OPINIÓN
Al Presidente le va bien
Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
El primer día de octubre, la Suprema Corte de Justicia resolvió que es constitucional que se convoque al pueblo para que decida si se aplica la ley a los expresidentes, cediendo así a la presión presidencial.
El mismo día, la Cámara de Diputados discutió la extinción de 109 fideicomisos y la concentración de los recursos contenidos en los mismos en la Secretaría de Hacienda esperando sea aprobado por la mayoría el próximo martes.
Antes, el Consejo General del INE, negó el registro como partido político a la asociación política México Libre, encabezada por el matrimonio Calderón, la única organización que articula un movimiento opositor. En suma, todo lo que ha propuesto lo ha conseguido, reformas legales, recortes y austeridad en la administración pública, dominio o alienación de los órganos e institutos independientes, canalización de recursos incesante y prioritaria a sus proyectos insignia. En resumen, el andamiaje legal y político de la transformación pregonada está en marcha, su autoridad se impone, o la impone usando toda la fuerza del Estado y acumula hoy, el más grande poder político del siglo XXI.
Sin embargo, hay algunas aristas que no ha conseguido dominar, en particular la de la prensa y su actitud crítica, en cuyas plumas él advierte a adversarios embozados y a interesados en preservar canonjías y privilegios económicos. Convierte en ataques directos a su persona, los señalamientos sobre las consecuencias que están teniendo sus decisiones y lo poco reflexivas que parecen sus disposiciones de política económica y administrativa. Acusa ser el Presidente más atacado en los últimos 100 años, y por ello, condena y sataniza a intelectuales y críticos, etiqueta, nombra y descalifica a medios que señalan, con fundamentos, falta de orden y control en sus programas sociales, improcedencia de políticas estatizadoras en materia energética, falta de apoyos a la planta productiva nacional, escamoteo de recursos a la investigación científica y a la cultura, y recientemente una inexplicable actitud permisiva a los actos de corrupción que perpetran sus allegados y ministros.
El Presidente señala y pelea pero no discute ni debate, ofrece respuestas coloquiales a preguntas que intentan que se aborden los verdaderos problemas que están afligiendo a la nación; para el Presidente vamos bien y se proyecta con promesas renovadas y no cumplidas, acerca de un crecimiento que no existe, de una inversión privada que no llega, de generación de empleos formales que no sucede, de una pandemia “controlada” pero que ya acumula 78 mil muertos y casi 800 mil contagiados y un país que no crece a pesar de sus reformas y transformaciones administrativas.
Tenemos entonces a un Presidente al que le va bien, políticamente muy bien, pero un país al que le va mal, muy mal y una administración en la que la inflación ya rebasó los parámetros del Banco de México y el costo de los servicios, electricidad, gas, gasolina, van en aumento; que no ofrece alternativas ni apoyos para la recuperación, muy solidaria con los pobres a los que les aliviana la carga de sus bajos ingresos, pero no crea oportunidades para que dejen de serlo. Muy orgullosa de nuestra tradición nacionalista pero muy obsequiosa y humilde con el Presidente vecino, arrogante y grosero. Muy enemigo de la corrupción y la impunidad pero sin que en dos años haya consignado a ninguno de los corruptos señalados por él, utilizando el tema para su promoción política y electoral.
Sí, al Presidente le va bien, le han aprobado y concedido todo lo que ha requerido para llevar a cabo su personal proyecto de transformación, proyecto que por cierto, no muestra hasta ahora resultados positivos en ningún rubro, solo compromisos cumplidos a medias en cuanto a logros y completos en cuanto a destrucción de lo establecido.
Cierto es que la ferocidad de la pandemia que atravesamos ha frenado a todas las naciones, pero el deterioro de la economía nacional ya venía sucediendo desde el año anterior y esta administración se ha caracterizado por negar apoyos a la planta productiva para la protección del empleo y ahora, en la nueva normalidad, por la falta de planes y acciones para recuperar el crecimiento.
Con un presupuesto de subsistencia, en el que la inversión pública productiva es mínima y la concentración de recursos en una bolsa discrecional es opaca, la incertidumbre priva y la desconfianza aumenta. Un amplio sector de inversionistas privados aún mantiene la esperanza en que pueda haber una apertura en sectores estratégicos, pero esto difícilmente sucederá. La transformación que se opera indica un regreso de la presencia dominante del Estado, aunque esto sea un mal negocio.
Un gobierno con finanzas exiguas, con ideas limitadas en el mejor de los casos, e improcedentes e ineficaces en otros, no ofrece la confianza suficiente como para esperar una recuperación pronta del país y una mejora en las condiciones personales de sus ciudadanos, es una transformación donde todo parece sujeto al azar y generalmente cuando se apuesta se pierde…aunque al Presidente, políticamente, le vaya bien.
