? Dos invasiones yanquis a nuestro territorio han dado estupendos dividendos a los norteamericanos.

Por la que comenzó en 1845, se “agenciaron” la mitad del territorio de nuestro país. Primero fue Texas, luego se apoderarían de la Alta California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y partes de Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas. Hasta imponer el nuevo límite en el Río Bravo o Grande.

La firma del ominoso Tratado Guadalupe Hidalgo, “legalizó” el despojo. Además de la desmedida ambición de los norteamericanos, encabezados por el entonces presidente James Polk, fueron, sin duda alguna, causadas por las condiciones económicas, demográficas, sociales y, sobre todo, políticas.

Así se ha establecido por los historiadores y estudiosos de este acontecimiento: que dichas circunstancias de México y de Estados Unidos, fueron las principales causas de esta pérdida territorial de dos millones 300 mil kilómetros cuadrados que aún resuena en los ánimos de los mexicanos.

Ramón Alcaraz, en el libro “Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos de Norteamérica”, expresa el clamor popular: “La guerra se terminó, dejando en nuestros corazones, en nuestras almas, un sentimiento de tristeza e impotencia por los males que nos había ocasionado. En el ánimo de los mexicanos quedó la lección viva de que, cuando se entroniza el desorden, el aspirantismo y la anarquía, es muy difícil sostener la defensa y la salvación de los pueblos”.

Ya se ha comentado que, entonces, nuestra nación carecía de buen gobierno; abundaban las camarillas que se turnaban el poder para beneficio de estas y también que James Polk, presidente a la sazón de EEUU, tenía una desmedida ambición de anexar, a las entonces 13 colonias, al vasto territorio mal manejado, pésimamente atendido por los mexicanos. Finalmente, el atraco se consumó y en 1848 las tropas estadounidenses salieron de nuestro país tras la firma del tratado Guadalupe Hidalgo, una villa cercana a la Ciudad de México.

Otra invasión fue la que se dio en 1914. El pretexto: que el usurpador Victoriano Huerta no permitiera se saludara a la bandera de las barras y las estrellas, izada en el barco USS Dolphin, a cargo del comandante Naval Henry T. Mayo que exigía ese saludo para “desagraviar” la detención de menos de una hora de marinos norteamericanos que iban a comprar gasolina por el río Pánuco.

El 2 de abril de ese año, T. Mayo habrá saludado con 21 cañonazos a nuestra bandera tricolor al llegar a Tampico; el 9 de abril (Jueves Santo) se fincó el pretexto para que el presidente Woodrow Wilson ordenara la invasión que duró alrededor de siete meses y originó la caída del Chacal Huerta y el ascenso de Venustiano Carranza al poder.

Esos ejemplos nos hacen ver que los Estados Unidos no tienen amigos; tienen intereses y, además, que pretextos nunca les faltan —si no hay los inventa-— para reventar a sus “amigos” si se interponen en “su” camino.

Donald Trump es ultranorteamericano. Encarna a un sector muy identificado de este pueblo que no acaba de entender o de aceptar que México no quiere ser su patio trasero y mucho menos un “estado asociado”, como es la pretensión de estos políticos reencarnados de Polk y Wilson en Donald y Elon.

El argumento sobre los cárteles de la droga que operan en su territorio desde nuestro país, no solo de mexicanos, ha sido esgrimido para imponer una multa (denominada “aranceles”) fuera de todos los acuerdos comerciales, de todo orden mundial y atendiendo únicamente a la ambición trumpiana de extender sus fronteras, físicas y económicas, dizque para “hacer más grande” a EEUU.

Si hay crecimiento de estos “negocios” turbios, se debe a la patológica sección social que consume drogas en el vecino país del norte; eso debiera ser la principal preocupación de su presidente. Cuando Díaz Ordaz fue a recibir El Chamizal y el presidente Lindon B. Johnson recriminó el trasiego de estupefacientes a su país, diciendo que “México era un trampolín de las drogas” … el entonces Primer Mandatario mexicano le constó raudo: “si México es el trampolín de las drogas, es porque Estados Unidos es la alberca”.

Trump sabe que, en su país, el sindicato del crimen, más conocido como mafia, es más terrorista que todos los cárteles del mundo y… poco se les ha combatido, como en los tiempos de Eliot Ness.

El amago arancelario de Trump ha sido bien capoteado por la presidente Sheinbaum. Hasta ahora las negociaciones han frenado a las imposiciones anunciadas por Trump. Nuestra presidente tiene, hasta ahora, excelente desempeño frente a los bárbaros del norte.

Esperemos que siga campeando la razón mexicana y no se desborde la ambición norteamericana en esta guerra psicológica impuesta por Mr. Trump y cía.

 

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