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OPINIÓN

Hablemos de masculinidades y feminidades

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Desde los Campos del Poder, por Benjamín Mora Gómez //

La vida tiene memoria. El caos de hoy en la sociedad es reflejo del caos en nuestras masculinidades y feminidades. Diego Petersen, en 2021, nos cuestionaba sobre quién tiene la fuerza moral para distinguir entre qué es y qué no una ocurrencia o, dicho de otra manera, cuáles vivencias merecen nuestra atención y cuidado.

Desde hace varios lustros se nos habla de algo a lo que llaman nuevas masculinidades cuando en realidad deberíamos ocuparnos de que los hombres asumamos nuestras mejores masculinidades, sin permitirnos abandonar nuestra esencia de nacimiento. Para ser más claros y usando las palabras de muchas mujeres: ser hombres de verdad y no simples princesitos.

Creo que la mujer se cansó de esos hombres que simplemente dejan aflorar su parte femenina. Desean un hombre sensible, pero nunca más que ellas mismas; un hombre sensible que entienda a la mujer. Mi padre me dijo: “El más grande reto a tu masculinidad será ser ese hombre que merezca el amor de la mujer de quien te enamores”.

En la vida todo cambia, excepto lo que trasciende. Dejemos de ser marionetas de quienes inventan ocurrencias alejadas de los planes de Dios. Los roles principales de hombres y mujeres nos hacen entendernos y maravillarnos de las diferencias que nos complementan.

Quizá todos hemos visto esos pequeños videos en internet en los que se pregunta a diversas mujeres sobre un supuesto en que la muerte llegase hasta ellas y les diera a elegir entre su muerte y la de sus esposos; todas asumieron que quien debería morir es el marido. Cuando esa misma pregunta se les hacía a los hombres, todos reconocieron que ellos debían morir. Esto no es una cuestión de amor ni de nobleza, ni mucho menos de hombría o caballerosidad, sino de esencia humana. En todas las especies, los machos ofrecen sus vidas por las hembras y los críos, y en todas las especies, las hembras permanecen.

En las nuevas masculinidades se pretende imponer a los hombres papeles y expectativas sobre cómo ser, cómo sentir y cómo actuar, desechando, sin explicación alguna fundamentada, todo lo que hemos sido por millones de años y sin detenerse a ver que los hombres con masculinidades sanas siempre han sido buenos compañeros de aventuras de vida y esposos de mujeres que también han ejercido buenas feminidades.

Los enojos, frustraciones y rabietas de unas pocas mujeres no deben hacernos cargar con esos malestares a todas y todos los demás. Los odios y las frustraciones no deberían cegarnos a una verdad que se evidencia con toda nitidez: Fuimos creados distintos para procurarnos y complementarnos en el amor; para enamorarnos de lo distinto.

Sin negar la verdad contenida al afirmar que los roles masculino y femenino moldean comportamientos, difiero ampliamente de la carga falsaria que quiere mirar en aquellos a una especie de complot patriarcal, negativo y perverso, desde pueblos que jamás se conocieron. La ciencia obliga.

La manera en que vivimos y percibimos nuestros roles en la sociedad no pueden venir desde esos centros de poder de los que todos hablamos, que suponemos, pero que pocos identificamos con claridad, y es que, más temprano que tarde, nos habremos de rendir ante lo que nos es consustancial, propio y natural, como hombres y mujeres; eso que nos hace sentir mucho más cómodos en las relaciones de pareja, hombre y mujer.

Hoy nos hablan de nuevas masculinidades, nuevas feminidades, nueva familia, nueva sociedad… pero callan que ni hay hombres más masculinos, ni mujeres más femeninas, ni familias mejor construidas, ni sociedades más solidarias. Las nuevas masculinidades nos son atrevidamente impuestas y se nos obliga a aprender a lidiar con ellas, volviéndose toxicas.

Claro, hay quienes se sienten cómodos y cómodas con esas novedades, pero también matrimonios y parejas quienes prefieren que el hombre provea y cuide, y la mujer eduque, trasmita valores, principios y tradiciones, administre el hogar y sea quien dé calor, tranquilidad, pertenencia, estructura, sabiduría y sentido sagrado a la familia, cerrando la puerta a quien no merece entrar.

Esto tan grande jamás se encontrará fuera de casa y por ello prefieren asumir el papel de ama de hogar, cumpliendo el mismo rol de sus madres y abuelas.

Deberíamos preguntarnos ¿hasta dónde debemos permitirnos vivir con esas nuevas masculinidades y feminidades y hasta dónde nos dan esa felicidad que dura y esa sensación de plenitud a las que todos aspiramos? Más aún, cuando los años de vida se nos hayan acumulado, cuánto de plenitud habremos sumado desde esas nuevas masculinidades y feminidades.

Como hombre, reconozco que me encanta el papel que, por tradición, he heredado de mi padre y vi en mi suegro; debo dejar en claro que eso no significa que mi esposa, ni mi madre, ni mi suegra, en algún momento, fuesen menospreciadas. Ellas tuvieron a su cuidado y formación el valor más grande de sus familias: sus hijos, y el hacer de la casa un lugar cálido; el más bello refugio ante la vida, insisto. Cada uno de esos padres y madres supieron ser amables, es decir, merecer ser amados por sus hijos.

Solo mentes débiles se dejan imponer locuras. Rechazo las nuevas masculinidades, pues en ellas renuncio a quién soy y niego quién fue mi padre. He cambiado pañales, lavado trastes, tendido la cama, hecho la compra diaria, pero jamás por alguna nueva masculinidad, sino porque he amado a mis nietos, a mi hija, a mi esposa y a mis padres. Mi masculinidad no se sujeta a modas ni imposiciones tóxicas y perversas, pues no busco lo efímero sino lo eterno.

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