MUNDO
Ansiedad, adicción, acoso…el impacto de las redes sociales en la salud mental

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
En la última década, las redes sociales han revolucionado la forma en que nos comunicamos, conectamos y compartimos información, esto de tal forma que las plataformas digitales nos han proporcionado una ventana al mundo, permitiéndonos interactuar con amigos, familiares y personas de todo el globo.
Sin embargo, junto con los beneficios evidentes, las redes sociales también han traído consigo una serie de desafíos, especialmente en lo que respecta a la salud mental de los usuarios. Desde la adicción y la ansiedad hasta el acoso en línea y la constante comparación social, el impacto de las redes sociales en nuestra salud mental es innegable y requiere una atención urgente, especialmente porque las redes sociales están diseñadas para mantenernos enganchados, y esta adicción digital puede tener graves consecuencias en nuestra salud mental.
La constante necesidad de estar conectados y la compulsión por revisar nuestros perfiles puede generar ansiedad y estrés. Además, el estímulo constante proporcionado por las redes sociales puede dificultar el descanso y afectar negativamente la calidad del sueño, lo que a su vez puede desencadenar problemas de salud mental a largo plazo.
Aunado a lo anterior, otro aspecto preocupante de las redes sociales en la salud mental es el acoso en línea y el ciberbullying; y es que el anonimato que ofrecen estas plataformas puede permitir que individuos malintencionados hostiguen y ataquen a otros sin consecuencias aparentes. Por ello, tampoco podemos perder de vista que el ciberbullying puede tener efectos devastadores en la autoestima y la salud emocional de las personas que son víctimas de este comportamiento.
En consecuencia de lo expuesto, en aras de abordar el impacto negativo de las redes sociales en la salud mental, es fundamental que el Estado tome medidas proactivas y enfoque recursos significativos hacia esta área, esto a través de una política pública integral que aborde tanto la prevención, como la intervención, así como el fomento de una cultura digital más segura y responsable.
En ese contexto, el Estado debe invertir en programas de educación que promuevan el uso responsable de las redes sociales y la alfabetización emocional en el ámbito digital. La educación sobre las consecuencias del uso excesivo de las redes sociales, la importancia de la privacidad en línea y la manera de reconocer y gestionar emociones en un entorno digital son aspectos clave que deben abordarse en las escuelas y comunidades.
Es así como, en aras de fomentar lo anterior, es fundamental que las redes sociales sean más transparentes en cuanto a su algoritmo y la forma en que utilizan los datos de los usuarios, de ahí la necesidad de que el Estado vincule a estas empresas para efecto de que implementen regulaciones eficientes que protejan la privacidad y la seguridad en línea, y que mitiguen la difusión de contenido perjudicial o desinformación, aspecto en el que muchas redes sociales han fallado en los últimos años.
Ciertamente las redes sociales son una maravilla, pero pese a eso, es necesario que comencemos a debatir sobre estos temas para efecto de concientizar sobre el papel que juega el Estado en la atención a los problemas sociales derivados del desarrollo constante de la tecnología que envuelve a las redes sociales.
El impacto de las redes sociales en la salud mental es una problemática que no puede ignorarse, y sus efectos pueden tener consecuencias a largo plazo en la sociedad. La adicción, la ansiedad, el acoso y la comparación constante son solo algunos de los efectos negativos que estas plataformas pueden tener en nuestra vida diaria. Como sociedad, debemos reconocer estos desafíos y tomar medidas para abordarlos de manera efectiva.
El Estado tiene un papel fundamental en la protección de la salud mental de sus ciudadanos. Una política pública bien diseñada puede ayudar a prevenir problemas futuros y proporcionar apoyo a aquellos que ya están experimentando dificultades. La educación, la regulación, el apoyo emocional y las campañas de concientización son pilares clave en esta estrategia.
Además, es esencial fomentar una cultura digital más responsable, en la que todos los usuarios asuman la responsabilidad de sus acciones en línea y se esfuercen por construir comunidades en línea más saludables y respetuosas.
En última instancia, al abordar el impacto de las redes sociales en la salud mental, podemos trabajar juntos para crear un entorno en línea más seguro y positivo para todos. La salud mental es un recurso valioso que debemos proteger y preservar, y es responsabilidad de todos, incluido el Estado, trabajar en pro de una sociedad digital más sana y equilibrada.
El impacto de las redes sociales en la salud mental es un desafío complejo que requiere un enfoque multidimensional que incluye al sector educativo, al sector salud desde el enfoque psicológico, así como acciones gubernamentales bien articuladas para efecto de la creación de campañas de concientización encaminadas a mitigar los efectos negativos del uso de las redes sociales, y también para fomentar entornos de línea más saludables y positivos para todos.
Nuestra sociedad enfrenta una serie de retos que pueden convertirse en las crisis del mañana de no ser atendidos puntualmente, por eso es menester recordar que el Estado, como garante del bienestar, así como de los derechos de los ciudadanos, debe liderar, con responsabilidad, los esfuerzos y el trabajo en conjunto con diversos actores para efecto de lograr un cambio significativo en la forma en la que interactuamos con las redes sociales, y todo esto puede empezar con una simple pregunta: ¿cómo podemos cuidar de nuestra salud mental en un mundo digital?
JALISCO
Lleva Ballet Folclórico de Guadalajara cultura y tradición a Estados Unidos

– Por Mario Ávila
El Ballet Folclórico de Guadalajara se presentó en el Rosemont Theatre de Chicago, en el evento estelar de la Segunda Ruta de la Gira Internacional 2025, México en el Corazón.
Los bailarines tapatíos compartieron escenario con el Mariachi Estelar de México en el Corazón y la Banda Orquesta Colores, y presentaron estampas, música y canciones de Guanajuato, Yucatán y Jalisco ante los más de 4 mil 400 asistentes.
Este espectáculo se realiza anualmente e incluye al Mariachi Estelar como uno de sus principales artistas, junto con el Ballet Folclórico Guadalajara y la Banda Orquesta Colores.
Participaron en el evento Sergio Suárez, presidente de NAIMA (North American Institute for Mexican Advancement); Ron Serpico, alcalde de Melrose Park; Susana Mendoza de Illinois Comptroller; Reyna Torres, cónsul general de México en Chicago; Andrea Blanco, coordinadora del Gabinete Social del Gobierno de Jalisco; y Manuel Romo, secretario de Gobierno del Gobierno de Guadalajara.
Esta es la segunda parada de la ruta de México en el corazón, la primera fue en la Ciudad de Sioux City, en Iowa en donde se presentó por primera vez, y más de mil personas asistieron a disfrutar de este espectáculo.
La gira continuará por el Medio Oeste, Sur y la Costa Este de los Estados Unidos.
Para fechas y ciudades entrar en este sitio web: http://www.mexicoenelcorazon.org
CARTÓN POLÍTICO
Edición 805: Entrevista a Mirza Flores: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»
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LAS CINCO PRINCIPALES:
Arranca el Sistema Estatal de Participación Ciudadana en Jalisco
La corrupción urbanística: Valle de los Molinos y Colomos III
MUNDO
La tradición del saqueo: Naturaleza depredadora del poder imperial

– Actualidad, por Alberto Gómez R.
(Parte 1) A lo largo de la historia de la humanidad, el poder económico de los grandes imperios se ha construido frecuentemente sobre pilares tan sombríos como la guerra, el saqueo sistemático y el sometimiento de pueblos enteros.
Este patrón de comportamiento, visible desde los primeros imperios de la antigüedad hasta las potencias contemporáneas, revela una lógica de acumulación basada en la extracción violenta de recursos más que en la productividad o la innovación endógena.
El historiador económico Douglas North, citado en uno de los documentos analizados, señalaba que los imperios antiguos establecían sistemas burocráticos sofisticados que permitían la expropiación sistemática de excedentes de las regiones conquistadas.
En el mundo actual, Estados Unidos representa la última encarnación de este impulso imperial, aunque sus métodos hayan evolucionado hacia formas más sofisticadas de dominación económica y militar.
Como se advierte en el panorama actual, esta potencia estaría experimentando un rápido declive relativo en el escenario global, lo que intensificaría sus comportamientos depredadores hacia naciones ricas en recursos que se resisten a someterse a su hegemonía.
Venezuela, con las mayores reservas petroleras certificadas del planeta, se encontraría en la mira de este mecanismo de saqueo contemporáneo, al igual que lo estuvieron Irak, Libia y Siria en las últimas décadas, solo por citar algunos ejemplos.
LOS CIMIENTOS HISTÓRICOS DEL SAQUEO IMPERIAL
Los primeros grandes imperios de la historia establecieron las bases de lo que sería una larga tradición de explotación económica mediante la conquista. En Mesopotamia, Egipto, China y la India, surgieron estructuras estatales centralizadas que «legislaban, impartían justicia y ejecutaban sobre un extenso territorio que agrupaba a muchas ciudades» (eumed.net).
Estos imperios perfeccionaron sistemas de extracción de riqueza mediante tributos, esclavitud y control de las rutas comerciales.
El Imperio de Alejandro Magno ofrece un ejemplo temprano de cómo la conquista militar servía como vehículo para la acumulación de riqueza. Como se describe en los documentos, Alejandro y sus falanges macedonias conquistaron todo el Imperio persa en tan sólo ocho años, apoderándose de inmensos tesoros y estableciendo un sistema de control sobre territorios que se extendían hasta la India. Patrón similar exhibiría el Imperio Romano, que transformó el Mediterráneo en su «Mare nostrum» y extrajo recursos de todos los territorios conquistados, desde las minas de plata hispanas hasta los graneros egipcios.
Con la era de los descubrimientos, las potencias europeas perfeccionaron el arte del saqueo imperial a escala global. España y Portugal inauguraron lo que podría considerarse el primer «imperio global» de la historia: «por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes del mundo» (eumed.net).
El flujo de metales preciosos desde América hacia Europa financió las guerras y el desarrollo económico europeo durante siglos, a costa del exterminio y la explotación de poblaciones indígenas.
El Imperio británico llevaría este modelo a su máxima expresión, estableciendo una red global de colonias y territorios controlados que proveían de recursos naturales y mercados cautivos a la metrópoli. El comercio de esclavos, la extracción de recursos en condiciones de cuasi-esclavitud y la destrucción de industrias locales competitivas fueron algunas de las estrategias empleadas para consolidar su hegemonía económica.
ESTADOS UNIDOS, LA SUPERPOTENCIA DEPREDADORA
Estados Unidos emergió como potencia global practicando una versión modernizada del juego imperial tradicional. Bajo la Doctrina Monroe y su corolario Roosevelt, se autoproclamó potencia hegemónica en América Latina y el Caribe, interviniendo militarmente en múltiples ocasiones para proteger sus intereses económicos. La diplomacia de las cañoneras y las intervenciones directas aseguraban el acceso a mercados, recursos y rutas comerciales estratégicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, con las potencias europeas debilitadas, Estados Unidos ascendió a la condición de superpotencia global, rol que se consolidaría tras el colapso de la Unión Soviética.
Como se señala en uno de los documentos, «después de que se desintegrase la Unión Soviética a principios de 1990, Estados Unidos quedó como la única superpotencia restante de la Guerra Fría». Esta posición hegemónica le permitió moldear las instituciones internacionales a su medida y establecer un sistema económico global que privilegiara sus intereses.
La economía estadounidense se ha vuelto profundamente dependiente de lo que el presidente Eisenhower denominó el «complejo militar-industrial». Con un presupuesto militar que supera al de los siguientes diez países combinados, Estados Unidos ha convertido la guerra en un negocio extraordinariamente lucrativo para sus corporaciones de defensa.
Como se documenta en uno de los artículos revisados, la administración Biden ha solicitado al Congreso «842 mil millones de dólares para el Pentágono en el año presupuestario 2024», lo que representa «la solicitud más grande desde el pico de las guerras de Irak y Afganistán» (france24.com).
Este apetito insaciable por el gasto militar requiere enemigos externos y conflictos perpetuos, creando un círculo vicioso de intervencionismo que justifique tales desembolsos. Los resultados son visibles en las sucesivas guerras e intervenciones que han marcado las últimas décadas, desde Vietnam hasta Afganistán, pasando por Irak, Libia y Siria.
EL SAQUEO CONTEMPORÁNEO
La invasión de Panamá en 1989 constituye un ejemplo paradigmático de cómo Estados Unidos utiliza pretextos para justificar intervenciones militares que persiguen objetivos geoeconómicos estratégicos. Como se documenta extensamente en varios de los materiales consultados, la llamada «Operación Causa Justa» fue oficialmente justificada como una medida necesaria para detener el narcotráfico y defender la democracia.
El general Manuel Antonio Noriega, quien había sido durante años un aliado útil para Washington y colaborador de la CIA, fue convertido de pronto en enemigo público número uno. Como se describe en los documentos, Noriega «había sido aliado clave de Estados Unidos durante el final de la Guerra Fría, trabajando como agente de la CIA, al tiempo que tejía vínculos con el narcotráfico» (elnacional.com). Cuando dejó de ser funcional a los intereses estadounidenses, fue acusado de narcotráfico y derrocado mediante una invasión militar que causó entre 500 y 4 mil víctimas panameñas, según distintas fuentes.
El verdadero objetivo de la invasión, sin embargo, habría sido asegurar el control estratégico del Canal de Panamá en vísperas de su traspaso completo a soberanía panameña, previsto para el año 2000 según los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Como se señala en uno de los documentos, estos tratados «condicionaba la defensa del canal de manera conjunta, a través de un tratado adicional, dando la posibilidad de intervenir militarmente en Panamá si la operación del canal se viese comprometida».
La invasión aseguró que, aunque panameño en papel, el canal permaneciera bajo control efectivo estadounidense.
Continuará…