OPINIÓN
La importancia del pensamiento crítico: Los amigos, después de la pandemia
Educación, por Isabel Venegas //
Básicamente toda la trayectoria escolar, desde la educación inicial hasta la superior, brinda una enorme oportunidad para afianzar los lazos afectivos con los compañeros de salón, sobre todo si el modelo educativo tiene entre sus objetivos principales la formación basada en la reflexión del “otro” relacionado “con uno mismo”.
Muchos padres de familia se preocupan porque su hijo adquiera conocimientos desde el preescolar, cuando la parte medular es que desarrolle las habilidades con las cuales irá manejándose el resto de su vida.
Que un pequeño aprenda a leer en el jardín de niños, no resulta tan prioritario como que experimente el compartir sus juguetes, desarrolle la capacidad de expresar lo que quiere y vaya a su vez fortaleciendo la habilidad para manejar su frustración, entendiendo que es una parte inherente de la vida; comprender que su mundo egocéntrico debe ser compartido con los otros, no solo como estrategia necesaria para la supervivencia, sino como un mecanismo de realización y trascendencia, cuyo eje central está en la comunicación.
Desgraciadamente cuando no existe ese desarrollo, los niños crecen acumulando carencias que de pronto no saben cómo gestionar, yo tenía una amiga que decía: “¡lo siento mucho, pero yo digo las cosas así, tal cual, como van!”, eso equivalía a no reflexionar en el impacto de sus palabras, en la idoneidad del momento y las formas para expresarse; una falta de empatía que no le implicaba el mínimo esfuerzo para interpretar a su interlocutor, con lo cual resulta natural que pocos disfrutaran de su compañía y de su franca honestidad.
La escuela es ese laboratorio en el que vamos aprendiendo a tratarnos, a relacionarnos, de ahí que los ámbitos en los que se sustenta el diseño curricular planteen dinámicas que desarrollen las competencias que le habrán de ayudar a resolver problemas de la vida cotidiana, a dialogar, a escuchar, a plantear preguntas para indagar en situaciones importantes, o a responder con propuestas a conflictos que le afectan a él y a su comunidad; en suma que la educación tendría que basar su planeación integral en un ejercicio de empatía y reflexión crítica sobre su actuar y lo que eso le significa a los demás.
Este ciclo escolar en particular, nos dejó ver un gran impacto en el desarrollo de la gestión de emociones para los niños que estuvieron confinados a sus casas durante casi dos años, tras la pandemia por Covid19. Para algunos no hubo trabajos en equipo, tareas de proyectos, ni fiestas en casas de sus amigos, pero hay que recalcar “para algunos”, es decir, mientras que para unos la tragedia fue enorme, para otros ni siquiera existió. Situaciones altamente complejas vivimos hoy en las escuelas, con poblaciones de experiencias polarizadas.
Hoy se vuelve urgente la revisión de los ambientes de aprendizaje y la revolución en los motores de acompañamiento para nuestros niños, de manera que se multipliquen los espacios que propician la armonía y potencian las habilidades, conocimientos y buenas actitudes de los seres humanos, como por ejemplo, el cuidado de la amistad, el desarrollo analítico de las relaciones que vamos identificando con “valor agregado” y que son aquellas que vamos cultivando con especial interés. Aristóteles habla de tres modelos de amistad:
La basada en la utilidad. Cuando por ejemplo me encuentro con un grupo de amigos con los que el trabajo de equipo nos sale muy bien. Resulta que con ellos puedo ponerme de acuerdo, y me son útiles para llevar a cabo las tareas que me han encargado. La utilidad me ayuda a encontrar áreas potenciales en el otro y así poder aprovecharlas.
La que se basa en el placer. Cuando la persona con la que te encuentras te produce alegría, más por el hecho que te hace coincidir que por la persona en sí. Si nos encanta ir a un concierto, al cine o pintar, disfrutamos del momento, de la experiencia y ya.
La tercera es la amistad de lo bueno. Se trata de la excelencia; de mirar en el otro la virtud. Desde esta perspectiva, la alegría se proyecta en ti mismo en la medida en la que el trato conlleva una atención a la experiencia compartida, es decir, soy feliz a través de la felicidad del otro y comparto tanto sus logros como sus tristezas. Es la empatía y la generosidad, la combinación clave para una relación de significados profundos.
El filósofo José Carlos Ruíz, Doctor en Filosofía contemporánea tiene una tesis sobre el “hiperindividualismo”, y hace una propuesta desde el pensamiento crítico para analizar no sólo la construcción de nuestra persona a través de la selección de amistades que vamos conformando, sino la orientación de nuestras acciones como sociedad, en donde al mismo tiempo que criticamos –por ejemplo- el abandono a las personas de la tercera edad y otros grupos vulnerables, avanzamos asfixiando las únicas posibilidades de relacionarnos de manera sana con quienes podríamos compartir desde perspectivas más analíticas y menos egocéntricas en el futuro.
Con esto el doctor Ruiz se enfoca más en la calidad de las relaciones que vamos entablando a lo largo de nuestras vidas que de la cantidad de “amigos” que creemos tener, sobre todo con el descomunal manejo de las redes sociales en las que solemos perdernos tanto jóvenes como viejos, alertando del enorme peligro que igualmente corren nuestros niños a quienes los nuevos padres de familia suelen dejar jugar sin reparo alguno, incluso abriéndoles cuentas que, aunque tengan candados para protegerlos de contenido no apto para ellos, no los priva de manejar conceptos equivocados como el de la “amistad”, por ejemplo.
Su análisis lo basa en la evaluación que podríamos hacer al final de nuestras vidas, en función de las buenas relaciones que pudimos haber construido y alimentado a lo largo del camino. Se vuelve entonces de suma importancia que en la infancia el niño comience a identificar el valor de sus relaciones y el significado de cada uno de los modelos, para que a lo largo de su trayectoria pueda ir cultivando aquellas que se derivan de la apreciación de lo bueno: Me he rodeado de personas a las que he querido y con las cuales yo me he sentido querido.
¿Qué pasa entonces con quienes no perciben esa energía vital? Esa fuerza que te recupera de los avatares del día a día, cuando te encuentras con ese amigo que te reconforta y ayuda a recomponer tu aprecio por ti mismo: Yo soy bueno por lo bueno que tú ves en mí, no necesariamente es que lo sea, pero me ayuda a construirlo en la medida en la que lo ves, porque yo también busco en ti tu fuente de bondad.
Para Aristóteles la virtud es una excelencia añadida a algo como perfección. Ante una sociedad individualista, egocéntrica y materialista, la propuesta es ir por un “comodín” que nos permita hacer una jugada a la segura: el pensamiento crítico en las relaciones interpersonales; a manera de Gabriel García Márquez: “Te quiero no solo por quien eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo”.
Mat. y M. en C. Isabel Alejandra María Venegas Salazar
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