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OPINIÓN

Cuarta T: ¿purificación?

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Pureza e impureza son cosas de uno mismo, nadie puede purificar a otro”, Gautama Buda.

Los hombres intentan purificarse manchándose de sangre. Es como si después de haberse manchado con barro, quisieran limpiarse con barro”, Heráclito.

Purificar la vida nacional es una frase recurrente en el discurso presidencial. Justifica con ella lo mismo las draconianas medidas de austeridad que la dispendiosa cancelación del NAIM, o la divulgación de videos y documentos que comprometen la responsabilidad de la Fiscalía General de la República para sancionar precisamente actos de corrupción.

Es encomiable que tal propósito sea prioritario en la agenda del Presidente, así lo desea la inmensa mayoría de los mexicanos que espera que, tras la intención, venga la acción con toda la autoridad y fuerza del Estado apoyándose en el estricto cumplimiento de la ley. Sin embargo, la cruzada purificadora arroja señales que hacen dudar de su efectividad; los hechos recientes en el caso Lozoya, que la voluntad presidencial ha vuelto paradigmático, arrojan la duda acerca de si lo que se busca es castigar o exhibir. Catalogar como una razón de estado el hacer del conocimiento popular particularidades del caso, que deberían permanecer en el secreto de la investigación, compromete la responsabilidad de la Fiscalía General de la República y el resultado del proceso legal, lo cual parece no importarle al mandatario, que privilegia el juicio popular, como si fuera suficiente para desterrar la corrupción y el nada ético ejercicio político en nuestro país.

La publicitación de los hechos, lleva solamente a la exacerbación del humor social, ya de por si predispuesto a creer y culpar, dando lo supuesto por averiguado. La sanción moral que el juicio público impone, no inhibe la proliferación de estas conductas, como queda demostrado por la constante repetición de los mismos.

Sean los videos famosos de las ligas de Bejarano, o la exhibición de gobernantes aprehendidos y encarcelados, ninguno ha servido para que no se repitan los actos de corrupción. Tampoco ha servido que el presidente haga gala de su honestidad y humildad, porque cada vez son más conocidos actos de corrupción en su propio equipo de gobierno y en su administración. Nadie purifica a otro y un solo ejemplo no basta para purificar al colectivo. La intención de purificar la vida nacional mediante la exhibición de las confesiones de un corrupto, es querer lavar con lodo el lodo mismo.

Purificar la vida nacional, como pretende, requiere más profundidad en el planteamiento y menos parcialidad en su ejecución. Más inteligencia y menos cálculo político. Es difícil creer en la intención moralizadora, cuando sus acciones tienen un sesgo innegablemente selectivo en contra de quienes considera sus adversarios; también es difícil creer en la pureza de sus intenciones, cuando es evidente que en el trasfondo se vislumbra un propósito de fortalecimiento electoral y consolidación de su poder. La utilización de los recursos del estado para inducir sospechas y atribuir culpas sin comprobar, sin juicio ni procedimientos legales, es también una forma de corrupción.

En México es urgente dignificar la política, pero esto no habrá de lograrse si se hace un inmoral ejercicio de la misma y de las instituciones. Diferente sería que se difundiera con la misma vehemencia los actos de honestidad y ejercicio estricto de la ley. La sociedad necesita tener ejemplos de dignidad y decencia, no lo contrario. Que la cotidianidad en los medios presente ejemplos de rectitud en la aplicación de la ley, de castigo efectivo al infractor y no de premios al corrupto delator. Cárcel al que lo merezca, justicia al que la pida y gobierno para todos. Es una fórmula sencilla para purificar la vida nacional, hoy pervertida por la proliferación de intereses y el afán de preminencia de unos frente a otros. Es difícil desterrar el cohecho y el soborno; desde que Judas aceptó las 30 monedas sabemos que el conocimiento de que haya existido no evita el que se siga repitiendo, ni el escándalo inhibe la intención del corrupto. Purificar la vida nacional exige que primero se purifique el gobierno y la forma de llegar a él. El reciente video que muestra la entrega de sospechosos “apoyos” a la causa del actual Presidente y la forma clandestina y “anónima” en que se obtienen, hacen dudar de la integridad que hoy se pregona.

Se dijo que si la cabeza era honesta el resto lo sería también y eso no lo hemos visto, en cambio se ha visto discrecionalidad y favoritismos, dispendio de recursos, utilización de las instituciones con fines partidistas o de proselitismo y etcétera. Purificar la vida nacional debe empezar por reconocer la propia hipocresía y estar consciente de que su arribo al poder se dio utilizando las mismas reglas del juego, y es necesario reconocer y aceptar el riesgo, de que al destapar la cloaca sus hedores y detritos se estrellen en la propia cara del purificador.

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