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OPINIÓN

¡Al diablo con las instituciones! De un estado de derecho a un estado desecho

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Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //

André Bretón dijo: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”

Se dice que los pueblos tienen al gobierno que merecen y nosotros tenemos a López Obrador, un presidente que juró cumplir y hacer cumplir la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan pero que, sin embargo, nos dice «No me vengan con ese cuento de que la ley es la ley». Desde esa irreverencia, de aquí en adelante, nada lo detendrá y ante nada se detendrá. De aquí en adelante ¡dictará lo que le venga en gana! y quien dicta, es un dictador.

Ahora, podemos comprender su complacencia hacia la criminalidad organizada y el crimen tolerado; conchabanza con su afán de destruir a las instituciones del Estado mexicano desde el caos planeado. Su contubernio criminal avergüenza y nos hace peligrar como sociedad, gobierno y Estado nación.

Desde el rencor social y la impotencia política de los marginados y excluidos, el candidato López Obrador encontró y construyó una fundamentación política e ideológica con la que se ha pretendido justificar su afán por destruir las leyes y las instituciones que le incomodan para dar forma a algo que Muñoz Ledo llama cuartoteocracia y alcanzar su perpetuación personalísima en el poder, aunque lo niegue una y otra vez y luego nos demuestre lo contrario.

López Obrador anhela ser el depositario de Estado mexicano con igual insensatez e imprudencia absolutista con que Luis XIV dijo al pueblo francés: “L’État, c’est moi”.

El presidente sufre de un trastorno emocional evidente cuando acusa al pasado de todo mal social, económico y político presente, pero todo en su gobierno se vuelca al pasado cincuentero, es decir, a un nacionalismo involucionado. López Obrador está afectado en lo que piensa, dice, siente y hace; todo indica que ha perdido contacto con la realidad y prueba de ello son sus otros datos que siempre refiere pero que jamás presenta; tenemos a un presidente incapaz de discernir y alcanzar la lucidez, a un presidente de antónimos permanentes.

El Nacionalismo Revolucionario del Partido Nacional Revolucionario, del de la Revolución Mexicana y del Revolucionario Institucional de los 30s, 40s, 50s, 60s y 70s, siempre cambiantes, cumplieron sus propósitos en un país que buscaba sus orientes en un sistema único de gobierno. Hoy sus fundamentos ideológicos se actualizan en un mundo globalizado, en el que la voz y participación internacional de México en geopolítica, economía circular, medio ambiente interrelacionado, comercio marítimo, aéreo y carretero transfronterizo, agroindustria y alimentos interdependientes y sustentables, dinámicas culturales en movilidad perpetua y migración propia y de paso por nuestro territorio, la vuelven en extremo compleja con retos que jamás antes imaginamos y cuyas soluciones no se encuentran en aquel México de hace décadas.

El cuatrotransformismo -si hemos de llamarle de alguna manera- contiene elementos claros, aunque irracionales, sobre los que construye sus hipótesis explicativas que alientan a quienes López Obrador ha sumado a su gobierno y a quienes mantiene en el Legislativo federal y los congresos locales.

El cuatrotransformismo es una acción premeditada y organizada que tiene el propósito de destruir lo institucional para ejercer el control totalitario de la política -de partidos y procesos electorales-, de la economía -hoy moral y militarizada- y de lo social mediante dádivas sociales entregadas sin más reglas que la lealtad. El cuatrotransformismo infunde confusión como la de hacernos creer que estamos ante la ratificación del presidente y no de cara a una consulta de revocación de mandato que, además, el presidente sumó a nuestro marco legal y ahora distorsiona y violenta con descaro total.

El cuatrotransformismo sustenta su modelo de intervención social y política en la Reestructuración Cognitiva de León Festinger, psicólogo social estadounidense, y aprovecha el indiscutible y poderosísimo vínculo entre nuestros pensamientos negativos, emociones frustradas y comportamientos de rompimiento social, apostándole a una forma automática e instantánea de reaccionar, casi refleja, de lealtad y esperanza insanas. Contrario a los propósitos de Festinger, el cuatrotransformismo no busca una cura a un malestar emocional, sino agravarlo y arraigarlo más y más hasta llevarlo a niveles de irracionalidad e irreflexión. Por ello, López Obrador no asume la presidencia y no se sale de su papel de candidato eterno, creando enemigos públicos y delirios sociales. López Obrador está en campaña porque aspira a quedarse en el poder y no gobierna porque simplemente no le entiende ni atiende a la ley y al orden. De acuerdo con la teoría de la Disonancia Cognitiva de Festinger, en política, cuando las personas sienten una fuerte conexión emocional con un partido político (Morena), líder (López Obrador), ideología (cuatrotransformismo) o creencia (honestidad y pobreza franciscana) es más probable que dejen que esa lealtad piense por ellas. López Obrador, desde sus mañaneras ha construido una narrativa de respuesta a cualquier evidencia real que le desafíe o cuestione. La polarización que promueve López Obrador crea prejuicios que descienden en sectarismos y fanatismos que se convierten en odios y estos en la predisposición al linchamiento social y mediático de quien es distinto, autónomo o disidente. Hoy, desde los rencores sociales, el adversario se ha vuelto su enemigo, el discrepante es un peligro y el disidente en un traidor para México, nación y patria.

Entre gitanos no se leen las manos porque saben que en la quiromancia hay engaño. En política es lo mismo y lo peor es que son sosos muchos de quienes la ejercen y atienden. Hablan sin decir nada, mienten sin engañar y afirman cosas que ni ellos se creen o conocen.

El escenario nacional está para que Morena sucumba, la oposición gane y México renazca; sin embargo, esa oposición cree que le bastará conque López Obrador se siga equivocando, exhibiéndolo, sin necesitar de construir una ideología coincidente y una estrategia congruente hacia una narrativa atractiva que sume voluntades. Oponerse no es ser opción.

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