OPINIÓN
Ineficiencia gubernamental, pasada y presente
Por Benjamín Mora //
Sin mayores explicaciones, la inmensa mayoría de los ciudadanos estarían de acuerdo en que “la ausencia de eficiencia y eficacia” es la característica que define a nuestros gobiernos, es decir, en que estos no han sabido utilizar racionalmente los medios a su disposición para cumplir con sus mandatos de ley en el tiempo justo al que están obligados.
A veces me pregunto si nuestros gobiernos sufren algún tipo de dispraxia que los lleva a no saberse coordinar internamente y a ser tan lentos al dar respuesta a sus obligaciones, y si acaso aquella es resultado de alguna forma de anoxia cerebral al iniciar sus mandatos y elegir a sus integrantes.
Con excepciones maravillosas, en el gobierno mexicano están a la vista sus incapacidades, ineficiencias, ineficacias y torpezas que nos sorprenden, decepcionan y enojan; el gobierno, en sus tres órdenes – ¿O acaso debiera decir en sus tres desórdenes? – pareciera condenado a ser siempre así, antes, por ser parte de la mafia del poder, a decir del presidente Manuel López Obrador, y ahora por no lograr unificar criterios administrativos con ideologías que permanecerán dispersas como condena de todas las izquierdas en el mundo.
Vivimos en medio de una esquizofrenia pública y de gobierno en donde hay odios y condenas, acusaciones y perdones, que imposibilitan una buena convivencia social y política pues, desde la presidencia de la República, se niega a la armonía nacional.
Pareciera que nadie ha explicado al presidente que México es una realidad viva y dinámica que piensa, siente y actúa según estados emocionales que se alimentan por la forma en que interpreta y explica los eventos cotidianos. Pareciera que Andrés Manuel López Obrador no visualiza las consecuencias negativas de expresiones como “nuestros adversarios” como rechazo y conflicto de los unos sobre los otros. Como presidente, López Obrador debe reconocer, comprender y gestionar adecuadamente sus emociones y las de su gobierno para evitar interpretaciones inapropiadas y desarrollar, idealmente, la metacognición caracterizada por alta consciencia de su gobierno y de la sociedad… de los suyos y de los otros.
El presidente debe aprender a no creer ciegamente en su interpretación de la historia y de los orígenes de nuestros males pues son solo posibilidades y no realidades definitivas. Lo dogmático no cabe en el quehacer terreno.
No quisiera creer que estamos siendo manipulados a través de una de las herramientas más poderosas de la política: La exaltación del odio y rechazo del prójimo a quien llamamos enemigo u adversario, a partir de un lenguaje simbólico, pegajoso y ocurrente, dividiendo la realidad social entre el nosotros y el ellos. Vivimos un complejo y peligroso proceso de des-humanización del prójimo “no tan próximo”. Vivimos una fantasía que nos atormenta desde las dualidades míticas del bien y el mal.
Hoy tenemos un discurso gubernamental para todos que va desde el liberal juarista hasta el ser “la voz de Dios en México” al hablarnos de pecados y otros males sociales.
Es innegable la corrupción que hubo en el pasado reciente como lo es la impunidad que ha encontrado en el gobierno de López Obrador pues a nadie se persigue, procesa y encarcela.
Día con día, en el gobierno de la Cuarta Transformación, salen a la luz pública torpezas como la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y el anuncio del de Santa Lucía que se enfrenta a un cerro no visto que altera su presupuesto inicial; o qué decir del Tren Maya que se dispara en los costos de los estudios de impacto ambiental en varios cientos de veces; o cómo obviar Dos Bocas que construirían empresas de talla internacional que ahora son descalificadas por careras para quedar en manos directas de la titular de la Secretaría de Energía…
Pero todo ello se arregla con decir que ellos son honestos y que tienen otras cifras, y que lo criticado es obra de sus adversarios. La dialéctica se esfuma.
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