OPINIÓN
El presidente en campaña

Metástasis, por Flavio Mendoza //
El inexorable paso del tiempo está cobrando la factura a un movimiento que apuesta a una sola visión, un mesiánico proyecto que parece estar construido en fango, con la característica de ser camaleónico pues se adapta de acuerdo con el momento, pero que comienza a experimentar el mal sabor de las hieles del poder, acorralados en su pasado, en su esencia.
En medio de una crisis en materia sanitaria, donde nuestro país enfrenta la crudeza de la Pandemia por Covid-19, con más de 20 mil muertos, el presidente decretó mediáticamente que se había domado a la pandemia el 18 de mayo, con 53 mil casos confirmados y 5, 332 muertes, discurso que sigue pronunciando y que hoy tener domada la pandemia significa 175 mil casos de contagio y 20,781 decesos, 4 veces más desde el anuncio presidencial, pero esto al presidente parece ya no importarle, siguen las maromas y contradicciones del vocero irresponsable de la estrategia de combate, mientras el presidente tiene un claro objetivo.
Para el presidente Andrés Manuel López Obrador la prioridad a partir de este momento es la campaña electoral, misma que él ya arrancó desde que se pronunció por definir sólo dos rutas, estar con él (la transformación) o estar en contra de él (conservadores – corruptos) y abiertamente pedir la reflexión del voto para uno de estos dos bandos. Posteriormente la invención del BOA, esa mofa o meme virtual que se creo desde Palacio Nacional, en la que pone nombre y apellido al nuevo complot en su contra, un documento que a pesar de no conocer la autenticidad y veracidad del “documento” tomó la decisión de hacerlo público, otra estrategia para abiertamente decir que voten por la continuidad.
El presidente, que no logró aparecer en la boleta del 2021 para la revocación de mandado, se esfuerza por encontrar el argumento perfecto que le permita hacer campaña política, estamos presenciando la intromisión más clara y burda de un presidente en las elecciones desde la creación del órgano electoral autónomo.
Me queda muy claro que el presidente tiene el interés por conservar la mayoría en la Cámara de Diputados, por un lado, para seguir manteniendo el presupuesto a su antojo y con ello el despilfarro de dinero, por otro lado, susurra el aire peligroso en San Lázaro por modificar no sólo las reglas electorales, sino un proyecto de nueva Constitución. Por ello el interés de seguir en campaña permanente, pues Morena no está en su mejor momento, atraviesa una crisis interna, entre los pleitos por la sucesión presidencial ahora hasta con denuncias penales en contra de la ex dirigente nacional Yeidckol Polevnsky por temas relacionados a corrupción y sus aliados electorales sin un gran posicionamiento político corren el riesgo hasta de perder el registro, el presidente es realmente la alternativa para lograr conservar la mayoría en el congreso, pero se enfrenta a su peor opositor, el propio AMLO, pero no por estrategia como lo hizo durante 18 años, sino acorralado por las contradicciones que creó precisamente durante todo ese tiempo, ahora las manifestaciones y el asedio para gritarle consignas se vuelven cada día en sus giras de campaña desde la presidencia más comunes..
Además del desgaste normal por el ejercicio del poder, el presidente enfrenta el desgaste por sus contradicciones e incongruencias entre lo que dijo y lo que está haciendo, primeramente por mantener un discurso contra la corrupción y seguir manteniendo a sus incondicionales dentro de su primer círculo con grandes dudas sobre corrupción, como los casos de Bartlett, Napoleón Gómez, Ana Gabriela Guevara y recientemente la Zar anticorrupción Irma Eréndira Sandoval, cuyos escándalos han sido simplemente purificados por el decreto mediático presidencial, con el aval del presidente se da carpetazo o ni siquiera se apertura, pero “tonto es el que cree que el pueblo es tonto”, la popularidad del presidente, que sigue siendo alta, presenta un fenómeno característico de los proyectos populistas, creció tan rápido como comienza caer y sólo con la imposición de un andamiaje legal los podría mantener en el poder sometiendo a la democracia, vociferando en pro de ésta para su continuidad.
Además del problema de salud, se desbordan otros problemas como la inseguridad y violencia en todo el país, así como una fuerte depresión económica con los peores pronósticos durante décadas, el discurso de división que ha creado el presidente todos los días, la insurrección institucional tanto de Gobernadores, como de organismos públicos, medios de comunicación y agrupaciones políticas, mientras la esperanza de México se sostiene de discursos y frases domingueras, el 2021 ya arrancó, pero el país debe estar preparado para dimensionar lo que se juega, no sólo existen dos bandos, no todo es blanco y negro, esa visión maniquea hace daño a la democracia, sin embargo, seguramente la preocupación y los riesgos a partir de lo que hasta hoy hemos vivido en la 4T hará que se comiencen a diseñar bloque opositores para evitar un posible estado fallido. Pero alternativas más allá del pensamiento único sí existen y se deben madurar, por el bien de todos.
Twitter: @FlavioMendozaMx
MUNDO
Las verdades absolutas en política

Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //
Aunque la teoría de la relatividad de Einstein no tiene ecuaciones para la política, la perspectiva del concepto puede muy bien evaluarla. Aquellos que crean que las “verdades absolutas” de quienes gobiernan prevalecerán por siempre, suelen llevarse verdaderos chascos.
La política es una ciencia social y, como tal, depende de momentos, circunstancias, costumbres, creencias y personas. Las condiciones políticas no están sujetas a algoritmos; tampoco a fórmulas exactas o teorías inatacables.
Dependen de interpretaciones, intereses ocultos y a la vista; de planes, estrategias y tácticas para hacerse del poder o ejercerlo. Tanto en sistemas autocráticos como democráticos o híbridos. Un mismo acontecimiento puede estar sujeto a diferentes interpretaciones, según el cristal con que se mire. Todas pueden ser válidas o lo contrario.
Otras ciencias sociales coadyuvan cuando se trata de contextualizar los hechos que afectan a las sociedades: la historia, la psicología, la sociología, la comunicación, el derecho y la filosofía son herramientas indispensables, muy importantes, para entender los porqués de tales o cuales decisiones, determinaciones, cambios, violentos o pacíficos.
Las políticas de los gobernantes tienen consecuencias para los diferentes estratos sociales. De acuerdo con la ideología o la estrategia de la gobernanza, es lo que se brindará a los diferentes integrantes de los grupos sociales. La interpretación de la realidad política, como ya se dijo, dependerá del observador… o de lo que le hagan creer al observador. Y de la congruencia del decir con el hacer.
Los cambios en las leyes son producto de circunstancias, modas, intereses partidistas, intereses de grupos o de grupúsculos del poder.
Como todo en esta vida, dichos cambios pueden a su vez ser cambiados. Una vez que llega otro grupo con ideología diferente, lo primero que hace es propiciar los cambios de lo que no le agrada o le estorba: de leyes, de funcionarios, de políticas, de formas y maneras de gobernar. Es un eterno vaivén que se puede observar cada vez que hay elecciones. Esto cuando se procede de manera pacífica a realizarlos. También los hay de manera violenta, sobre todo si los gobernantes se enquistan en el poder.
La relatividad en la política muestra cómo los gobernantes o quienes detentan el poder hacen todo lo posible por perpetuarse. A veces con dictaduras disfrazadas de democracia, como lo hizo el PRI y por lo cual el difunto Mario Vargas Llosa calificó al sistema político mexicano como “la dictablanda perfecta”, puesto que las transiciones sexenales se daban de manera tersa, aparentando una democracia popular, lo cual era totalmente falso.
Como los gobernantes tienen, en México, un amplísimo margen de error, de falla y hasta de perversidad, los cambios que implementan tampoco serán absolutos. Esa es una lección que solo los muy pentontos no alcanzan a comprender. Su endiosamiento no les permite ver que sus modificaciones y sus transformaciones, solo estarán vigentes bajo su mando.
Cuando la gente se harta; cuando descubre las realidades diferentes a quienes tratan de manipularlas; cuando se da cuenta de que todo es relativo y nada es absoluto, no solo en la física, sino en la política, se abren nuevas posibilidades de cambio reales.
Por eso la justicia, las nuevas leyes, las transformaciones gatopardas, los cambios de formas, pero no de fondos, algún día, tarde que temprano, caerán de sus pedestales. Y con ellos quienes las propiciaron, las prohijaron o las programaron.
Hoy día, hemos observado cómo, en aras de una relativa transformación hacia el ideal de tener una sociedad más democrática, más participativa, más crítica e igual, se han cambiado leyes, reglamentos, normas. Se han suprimido instituciones, organismos, oficinas que a los actuales gobernantes les estorban para llevar al cabo su relativa transformación. Siempre con las etiquetas de nocivas, corruptas y o lesivas a la sociedad.
Todo lo que se ha cercenado, oficinas, instituciones, organismos, leyes en pro de la relativa transformación es sólo una muestra de cómo la política, el poder y la gobernanza obedecen a quienes se han hecho del dominio, del gobierno y de la política, sin recato, sin pudor y con bastantes justificaciones y maniobras para comprar la voluntad popular, eslogan favorito de los actuales “dueños” de esta república mexicana.
Las discrepancias, debates y respeto a la diversidad de opiniones enriquecerían la política, justicia y sociedad, si prevalecieran estadistas sobre políticos ambiciosos. Mutilar derechos humanos, fomentar violencia contra disidentes o minimizar oposiciones por una “verdad absoluta” evoca un pasado oscuro. Retroceder es cambio, pero ignorante. No hay absolutos en política; los triunfalismos transformadores colapsarán ante la relatividad.
MUNDO
Irán e Israel, el precio de la polarización sin mesura

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
En 1962, el mundo contuvo el aliento durante trece días. Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en el clímax de la Guerra Fría, cuando la instalación de misiles soviéticos en Cuba puso al planeta al borde de una guerra nuclear.
Lo que evitó la catástrofe no fue una superioridad militar ni un milagro diplomático. Fue algo mucho más básico: la prudencia. John F. Kennedy y Nikita Jrushchov, a pesar de ser enemigos ideológicos, entendieron que no había victoria posible en un conflicto total. Tuvieron miedo. Y ese miedo los hizo sensatos.
Hoy, más de seis décadas después, el mundo se asoma a una confrontación entre Irán e Israel que podría tener consecuencias igual de devastadoras, pero con una diferencia alarmante: el miedo ha sido sustituido por la arrogancia. En lugar de liderazgos sobrios y calculadores, tenemos figuras atrapadas en sus narrativas de fuerza, honor y venganza. Y el resultado es un escenario donde la guerra parece más deseable que la diplomacia, y donde el cálculo político ha sido sustituido por la polarización ideológica más brutal.
El reciente conflicto entre Irán e Israel ha escalado a niveles inéditos. En los últimos días, Irán lanzó más de 300 misiles y drones hacia territorio israelí, atacando ciudades como Tel Aviv, Haifa y Beersheba. Uno de los blancos fue el Soroka Medical Center, dejando al menos 40 heridos.
Israel respondió bombardeando instalaciones clave del programa nuclear iraní, como el reactor de Arak y centros de investigación en Teherán. No fue una escaramuza táctica, fue una declaración abierta de confrontación. Fue, como ha titulado un medio internacional, “una semana de guerra total”.
¿Por qué ha estallado esta violencia? La raíz es profunda y compleja, pero puede resumirse en dos factores: un conflicto histórico no resuelto y una polarización política sin precedentes. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha adoptado una postura frontal contra Israel, al que no reconoce como Estado legítimo.
Por su parte, Israel ha seguido una doctrina de seguridad nacional basada en la disuasión absoluta: impedir a toda costa que Irán obtenga capacidad nuclear. La desconfianza es mutua, histórica y, sobre todo, alimentada por liderazgos que se han construido a partir del antagonismo.
Lo que antes era una “guerra fría” regional, ahora es una confrontación abierta, con la agravante de que la comunidad internacional parece incapaz de contenerla. Estados Unidos ha condenado los ataques iraníes y considera una intervención directa si sus intereses son amenazados. Francia, Alemania y el Reino Unido han hecho llamados urgentes a la diplomacia. António Guterres, secretario general de la ONU, ha rogado por una desescalada. Pero mientras los diplomáticos emiten comunicados, los misiles siguen cayendo.
Este es el punto clave: en la Guerra Fría, a pesar del armamento nuclear y la tensión constante, existían mecanismos de contención. Había doctrina, había equilibrio, y sobre todo, había líderes conscientes del poder que tenían en sus manos. Hoy, en cambio, el tablero está dominado por personajes que gobiernan desde la polarización. En Israel, Netanyahu representa una derecha nacionalista que ha hecho del enemigo externo una parte esencial de su legitimidad. En Irán, el régimen teocrático radicaliza su discurso para mantener el control interno y proyectar fuerza en la región. Ambos operan desde trincheras ideológicas. Ninguno está dispuesto a ceder, porque ceder es visto como traición.
El gran peligro de este momento no es solo militar, es político. Estamos viendo cómo los liderazgos contemporáneos están dispuestos a jugar con fuego para sostener narrativas polarizadas. Ya no se trata de geopolítica, se trata de identidades. Ya no se trata de proteger ciudadanos, se trata de ganar guerras simbólicas.
Esa es la diferencia sustancial con la Guerra Fría: entonces, los actores principales sabían que había límites. Hoy, los límites son difusos, porque la polarización no admite grises. Se está con “nosotros” o con “ellos”. Punto.
Y esa lógica es profundamente peligrosa. Porque cuando el adversario se convierte en enemigo absoluto, cualquier medida se justifica. Cuando el discurso se basa en la eliminación del otro y no en la coexistencia, los puentes se dinamitan. La polarización no es una simple diferencia de opinión, es una maquinaria que deshumaniza y justifica la violencia.
Este conflicto entre Irán e Israel no se entiende sin reconocer ese trasfondo: los gobiernos de ambos países han alimentado durante años una narrativa excluyente, extremista y, en última instancia, suicida.
Pero esta polarización no se limita a los protagonistas directos. También se refleja en cómo el mundo reacciona. Hay países que justifican a Irán bajo el argumento de la lucha contra el imperialismo, y otros que justifican a Israel como único bastión democrático en Medio Oriente. El análisis se reduce a eslóganes. Se elige un bando y se defiende a ciegas, sin matices. Esta dinámica multiplica el conflicto. Lo alimenta. Lo hace más difícil de resolver.
La guerra, entonces, deja de ser el fracaso de la política, y se convierte en la política misma. Y eso es lo verdaderamente inquietante. En lugar de buscar formas de desactivar el conflicto, muchos gobiernos, medios y líderes de opinión lo encuadran como una batalla inevitable. Como si los pueblos no tuvieran otra opción que pelear hasta el final. Como si la diplomacia fuera una debilidad.
En este punto debemos hacernos una pregunta urgente: ¿qué se necesita para frenar esta locura? La respuesta no es sencilla, pero empieza por recuperar algo que hoy parece casi olvidado: la responsabilidad política. Necesitamos liderazgos que entiendan el peso de sus decisiones, que piensen más allá del próximo tuit, del siguiente ciclo electoral o del aplauso fácil. Líderes que hablen con sus adversarios, que acepten la legitimidad del otro y que asuman que la paz se construye, no se impone.
El conflicto entre Irán e Israel no será el último. Pero puede ser un punto de inflexión. Puede ser el momento en que la comunidad internacional entienda que la polarización mata. Que la guerra no siempre es evitable, pero que muchas veces es provocada por la arrogancia, la ceguera ideológica y la cobardía de no hablar. Y que cuando se cruza cierto umbral, no hay marcha atrás.
Kennedy y Jrushchov supieron contenerse porque sabían que no había ganadores en una guerra nuclear. Hoy, deberíamos recordarlo. Porque quizás lo que más falta hace en este siglo XXI no es más armamento, ni más poder, ni más sanciones. Lo que falta es mesura. Y, sobre todo, miedo. El miedo sano de quienes saben que, si no paran, todo puede desaparecer.
JALISCO
Los dos Pablo Lemus

Opinión, por Fernando Plascencia //
Pablo Lemus será recordado por ser el empresario que llegó a ser gobernador de Jalisco. Carismático para algunos, buenondés para otros o con exceso de romantizar el trabajo político. No sabemos si se cumple la vieja teoría platónica que sostiene que, si los mejores no gobiernan, estamos destinados a que lo hagan los peores.
Lo que sí muestra – como una forma central de su estilo – es el diálogo con las partes y esto es una continuidad de sus anteriores aventuras municipales, porque ya sabíamos que en sus redes sociales encontraríamos autoelogios.
Su empresariado se ha visto disminuido con su labor política, ello se debe a que poco sabemos de sus negocios. Empresario desde joven, heredó una tienda de instrumentos musicales por parte de su familia; su padre nunca estuvo cerca de la política, pero eso le permitió sentarse en mesas con otros empresarios y, por qué no, con políticos. Se le vio con una labor de presidir a los patrones, que si bien o mal, logró romper con ese esquema y colarse en la clase, que no se siente muy de ella, pero que le rodea.
En la esfera de la política, a decir verdad, Lemus no es el tipo de actor que requiere de un rival. Alfaro lo requería para su supervivencia política y mediática; el propio Andrés Manuel, lo llevó al extremo y logró polarizar al país entre un bando y otro. Por ahora, se dice que es lo que necesita Claudia y que su rival debe estar en su propio partido. Como quiera que sea, Lemus no ha pretendido eso, sino montar una estrategia de cercanía con quien pueda o no pueda favorecerle.
Por otro lado, se le avista un pensamiento socialdemócrata, pero con ligero desprecio hacia las personas que piden desde la pobreza una mejor posición social. Quizás es heredero de una tradición de occidente, de permanecer con el estatus, pero sí dar dádivas a la gente que lo necesita; así se piensa de este lado. Es curioso que Lemus entienda el problema de la desigualdad como el nulo acceso a servicios, pero no como una mejor repartición de la riqueza individual.
Se sabe poco de por qué Lemus incursionó en la política, y no me refiero a la invitación que le hizo Alfaro en 2015, como tantas veces lo ha expresado, sino a sus verdaderos motivos. Un empresario exitoso difícilmente vendría a mejorar el mundo, un mundo que no es de él y en el que no ha tenido dificultades.
Existen historias al revés de dejar lo público para irse al empresariado, porque aunque Lemus no pertenezca a la clase política de cepa, ha convivido una década y ha sobrevivido a embates, a descortesías y más importante, a enfrentamientos directos con Alfaro, capitán de su partido. Sin embargo, con los suyos de Zapopan mantiene una relación fresca; ¿será que la distancia une más?
Existen dos Lemus. Uno que tiene amigos y aliados por todo Jalisco y otro que no conocemos, porque no entendemos cómo es su empresariado. Él ha sido el primero en separarlos, en no mezclar sus negocios en sus declaraciones, aun cuando no niega su origen, COPARMEX.
Pero el que sí conocemos, se dice que recibió en su gobierno a traidores, viejos enemigos del alfarismo – Esquer es uno – y que mantiene una relación de poder con este y otros más. No ha sido el único, Alfaro lo hizo, Aristóteles también con gabinetes amplios y variados, que a la larga rompieron con el anterior dueño y se transformaron en secuaces; no había de otra.
Lemus es apasionado por tomar el control de las situaciones y que extrañamente está mezclada con su característica central de no rivalidad y tejer puentes. Toma primero la palabra, la usa, la rebota y luego permite que los demás sumen. Por supuesto, que en estos tiempos es difícil de entender, porque la confrontación y la oposición están de moda. Pero ¿qué te parece si usamos la oposición como palanca? Debí haber escuchado a uno de sus asesores.
Pablo Lemus quizás rompe con el patrón de político por sí mismo, el que vino de una tradición familiar, y lo hace con mecanismos aparentemente antisistémicos que, con palabra dulce, mejor explicación de los hechos y cercanía ciudadana, se mantiene como un gobernador prometedor. Siguen siendo meses apabullantes, sacando agenda propia, pero también con agendas nacionales que le exigen hígado. Ojalá pudiera concluir que a los dos Lemus los une el pragmatismo, porque lo que verdaderamente importa es que el Lemus visible aplique racionalidad y determinación para resolver problemas públicos, que más que nunca lo requiere, porque los conocemos, los vivimos y padecemos.
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