OPINIÓN
En la Mira: Ministerio de la verdad
Por Óscar Constantino Gutiérrez //
Después de dos décadas y media del asesinato de Luis Donaldo Colosio, el balance de nuestro Estado de Derecho es deprimente: en 25 años no se han modificado el autoritarismo, la arbitrariedad, el «golpear en lugar de investigar» y la construcción de posverdades.
El fenómeno no es nuevo. George Orwell, en Recuerdos de la Guerra de España, publicada en 1942, dice que «ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. Vi informar sobre grandiosas batallas cuando apenas se había producido una refriega, y silencio absoluto cuando habían caído cientos de hombres. Vi que se calificaba de cobardes y traidores a soldados que habían combatido con valentía, mientras que a otros que no habían visto disparar un fusil en su vida se los tenía por héroes de victorias inexistentes; y en Londres, vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales sobre acontecimientos que jamás habían tenido lugar. En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». Sin embargo, y por horrible que fuera, hasta cierto punto no importaba demasiado».
Y no, nadie espera que la objetividad y neutralidad periodística sea total, pero hay una distancia muy grande entre la honestidad intelectual de buscar esos valores y el cinismo idiota de algunos voceros que defienden la posverdad, aduciendo un supuesto origen propagandístico de la prensa. Los orígenes no justifican presentes, valga el ejemplo: el talión histórico no justifica actualmente la justicia por propia mano, ni la arcaica lapidación palestina valida la actual violencia de género. Así como sería absurdo defender esas barbaridades, lo es respaldar a la prensa como órgano de propaganda.
Lo tratado en los párrafos precedentes viene a cuento de que una de las posverdades más invocadas —y torpe— es que la corrupción es hija de la impunidad. En realidad, los padres de la corrupción son el autoritarismo y la ineficiencia: el primero la causa y la segunda la facilita.
La ineficiencia disminuye el costo de oportunidad de la corrupción. Pero, sobre todas las cosas, el autoritarismo engendra a la sinvergüenzada: la corrupción tiene el rostro de su padre, el poder ejercido sin limitaciones, abusivamente.
La corrupción no es más que la cara económica del poder abusivo: implica saltarse las reglas porque se puede, porque hay poder sin restricciones, sin consecuencias negativas por ejercerlo. Y hay que recordar que democracia es el poder con límites y controles. Así, se cierra el círculo entre gobierno democrático-de leyes-honesto y se explica su versión perversa de gobierno autoritario-delincuente-deshonesto.
Por tanto, un gobierno autoritario es necesariamente corrupto. No hay despotismo honesto, por más que los manufactureros de posverdades se empeñen en disociar la relación causal entre el autoritarismo y la corrupción.
Colosio fue mártir tres veces: durante una campaña dirigido a sobajarlo, al ser asesinado y al deformarse la verdad jurídica de su homicidio. Fue víctima del autoritarismo y la posverdad en tres momentos.
Más que conmemoraciones dolorosas, a Luis Donaldo le debemos la intolerancia total a la arbitrariedad. Hay que recordar que una autoridad que abusa de su poder se convierte en un delincuente en flagrancia y no merece consideración alguna. No permitamos que los gobiernos constituyan ministerios de la verdad, como el descrito por Orwell en 1984: los últimos 25 años de mentiras fueron demasiado y el caudillaje bueno es otra posverdad barata.
