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CULTURA

Juntos, el despropósito nimio

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CINE, por Carlos Sebastián Hernández //

¿Cuántas maleadas Temporadas de patos (Fernando Eimbcke, 2004) tienen que inventarse los realizadores nacionales hasta conseguir aburrirse? ¿Cuándo se cansarán los cineastas mexicanos de encerrar a la clase media de sus historias en departamentos medio jodidos?

De esta vulgar fascinación por lo incomprendido sin afán de comprenderlo, por criticar sin criticar, o de plano, por querer decirle al otro lo que uno se imagina que es su vida, no han surgido más que películas festivaleras para el aplauso del extranjero, y el desencanto de su pueblo.

Y así, en Juntos, 2009, se corroe la mínima posibilidad de interacción provocadora, vuelta aquí una inconsecuente ilustración de emociones; se encaja invasivamente una pensada y repensada intención de comunicación para justificar la propia presencia; y se estanca el nimio despropósito de la búsqueda de verdad, que implosiona en su propio vacío.

Parco segundo largometraje del mexicano-canadiense Nicolás Pereda (¿Dónde están sus historias 2007), Juntos relata la vida de Gabino (Gabino Rodríguez) y Luisa (Luisa Pardo), una conflictiva pareja que comparte techo con el desobligado Paco (Francisco Barreiro) en un deteriorado departamento, del cual se ha escapado su perro Junto, se descompone el refrigerador, y sale agua hirviendo de los grifos, orillándolos escapar de su inhóspito hogar.

En derrochados planos secuencia de tiempos inacabables, se produce una consciente detención sentimental, donde se entibian las inquietudes íntimas, y en su lugar aparecen locuaces discusiones de ajenas herencias familiares (‘‘¿Qué más le va a dejar la abuela? La abuela no tiene ni madres’’), y vanas interrogantes sobre la causa de las ardientes tuberías (‘‘Ya todos los boilers están apagados y esta madre sigue bien pinche caliente’’), seguidas por un brusco acometimiento infantil e inútil; ocurren contemplaciones ingratas de lucecitas puestas por la boba Lucía (‘‘¿Qué no te latieron o qué?’’), acosada por la insistencia del novio (‘‘Estaban buenos los tacos de ayer/¿Si se te antojan o prefieres otra cosa?/¿Pero si se te antojan?/¿Prefieres otra cosa?’’), que rematan con la pareja en una agotadora escena de nula expresión emocional (‘‘No estaban tan ricos esos tacos’’), tan prolongada como infructuosa.

Desborda la pretensión de voyerismo resignificador, encubierta por una oprimida contemplación urbana yuxtapuesta con la liberación del paisaje natural, en un profundamente inferior homenaje a la controvertida Batalla en el cielo (Carlos Reygadas, 2005). El descolocado desenlace escapista, confine a los tres enajenados inquilinos en una individual soledad sobrecogedora, exteriorizada por medio de eternas caminatas sin rumbo por veredas y colinas, reposos con asomo de agobio exagerado, impacientes fumaditas de cigarrillo lugarcomunescas, y reanudar la fracasada, y hasta entonces omitida, búsqueda del perro perdido.

Anti-naturalismo agónico, que apuesta por no descubrir nada nuevo en la superficie, ni demostrar su efecto interior, si es que lo hubiera. Relato pasivo de una cotidianidad intrascendente. Esquemático drama irresoluto llevado a cabo con falsa espontaneidad.

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