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MUNDO

Insania

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Cuando las decisiones de un hombre de poder sacuden el orden económico mundial y estas resultan inexplicables, incomprensibles y fuera de lógica, es natural pensar que surgen de una mente que no funciona normalmente. No es solo que estas decisiones resulten disruptivas de un orden establecido para considerarlas anormales, sino también porque su origen y justificación derivan de diagnósticos y juicios superficiales y extraviados.

Estudiosos y expertos en materia económica han reprobado las decisiones que en materia arancelaria se anunciaron la semana anterior. Fueron expuestas las reservas y advertencias con tiempo suficiente para mover a la reflexión y rectificación y sin embargo, entrarán en vigor.

La obstinación en llevarlas al extremo y la ilógica y simplista justificación llevarían a pensar que son producto de una mente enferma, lo que es grave porque esa mente dirige al país más poderoso del mundo con intereses para los cuales la economía y sus vaivenes son solo instrumentos y en este caso herramientas, armas para una guerra sin pólvora.

Sin duda existe el reconocimiento de que ese país no atraviesa por su mejor momento. Su hegemonía comercial es seriamente amenazada por China y enfrenta un gran déficit en cuenta pública, aunada a una deuda creciente, sin embargo, ante su necesidad de ingresos reacciona como lo hubiera hecho un emperador romano o un señor feudal exigiendo a sus socios, siervos y amigos aumentar sus contribuciones. Es un gigante que se siente debilitado y en su desesperación embiste y agrede insensiblemente.

Con el anuncio de aranceles generalizados, del cual solo se excluyó a Rusia y se trató con alguna deferencia a Canadá y México, se cierne una guerra comercial en razón de la cual se definirán nuevos bloques estratégicos de comercio. La alianza occidental se fractura con el continente europeo en conflicto con su antiguo socio, excluyendo a Inglaterra que, al igual que Canadá y México forzadamente persisten a su lado, mientras Rusia se perfila como un aliado más en el enfrentamiento contra su mayor amenaza comercial: China.

Esta, a su vez, perfila un bloque con Corea y Japón y aún no hay certeza de lo que pasará con India y Brasil.

Lo cierto es que lo que se desata parece ser obra de una mente demencial que apuesta al caos para sobrevivir apostando a su propia fuerza, la cual debilita con sus mismas acciones. Jerome Powell, Presidente de la Reserva Federal estadounidense (FED), aseguró que los aranceles anunciados se traducirán en mayor inflación y un menor crecimiento económico, advirtiendo que la inflación más alta podría ser persistente y no temporal haciendo muy probable una recesión.

Industrias como la manufactura, la agricultura y la minería podrían enfrentar pérdida de empleos debido al aumento de costos y la disminución de la competitividad. Un estudio estima que 4.3 millones de empleos podrían estar en riesgo si se mantienen aranceles elevados, pues el aumento en los costos de producción llevaría a reducir la fuerza laboral para compensar.

El consenso de los economistas no es favorable para esta apuesta incomprensible, pues el forzar a las empresas a instalarse en el territorio estadounidense no es garantía suficiente para compensar los perjuicios ocasionados por el proteccionismo que se anuncia.

Por otra parte, el trato preferencial que aparentemente recibió México, no puede entenderse como un triunfo, sino solo como un aplazamiento sujeto a condiciones de evaluación subjetiva. Puede servir ese plazo para reforzar nuestra planta productiva, diversificar mercados, diseñar estrategias comerciales que reduzcan la dependencia resultante de la integración en el bloque económico norteamericano. Así lo anuncian en el Plan México, sin embargo, en las condiciones actuales dicho plan parece quedar solo en un catálogo de aspiraciones.

La inversión que requiere la reconformación anunciada, está fuera del alcance de las finanzas públicas. La inversión privada, más allá de las declaraciones de apoyo, se muestra recelosa ante la incertidumbre e inseguridad que arroja la próxima elección de un nuevo poder judicial, de cuyos efectos y solvencia nadie está seguro. Financiarlo con deuda parece ser opción limitada ya que la deuda esperada para 2026 ascenderá a 19.96 billones de pesos, 52.3% del PIB según manifestó la Secretaría de Hacienda, lo que, aunado a la crítica situación de Pemex pone en riesgo la calificación de la capacidad crediticia.

En México estamos sufriendo las consecuencias de decisiones similares a las que hoy calificamos como demenciales o insanas. Nuestra debilidad estructural, que hoy nos obliga a ser sumisos y condescendientes en este riesgoso escenario, deriva de un sexenio de despilfarros, dilapidación de recursos y políticas diseñadas para ganar elecciones y consolidar un proyecto político. Hoy tenemos que sortear, sin nada más que obediencia, las turbulencias de un nuevo orden económico en el que somos aliados intrascendentes de un socio inestable y veleidoso al que han acusado de demencial.

 

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