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MUNDO

El PIB del dragón con balance positivo: China 1 Occidente 0

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Por Jorge López Portillo Basave //

El drama del COVID19 ha exacerbado los ánimos, expuesto y acentuado los problemas que cada país, cada región y cada familia afrontaban a inicios del 2020.

Un claro ejemplo son las marchas en contra de los gobiernos y de algunas instituciones por razones que van desde el racismo hasta la corrupción. Estas legítimas manifestaciones también han dado paso a un ajuste de cuentas entre grupos políticos, económicos locales e internacionales; inclusive, en algunos casos, han abierto la puerta o han sido secuestradas por grupos anarquistas que prefieren ejercer su propia ley. Esto está pasando en casi todo el mundo.

Como lo he dicho en otras ocasiones, creo que la libertad es tal vez nuestro mayor valor individual –hasta Dios la respeta-, pero entiendo que algunos regímenes con estructuras e ideologías menos democráticas pueden aplicar medidas autoritarias que en algún momento son vistas como necesarias para lograr el bien del Estado –en realidad de sus líderes-, mismas que no comparto, pero que están generando simpatía en muchos países del mundo ante la falta de resultados en los gobiernos de líderes electos democráticamente.

COMERCIO EXTERIOR CHINO

Los números de exportaciones de China -valuados en dólares-, indican que el mes de mayo del 2020 tuvo ingresos casi iguales a los del 2019 en el mismo mes, mientras que sus importaciones disminuyeron en valor un 16.7%. Si tomamos dos meses, consecutivos es decir de abril y mayo –centro de la pandemia mundial-, veremos que el valor de las exportaciones está intacto mientras que el de las importaciones ha caído un 15% en promedio.

El superávit de las exportaciones de China registró un máximo histórico el mes de mayo, alcanzando $62.93 mil millones de dólares. Lo anterior representa la ganancia neta más alta en la historia de dicho país desde que se empezó a medir dicho indicador. Como usted sabe las exportaciones e importaciones se comparan para ver si hay superávit o déficit.

Es muy importante recordar que los organismos financieros internacionales han dejado claro que casi todos los países tendrán una contracción importante del PIB en este 2020, menos China quien incluso ha logrado crecer un poco, claro mucho menos que en el 2019 pero ya habían iniciado su desaceleración hace un par de años, sin embargo, ante la caída general de los demás el único que crezca o el que caiga menos será el gran ganador.

Información del Fondo Monetario Internacional sobre crecimiento y contracciones de los últimos 12 meses, nos pueden dar una idea del tamaño del impacto del cierre generalizado en tres meses, más lo que se acumule de junio a septiembre. Según el FMI los siguientes países integrantes del G7 han perdido parte importante de su PIB en los últimos 12 meses, principalmente a consecuencia del COVID19: Canadá -6.2 %, Japón -5.6 %, Francia -7.2 %, Italia -9-1%, Reino Unido -6.5%, EUA -5.9 %, Alemania -7.1 %; en contraste con las demás potencias, China logró un crecimiento de +1.2%; por su parte México decreció -6.6% y Corea del Sur -1.2%,

¿SUSTITUTO PARA HONG KONG?

Al mismo tiempo que el Congreso Nacional del Pueblo – en China- decidió modificar la ley de Hong Kong para aplicar medidas más estrictas en contra de la disidencia ideológica en dicha “zona económica especial”, dicho órgano de gobierno decidió ampliar las preferencias y excepciones fiscales que otorga a la región de Hainan, que ahora es una región sin impuestos enfocada al libre comercio. La hermosa región de Hainan es conocida como el Hawái de China y se convertirá en fiero competidor de varios destinos turísticos y financieros del mundo.

China dio a conocer los planes que tiene para dicha isla tropical el pasado primero de junio y desde ese día el Buró de Desarrollo Económico de dicha región ha recibido –con todo y COVID19- más de 200 llamadas diarias provenientes de 20 países interesados por conocer e invertir en la región, incluidos EUA e Inglaterra comentó Lei Ting, titular de información dicha dependencia. Los empresarios están interesados en negocios y posibles inversiones en sectores como salud, tecnología avanzada, comercio exterior y turismo, mencionó el mismo funcionario.

Han Shengjian, director del Buró de Desarrollo Económico de Hainan, dijo que “la nueva política se enfoca en comercio, inversión, liberalización y facilitación, así como el libre flujo de mercancías y personas, lo que es muy atractivo para los inversionistas y empresarios extranjeros”.

China extiende a Hainan las preferencias fiscales y económicas que hacen famoso a Hong Kong y otras más, pero no reconoce libertad política para su gente. El mensaje es claro, al final del Congreso Nacional Chino, el gobernador de Hainan dijo que el gobierno local debe respetar a empresarios y a los emprendedores” –¿extranjeros?- “y dejarlos ser jueces finales del ambiente de negocios de dicho Estado; así mismo el líder del Partido Comunista de la entidad Lui Cigui, dijo que extendía una cálida invitación a compañías y talentos globales. “Los inversionistas y talentos del mundo son bienvenidos a invertir en Hainan, a participar en la construcción de la Zona de Libre Comercio y compartir las oportunidades de desarrollo en China así como los frutos de las reformas y apertura China”, concluyó el político.

¿CAERÁ EL PIB DE CHINA A FINALES DEL 2020?

Según los mismos datos económicos, China ha reducido sus importaciones de manera muy importante y los ingresos producto de las exportaciones que crecieron por los utensilios médicos pueden caer drásticamente si el mundo no se recupera, según análisis de expertos en Reuters o Bloomberg; no obstante, aunque algunos países no se recuperen, podrían continuar consumiendo los artículos baratos provenientes de China por incapacidad tecnológica o financiera, con lo que terminarían de cerrar sus industrias locales, en especial por el costo del combustible tan económico durante el 2020 que permite enviar de Asia a cualquier parte productos económicos. No olvidemos que China compró millones de barriles a precio de regalo hace un par de meses, por lo que tiene herramientas para poder abaratar el costo de sus envíos globales.

Tendremos que ver si las empresas locales en los países de América y Europa logran sobrevivir a la crisis del encierro, a los impuestos elevados y las regulaciones excesivas que en muchas localidades podrían dar el tiro de gracia a muchas fábricas de cualquier tamaño. En ese caso si China sigue siendo “La Gran Tienda” del mundo su PIB no caerá, porque ellos a diferencia de otros países como el nuestro, exportan productos terminados con patentes propias o asociadas, no bienes sin procesar.

No obstante, debemos recordar que la mayoría de las empresas tienen por ley presencia del Partido Comunista en sus Consejos de Administración, lo que puede ser una espada de doble filo que a mediano plazo inhiba la creatividad o la competitividad.

He de decir que los Chinos son muy buenos para promover su país, su persona y sus productos, aunque cuando escucho o leo a un político de China, me recuerda a los políticos mexicanos que cada una o dos oraciones repiten el nombre del Jefe como para darle seriedad al asunto y claro mostrar que ellos están aplicando la visión del máximo líder.

Al mes de mayo China ha logrado tener mayores ingresos en dólares en el 2020 que en el mismo mes del 2019, lo que contrasta con todos los demás países del mundo, veremos si logra mantener su paso en la búsqueda de ser el nuevo líder económico, político y tecnológico global. Por lo pronto en el frente económico del COVID19: China 1, Occidente 0.

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MUNDO

El culto en tiempos de algoritmos y misiles

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Opinión, por Miguel Anaya //

En un mundo saturado de imágenes, voces, notificaciones y estímulos, la figura del líder político ha dejado de ser solamente humana. Hoy se construye con inteligencia artificial, se edita en Photoshop, se transmite en TikTok, y se consume como si fuera un producto de Amazon. Pero detrás del carisma de 1080p, lo que se oculta es mucho más antiguo que la tecnología: es la necesidad arcaica de creer.

Mientras las bombas vuelan entre Israel e Irán, no solo chocan misiles, también colisionan narrativas sagradas, identidades colectivas y líderes que operan como profetas. Porque en ambos países —como en muchos otros del mundo actual— la política se ha convertido en una liturgia de identidades irreconciliables.

Benjamín Netanyahu no gobierna solo como primer ministro; gobierna como custodio de una misión bíblica, como la encarnación de una resistencia mesiánica. Su narrativa no solo es de seguridad, sino de destino. En su voz no hay duda, sino mandato. Su figura es alimentada por algoritmos, reforzada por redes sociales, y sostenida por una maquinaria de propaganda que hace del conflicto una cruzada y del enemigo una amenaza casi demoníaca.

En el otro lado, el régimen iraní proyecta al Ayatolá Jamenei como guía supremo, no como político. No debate, revela. No dialoga, interpreta. Y quienes están debajo de él, como el recientemente fallecido presidente Ebrahim Raisi (el “carnicero de Teherán”), tampoco se conciben como funcionarios públicos, sino como piezas en una epopeya divina.

Ambos lados, en distintos lenguajes y códigos, actúan como si fueran los guardianes de un guion escrito por Dios. Y aquí entra un problema de todas épocas: cuando el poder se vuelve místico, ya no es negociable. No hay tregua posible entre quienes creen que su causa es eterna. Se mata por símbolos, se muere por relatos.

Pero esta lógica no es exclusiva de Medio Oriente. La hemos visto también en Nicolás Maduro, que, entre rituales bolivarianos, arengas de Chávez desde el más allá, y discursos impregnados de un lenguaje casi esotérico, ha logrado mantenerse en el poder no solo por represión, sino por un mito nacional-popular que convierte al líder en figura providencial. En Venezuela, como en tantos otros rincones del mundo, el poder ya no se justifica con resultados, sino con relatos sagrados, con enemigos omnipresentes y con la promesa eterna de una redención futura.

Y en El Salvador, Nayib Bukele se autodefine como “el dictador más cool del mundo” y hace de su poder absoluto un performance de modernidad futurista. El carisma sustituye al Estado de derecho, los likes a los contrapesos.

Hoy los líderes ya no necesitan convencer: necesitan encantar. La política ya no se discute, se sigue. El pueblo ya no debate ideas, tiene fe; así, cree en lo que vota y vota en lo que cree. Y ese es el terreno más fértil para el conflicto, porque donde la razón se evapora, la guerra se vuelve lógica y hasta necesaria.

Entonces, cuando vemos las llamas en Gaza o las explosiones en Isfahán, no miremos solo los mapas ni los titulares. Miremos las mentes capturadas por relatos sagrados, las juventudes que nacen ya adoctrinadas, los algoritmos que refuerzan odio y los gobiernos que alimentan la polarización no como error, sino como estrategia.

Porque cuando el poder se vuelve altar, la política se transforma en religión, y la verdad en dogma. Ya no hay ciudadanos, hay feligreses. Ya no hay argumentos, hay herejías. Y en ese escenario, cada discurso es una procesión, cada voto un acto de fe, cada misil un sacramento.

Vivimos en un tiempo donde los algoritmos diseñan la devoción y los misiles la venganza. Donde los líderes no conducen naciones, ofician ceremonias. Y donde los pueblos, sedientos de propósito, se aferran a imágenes que prometen rumbo, aunque repitan el ciclo del conflicto.

En muchos rincones del mundo —y no sólo en Medio Oriente— el poder se sostiene más por símbolos que por resultados. También aquí, en México, hemos visto cómo la popularidad se vuelve escudo, cómo la narrativa sustituye al balance, y cómo el debate público se reduce a lealtades y consignas. No hay guerra, pero sí trincheras. No hay misiles, pero sí silencios cómplices.

Si no reconstruimos el valor del pensamiento crítico, si no exigimos humanidad antes que idolatría, seguiremos viviendo entre líderes que prometen redención y pueblos que se conforman con promesas. La mística en la política puede dar sentido en tiempos oscuros. Pero si no se le equilibra con límites democráticos, con crítica, con humanidad, termina siendo un espejo de los peores fanatismos del pasado.

 

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MUNDO

Las verdades absolutas en política

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

Aunque la teoría de la relatividad de Einstein no tiene ecuaciones para la política, la perspectiva del concepto puede muy bien evaluarla. Aquellos que crean que las “verdades absolutas” de quienes gobiernan prevalecerán por siempre, suelen llevarse verdaderos chascos.

La política es una ciencia social y, como tal, depende de momentos, circunstancias, costumbres, creencias y personas. Las condiciones políticas no están sujetas a algoritmos; tampoco a fórmulas exactas o teorías inatacables.

Dependen de interpretaciones, intereses ocultos y a la vista; de planes, estrategias y tácticas para hacerse del poder o ejercerlo. Tanto en sistemas autocráticos como democráticos o híbridos. Un mismo acontecimiento puede estar sujeto a diferentes interpretaciones, según el cristal con que se mire. Todas pueden ser válidas o lo contrario.

Otras ciencias sociales coadyuvan cuando se trata de contextualizar los hechos que afectan a las sociedades: la historia, la psicología, la sociología, la comunicación, el derecho y la filosofía son herramientas indispensables, muy importantes, para entender los porqués de tales o cuales decisiones, determinaciones, cambios, violentos o pacíficos.

Las políticas de los gobernantes tienen consecuencias para los diferentes estratos sociales. De acuerdo con la ideología o la estrategia de la gobernanza, es lo que se brindará a los diferentes integrantes de los grupos sociales. La interpretación de la realidad política, como ya se dijo, dependerá del observador… o de lo que le hagan creer al observador. Y de la congruencia del decir con el hacer.

Los cambios en las leyes son producto de circunstancias, modas, intereses partidistas, intereses de grupos o de grupúsculos del poder.

Como todo en esta vida, dichos cambios pueden a su vez ser cambiados. Una vez que llega otro grupo con ideología diferente, lo primero que hace es propiciar los cambios de lo que no le agrada o le estorba: de leyes, de funcionarios, de políticas, de formas y maneras de gobernar. Es un eterno vaivén que se puede observar cada vez que hay elecciones. Esto cuando se procede de manera pacífica a realizarlos. También los hay de manera violenta, sobre todo si los gobernantes se enquistan en el poder.

La relatividad en la política muestra cómo los gobernantes o quienes detentan el poder hacen todo lo posible por perpetuarse. A veces con dictaduras disfrazadas de democracia, como lo hizo el PRI y por lo cual el difunto Mario Vargas Llosa calificó al sistema político mexicano como “la dictablanda perfecta”, puesto que las transiciones sexenales se daban de manera tersa, aparentando una democracia popular, lo cual era totalmente falso.

Como los gobernantes tienen, en México, un amplísimo margen de error, de falla y hasta de perversidad, los cambios que implementan tampoco serán absolutos. Esa es una lección que solo los muy pentontos no alcanzan a comprender. Su endiosamiento no les permite ver que sus modificaciones y sus transformaciones, solo estarán vigentes bajo su mando.

Cuando la gente se harta; cuando descubre las realidades diferentes a quienes tratan de manipularlas; cuando se da cuenta de que todo es relativo y nada es absoluto, no solo en la física, sino en la política, se abren nuevas posibilidades de cambio reales.

Por eso la justicia, las nuevas leyes, las transformaciones gatopardas, los cambios de formas, pero no de fondos, algún día, tarde que temprano, caerán de sus pedestales. Y con ellos quienes las propiciaron, las prohijaron o las programaron.

Hoy día, hemos observado cómo, en aras de una relativa transformación hacia el ideal de tener una sociedad más democrática, más participativa, más crítica e igual, se han cambiado leyes, reglamentos, normas. Se han suprimido instituciones, organismos, oficinas que a los actuales gobernantes les estorban para llevar al cabo su relativa transformación. Siempre con las etiquetas de nocivas, corruptas y o lesivas a la sociedad.

Todo lo que se ha cercenado, oficinas, instituciones, organismos, leyes en pro de la relativa transformación es sólo una muestra de cómo la política, el poder y la gobernanza obedecen a quienes se han hecho del dominio, del gobierno y de la política, sin recato, sin pudor y con bastantes justificaciones y maniobras para comprar la voluntad popular, eslogan favorito de los actuales “dueños” de esta república mexicana.

Las discrepancias, debates y respeto a la diversidad de opiniones enriquecerían la política, justicia y sociedad, si prevalecieran estadistas sobre políticos ambiciosos. Mutilar derechos humanos, fomentar violencia contra disidentes o minimizar oposiciones por una “verdad absoluta” evoca un pasado oscuro. Retroceder es cambio, pero ignorante. No hay absolutos en política; los triunfalismos transformadores colapsarán ante la relatividad.

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MUNDO

Irán e Israel, el precio de la polarización sin mesura

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En 1962, el mundo contuvo el aliento durante trece días. Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en el clímax de la Guerra Fría, cuando la instalación de misiles soviéticos en Cuba puso al planeta al borde de una guerra nuclear.

Lo que evitó la catástrofe no fue una superioridad militar ni un milagro diplomático. Fue algo mucho más básico: la prudencia. John F. Kennedy y Nikita Jrushchov, a pesar de ser enemigos ideológicos, entendieron que no había victoria posible en un conflicto total. Tuvieron miedo. Y ese miedo los hizo sensatos.

Hoy, más de seis décadas después, el mundo se asoma a una confrontación entre Irán e Israel que podría tener consecuencias igual de devastadoras, pero con una diferencia alarmante: el miedo ha sido sustituido por la arrogancia. En lugar de liderazgos sobrios y calculadores, tenemos figuras atrapadas en sus narrativas de fuerza, honor y venganza. Y el resultado es un escenario donde la guerra parece más deseable que la diplomacia, y donde el cálculo político ha sido sustituido por la polarización ideológica más brutal.

El reciente conflicto entre Irán e Israel ha escalado a niveles inéditos. En los últimos días, Irán lanzó más de 300 misiles y drones hacia territorio israelí, atacando ciudades como Tel Aviv, Haifa y Beersheba. Uno de los blancos fue el Soroka Medical Center, dejando al menos 40 heridos.

Israel respondió bombardeando instalaciones clave del programa nuclear iraní, como el reactor de Arak y centros de investigación en Teherán. No fue una escaramuza táctica, fue una declaración abierta de confrontación. Fue, como ha titulado un medio internacional, “una semana de guerra total”.

¿Por qué ha estallado esta violencia? La raíz es profunda y compleja, pero puede resumirse en dos factores: un conflicto histórico no resuelto y una polarización política sin precedentes. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha adoptado una postura frontal contra Israel, al que no reconoce como Estado legítimo.

Por su parte, Israel ha seguido una doctrina de seguridad nacional basada en la disuasión absoluta: impedir a toda costa que Irán obtenga capacidad nuclear. La desconfianza es mutua, histórica y, sobre todo, alimentada por liderazgos que se han construido a partir del antagonismo.

Lo que antes era una “guerra fría” regional, ahora es una confrontación abierta, con la agravante de que la comunidad internacional parece incapaz de contenerla. Estados Unidos ha condenado los ataques iraníes y considera una intervención directa si sus intereses son amenazados. Francia, Alemania y el Reino Unido han hecho llamados urgentes a la diplomacia. António Guterres, secretario general de la ONU, ha rogado por una desescalada. Pero mientras los diplomáticos emiten comunicados, los misiles siguen cayendo.

Este es el punto clave: en la Guerra Fría, a pesar del armamento nuclear y la tensión constante, existían mecanismos de contención. Había doctrina, había equilibrio, y sobre todo, había líderes conscientes del poder que tenían en sus manos. Hoy, en cambio, el tablero está dominado por personajes que gobiernan desde la polarización. En Israel, Netanyahu representa una derecha nacionalista que ha hecho del enemigo externo una parte esencial de su legitimidad. En Irán, el régimen teocrático radicaliza su discurso para mantener el control interno y proyectar fuerza en la región. Ambos operan desde trincheras ideológicas. Ninguno está dispuesto a ceder, porque ceder es visto como traición.

El gran peligro de este momento no es solo militar, es político. Estamos viendo cómo los liderazgos contemporáneos están dispuestos a jugar con fuego para sostener narrativas polarizadas. Ya no se trata de geopolítica, se trata de identidades. Ya no se trata de proteger ciudadanos, se trata de ganar guerras simbólicas.

Esa es la diferencia sustancial con la Guerra Fría: entonces, los actores principales sabían que había límites. Hoy, los límites son difusos, porque la polarización no admite grises. Se está con “nosotros” o con “ellos”. Punto.

Y esa lógica es profundamente peligrosa. Porque cuando el adversario se convierte en enemigo absoluto, cualquier medida se justifica. Cuando el discurso se basa en la eliminación del otro y no en la coexistencia, los puentes se dinamitan. La polarización no es una simple diferencia de opinión, es una maquinaria que deshumaniza y justifica la violencia.

Este conflicto entre Irán e Israel no se entiende sin reconocer ese trasfondo: los gobiernos de ambos países han alimentado durante años una narrativa excluyente, extremista y, en última instancia, suicida.

Pero esta polarización no se limita a los protagonistas directos. También se refleja en cómo el mundo reacciona. Hay países que justifican a Irán bajo el argumento de la lucha contra el imperialismo, y otros que justifican a Israel como único bastión democrático en Medio Oriente. El análisis se reduce a eslóganes. Se elige un bando y se defiende a ciegas, sin matices. Esta dinámica multiplica el conflicto. Lo alimenta. Lo hace más difícil de resolver.

La guerra, entonces, deja de ser el fracaso de la política, y se convierte en la política misma. Y eso es lo verdaderamente inquietante. En lugar de buscar formas de desactivar el conflicto, muchos gobiernos, medios y líderes de opinión lo encuadran como una batalla inevitable. Como si los pueblos no tuvieran otra opción que pelear hasta el final. Como si la diplomacia fuera una debilidad.

En este punto debemos hacernos una pregunta urgente: ¿qué se necesita para frenar esta locura? La respuesta no es sencilla, pero empieza por recuperar algo que hoy parece casi olvidado: la responsabilidad política. Necesitamos liderazgos que entiendan el peso de sus decisiones, que piensen más allá del próximo tuit, del siguiente ciclo electoral o del aplauso fácil. Líderes que hablen con sus adversarios, que acepten la legitimidad del otro y que asuman que la paz se construye, no se impone.

El conflicto entre Irán e Israel no será el último. Pero puede ser un punto de inflexión. Puede ser el momento en que la comunidad internacional entienda que la polarización mata. Que la guerra no siempre es evitable, pero que muchas veces es provocada por la arrogancia, la ceguera ideológica y la cobardía de no hablar. Y que cuando se cruza cierto umbral, no hay marcha atrás.

Kennedy y Jrushchov supieron contenerse porque sabían que no había ganadores en una guerra nuclear. Hoy, deberíamos recordarlo. Porque quizás lo que más falta hace en este siglo XXI no es más armamento, ni más poder, ni más sanciones. Lo que falta es mesura. Y, sobre todo, miedo. El miedo sano de quienes saben que, si no paran, todo puede desaparecer.

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