OPINIÓN
Entre la vieja y la nueva política: Por qué creo que MC puede ganar la Presidencia de México

Opinión, por Luis Cisneros //
Claudia Sheinbaum será la próxima presidenta de México, ¿cierto? No hay nada qué hacer. Después de todo, López Obrador goza de más del setenta por ciento de aprobación a su gestión, y aunque Xóchitl Gálvez tiene un perfil interesante, hasta ahora pareciera que su estrategia ha sido la de abanderar a ese restante treinta por ciento que reprueba al presidente, y encabezar el núcleo antiobradorista más o menos radical.
Además, lo hace sostenida de los dos partidos -PRI y PAN- que mayor rechazo provocan entre los ciudadanos, cuyo repudio llega, para el caso del PRI, hasta al ochenta por ciento del electorado. En un escenario así, no es de extrañar que en casi cinco meses de proselitismo de Gálvez y Sheinbaum las preferencias registradas en las encuestas no se hayan movido en lo absoluto, y de seguir todo igual, muy probablemente ese será el resultado de la elección en junio.
De allí lo disruptivo de la muy breve precandidatura de Samuel García. Demostró que es falso que MC le quite votos a Xóchitl. En todo caso, se los quita en idéntica proporción a Sheinbaum, y además, aún más importante, despertó el entusiasmo de muchísimos jóvenes completamente ajenos a la disyuntiva obradorismo/antiobradorismo.
Sí, claro, todos hemos escuchado, coincidamos o no, aquello de que MC le está haciendo el juego al presidente para dividir a la oposición, pero para todos esos jóvenes, quedó claro que quienes le cerraron el camino a su candidato, fueron los políticos del PRI y del PAN, los demócratas que bajo el liderazgo de Claudio X. González están tan preocupados por el autoritarismo y las tendencias dictatoriales de Obrador, que a través de sus muy cuestionados dirigentes nacionales instruyen a sus diputados locales para que se cierren a toda negociación que le permita a Samuel proponer la terna de quién cubra el interinato de su licencia.
Al final es de dudarse que dicha victoria les rinda los resultados esperados: no lograrán los votos que suponían Samuel les quitaba, y de hecho, se ganaron el rechazo de muchos jóvenes que pudieron haberles votado en otro escenario.
Por lo demás ¿en verdad necesita Morena a MC para ganar? Insisto: la estrategia de Gálvez ha sido captar los votos antiobradoristas, y me parece que no hay suficientes de esos para ganar una elección hoy día, y sí, en cambio, un rechazo muy grande al PAN y al PRI, sobre todo a este último. En algún momento pudo tener sentido para MC una alianza solamente con el PAN y el PRD, como ocurriera en 2018, es decir, sin el PRI, y como de hecho propuso MC en algún momento del actual ciclo electoral, pero los propios panistas rechazaron esta posibilidad.
La disyuntiva que MC presenta no es entre el político más popular de México y los partidos más repudiados por los mexicanos, y es el frente del PRI y el PAN el que cae en esa trampa que el presidente les tendió. Parece un despropósito querer llevar a la boleta a López Obrador, cuando no estará en ella.
La alternativa que MC quiere presentar es, al menos en términos discursivos, entre la vieja y la nueva política. Y allí es donde se abre una verdadera posibilidad de triunfo. En ese sentido, no entiendo qué habría ganado MC sumándose al frente, o a la candidatura de Xóchitl.
Probablemente negociar posiciones legislativas y el respaldo del frente para la gubernatura de Jalisco, pero al costo de vincular sus siglas a las del PRI y cancelar la posibilidad de construir una verdadera alternativa de gobierno en 2030, por pensar en el largo plazo, con un Colosio en plena madurez, por ejemplo. En la coyuntura actual puedo aceptar también que la circunstancia en Jalisco es muy particular, y a ella me referiré posteriormente.
Pero, si de lo que se trata es de ganar posiciones legislativas en el plano federal, y de hecho el posicionamiento actual del partido es tal que le permite competir y eventualmente ganar sin alianzas en Jalisco, precisamente a Morena, ¿por qué entonces mejor no buscar esas posiciones por sí mismo, sobre todo cuando hacerlo puede permitirle al partido consolidarse muy probablemente como la segunda fuerza política nacional ante la inminencia de un más que probable triunfo de Sheinbaum?
En este orden de ideas, es pertinente la pregunta:
¿Qué es más factible? ¿Que la estrategia actual de Xóchitl y el frente les permita superar la distancia que les separa en las encuestas de Sheinbaum y los aliados de Morena? Es decir, ¿que Xóchitl le gane a Claudia? ¿O que MC por su parte, después de tres meses de campaña, con una estrategia comunicacional novedosa y que ya ha probado su efectividad en diferentes contiendas, con una plataforma socialdemócrata que el partido tiene muy trabajada, con un candidato presidencial con ciertas limitantes pero también con ideas propias y un discurso solvente y con tres debates presidenciales en agenda, superadas eventualmente las diferencias internas que pudieran haber entre sus principales actores, entre ellos por supuesto el emecismo jalisciense, puede, insisto, MC superar la distancia que hoy lo separa en las encuestas con el frente del PRI y el PAN, de Alejandro Moreno y Marko Cortés, y rebasar a ambos partidos? Un sorpasso a la mexicana. Y para ir más lejos, mucho más: ¿puede MC, bajo ciertas circunstancias, lograr lo impensable? ¿Lo imposible? ¿Derrotar a Morena? ¿Ganarle a Claudia Sheinbaum?
Jorge Álvarez Máynez no es Samuel, por supuesto. No tiene su carisma y mucho menos el de Mariana Rodríguez. Es ampliamente desconocido. Ciertamente no tiene el reconocimiento de nombre de un Luis Donaldo Colosio. Sostengo que Enrique Alfaro hubiera sido un espléndido candidato presidencial, pero por razones propias declinó dicha posibilidad. Ebrard no se atrevió a dar el salto. ¿Dante Delgado? Su candidatura no se ajustaría al discurso del recambio generacional. Patricia Mercado eligió seguir su carrera legislativa. Entonces, ¿va MC al precipicio?
Definitivamente no lo creo. Por el contrario. Creo que las perspectivas de MC de cara a la contienda presidencial son positivas. Y a profundizar en ellas, y al caso Jalisco, habré de referirme en una próxima columna, con el permiso de Conciencia Pública y de sus lectores.
CARTÓN POLÍTICO
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JALISCO
La transparencia del fiscalizador

– Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac
En Jalisco, la transparencia y la rendición de cuentas deberían ser principios innegociables. Sin embargo, la resistencia del auditor superior del Estado, Jorge Alejandro Ortiz Ramírez, a ser auditado por la Unidad de Vigilancia del Congreso revela una paradoja alarmante: el encargado de fiscalizar el gasto público evade la supervisión.
Esta actitud, denunciada por David Rubén Ocampo Uribe, titular de la Unidad, y el diputado Alberto Alfaro García, presidente de la Comisión de Vigilancia, no solo cuestiona la integridad de la Auditoría Superior del Estado de Jalisco (ASEJ), sino que amenaza la confianza en el sistema democrático.
Desde el 10 de julio de 2025, cuando Ocampo asumió su cargo, Ortiz Ramírez ha bloqueado cualquier intento de revisión. Solicitudes de expedientes laborales, nóminas y contratos han sido ignoradas, y un encuentro institucional propuesto para el 19 de agosto quedó en el vacío. “Quería saber si todo está en regla. La respuesta fue negativa. Pedí una reunión pública con agenda común, y tampoco hubo respuesta”, relató Ocampo a Conciencia Pública.
Incluso se le prohibió a personal de la ASEJ pasarle llamadas, limitando el diálogo al secretario técnico, un subordinado que no puede sustituir al titular.
El diputado Alfaro, de Morena, califica esta resistencia como un desafío al Congreso y a la sociedad. “El auditor se siente intocable, como si fuera gobernador. Durante ocho años operó sin contralor, pero ahora que lo hay, se niega a colaborar”, afirmó.
Con el respaldo de 29 de 32 deputados al nombramiento de Ocampo, su legitimidad es incuestionable. “Sabe que abriremos la Caja de Pandora”, añadió, sugiriendo que Ortiz Ramírez teme revelar irregularidades.
La Constitución de Jalisco y la Ley de Rendición de Cuentas otorgan a la Unidad de Vigilancia facultades plenas para revisar la ASEJ sin necesidad de acuerdos previos de la Comisión de Vigilancia, como argumenta Ortiz Ramírez.
Esta interpretación “tecnicista” es, para Ocampo, un escudo para evadir la fiscalización. La pregunta es inevitable: ¿qué oculta el auditor? Denuncias internas apuntan a aviadores, nóminas infladas, “moches” por laudos laborales y tolerancia a incapacidades falsas avaladas por el IMSS.
Una figura clave en estas acusaciones es Sandra Verónica Márquez González, de la Dirección Jurídica, señalada por mantener personal inexistente en nómina y exigir pagos ilegales, prácticas que arrastra desde su paso por el Tribunal de Arbitraje y la Fiscalía, donde se le vinculó al “Clan Trevi” por cobros indebidos.
La ASEJ es un pilar estratégico del gobierno de Jalisco, con autonomía técnica y de gestión para garantizar imparcialidad en la fiscalización de un presupuesto cercano a los 200 mil millones de pesos. Su rol como contrapeso es crucial para generar confianza ciudadana.
Sin embargo, la resistencia de Ortiz Ramírez recuerda épocas oscuras de la Contaduría Mayor de Hacienda, antecesora de la ASEJ, donde se rumoraba que las cuentas públicas se “lavaban” mediante acuerdos entre bancadas legislativas. Funcionarios corruptos encontraban en estos arreglos una vía para encubrir irregularidades, otorgando un poder desmedido al titular del organismo.
Hoy, la ASEJ debería ser un modelo de integridad. El Plan Estatal de Desarrollo y Gobernanza 2024-2030, liderado por Cynthia Cantero Pacheco, establece la transparencia y la participación ciudadana como ejes rectores de la gestión pública. Este plan, construido con la voz de más de 675,000 jaliscienses, vincula el presupuesto a resultados medibles, exigiendo apertura y rendición de cuentas.
La opacidad de Ortiz Ramírez contradice este espíritu, debilitando la credibilidad de una institución que debería ser ejemplo.
La pasividad de otros actores institucionales agrava el problema. El silencio del Congreso en pleno y la inacción de la Fiscalía Anticorrupción alimentan percepciones de complicidad o indiferencia. Mientras, rumores de una posible reelección de Ortiz Ramírez, tras ocho años en el cargo, generan rechazo. “Un gobernador dura seis años y se va. Este señor pretende quedarse otros ocho. Es inadmisible”, sentenció Alfaro.
¿Cómo puede hablarse de rendición de cuentas si el fiscalizador se coloca por encima de la ley? La resistencia de Ortiz Ramírez no es un simple desencuentro burocrático; es una afrenta al sistema de pesos y contrapesos.
“La opacidad reina en la Auditoría. Si el auditor desconoce la ley, ¿cómo fiscaliza al estado?”, cuestiona Ocampo. La sociedad, cada vez más vigilante, exige respuestas. Ortiz Ramírez tiene una oportunidad: abrir las puertas de la ASEJ, entregar la información solicitada y demostrar que no hay nada que ocultar. De lo contrario, su silencio seguirá alimentando sospechas de irregularidades.
La transparencia no es negociable, y Jalisco merece una Auditoría Superior que predique con el ejemplo. Es hora de que el fiscalizador rinda cuentas.
JALISCO
MC: espejismos de unidad y fractura a la vista

– Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco
Movimiento Ciudadano en Jalisco ya abrió el telón de su renovación interna con la elección de 64 nuevos coordinadores municipales en la vieja casona de Av. La Paz. En apariencia, un ejercicio de normalidad partidista: discursos de unidad, promesas de cercanía con la gente, rostros nuevos para el escaparate y la certeza de que el partido naranja seguirá marcando la pauta en la política local.
Una postal impecable para las páginas de los diarios amigos… pero un espejismo apenas capaz de ocultar las fracturas internas que corroen al partido naranja. Pues, bajo el barniz del entusiasmo, se esconde un mapa con claroscuros que la dirigencia difícilmente podrá negar.
Los números de la elección de 2024 fueron generosos en sus bastiones metropolitanos: Guadalajara, Zapopan y Tlajomulco volvieron a confirmar la hegemonía emecista. En la capital, 308 mil votos aseguraron la continuidad; Zapopan, con 323 mil sufragios, consolidó la plaza más codiciada del estado; y Tlajomulco refrendó, una vez más, su condición de vivero político del grupo alfarista con 94 mil papeletas a su favor. Una trinidad metropolitana que otorga poder y recursos, pero que no resuelve la fragilidad en el resto del estado.
Porque más allá del brillo urbano, MC perdió terreno en Puerto Vallarta —joya turística entregada al PVEM en sociedad con Morena—, cedió Ciudad Guzmán, enclave agroindustrial del sur, y vio escaparse Tepatitlán, bastión alteño que durante años se pensó inmune a los embates opositores. En Tlaquepaque y Tonalá, el retroceso fue aún más doloroso: en el primero, los 109 mil votos no alcanzaron para retener la presidencia municipal; en el segundo, apenas 47 mil sufragios lo relegaron a un segundo lugar incómodo detrás de Morena. Un tropiezo estratégico en el oriente metropolitano que desnuda la vulnerabilidad del proyecto.
Mirza Flores, encargada de administrar esta renovación interna, habla de “liderazgos de territorio, cercanos a la gente”. El discurso suena bien, pero la tarea es monumental: reconstruir la cohesión de un partido que, en su expansión, ha multiplicado corrientes, intereses y pleitos internos. Porque el problema no es solo perder municipios: es perderlos mientras el partido se enreda en disputas de candidaturas, pugnas entre cuadros y una dirigencia que debe demostrar que puede arbitrar sin fracturar.
Los números distritales tampoco ayudan: de 20 distritos locales, MC apenas ganó 6; de los federales, ninguno y los plurinominales fueron para los exfuncionarios que necesitaban fuero y los “liderazgos” escogidos. Esto significa que, aunque controla alcaldías claves, su voz legislativa es reducida y carece de peso real en el Congreso federal.
Un contraste brutal: músculo en los municipios, anemia en las cámaras. Y esa asimetría no se corrige con discursos ni asambleas, sino con operación política en campo, con la capacidad de seducir al votante rural, al comerciante alteño, al campesino del sur que aún ve en el naranja una marca citadina, aburguesada y distante.
Pero lo verdaderamente corrosivo no está en las urnas, sino en los pasillos. La disputa Alfaro–Lemus ha dejado de ser un rumor y se ha convertido en un hecho palpable. Enrique Alfaro se resiste a entregar el control de candidaturas y cuadros, mientras Pablo Lemus mueve sus piezas con paciencia quirúrgica, tejiendo su propia red de operadores que responden solo a él. Entre ambos, Mirza Flores aparece como árbitro incómodo, obligada a conciliar lo irreconciliable: mantener la disciplina de un ejército que ya no reconoce un solo general.
El grupo Alfaro–Lemus sabe que esta es su última gran prueba antes de 2027. Si logran ordenar candidaturas y mantener la paz interna, MC llegará con posibilidades de sostener el gobierno estatal. Pero si insisten en los métodos de imposición y en los arreglos de cúpula, el costo será alto: perderán distritos clave, y con ellos, la capacidad de negociar en el Congreso y de sostener el control territorial.
Los cuadros históricos, los que alguna vez creyeron en la “ola naranja” como una alternativa fresca, se encuentran marginados o desplazados por nuevas caras que responden a intereses de grupo. La operación interna dejó cicatrices: candidaturas impuestas, militantes que sienten haber sido utilizados y un éxodo silencioso hacia Morena y el PVEM que ya se empieza a notar en las regiones.
En política, decía siempre la vieja guardia, no basta con administrar victorias: hay que blindarlas. Movimiento Ciudadano gobierna hoy con holgura en las ciudades, pero su debilidad en la periferia y en el interior del estado es evidente. Las plazas que perdió en 2024 son recordatorio de que el poder es un animal volátil: se escurre por las rendijas más pequeñas y muerde cuando menos se le espera.
La renovación municipal, que en el discurso se vende como ejercicio democrático, en los hechos es un intento de tapar grietas con retórica. En lugar de cohesión, lo que se advierte es una carrera por controlar posiciones rumbo al 2027. Cada comité local es, en realidad, una ficha en el tablero de negociación entre Alfaro y Lemus.
La batalla del 2027 no se jugará únicamente en los edificios de avenida Hidalgo o en los mítines de funcionarios públicos en la Casa Ciudadana. Se librará en los tianguis de Tonalá -donde el Ayuntamiento ha prendido focos rojos-, en los talleres de Arandas -Cuando se habla de la inseguridad que hay en las carreteras de la zona-, en los mercados de Lagos de Moreno -Al momento de hablar de un nuevo ejecutado o desaparecido- y en las colonias populares de Tlaquepaque -Explicando por qué el SIAPA no otorga el servicio que cobra: agua-. Ahí, donde los discursos sobran y lo que cuenta son los servicios públicos, la seguridad y la cercanía real de quienes gobiernan.
La verdadera batalla de 2027 no será contra Morena ni contra el PVEM. Será contra sí mismo. Porque, como tantas veces en la historia política de este país, los partidos no caen por la fuerza del adversario, sino por la podredumbre que incuban dentro.
Hoy MC es un cascarón brillante en la superficie, pero carcomido por dentro. Se vende como movimiento fresco, pero huele ya a partido viejo: facciones enfrentadas, candidaturas negociadas en lo oscurito y un liderazgo que se desgasta en administrar pleitos en lugar de ganar territorios.
Si no corrigen el rumbo, el espejismo de unidad que hoy pregonan se desmoronará al primer soplo de la contienda. Y entonces, la historia no hablará de una derrota electoral, sino de un suicidio político en cámara lenta. Una crónica que, como tantas en la política mexicana, no se escribirá con tinta… sino con epitafios.
En X: @DEPACHECOS