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OPINIÓN

El arte de la mentira política: La posverdad en el discurso de AMLO

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Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //

Abraham Lincoln dijo: “Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el tiempo”

A Alex Grijelmo lo escuché, al inicio de los 2000, en el Centro Cultural Isidro Fabela – Museo Casa del Risco en San Ángel, Ciudad de México. En aquel día compré su extraordinario libro La Seducción de las Palabras que leí con interés. Tiempo después leí, en El País de Madrid, su artículo El arte de la manipulación masiva en el que nos advierte que la era de la posverdad se identificará por “la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos prosperen”.

De vergüenza, tenemos a un presidente mentiroso, un presidente de vergüenza. De acuerdo con un informe de SPIN-Taller de Comunicación Política, publicado por la revista Expansión Política en septiembre de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador “ha sido impreciso 89 veces en promedio” en cada una de sus mañaneras. Por su parte, el diario norteamericano ‘The Washington Post’ le contabilizó 23,000 mentiras a Trump en todo su mandato; López Obrador seguramente ya duplicó tal cantidad.

Tenemos a un presidente mitómano que miente de manera espontanea, repetitiva y patológicamente con el fin de distraer la atención sobre los temas torales de nuestra realidad nacional que le resultan inquietantes y nos dividen, así como para mantener la lealtad de su base social y evitar el derrumbe electoral de su Cuarta Transformación debido a la falta de resultados tangibles de su gobierno. López Obrador elude la realidad y por ello se maneja desde la posverdad de sus otros datos, es decir, a partir de la formación de una amplia opinión pública manipulando emociones y creencias personales alejadas de hechos objetivos y verificables. En el presidente, la verdad no es un valor.

Probablemente nos resulte incomprensible cómo y por qué en un tiempo en que todo es verificable, alguien público, como es el presidente Andrés Manuel López Obrador, se atreve a mentir con tanta facilidad y frecuencia. Alex Grijelmo nos da la respuesta: Al insistir en la aseveración falsa, descalificar a quienes le contradicen y desprestigiar a los intermediarios de la información que no le apoyen, se crea una sólida base de creyentes. Alex Grijelmo nos dice algo en extremo duro, “la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa”.

Por qué López Obrador elige al ignorante para crear su posverdad; la razón es fácil de entender, al iletrado, al nesciente y al inculto, las mentiras del presidente les dan esperanza y lo sabemos, la esperanza impacta nuestra salud mental y emocional pues nos ayuda a mantener la convicción de que es posible alcanzar lo imposible; por el contrario, al preparado e inteligente, las mentiras de la posverdad le ofenden pues no necesita de artilugios para realizarse y crecer como persona.

En la posverdad del presidente hay principios básicos. Uno de ellos, y quizá el fundamental, está en la renuncia voluntaria del pueblo a verificar sus afirmaciones; el otro principio es el no aspirar porque ser aspiracionista es anteponerse sobre los demás. Al destruir a la aspiración como un valor personal, López Obrador nos condena a conformarnos con lo mínimo, a ser falsos franciscanos, renunciando a las necesidades, deseos y anhelos de crecer, tener y ser, base del comunismo más impío.

En el libro El Arte de la Mentira Política, de Jonathan Swift, publicado en el siglo XVIII, nos adentramos en un mundo de todos conocidos y que a todos nos duele y daña: La mentira y la política / la política y la mentira suelen caminar juntas; son partners de un romance que se oculta por ser prohibido y licencioso, clandestino. Tras leer el libro, comprendemos las razones del porqué el político debe mentir y hacerlo bien, con un toque de verdad que encierre una gran mentira. Atrevidamente, Swift nos habla de falsedades saludables.

José Woldenberg escribe en su artículo El arte de la mentira política, publicado por Nexos en octubre de 2020: “Mentir para seducir al respetable, tender una cortina de humo sobre la realidad, alcanzar fines particulares que se presentan como objetivos colectivos, es una práctica tan vieja que es difícil rastrear sus orígenes y a sus practicantes más destacados”. Lo sabe López Obrador y lo conocen todos los demás líderes de partidos; lo peligroso es cuando la democracia se pone en peligro; cuando se pretende destruir al Instituto Nacional Electoral, falseando la realidad y manipulando datos con propósitos de engaño. Entendamos, en toda democracia hay un órgano de control de los procesos electorales; en las dictaduras, el jefe del Estado pone a quienes legitiman sus mentiras electorales.

Tras la no aprobación de su reforma eléctrica, López Obrador y su 4T lanzaron su campaña mediática de “son enemigos de la patria” desde una estrategia de miedo; su objetivo era crear un ánimo social adverso sobre quienes tienen otra visión de futuro para México. El discurso presidencial tuvo un propósito central, advertir cómo los enemigos de México al no apoyar su iniciativa de Ley de Energía lo que en realidad trataban era el arrebatar al pueblo la posibilidad de reivindicarse por todos los atropellos del pasado que le tienen postrado en la más lacerante de las pobrezas y profunda ignorancia. Su éxito fue en todos los frentes: Su base social le creyó y sus detractores se asumieron como los ofendidos cuando en realidad se destruía el valor de la diferencia y la alternancia. No tengo duda, en López Obrador se cumple aquello que dijera Konrad Adenauer, primer canciller de la República Federal de Alemania: “En política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”.

Mentir es humano; engañar es otra cosa; en el engaño hay la intención de abusar. Mentir y engañar en política tiene efectos devastadores en toda la sociedad. Caderón nos mintió cuando nos prometió que crearía 10 millones de empleos sabiendo que eso jamás se lograría; Peña Nieto nos mintió cuando juró gobernar por seis años y abandonó la presidencia el día en que López Obrador ganó la elección. López Obrador nos mintió por 18 años para alcanzar la presidencia y hoy nos sigue mintiendo.

Hace tiempo dije: “Las promesas de campaña de ayer son hoy los desengaños del pueblo.”

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CARTÓN POLÍTICO

Edición 804: Lo piden los expertos: Una nueva Corte de Justicia sin extremos ideológicos

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JALISCO

La transparencia del fiscalizador

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– Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac

En Jalisco, la transparencia y la rendición de cuentas deberían ser principios innegociables. Sin embargo, la resistencia del auditor superior del Estado, Jorge Alejandro Ortiz Ramírez, a ser auditado por la Unidad de Vigilancia del Congreso revela una paradoja alarmante: el encargado de fiscalizar el gasto público evade la supervisión.

Esta actitud, denunciada por David Rubén Ocampo Uribe, titular de la Unidad, y el diputado Alberto Alfaro García, presidente de la Comisión de Vigilancia, no solo cuestiona la integridad de la Auditoría Superior del Estado de Jalisco (ASEJ), sino que amenaza la confianza en el sistema democrático.

Desde el 10 de julio de 2025, cuando Ocampo asumió su cargo, Ortiz Ramírez ha bloqueado cualquier intento de revisión. Solicitudes de expedientes laborales, nóminas y contratos han sido ignoradas, y un encuentro institucional propuesto para el 19 de agosto quedó en el vacío. “Quería saber si todo está en regla. La respuesta fue negativa. Pedí una reunión pública con agenda común, y tampoco hubo respuesta”, relató Ocampo a Conciencia Pública.

Incluso se le prohibió a personal de la ASEJ pasarle llamadas, limitando el diálogo al secretario técnico, un subordinado que no puede sustituir al titular.

El diputado Alfaro, de Morena, califica esta resistencia como un desafío al Congreso y a la sociedad. “El auditor se siente intocable, como si fuera gobernador. Durante ocho años operó sin contralor, pero ahora que lo hay, se niega a colaborar”, afirmó.

Con el respaldo de 29 de 32 deputados al nombramiento de Ocampo, su legitimidad es incuestionable. “Sabe que abriremos la Caja de Pandora”, añadió, sugiriendo que Ortiz Ramírez teme revelar irregularidades.

La Constitución de Jalisco y la Ley de Rendición de Cuentas otorgan a la Unidad de Vigilancia facultades plenas para revisar la ASEJ sin necesidad de acuerdos previos de la Comisión de Vigilancia, como argumenta Ortiz Ramírez.

Esta interpretación “tecnicista” es, para Ocampo, un escudo para evadir la fiscalización. La pregunta es inevitable: ¿qué oculta el auditor? Denuncias internas apuntan a aviadores, nóminas infladas, “moches” por laudos laborales y tolerancia a incapacidades falsas avaladas por el IMSS.

Una figura clave en estas acusaciones es Sandra Verónica Márquez González, de la Dirección Jurídica, señalada por mantener personal inexistente en nómina y exigir pagos ilegales, prácticas que arrastra desde su paso por el Tribunal de Arbitraje y la Fiscalía, donde se le vinculó al “Clan Trevi” por cobros indebidos.

La ASEJ es un pilar estratégico del gobierno de Jalisco, con autonomía técnica y de gestión para garantizar imparcialidad en la fiscalización de un presupuesto cercano a los 200 mil millones de pesos. Su rol como contrapeso es crucial para generar confianza ciudadana.

Sin embargo, la resistencia de Ortiz Ramírez recuerda épocas oscuras de la Contaduría Mayor de Hacienda, antecesora de la ASEJ, donde se rumoraba que las cuentas públicas se “lavaban” mediante acuerdos entre bancadas legislativas. Funcionarios corruptos encontraban en estos arreglos una vía para encubrir irregularidades, otorgando un poder desmedido al titular del organismo.

Hoy, la ASEJ debería ser un modelo de integridad. El Plan Estatal de Desarrollo y Gobernanza 2024-2030, liderado por Cynthia Cantero Pacheco, establece la transparencia y la participación ciudadana como ejes rectores de la gestión pública. Este plan, construido con la voz de más de 675,000 jaliscienses, vincula el presupuesto a resultados medibles, exigiendo apertura y rendición de cuentas.

La opacidad de Ortiz Ramírez contradice este espíritu, debilitando la credibilidad de una institución que debería ser ejemplo.

La pasividad de otros actores institucionales agrava el problema. El silencio del Congreso en pleno y la inacción de la Fiscalía Anticorrupción alimentan percepciones de complicidad o indiferencia. Mientras, rumores de una posible reelección de Ortiz Ramírez, tras ocho años en el cargo, generan rechazo. “Un gobernador dura seis años y se va. Este señor pretende quedarse otros ocho. Es inadmisible”, sentenció Alfaro.

¿Cómo puede hablarse de rendición de cuentas si el fiscalizador se coloca por encima de la ley? La resistencia de Ortiz Ramírez no es un simple desencuentro burocrático; es una afrenta al sistema de pesos y contrapesos.

“La opacidad reina en la Auditoría. Si el auditor desconoce la ley, ¿cómo fiscaliza al estado?”, cuestiona Ocampo. La sociedad, cada vez más vigilante, exige respuestas. Ortiz Ramírez tiene una oportunidad: abrir las puertas de la ASEJ, entregar la información solicitada y demostrar que no hay nada que ocultar. De lo contrario, su silencio seguirá alimentando sospechas de irregularidades.

La transparencia no es negociable, y Jalisco merece una Auditoría Superior que predique con el ejemplo. Es hora de que el fiscalizador rinda cuentas.

 

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JALISCO

MC: espejismos de unidad y fractura a la vista

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– Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco

Movimiento Ciudadano en Jalisco ya abrió el telón de su renovación interna con la elección de 64 nuevos coordinadores municipales en la vieja casona de Av. La Paz. En apariencia, un ejercicio de normalidad partidista: discursos de unidad, promesas de cercanía con la gente, rostros nuevos para el escaparate y la certeza de que el partido naranja seguirá marcando la pauta en la política local.

Una postal impecable para las páginas de los diarios amigos… pero un espejismo apenas capaz de ocultar las fracturas internas que corroen al partido naranja. Pues, bajo el barniz del entusiasmo, se esconde un mapa con claroscuros que la dirigencia difícilmente podrá negar.

Los números de la elección de 2024 fueron generosos en sus bastiones metropolitanos: Guadalajara, Zapopan y Tlajomulco volvieron a confirmar la hegemonía emecista. En la capital, 308 mil votos aseguraron la continuidad; Zapopan, con 323 mil sufragios, consolidó la plaza más codiciada del estado; y Tlajomulco refrendó, una vez más, su condición de vivero político del grupo alfarista con 94 mil papeletas a su favor. Una trinidad metropolitana que otorga poder y recursos, pero que no resuelve la fragilidad en el resto del estado.

Porque más allá del brillo urbano, MC perdió terreno en Puerto Vallarta —joya turística entregada al PVEM en sociedad con Morena—, cedió Ciudad Guzmán, enclave agroindustrial del sur, y vio escaparse Tepatitlán, bastión alteño que durante años se pensó inmune a los embates opositores. En Tlaquepaque y Tonalá, el retroceso fue aún más doloroso: en el primero, los 109 mil votos no alcanzaron para retener la presidencia municipal; en el segundo, apenas 47 mil sufragios lo relegaron a un segundo lugar incómodo detrás de Morena. Un tropiezo estratégico en el oriente metropolitano que desnuda la vulnerabilidad del proyecto.

Mirza Flores, encargada de administrar esta renovación interna, habla de “liderazgos de territorio, cercanos a la gente”. El discurso suena bien, pero la tarea es monumental: reconstruir la cohesión de un partido que, en su expansión, ha multiplicado corrientes, intereses y pleitos internos. Porque el problema no es solo perder municipios: es perderlos mientras el partido se enreda en disputas de candidaturas, pugnas entre cuadros y una dirigencia que debe demostrar que puede arbitrar sin fracturar.

Los números distritales tampoco ayudan: de 20 distritos locales, MC apenas ganó 6; de los federales, ninguno y los plurinominales fueron para los exfuncionarios que necesitaban fuero y los “liderazgos” escogidos. Esto significa que, aunque controla alcaldías claves, su voz legislativa es reducida y carece de peso real en el Congreso federal.

Un contraste brutal: músculo en los municipios, anemia en las cámaras. Y esa asimetría no se corrige con discursos ni asambleas, sino con operación política en campo, con la capacidad de seducir al votante rural, al comerciante alteño, al campesino del sur que aún ve en el naranja una marca citadina, aburguesada y distante.

Pero lo verdaderamente corrosivo no está en las urnas, sino en los pasillos. La disputa Alfaro–Lemus ha dejado de ser un rumor y se ha convertido en un hecho palpable. Enrique Alfaro se resiste a entregar el control de candidaturas y cuadros, mientras Pablo Lemus mueve sus piezas con paciencia quirúrgica, tejiendo su propia red de operadores que responden solo a él. Entre ambos, Mirza Flores aparece como árbitro incómodo, obligada a conciliar lo irreconciliable: mantener la disciplina de un ejército que ya no reconoce un solo general.

El grupo Alfaro–Lemus sabe que esta es su última gran prueba antes de 2027. Si logran ordenar candidaturas y mantener la paz interna, MC llegará con posibilidades de sostener el gobierno estatal. Pero si insisten en los métodos de imposición y en los arreglos de cúpula, el costo será alto: perderán distritos clave, y con ellos, la capacidad de negociar en el Congreso y de sostener el control territorial.

Los cuadros históricos, los que alguna vez creyeron en la “ola naranja” como una alternativa fresca, se encuentran marginados o desplazados por nuevas caras que responden a intereses de grupo. La operación interna dejó cicatrices: candidaturas impuestas, militantes que sienten haber sido utilizados y un éxodo silencioso hacia Morena y el PVEM que ya se empieza a notar en las regiones.

En política, decía siempre la vieja guardia, no basta con administrar victorias: hay que blindarlas. Movimiento Ciudadano gobierna hoy con holgura en las ciudades, pero su debilidad en la periferia y en el interior del estado es evidente. Las plazas que perdió en 2024 son recordatorio de que el poder es un animal volátil: se escurre por las rendijas más pequeñas y muerde cuando menos se le espera.

La renovación municipal, que en el discurso se vende como ejercicio democrático, en los hechos es un intento de tapar grietas con retórica. En lugar de cohesión, lo que se advierte es una carrera por controlar posiciones rumbo al 2027. Cada comité local es, en realidad, una ficha en el tablero de negociación entre Alfaro y Lemus.

La batalla del 2027 no se jugará únicamente en los edificios de avenida Hidalgo o en los mítines de funcionarios públicos en la Casa Ciudadana. Se librará en los tianguis de Tonalá -donde el Ayuntamiento ha prendido focos rojos-, en los talleres de Arandas -Cuando se habla de la inseguridad que hay en las carreteras de la zona-, en los mercados de Lagos de Moreno -Al momento de hablar de un nuevo ejecutado o desaparecido- y en las colonias populares de Tlaquepaque -Explicando por qué el SIAPA no otorga el servicio que cobra: agua-. Ahí, donde los discursos sobran y lo que cuenta son los servicios públicos, la seguridad y la cercanía real de quienes gobiernan.

La verdadera batalla de 2027 no será contra Morena ni contra el PVEM. Será contra sí mismo. Porque, como tantas veces en la historia política de este país, los partidos no caen por la fuerza del adversario, sino por la podredumbre que incuban dentro.

Hoy MC es un cascarón brillante en la superficie, pero carcomido por dentro. Se vende como movimiento fresco, pero huele ya a partido viejo: facciones enfrentadas, candidaturas negociadas en lo oscurito y un liderazgo que se desgasta en administrar pleitos en lugar de ganar territorios.

Si no corrigen el rumbo, el espejismo de unidad que hoy pregonan se desmoronará al primer soplo de la contienda. Y entonces, la historia no hablará de una derrota electoral, sino de un suicidio político en cámara lenta. Una crónica que, como tantas en la política mexicana, no se escribirá con tinta… sino con epitafios.

En X: @DEPACHECOS

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