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OPINIÓN

La provocación de Pelosi: La ira del dragón asiático tendrá consecuencias

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Economía Global, por Alberto Gómez-R. //

Nuevamente es Estados Unidos el factor que mueve el escenario geopolítico mundial, esta vez provocando al Gigante Despierto, China, con la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taiwán, la isla que forma parte de la República Popular de China, pero que alegan ser independientes envalentonados por las potencias occidentales.

Este suceso ha venido a complicar más la inestable economía globalizada, aumentando la incertidumbre de paz mundial, porque ha sido una provocación directa a la segunda potencia militar a nivel mundial, después de Rusia.

La visita de Pelosi a China tuvo al mundo en vilo, ya que representaba un desafío directo a las advertencias de Pekín, que lo tomó como una violación a su soberanía territorial, y a su poderío económico y militar. Las consecuencias fueron inmediatas a la presencia de la legisladora por California, quien visitó la isla por un supuesto posicionamiento de apoyo democrático al pueblo taiwanés, como parte de una gira de trabajo por el sureste asiático.

Nancy Pelosi siempre ha sido anti-china en su larga trayectoria como congresista que inició en 1987, y desde entonces ha provocado al gobierno chino con declaraciones, promoviendo sanciones contra China, y cabildeando cualquier iniciativa que pudiera contener el crecimiento y expansión del gigante asiático.

La irresponsable visita de Pelosi a territorio reclamado por China, ha puesto no sólo en riesgo su ya muy vapuleada economía doméstica, sino la seguridad de los taiwaneses que han visto estos últimos días ejercicios militares sin precedentes del Ejército Popular de Liberación, sobrevolando cazas de combate sobre el espacio aéreo circundante a la isla, así como el lanzamiento de misiles que han impactado muy cerca de Taiwán.

Como represalia ante la provocación a la soberanía china, el gobierno de Pekín suspendió la cooperación con EE. UU. en áreas clave como la lucha contra el cambio climático, las conversaciones militares y los esfuerzos contra el crimen internacional.

También impuso sanciones a Pelosi, la tercera mayor autoridad de EE.UU., y a sus familiares directos por haber hecho «caso omiso de la preocupación y la firme oposición» del gobierno de Xi Jinping a su visita a Taiwán esta semana y «socavar la soberanía y la integridad territorial» de China, según un comunicado oficial.

El ejecutivo chino acusó a la delegación y a Pelosi, la política estadounidense de más alto rango que visita Taiwán en 25 años, de «provocaciones atroces».

Las nuevas medidas fueron anunciadas el viernes por el Ministerio de Relaciones Exteriores chino.

En total son ocho e incluyen la suspensión de la cooperación entre China y EE.UU. en diversas materias, como la judicial, la repatriación de inmigrantes ilegales, la asistencia judicial penal o la lucha contra los delitos transnacionales.

En los últimos años las dos superpotencias han mantenido fluidos intercambios diplomáticos sobre la lucha contra el cambio climático. (bbc.com)

Tal parece que la incursión de Pelosi a Taiwán cumple varios objetivos reales: uno de ellos –el más obvio- observar el despliegue de la armada china en una situación de máxima alerta; por otra parte, enrarecer más el escenario económico que pueda permitir dar un respiro a la decadente economía estadounidense en una maniobra –fallida desde su inicio- para fortalecer a su endeble moneda en los mercados internacionales, y seguir sosteniendo la mentira de su valor que, de continuar Washington con este tipo de estrategias, acelerará su implosión; y probablemente el menos visible de sus objetivos, el de crear una enorme cortina de humo –como acostumbra hacerlo desde hace décadas- para desviar la atención de sucesos o escenarios adversos a los intereses de las élites estadounidenses del poder político y económico o que sirven de distractores para disimular las trapacerías que acostumbran cometer en “nombre de la democracia”.

La intervención de Occidente a través de los países miembros de la OTAN en el conflicto ruso-ucraniano, apoyando al gobierno del presidente Zelenski de Ucrania –un régimen neofascista, antirruso, y pro-occidental- con armas, dinero y propaganda a su favor en todo el mundo, forma parte de la agenda estadounidense de recuperar el poder que un día tuvo siendo la principal influencia geopolítica del mundo, basado en su poderío militar y económico.

La mayoría de los países del mundo no apoyan las acciones de Occidente en relación con Ucrania, por lo que no se unen a las sanciones antirrusas, afirmó este viernes el embajador chino en Francia, Lu Shaye.

«En el contexto de la crisis de Ucrania, la mayoría de los países en desarrollo no están de acuerdo con la alianza occidental y no apoyan las sanciones contra Rusia», dijo Shaye al canal LCI.

Según el diplomático, Washington «está perdiendo cada vez más su influencia, incluyendo la región de Asia-Pacífico», cuyas naciones «quieren desarrollar las economías nacionales, mejorar la vida de las personas y buscan la paz y la tranquilidad», ante lo cual «EE.UU. quiere causar discordia en el entorno regional».

«Esto no está en el interés de los países de la región, pero el interés de EE.UU. es mantener su hegemonía», subrayó. (actualidad.rt.com)

El enfrentamiento de Estados Unidos con China podría tener graves consecuencias no sólo para la paz mundial, sino en el ámbito económico, ya que China es el principal proveedor de cientos de miles de productos elaborados en su territorio que se exportan a Occidente, especialmente para el consumo estadounidense, cuya economía basada en el libre mercado y la maximización de utilidades depende en gran medida de la relación comercial con el gigante oriental.

La confrontación con China en nada favorece a los estadounidenses, al contrario, si las sanciones de Pekín se amplían puede tener graves consecuencias para el mercado de consumo estadounidense, ya que la dependencia de Estados Unidos a los productos y servicios chinos es altísima, sobre todo considerando que su industria nacional prácticamente se desmanteló buscando tener mayores utilidades con la baratísima mano de obra china.

La ya evidentemente fallida gestión del octogenario presidente Biden, con desvaríos sicológicos y verbales más frecuentes cada vez, es representativo de la caída del imperio que comanda. La corrupción se ha evidenciado en los más altos niveles del gobierno de Washington, comenzando con los vínculos de Joe Biden y sus hijos con empresas y gobiernos extranjeros, especialmente Hunter Biden, a quien se vincula con negocios muy oscuros en Ucrania y otros países aliados de Estados Unidos. Incluso el ahora presidente de Estados Unidos como senador, cabildeó durante años a favor de empresas principalmente de origen chino, lo que representó para éste enormes ganancias económicas y el apoyo de altos círculos de poder a nivel mundial.

La propia Nancy Pelosi posee también un historial poco claro, como la enorme fortuna que poseen ella y su marido, que utiliza información privilegiada a la que tiene acceso la legisladora, para beneficio de sus inversiones y negocios.

El ministro ruso de relaciones exteriores, Serguei Lavrov, suele comparar a Occidente con una fiera herida. Y estima que es mejor ‎no provocarlo para evitar que destroce todo en un ataque de locura. Es mejor ‎guiarlo en paz hacia el cementerio. Pero Occidente no lo ve de la misma manera. ‎Washington y Londres están embarcados en una cruzada contra Moscú y Pekín. ‎Rugen constantemente y parecen dispuestos a todo. Pero, ¿a qué costo para sus propios pueblos y para el mundo entero?

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