CULTURA
El adiós de un grande
Opinión, por Raúl Gutiérrez //
Para la fecha de publicación de este texto ya todo el mundo cultural habrá dado cuenta de la muerte de un tapatío de excepción: Javier Arévalo.
Hablar de “todo el mundo cultural” quizá resultará exagerado para otros, no para Arévalo, su obra impactó en muchos países, testigo de ello –solo por citar algunas- son los galardones que recibió como el del Primer Premio de Grabado en la Bienal de Tokio, Japón en 1970 o de sus diversas exposiciones individuales, entre las que se cuentan “Javier Arévalo. Exposición Antológica”, llevada a Los Patios Gallery en San Antonio, Texas allá en 1991, ‘El México Mágico de Arévalo’, presentada en el Américas Gallery de la urbe neoyorquina en 1993, incluyendo el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, entre muchísimas otras.
Para tratar de darle una justa dimensión al trabajo del maestro Arévalo baste decir que formó parte del grupo de trabajo de la aventura chilena del muralista Jorge González Camarena, fue discípulo de Jorge Martínez quien abrevaba nada más de Orozco y que su talla era similar a la de Cuevas y Toledo (ambos fallecidos), luego entonces su muerte es la del último de una importante generación de los hacedores del “realismo mágico”.
El distinguido jalisciense vio la luz hace 83 años y se prendió de ésta para toda la vida, la luminosidad que irradiaba de su obra solo es superada por la que el personaje emitía, lleno siempre de sapiencia, bonhomía y generosidad, nunca negó un consejo a quien se le acercara a pedirlo, ni rehusaba ningún tema para conversar.
Tuve el enorme honor de conocerlo en la calidez del Colectivo Pedro Garfias a través de los invariablemente desprendidos Natalia y Raúl, donde varias tardes escuché tantas anécdotas de una vida larga, productiva y exitosa, no exenta de sin sabores, cuestas arriba y de superaciones a ese misterioso camino que todos transitamos denominado precisamente vida.
De las historias que le escuché recuerdo dos por sobre las distintas que mi memoria tiene almacenadas, una, la decisión de irse a vivir por meses a unas cuevas frente a la Ribera de Chapala, de la que resultó una de sus grandes pinturas, “La Mujer preñada” y la otra fue que en sus mocedades jugó futbol en fuerzas inferiores donde fue compañero de otro grande: Salvador Reyes, el artista de la plástica por izquierda y el del balón por derecha, por cierto, en el equipo grande de México.
En una de esas tardes de larga charla le pregunté por el premio o reconocimiento de los incontables que había recibido que le produjera mayor satisfacción y sin duda me expresó con un notorio sentimiento que fue la presea José Clemente Orozco y dijo: “imagínate Raúl llevar la medalla con el nombre del pintor que más admiro”.
Son incontables las frases llenas de ingenio de este creador de vida, quizá me quede con la que me consta que refleja más su esencia: “Nací para vivir, no para durar”. Sin embargo cumplió las dos, vivió y duró.
Me desconcierta el estado de ánimo que me aqueja, desconozco si estoy triste porque se fue o regocijado de haberlo conocido y disfrutado, me alejaré de Aristóteles un poco, quien decía en su libro IV de metafísica que las cosas no pueden ser y no ser al mismo tiempo, así que me permitiré probar estos dos sentimientos simultáneamente.
Platicaba el viernes pasado en el emotivo entierro del artista con Raúl, sobrino y “mano derecha” del Maestro que se cumplió su deseo de que sus restos mortales permanecieran en esta ciudad y de la competencia interna que se libraba dentro de él entre los espíritus del viajero impedernible que fue y el del pintor, difícil saber cuál personalidad dominaba a la otra, lo cierto es que en vida ganó el pintor y en su muerte triunfó el viajero.
La ironía de la vida hizo que presenciara que el día en que en buena parte del mundo se festeja el día del amor, fuera enterrado don Javier con el mismo sentimiento objeto de la celebración, ese que mostró a su familia y a todos sus amigos y que hizo que a no pocos nos inculcara el gusto por al arte en general y por la pintura en particular.
Se fue pues el enigmático y místico maestro Javier Arévalo, del que conservaré el recuerdo de su sencillez en el trato y de la honradez de su obra.
Hasta pronto amigo querido.
